7. Periodo Neo-Asirio
7.1: Expansión del dominio asirio.
A la muerte de Tukulti-Ninurta II, llegará al trono de Asiria uno de los monarcas más importantes y carismáticos de la historia del reino: Assurnasirpal II, que se hace con el poder tras la muerte de su padre en 884 a.C. Los objetivos del nuevo soberano son claros: sacar a Asiria de la época de cierta oscuridad que se vivía desde la muerte de Tiglath-Pileser I y salvaguardar de una vez por todas las fronteras de su reino. Así, los ejércitos asirios inician una serie de brutales y terribles campañas con el objetivo de devastar las tierras de sus enemigos circundantes. A pesar de la ferocidad que muestra Assurnasirpal, podría decirse que también fue cauto en cierta medida, ya que renunció a atacar a sus vecinos verdaderamente fuertes: el recuperado reino de Urartu al norte, Babilonia al sur y Aram al noroeste. Sin embargo, las tribus nómadas y pequeños estados que antaño habían puesto en peligro a Asiria no recibirán el mínimo resquicio de piedad. En su ímpetu, el ejército de Assurnasirpal alcanza incluso las costas del Mediterráneo.A su regreso a Asiria, Assurnasirpal, que nunca se había sentido demasiado cómodo en Assur, construye la ciudad de Nimrud (la Calach bíblica) y traslada allí la capitalidad. Así mismo, lleva a cabo ciertas tareas de restauración en Nínive y dedica los últimos años de su fructífero reinado a fortalecer y asegurar las fronteras de su reino.A la muerte de Assurnasirpal II en 859 a.C. le sucederá en el trono su hijo Salmanasar III, que se ganó la fama de ser uno de los monarcas asirios más batalladores de todos los tiempos (algo con cierto mérito en un estado tan militar como Asiria). A lo largo de sus 35 años que duró su reinado, realizó un total de 32 campañas militares, la mayoría de las cuales se dirigieron contra el poderoso reino de Aram, al oeste del curso del Éufrates, que su padre había respetado. Sin embargo, a pesar de haber obtenido evidentes victorias y recibido considerables tributos de los arameos, Salmanasar fracasó en su objetivo principal de conquistar el propio Aram.Dejando los asuntos orientales a un lado, Salmanasar tuvo que prepararse para hacer frente a otros problemas. En concreto, hablamos de la gran coalición de diversos pequeños estados y ciudades que, encabezadas por Hamath, Damasco e Israel, se sublevaron contra el poder asirio. A juzgar por los hallazgos arqueológicos y los documentos de la época, los ejércitos se encontraron en Karkar, junto al río Orontes, y la victoria recayó del lado asirio aunque por un margen quizás bastante ajustado. Salmanasar, en la inscripción de su famoso obelisco negro, se jacta de haber matado a 14.000 soldados enemigos, una cifra que podría ser en cierta medida verdadera, pero omite el número de pérdidas, que probablemente debió resultar bastante elevado.Sea como fuere, a pesar de esta victoria junto al río Orontes, Salmanasar III no consiguió volver a imponer su autoridad sobre Siria y Palestina. Parece evidente que si continuó cobrando tributos, pero los reyes de Damasco, Samaria y Jerusalén continuaron gobernando sus estados de forma independiente. Este ligero revés, sin embargo, se vio compensado con la situación en el sur de Mesopotamia. Salmanasar estaba en buenas relaciones con el rey de Babilonia, de forma que a la muerte de este, su hijo y sucesor Marduk-Sakir-Shum llamó a Asiria para ayudarle a someter a su hermano, que se le había rebelado. Con gran satisfacción, en 852 a.C. Salmanasar entra en Babilonia como un aliado y defensor del dios Marduk y a continuación procede a pacificar el sur de Mesopotamia aniquilando a los rebeldes. A partir de entonces, Salmanasar pasó a ser el “protector” del joven rey babilonia, lo que en términos claros significaba que Babilonia pasaba a convertirse en estado dependiente de Asiria.
7.2: Surgimiento de un Imperio.
En los últimos años del reinado de Salmanasar III se inicia la enésima revuelta en el interior de la fragmentada corte asiria, lo que conducirá a una dura y larga guerra civil. De nuevo, el destino parece precipitar a Asiria en el pozo de una época sombría, durante la cual su poder se reduce y sus fronteras vuelven a verse atacadas por las incursiones de los nómadas arameos, que se abalanzan sobre el reino asirio al mínimo síntoma de debilidad. Sus ataques sólo podrán ser contenidos con gran esfuerzo por parte de un estado fragmentado y decadente.En medio del caos y la confusión, una nueva revolución permite la llegada al trono de un advenedizo, que para adjudicarse categoría real adopta el nombre de Tiglath-Pileser III. Aunque en un primer momento parezca difícil de creer, este hombre que probablemente fuera un simple jefe del ejército va a salvar a Asiria y a devolverle todo su antiguo esplendor. Inmediatamente, Tiglath-Pileser III se dedica a la ardua tarea de afianzar la autoridad del trono, eliminando a todos sus posibles rivales y tranquilizando a la corte, y parece que lo consigue con eficacia en un periodo de tiempo increíblemente corto. Habiendo sido coronado en mayo del 745 a.C., en septiembre del mismo año ya inicia su primera campaña militar. Y esta vez, el objetivo de sus conquistas no serán los arameos, si no la propia Babilonia.Tiglath-Pileser III creará y perfeccionará una de las máquinas militares más prolíficas de toda la historia, fundando un ejército potente y permanente, y centrando sus objetivos expansionistas en anexionar territorios enemigos. Así, tras convertirse en gobernante de Babilonia, su siguiente meta es aplastar a las tribus arameas que amenazaban el valle del Tigris, cosa que realiza como todo buen monarca asirio, sin el mínimo resquicio de piedad. Más tarde, expulsa a los pobladores urarteos que se habían asentado en Siria, anexiona los estados de Arpad y Damasco (donde se vanagloria de haber destruido hasta 591 ciudades) y finalmente sojuzga a la mayor parte de ciudades y pequeños estados de Palestina. Para evitar posibles revueltas, Tiglath-Pileser comienza una política de deportaciones que más tarde será imitada por sus sucesores. Los habitantes de los pueblos conquistados no permanecen en sus territorios originales, sino que son trasladados al interior de Asiria para romper su conciencia y cohesión nacionales. Este sistema de deportaciones en masa y exilios forzosos funcionará bien durante un tiempo, pero con el transcurso de la historia de Asiria se comprobará que no resultó una buena solución a largo plazo.
7.3: Un Imperio mundial.
A la muerte de Tiglath-Pileser III en 727 a.C., el trono pasa a manos de su inmediato sucesor, Salmanasar V. Sin embargo, el nuevo monarca no pareció contar nunca con demasiadas simpatías por parte de sus súbditos, lo que desembocó en una nueva revolución (posiblemente encabezada por la clase sacerdotal) que lo echó del poder tan sólo cinco años después de subir al trono. La revuelta coloca en su lugar a otro jefe militar sin sangre real que adoptará el nombre de Sargón II (llamado así para no confundirlo con Sargón de Akkad, fundador del primer imperio semítico del que ya hemos hablado). Sargón II no esperaría demasiado tiempo para dar rienda suelta a sus aspiraciones imperiales. En su primer año de reinado, el 722 a.C., el nuevo monarca asirio dirige a su gran ejército contra Palestina, ataca el reino de Israel y toma Samaria, su capital, deportando a casi 28000 de sus habitantes (se supone que el resto debió de morir en las sangrientas ejecuciones en masa). La ira de Sargón se ceba también con los rebeldes sirios, y la ciudades de Hamath, Karkar y Gaza son tomadas, saqueadas e incendiadas. El único que se libra del terrible castigo es el reino de Judá, que ante las noticias llegadas de territorios vecinos decide someterse a Asiria y evita ser arrasado.Tras “pacificar” y ampliar sus territorios orientales, Sargón vuelve su mirada hacia las tierras al noreste de Asiria. Sin perder demasiado tiempo, avanza rápidamente contra lo poco que quedaba del antiguo reino de Urartu, sometiéndolo sin demasiada dificultad, y se enfrenta así mismo a los medas, un nuevo pueblo nómada que había comenzado a hostigar las fronteras de Asiria. A continuación, Sargón se vuelve hacia el sur y aplasta con singular crueldad a las tribus arameas del valle del Tigris y, tras una larga y penosa campaña, derrota a los caldeos en el valle del Éufrates inferior, extendiendo sus dominios hasta las costas del Golfo Pérsico. Así, Sargón se proclama rey titular de Babilonia en 709 a.C.En lo que a administración se refiere, Sargón II percibió claramente que el antiguo sistema de control interno de su reino se había quedado obsoleto e ineficiente, por lo que reorganizó su Imperio en unas 70 provincias, cada una de ellas dirigida por un gobernador que era responsable directo ante el rey. A finales de su reinado, sintiéndose inseguro en las ciudades de Assur y Nimrud (probablemente ante la amenaza de intrigas cortesanas) Sargón decidió construir un palacio de nueva planta junto a Nínive. Los textos cuneiformes se refieren a esta gran construcción como Dur-Sharrukin, y en el árabe actual se la denomina Khorsabad. A pesar de que el soberano asirio se adjudica todo el mérito de la construcción (en sus crónicas, Sargón señala que “Yo medité el plano de la ciudad día y noche y escogí para empezar la construcción un mes y un día con favorables augurios...”) sabemos con certeza que, al igual que otros grandes monarcas “constructores” de la Antigüedad, como el emperador Adriano, el arquitecto de Sargón se llamaba Tabsar-Assur.A estas alturas, podría decirse que Mesopotamia había sido pacificada e integrada con cierta normalidad dentro del Imperio Asirio. Sin embargo, Sargón pronto comprendió que un nuevo y mayor peligro le acechaba desde el Turquestán, al noreste de Asiria, de forma que se embarcó en otra campaña militar y marchó contra los escitas. En el año 705 a.C., el propio Sargón II cayó muerto en una escaramuza contra estos bárbaros nómadas. A pesar del varapalo que esto supuso para Asiria, su cuerpo consiguió ser rescatado y probablemente enviado a Nínive, donde fue enterrado con todos los honores.Si los enemigos de Asiria pensaron que con la muerte de Sargón podrían comenzar a respirar tranquilos, se equivocaban. El hijo y heredero del difunto monarca, Senaquerib, demostró ser un soberano aún más inflexible y cruel que su padre. A su llegada al trono se encontró con dos problemas que ponían en peligro el futuro de Asiria. El primero era que trato debía dispensarse a Babilonia, anexionada a Asiria por Sargón. Y el segundo pasaba por castigar a Egipto, nación que no ocultaba su apoyo a los rebeldes occidentales del Imperio Asirio.Antes de nada, Senaquerib abandonó el palacio de Dur-Sharrukin construido por su padre y reconstruyó y modernizó la vecina ciudad de Nínive, convirtiéndola en su capital y en una de las ciudades más grandiosas de toda Mesopotamia. A continuación, el monarca asirio pasó a centrarse en sus objetivos militares. Para con Babilonia, Senaquerib decidió adoptar una política brutal, sin miramientos, desposeyendo a la ciudad santa de toda consideración especial sin tener en cuenta su glorioso pasado. Nada de establecer una monarquía doble o ir a estrechar las manos de Marduk, como hiciera su padre.La rebelión en Babilonia no tardó en estallar. Senaquerib, tras construir una poderosa armada de guerra, atacó la ciudad santa y obligó a huir a los rebeldes caldeos, persiguiéndolos luego hasta el delta y derrotándolos, si bien sus principales líderes consiguieron escapar a Susa. En cuanto a Babilonia, fue saqueada y el ejército asirio acumuló enorme botín, pero la pacificación se consiguió solo a medias y el descontento creció más y más.En este momento, Senaquerib se ve obligado a abandonar la baja Mesopotamia y regresar a toda prisa a las fronteras occidentales de su Imperio, donde las ciudades de Siria y Palestina se habían declarado en rebelión con el apoyo de Egipto. La coalición, dirigida por el rey Ezequías de Jerusalén, salió a enfrentarse con el ejército asirio a campo abierto, y sólo gracias a grandes pérdidas pudo triunfar Senaquerib y expulsar a los egipcios de vuelta a sus tierras. Los asirios marcharon enseguida hacia Jerusalem, donde Ezequías se vio obligado a rendirse y pagar un gran tributo de guerra al monarca Asirio, aunque se resistió a entregar la ciudad. Es probable que Senaquerib hubiera gustado de asaltar Jerusalem y despellejar personalmente a Ezequías, pero se tuvo que quedar con las ganas porque, en pleno año 700 a.C., Babilonia había vuelto a rebelarse.Esta vez el soberano asirio decidió mostrarse condescendiente con los babilonios, enviando a su propio hijo como gobernador de la ciudad. Sin embargo, los caldeos no lo aceptaron y continuaron con la revuelta, ante lo cual Senaquerib se enfureció y juró destruir la ciudad santa. A pesar de la ayuda proveniente del Elam, los ejércitos babilonios fueron vencidos y en 689 a.C. Babilonia fue tomada y destruida por completo, hasta el punto de que todos los restos arqueológicos que hoy pueden observarse en el emplazamiento de la ciudad pertenecen a las reconstrucciones de Nabopolasar durante el periodo Neo-babilónico.
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