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Batalla de Cunaxa para BBDBA

sábado, 20 de febrero de 2010

Saludos. En el grupo de juego en el que estoy decidimos hacer una gran batalla histórica, pues todavía teníamos el buen sabor de boca que nos dejó Gaugamela. De modo que preparé el siguiente escenario:

Hay dos bandos: Artajerjes II (defensor) y Ciro, el Joven (atacante). Se usarán las reglas habituales de BBDBA, con las siguientes excepciones:
El flanco izquierdo de Artajerjes estará ocupado por un río. Se pondrá la mínima escenografía adicional que permitan las reglas, incluyendo el río.
a) Ejército de Artajerjes: Se compone de 3 mandos de la lista II/7. Persas aqueménidas tardíos.
1.Tisafernes, flanco izquierdo: Cv(gen), 2 Cv, 3Sch, 4Ax 2Ps, Campamento. El campamento se desplegará en contacto con el río.
Órdenes: detener a los mercenarios griegos y evitar que llegen al campamento persa.
2. Artajerjes II. Cv (CinC) ,4Ax, 4Sp, 2Cv. Los Ax se desplegarán a continuación de la línea de Tisafernes. Artajerjes debe quedar en el centro de la mesa.
3. Orontas. Cv (gen), 2Cv, 6 LH, 4 Ps

El dado más alto será para Tisafernes, el segundo más alto para Artajerjes y el menor para Orontas.

b)Ejército de Ciro: Un mando de II/7 Persas aqueménidas tardíos y otro de II/5(i), hoplitas tardíos, , con la opción de 1Cv y 3 Ps. Ciro será el CiC.
El mando hoplita desplegará pegado al río. El mando de Ciro, a continuación. El campamento también estará pegado al río.

Reglas especiales:
a) El Gran Ejército Real.- El ejército de Artajerjes es tan grande que apenas puede controlarlo. Todos sus generales tienen un rado de mando efectivo de 600 pasos.
b) El mejor hombre: Ciro es un gran general. Siempre tirará dos dados de PIP y elegirá el más alto. Además, su mando sólo se romperá si él muere O si pierde seis peanas, en lugar de cuatro.
c) "Si vencemos aquí, estará todo hecho...". Ciro tiene un +1 adicional al +1 por ser general cuando luche contra cualquier Cv del ejerćito contrario. Además, perseguirá automáticamente a la peana de Artajerjes II como si fuera impetuoso.

Condiciones de victoria:
Artajerjes obtiene Victoria Total si consigue romper los dos mandos enemigos.
Ciro ganará si rompe el ejército enemigo según las reglas o mata a Artajerjes en cualquier momento.
Se producirá un empate si se rompe el mando de Ciro pero el mando griego todavía no se ha roto y, además, consigue asaltar el campamento persa.


Con las minis ya preparadas, nos reunimos Fran, Fernando y yo, y sorteamos los bandos. Fran jugaría con Ciro y los griegos; Fernando, con Artajerjes y Orontas y yo, con el ladino Tisafernes. La partida se celebró en la tienda física de E-Minis.
Bueno, pues tras la lectura "obligada" de la descripción del despliegue en la "Anábasis" de Jenofonte, visiblemetne emocionados, comenzamos a desplegar. Éste fue el resultado.
Pinchad en la foto para verla más grande. En la parte derecha está el enorme ejército de Artajerjes II. En la parte inferior, Tisafernes, junto al Eúfrates. En el centro, toda la infantería, y detrás, Artajerjes en persona y su escolta de 6.000 jinetes. En el extremo superior, Orontas, con el resto de la caballería.
En el parte derecha, el ejército de Ciro, muy inferior en número. El mando griego en la parte inferior, frente a Tisafernes, y el de Ciro, en el centro, extendido al máximo para retrasar en lo posible el posible movimiento envolvente que podría iniciar el mando de Orontas.
Aquí os dejo una perspectiva de los feroces mercenarios de Ciro, ésos que, una vez acabada la batalla, comenzarían la lenta y amarga retirada que nos narra en primera persona nuestro buen amigo Jenofonte.
Bien, pronto comenzó la batalla. Los dados nos trataron muy mal, y salvo el mando de Tisafernes, el resto del ejército persa se tuvo que conformar con un único PIP. Por lo tanto, sólo hubo avances. Mi mando, el de Tisafernes, tenía todos los carros falcados. En el primer movimiento los acerqué al río para golpear el extremo de la línea de hoplitas, y luego rematar el trabajo con mi caballería. Tal que así:
Pronto vi lo difícil que lo tuvo Tisafernes. No tenía espacio para maniobrar. Estaba obligado a cargar de frente contra un muro de griegos violentos con algo de caballería y una infantería muy inferior, sin espacio para envolver su línea. Si los carros falcados no conseguían abrir un hueco que yo pudiera explotar, lo tendría muy difícil. Mientras, el resto de líneas se aproximaban cautelosamente.
Bien, en mi flanco, dos carros murieron sin efecto, pero el central eliminó una peana de hoplitas. No estaba mal, teniendo en cuenta que me enfrentaba al general en persona, apoyado por psilois. El hueco dejó aislada una peana de hoplitas cerca del río. Era la mía. Lancé a la caballería a terminar el trabajo, mientras mi infantería se batía con el resto de hoplitas para proteger a mi general. Mientras, Fernando avanzaba con sus escasos PIPs hacia Ciro. Y Fran desplegaba su línea, de manera que su infantería bárbara (Ax) quedaba frente a la de Artajerjes, mientras él, con su caballería, se situaba a medias entre el mando de Artajeres y el de Orontas, en un lugar donde la línea era delgada, y los enfrentamientos le eran favorables. Lanzó su único carro falcado intentando abrir un hueco, pero fracasó. Observad también las dos LH de Ciro, a la izquierda, en el borde superior. Con esas dos peanas intentó retrasar el mando de Orontas, que, dado que recibía siempre el dado con menos PIPs, no podía maniobrar mucho, y sólo pudo ir cargando de frente.
Bien, a continuación, en mi flanco, el más cercano de la foto, Fran destacó un Ps para pillar a mi carro y sacarlo del combate. Esto le dio mucho tiempo. Yo hubiera podido girar el carro y hacer empanadilla de hoplita con mi caballería por el frente, pero al atacar el carro con el Ps, se aseguró que acabaría persiguiéndolo hasta el final de la mesa o bien, perdería el carro. Buena jugada.
En el flanco de Orontas, éste al fin carga contra las ligeras de Ciro. Pero nada definitivo ocurre. Las LH de Ciro aguantan estoicamente, una y otra vez.
Finalmente, Ciro enseña sus colmillos. Carga a la LH de Orontas y a los Ax de Artajerjes. Como Orontas está luchando con las LH de Ciro en el extremo de la mesa, y tiene muy pocos PIPs, no puede apoyar demasiado bien la lucha, y Ciro se aprovecha. Artajerjes envía una peana de Ax para ayudar, pero no es suficiente. Mientras, en mi flanco, Tisafernes atraviesa las líneas de hoplitas por el hueco y ataca a la segunda línea, a los Ps que dan apoyo trasero. Un retroceso hubiera acabado con el general griego, pero la pendiente y los dados juegan a su favor y se mantiene en su sitio, rechazando a la caballería persa.
En mi flanco, los Ps griegos aguantan más de lo esperado. Hacen retroceder a mi general y rodean el carro falcado, pero ya estoy a un paso del campamento griego. Mientras, Ciro sigue haciendo daño en el extremo de las líneas de Artajerjes y Orontas, mientras que las LH de Ciro rechazan una y otra vez todos los ataques con flanqueo de Orontas. Eso sí que es motivación.

En el turno siguiente, Ciro se ventila dos Ax, y Artajerjes tiene que enviar a sus jinetes a cerrar el hueco. El destino conspira. Los dos hermanos están cada vez más cerca. La lentitud de Orontas en apoyar con sus tropas resulta clave. Aun así, Fernando se las apaña bien sólo con las tropas de Artajerjes. Aprieta los dientes, y lucha.Mientras, finalmente consigo ir ganando en mi flanco. Dos Ps mueren frente a mi general y aplastados contra su campamento. El mando griego está a una sola baja de romperse, y tengo caballería en la retaguardia de la línea griega. Es sólo cuestión de tiempo. ¿O no? Mientras, el tiempo se nos acaba en el centro. Ciro, aprovechando su mayor número de PIPs, consigue detener o zoquear a todas las plaquetas enemigas necesarias para no verse amenazado. Ciro, sin exponerse todavía, se dedica a solapar a un enemigo a cada lado, mientras sus fieros jinetes hacen el trabajo. ¡Así no hay manera!

Fernando decide usar otra táctica. Como vencer al escurridizo Ciro está muy difícil, comienza una fuerte ofensiva contra la infantería de éste, con la esperanza de obtener suficientes bajas para romper su mando. Dispone de más tropas, y más refuerzos. Su cambio da frutos. La infantería Ax de Ciro pierde su primera peana.
El centro de Artajerjes es un confuso y polvoriento combate. Las peanas van adelante y atrás. Ciro lleva una LH del extremo de su línea a reforzar su centro, y consigue, con éxito, matar a otra peana de Cv de Artajerjes. Ya no hay nada entre los dos hermanos, que están en contacto esquina con esquina. Sin embargo, Fernando no se amilanó. Decidió no retroceder con el Rey, sino llevar más peanas al combate de donde pudiera. El Rey de Reyes no podía huir ante su enemigo. Para colmo, la infantería de Ciro aguanta una y otra vez. Apenas pierde una peana más.
¡Los griegos se rompen! Tisafernes da buena cuenta de la última peana de hoplitas necesaria para romper a los griegos. Justo a tiempo, porque ese mismo turno había perdido a su tercera peana. Una más, y sería Tisafernes el roto. Pero los griegos desmoralizados ya no son una amenaza. El ejército rebelde se tambalea. Ahora todo depende de Ciro. Orontas consigue una buena tirada, y lleva LH a apoyar al Rey. La caprichosa Fortuna se decanta por uno u otro bando según el turno.

Fran, que estaba realizando una brillante aproximación a Artajerjes, en una maniobra difícil de imaginar, se coloca a su lado, con el mismo encaramiento, para pillar a la LH de Orontas que, contacta por una LH de Ciro, y solapada por un Ps, tras acudir al rescate del Rey, murió empujada contra el frente de Ciro.Y finalmente, Ciro, que fue más rápido en llevar apoyos al combate, pilla a Artajeres, y, cambiando la Historia, lo mata. Ciro es el nuevo Shahansha.
Asombrosa partida. Fernando se defendió con uñas y dientes y estuvo a punto al final de romper el mando de Ciro con su infantería. Sólo faltaron dos peanas más. Y los griegos, destruidos. Todo ocurrió al revés que la Historia.
Pero estamos muy contento con el escenario. Realmente pudo ganar cualquier bando. Pensamos que está muy equilibrado.
En fin, hasta la próxima.

Anábasis. La retirada de los Diez Mil. Parte II.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Saludos. Habíamos dejado a los infortunados mercenarios de Ciro sin mandos, sin patrón ni paga y con la misma esperanza de vida que la virginidad de una hermosa muchacha en el templo de Istar de Babilonia. Durante la noche en la que supieron que todos sus estrategos habían muerto, Jenofonte de Atenas tuvo un sueño premonitorio. Inspiradamente, se levantó, y descubrió que al igual que él, muchos otros soldados no podían volver a conciliar el sueño. Convocó entonces a los pocos capitanes que quedaban, y organizaron una asamblea a la que llamaron a todos los soldados, y entonces les habló. Les dijo que ya no debían seguir pasando miedo ante la incertidumbre. Que ya sabían quién era el enemigo, donde estaba, y también sabían luchar. Les inspiró de tal manera que los volvió a unir. Apelando a lo mejor de ellos, tal y como Ciro había hecho en su día, los soldados volvieron a reunir valor. A pesar de lo desesperado de la situación, no habían entregado sus armas. Que la desesperación y el miedo podían dar fuerzas inesperadas. Que podían ser escoria, sí, pero escoria acorazada, y todavía no habían sido derrotados.
Jenofontes organizó la reelección de los mandos y nuevos estrategos. Él mismo salió elegido, junto a Timasión, Janticles, Cleanor y Filesio. Finalmente, y dado que ninguno de ellos era espartano, uno que sí lo era, llamado Quirísofo, se “ofreció” también a guiar el ejército. Los demás aceptaron. Después de todo, los espartanos dominaban entonces todas las ciudades griegas.
Una vez reestablecido el mando, elaboraron el plan de actuación. Sabían que no podían volver por el camino que habían tomado por dos motivos: ya habían agotado los recursos de dichos territorios en el camino de ida, y tenían que vadear el Eúfrates. Si bien no era complicado en condiciones normales, la presencia de los enemigos hostigándoles y cambiando a voluntad los flujos de agua de los canales de la región, podía convertir aquella operación en una carnicería. De modo que decidieron buscar un nuevo paso fuera del alcance de Artajerjes: caminarían por el margen izquierdo del Tigris, remontándolo hasta las tierras altas, más allá de Asiria, donde la corriente del Eúfrates fuera muy pequeña y fácilmente vadeable. Si ahora echáis un vistazo a un mapa histórico de Mesopotamia, veréis que aquello suponía más de mil kilómetros antes siquiera de cruzar el río. De modo que apretaron los dientes y echaron a andar.

Por su parte, Artajerjes seguía con su política indecisa. No presentó resistencia a campo abierto, sino que cedió a Tisafernes doscientos jinetes y muchos honderos y arqueros para hostigar al enemigo. ¿Se equivocaba Artajerjes? En realidad, enfrentándose a los griegos, sólo estaba en juego su orgullo. Pero eso, para un iranio Rey de Reyes significaba mucho. Tal vez decidiera “ignorarlos” para no exponerse a nuevas derrotas. Les atacó, pero no con total decisión.
Tisafernes comenzó pronto el hostigamiento. Tras el primer enfrentamiento, en el que los hostigadores persas causaron mucho daño, protegidos por la caballería, Jenofonte, que dirigía la retaguarda de la marcha, tuvo que cargar contra ellos temerariamente. Por supuesto, no los alcanzó, pero ganó algo de tiempo. Esa misma noche comenzó la reforma del ejército. Para empezar, contaba sólo con un número reducido de peltastas. Necesitaba más hostigadores. Convocó a los rodios del ejército y pagándoles algo más, éstos hicieron de honderos. Como usaban proyectiles de plomo, tenían más alcance que los persas. Luego, aumentó el número de peltastas, organizó también a los arqueros y por último, consiguió reunir un pequeño escuadrón de cincuenta jinetes con caballos persas. De este modo, con tropas capaces de alcanzar a sus enemigos, siguieron avanzando.
Desde ese momento, Tisafernes y Arieo, que llegó con refuerzos, ya no fueron capaces de hacer mucho daño directamente. No obstante, siguieron hostigándoles, adelantándose y tomando cimas que controlaban el camino de los griegos, quemando aldeas y matando a las partidas de forrajeadores griegas que encontraran dispersas. Pero el grueso de los mercenarios siguió adelante.

Finalmente, llegaron al pie de las montañas de Asiria, que estaban habitadas por los feroces carducos (hoy conocidos como kurdos, según parece). Los carducos no respondían ante el Rey, y en sus montañas eran poco molestados. Se organizaban en tribus, y sus guerreros luchaban como hostigadores, equipados con arcos, debido a lo accidentado de la región. Eran extremadamente ágiles y rápidos. Sólo con gran inquietud, los griegos dejaron atrás la llanura y comenzaron la penosa ascensión al país de los carducos.
Cuando llegaron al primer poblado, los carducos huyeron llevándose lo que pudieron. Sin embargo, fueron a buscar a sus vecinos. Esa misma noche, emboscaron a los soldados de retaguardia y mataron a algunos. Cuando cayó la noche, los griegos acamparon, y observaron con aprensión cómo por todas las laderas a su alrededor, los carducos encendían decenas de hogueras. Les estaban observando. Tenían paciencia.
Los días que siguieron fueron terribles. Los mercenarios tuvieron que dejar atrás gran parte del bagaje que llevaban en carros, pues sólo acémilas eran capaces de transitar por lo caminos de la montaña. Por donde menos lo esperaban, los carducos aparecían y les disparaban. Sólo cuando los soldados se lanzaban hacia ellos, retrocedían y desaparecían ágilmente tras las rocas. Era muy difícil defenderse, porque la columna griega formaba una larguísima línea por estrechos caminos. Sin embargo, desarrollaron algunas tácticas muy útiles. Si los carducos atacaban a la vanguardia, se enviaba un mensaje a retaguardia. Desde allí, una fuerza especial de peltastas y hoplitas rodeaba las montañas y trataba de alcanzar posiciones más elevadas que los carducos para atacarlos y ponerlos en fuga, o atraparlos en dos frentes. Lo mismo hacía si atacaban la retaguardia o el centro de la línea. Sin embargo, una una lucha agotadora, y los carducos no dejaron muchos alimentos que pudieran tomar los griegos.

En unos días, vislumbraron por fin el camino que descendía hasta el valle del río Centrites, la frontera de los carducos con la satrapía de Armenia. Los griegos se animaron y alegraron, y apretaron el paso. Atrás habían dejado los cadáveres de muchos compañeros, algunos de ellos extraordinariamente valientes, aquéllos que dirigían los temerarios asaltos contra los feroces carducos. Pero pocos duran las alegrías a un mercenario griego perdido en Asia. Tan pronto como llegaron a la llanura del río, apareció en la ribera opuesta un ejército bastante grande enviado por el sátrapa, con muchos jinetes y numerosa infantería, compuesta por mardos, armenios y lanceros cálibes. Para colmo, el Centrites venía bien alto. Los soldados no hacían pie, y tenía el río casi sesenta metros de ancho.
Durante un par de días, ambos ejércitos se vigilaron, sin decidirse a hacer nada. Pero el tiempo corría en contra de los griegos. El invierno estaba llegando, y no tenían comida. La fortuna les sonrió, no obstante, cuando un joven encontró por accidente un vado algunos kilómetros río arriba. Quirísofo dirigió el grueso de las tropas hacia el vado. En la otra orilla, los jinetes les seguían. Mientras, Jenofontes seguía a la retaguardia con las tropas ligeras.
Entonando el peán y haciendo mucho ruido, Quirísofo lanzó las tropas al vado. Al mismo tiempo, Jenofonte lanzó a las suyas hacia atrás a toda velocidad, como si quisiera cruzar por el punto por el que habían llegado por primera vez al río. Los enemigos pensaron que los griegos pretendían cruzar por dos puntos y atraparlos en una pinza. Ante la confusión, retrocedieron, retirándose de las orillas, y ocuparon el camino principal que ascendía del río. Justo en ese momento, los carducos se lanzaron contra la retaguardia de Quirísofo, que todavía no había cruzado. Confusión. Lucha en varias direcciones. Órdenes complejas difícilmente transmitidas. Jenofonte deshizo entonces el camino andado para socorrer a Quirísofo. Con mucho valor, defendieron el vado mientras el grueso del ejército griego terminaba de cruzar. Quirísofo se lanzó entonces hacia el camino, mientras Jenofonte y sus peltastas y honderos se retiraban ordenadamente, aunque con bajas, por el vado, dejando a los carducos atrás. Los griegos estaban furiosos, y cargaron contra la caballería, que no aguantó mucho tiempo antes de volver grupas y retirarse. Cuando la infantería armenia vio a los hoplitas volviéndose hacia ellos con cara de pocos amigos, decidieron que ya tenían suficiente, y huyeron.

Así entraron por fin en Armenia. Llegaron al mismo tiempo que las primeras nieves, para su desgracia. Al día siguiente, el sátrapa de Armenia, Tiribazo, se acercó y decidió negociar con ellos: tendrían paso franco y les darían mercado, pero no debían destruir nada. Los griegos aceptaron. Avanzaron con guías hacia algunas aldeas. Sin embargo, un día capturaron a un espía persa, y en el interrogatorio les confesó que Tiribazo les preparaba una emboscada en las montañas que tenían delante. Decidieron por tanto enviar urgentemente y por sorpresa a los peltastas a tomar la posición que debía controlar Tiribazo para la emboscada. La operación tuvo éxito, y capturaron muchos caballos y la tienda donde iba a dormir el sátrapa, hecha de metales preciosos. Así cruzaron y se pusieron a salvo. Tiribazo, ante la bajada de las temperaturas, decidió dejar actuar al “general invierno”, y sin arriesgar más tropas, se retiró a observar.
Tres días más tarde, los griegos vadeaban las heladas aguas del Eúfrates sin mojarse más arriba de la cintura. Poco después comenzaron las tormentas de nieve. Un día, los griegos se despertaron, y la nieve les llegaba a la cintura.
El avance desde allí fue penoso. Las acémilas se morían de frío. Muchos griegos se dejaban caer en la nieve, agotados y helados, y se negaban a seguir avanzando, abandonándose a la muerte. Pies helados. Orejas y narices congeladas... Debían descalzarse de noche para que las correas de las sandalias no se les clavaran en la piel. Fiebre. Enfermedad... Alimento para los buitres en la siguiente primavera, cuando la nieve se retirara y descubriera los cadáveres. Los carroñeros también sabían esperar.

Por fin llegaron a la región de Capadocia y sus famosas casas subterráneas. Aquí, los habitantes les dieron cobijo en las cuevas. Jenofonte describe aquí sus costumbres y modo de vida.
Aquí descansaron unos días antes de seguir.
Algunas jornadas más adelante, en los límites septentrionales de Armenia, les aguardaban tropas de infantería de cálibes y taocos, pagados por el sátrapa, en una cima que controlaba su camino. Aquí Jenofonte describe un “pique” entre espartanos y atenienses. Jenofonte reta con sorna al espartano Quirísofo a que “robe” la cima a los enemigos, ya que en Esparta se les enseña desde niños a robar (léase en “La República de los Lacedemonios”, de Jenofonte). Quirísofo replica, con cierto ingenio: “Oh, pero yo he oído que los atenienses premian con cargos importantes a los que mejor roban dinero público. Prueba tú, entonces, ya que eres ateniense”.
Tras tomar la cima, avanzaron hasta llegar al país de los Taocos. Este pueblo ofreció mercado a los griegos, y éstos les compraron numerosas reses para tener comida en las siguientes etapas. Así, llegaron al país de los cálibes, que tenían armaduras de lino y esparto y portaban largas lanzas. Los cálibes se encerraron en sus fortalezas, y no dieron mercado a los griegos. Éstos no encontraron comida en el territorio, y consumieron lo que habían tomado a los taocos.
Por fin salieron del país de los cálibes. La vanguardia griega subió al monte Teques, y se produjo un gran griterío. Los soldados de retaguardia se inquietaron, y marcharon rápidamente. Jenofonte describe entonces la alegría de aquellos famélicos, agotados y diezmados hombres, porque desde la cima, hacia el norte, vieron el mar. Los griegos lloraron, y elevaron allí un trofeo. Bajaron entonces llenos de alegría, porque pensaron que ya estarían casi en casa. Habían llegado a a la costa norte de Anatolia, donde ya había muchas colonias griegas, como Heraclea o Sínope. Pero estaban muy equivocados.

Tenían todavía que avanzar por la costa hacia el oeste hasta llegar a estar frente a Tracia, en la entrada al Ponto Euxino. El camino pasaba por las colonias y territorios bárbaros alternativamente. Peo, para empezar, las colonias griegas no los recibieron precisamente con los brazos abiertos. Éstas habían establecido delicadas relaciones con los pueblos autóctonos vecinos, con los que comerciaban. La irrupción de un enorme ejército de griegos hambrientos, sin dinero y armados hasta los dientes no podía ser vista con buenos ojos. Les convenía, por tanto, para que los hombres de Jenofonte no saquearan cada región, darles mercado. Pero los mercenarios no tenían mucho dinero, y eran muchos para sostenerlos durante muchos días. Por lo tanto, la principal preocupación de las colonias era que los mercenarios siguieran su camino sin armar jaleo. Para ello, pusieron en práctica diversas políticas, unas amistosas y otras más hostiles, con resultados dispares.
En primer lugar, los mercenarios llegaron a Trapezunte,(también conocida como Trebisonda) colonia griega en la Cólquide. Comenzaron a saquear a los colcos, pero los trapezuntios intervinieron enseguida, ofreciendo mercado y acogiendo a los mercenarios. Al principio, todo fue bien, y el ejército votó por seguir el camino por mar. La colonia les cedió algunos barcos. En uno de ellos, Dexipo y unos cincuenta hombres huyeron y nunca más supieron de él el resto de los mercenarios. Quirísofo tomó otro, y argumentando que él conocía a Anaxibio, jefe de la flota peloponesia, podría traer barcos. Tampoco supieron de él en mucho tiempo. Con el otro, Polícrates de Atenas comenzó a dedicarse a la piratería, asaltando y capturando barcos para transportar a todo el ejército. Pero eran insuficientes, y mientras el ejército consumía los recursos de la región. Cuando ya no hubo comida en las cercanías, los trapezuntios se ofrecieron a guiar a las expediciones de forraje del ejército, pero no los guiaban a lugares fáciles de atacar, (tenían que cuidar sus relaciones con los colcos, después de todo), , sino que los llevaban contra tribus lejanas más hostiles, como los drilas.
Como seguían sin tener noticias de Quirísofo, Jenofonte se dio cuenta de que debían seguir el camino por tierra, ya que no quedaban más recursos en la región. Malhumorados, los griegos volvieron a ponerse en marcha.
Atravesando territorios de mosinecos y tiberenos, llegaron a la colonia de Cerasunte. Aquí, uno de los capitanes del ejército, desobedeciendo la orden de no saquear el territorio, atacó a algunas aldeas de bárbaros aliados de los cerasuntios. Los embajadores de la colonia llegaron con protestas al campamento. La tensión no cesaba de aumentar, y el camino se ponía cada vez más difícil. Tuvieron que seguir adelante.

Las noticias del avance de los mercenarios corrían veloces, y a donde llegaban, cada vez estaban más preparados. Además, la desconfianza dentro del ejército aumentaba antes las recientes muestras de indisciplina y traición por parte de algunos de sus compañeros. Su moral estaba por los suelos.
Jenofonte sabía que tenía que seguir adelante, y, siendo consciente de que las colonias estaban interesadas en que marcharan rápidamente, les enviaba mensajes por delante, ordenando que arreglaran caminos o les dieran barcos. Incluso pensó en fundar una nueva colonia con el ejército, como alternativa, pero sus hombres ya no querían estar más tiempo lejos de sus hogares.
De modo que, cuando las noticias llegaron a Sínope, que estaba todavía a muchas jornadas de distancia, los mercaderes decidieron enviar barcos al ejército para que salieran cuanto antes del Ponto. Los griegos se alegraron de esto, y, recogiendo sus escasos bagajes, montaron en las naves en la colonia de Cotiora, y se hicieron a la mar, en dirección al oeste. Cada noche tenían que acampar en tierra, pero aun así, el avance por mar fue mucho más rápido.
Una vez los griegos pasaron Sínope y llegaron a las costas de los paflagonios, encontraron a Quirísofo, que en una trirreme, había vuelto de ver a Anaxibio. Sólo les informó de que el espartano les felicitaba y les informaba de que cuando llegaran a Heraclea, serían de nuevo contratados para el ejército lacedemonio.
Desde ese momento, se sintieron muy seguros, y por lo tanto, las distintas procedencias del ejército comenzaron a pesar. Ya no eran griegos, sino un conjunto de arcadios, atenienses, rodios, etc. Los mercenarios decidieron elegir un único estratego para guiar al ejército. Se lo propusieron a Jenofonte, pero éste lo rechazó diciendo que era insensato que si había sólo un líder, éste no fuera espartano, ya que éstos ahora eran los dueños de todos los griegos. Quirísofo fue elegido entonces.
Pero éste no era apreciado por todos. Cuando la expedición llegó por fin a Heraclea, cerca ya de la entrada del Ponto, abandonaron los barcos, y el ejército se fragmentó: arcadios y aqueos por un lado, Quirísofo con los soldados más afines a los lacedemonios, por otro. Por último, Jenofonte y los soldados más sensatos, por su lado.
Pero por separado, los fieros mercenarios se volvieron vulnerables. Mientra Jenofonte planeaba la salida de la región, los demás se dedicaron a saquear y atacar a los bitinios. Pero habían olvidado que todavía estaban en territorio del Rey. La satrapía estaba al mando de Farnabazo, que había susituido a Ciro el Joven. Y Farnabazo era un guerrero astuto. Cuando los bitinios se le quejaron de las molestias y los daños que causaban los griegos, Farnabazo organizó su ejército con numerosos jinetes, y estudió los movimientos de los griegos. Esperó al momento adecuado, y en un ataque brutal, aisló un cuerpo de mercenarios, y los atacó hasta exterminar a quinientos hoplitas: más bajas que en la batalla de Cunaxa.
Rápidamente, los mercenarios llamaron al ejército de Jenofonte para que acudiera en su rescate, pues se habían dado cuenta de que ya no podían seguir separados. Éste acudió al rescate de los restantes hombres, y rechazó en batalla al ejército de Farnabazo. Éste no se decidió a atacar viéndolos fuertes, ya que, aunque podía vencerles, resultaría muy costoso y no habría ganancia alguna. Siguió hostigándolos sin arriesgar mucho, y entonces jugó la carta de la política, lo que también hacía muy bien.



Los mercenarios estaban ya muy cerca del Bósforo. Farnabazo contactó con Anaxibio, jefe de la flota peloponesia. Los espartanos debían muchos favores a los persas, y en aquellos momentos, mientras trataban de afianzar su recién conseguida hegemonía sobre todos los griegos, no estaban interesados en enfrentarse al sátrapa. Por lo tanto, Farnabazo no tuvo muchas dificultades en conseguir que Anaxibio exhortara a los griegos para que cruzaran el Bósforo y pasaran a Bizancio, ya fuera de Asia. Anaxibio no debió resultar muy caro de sobornar, seguramente. Envió embajadores al ejército, diciéndoles que si llegaban a Bizancio, tal y como había dicho Quirísofo, recibirían soldada y serían incorporados al ejército. Llenos de esperanza y alegría, los que quedaban de los Diez Mil navegaron hasta Bizancio, después de elegir a otro líder, Cleandro, que les prometió darles en mano la soldada. Jenfonte, mientras, desconfiando, se separó del ejército y comenzó a pensar en su propio retorno a Atenas.
Pero una vez en Bizancio, Anaxibio no cumplió su promesa para con los mercenarios. No les pagaba soldada. Muchos, desesperados, vendieron sus armas y se dispersaron por la ciudad. Otros comenzaron a causar tumultos. Pero no tendrían suerte. Estaban malditos. Artajerjes II los había marcado, y ningún persa los contrataría. Tampoco lo haría ningún harmoste espartano si quería llevarse bien con los persas. Juntos, habían luchado contra el Gran Rey y le habían humillado, y habían cruzado una ruta infernal hasta llegar a Bizancio, pero no habían obtenido más beneficio que su propio pellejo surcado de cicatrices y un buen número de historias que contar. Eran un estorbo para todos los bandos. Anaxibio les ordenó salir de la ciudad, con la amenaza de vender como esclavo al que encontraran dentro de la ciudad al final del día. Los soldados, agotados, sin dinero y sin patrón, de nuevo eran traicionados. Sólo que en las afueras de la polis comenzaba Tracia, país rico y lleno de feroces tribus. Los soldados no tenían ni las fuerzas ni la moral para atravesar el país. Se rebelaron en la ciudad cuando quedaban ya pocos dentro, y entonces, el harmoste de Bizancio se dio cuenta de lo peligrosos que eran aquellos hombres, que ya no tenían nada que perder. Entonces, se acordó de Jenofonte. Lo hizo llamar para que intercediera por aquellos hombres, y Jenofonte llegó a Bizancio. Por entonces, el rey tracio sin trono Seutes había contactado con él, y se mostró interesado en contratarlos. Con Seutes estaba Dexipo, el traidor, que abandonó a sus compañeros tras prometerles regresar con barcos, y que no dejaba de injuriar a Jenofonte ante Seutes. Aun así, el ateniense consideró que aquella era la mejor opción, y tomando de nuevo el mando del ejército, aplacó su ira y les condujo fuera de Bizancio, hacia el campamento de Seutes. Así empezó la última campaña de los Diez Mil.
Seutes había sido destronado por una tribu tracia, y estaba reuniendo un ejército con la ayuda de su valedor, el rey Medósades. Cuando supo de los soldados de Ciro, consideró que era una buena oportunidad para reforzar su ejército. Les prometió una buena soldada, y los contrató.
Pronto se dieron a valer los experimentados y fieros mercenarios. Tribu tras tribu, fueron derrotándolos hasta que sus jefes tuvieron que pactar con Seutes. De repente, los hostiles se convertían en amigos. Seutes avanzó imparable hasta sus antiguos dominios, y cuando llegó, había conseguido tantos nuevos aliados que ya superaban en número a los griegos. Entonces fue cuando el tracio comenzó a pensar que tal vez podía ahorrarse la soldada de los griegos. Ya tenía muchos hombres, y en caso de que se rebelaran contra él, podía hacerles frente.
Los griegos se volvieron hacia Jenofonte, y muchos clamaban que el ateniense les había engañado. Indignado, Jenofonte suplicó ante Seutes que no les traicionara, y que cumpliera sus juramentos. Seutes se había dejado envenenar contra Jenofonte por Dexipo. Pero el ateniense apeló a su honor. El discurso de Jenofonte ante Seutes es una preciosidad, y merece la pena que lo leáis.

Finalmente, Seutes accedió a pagarles en especie: ganado, algo de oro y esclavos para vender, pues el tracio argumentó que no tenía más oro con que pagarles. Furiosos por el desaire, los mercenarios aceptaron, aconsejados por Jenofonte.
Pero en aquellos meses, la guerra entre Esparta y los sátrapas Farbanazo y Tisafernes había comenzado, y el rey Agiselao preparaba una expedición a Asia. Buscaron a los mercenarios para enrolarlos. Como peones de un partida de ajedrez, volvían a ser requeridos para lugar contra los persas.
Cuando salieron de Tracia, Jenofonte no tenía dinero ni para volver a Atenas. Cruzó el Bósforo llegó a la región lidia, buscando a Tibrón para entregarle el ejército. Por el camino, asaltó una posición defensiva de uno de los generales persas, Asidates. Con un puñado de hombres, asedió su torre, perforó el muro y tomaron gran botín. Entre tanto, llegaron refuerzos persas, y los griegos tuvieron que retirarse luchando y protegiendo el gran botín que habían obtenido.
Por fin se reunieron con Tibrón. Los soldados se despidieron de Jenofonte, y le dieron muchos regalos en agradecimiento. Y así, enrolados de nuevo al mando de Tibrón y posteriormente, Agiselao, y cerca de donde había comenzado su ascensión hacia el Rey, terminó la historia de los Diez Mil. Cito el final: “ La suma del recorrido completo ascendió a doscientas quince etapas, treinta y cuatro mil seiscientos cincuenta estadios. El tiempo transcurrido, un año y tres meses.”

La importancia de la Anábasis se comprendió bien cuando el documento cayó en manos de Filipo de Macedonia y su hijo, Alejandro. A lo largo de sus páginas, Jenofonte describe con detalle el camino para invadir Asia: los lugares adecuados para alimentarse, la distancia entre aldeas, el tiempo de respuesta de los ejércitos y guarniciones persas y de otros pueblos bárbaros... Alejandro aprendió también cómo luchar contra los carros falcados, dónde cruzar el Eúfrates, y, sobre todo, qué debía hacer para convertirse en rey de los persas, y no sólo en conquistarlos. Alejandro aprendió que si quería sustituir a Darío III, debía enfrentarse a él en el campo de batalla y vencerle, para que los nobles persas pudieran aceptarle como nuevo líder. Por eso, la danza mortal del ejército macedonio en la llanura de Gaugamela tenía como fin que Alejandro llegara a Darío y lo matara. Lo demás no tenía importancia.



LOS DIEZ MIL PARA DBA.
En Fanaticus, Greg Kelleher posteó un ejército para representar a los Diez Mil, balado en la lista II/5i, sin caballería y con tres psilois como opcionales.
http://www.fanaticus.org/DBA/armiesofthefanatici/GregKelleher/Xenophon/index.html
Personalmente, después de leerme el libro, me parece una propuesta bastante acertada, y a continuación, ampliaré la adaptación.
Para empezar, debería aparecer la opción de Cv en lugar de una Sp, para representar a los jinetes que organizó Jenofonte.
Luego, la peana obligatoria de psiloi debería representar a arqueros y honderos rodios.
Las otras dos peanas opcionales, salvo Sp, podrían ser perfectamente Ax o Ps. En las batallas contra los carducos, los peltastas hicieron funciones tanto de Ps, hostigando a distancia, como Ax, buscando el combate cuerpo a cuerpo contra el enemigo, incluso incorporando hoplitas en formación dispersa a su número. Por lo tanto, una de las peanas podría perfectamente ser Ax. Yo diría que la lista ideal sería:
1Sp(gen), 1 Cv, 7 Sp, 1 Ps (honderos), 1 Ps (peltastas), 1x Ps o Ax (peltastas).

Anábasis: La retirada de los Diez Mil. Parte I.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Saludos. Hoy hablaremos de una de las mayores aventuras de la Antigüedad: la fallida rebelión de Ciro el Joven y la desesperada huida de sus diez mil mercenarios griegos desde el corazón del imperio persa de vuelta hacia Grecia. El mejor relato de estos hechos lo encontramos en la obra de Jenofonte, en su “Anábasis”, ya que fue el propio Jenofonte el que tomó el mando del ejército y dirigió el retorno de los soldados. Obviamente, la obra es mucho más grande y rica de lo que puedo resumir en estas páginas, y por ello recomiendo encarecidamente que os la leáis. Seguro que no os arrepentiréis.

La historia comienza con la muerte de Darío II Oco, en el 404 a.d.C. Según Jenofonte, Darío tuvo dos hijos con Parisátide: Artajerjes, el mayor, y Ciro, el pequeño. Artajerjes era el sucesor. Ciro, unos años antes, había sido nombrado por Darío sátrapa de Frigia. Pero Parisátide prefería a Ciro, que desde luego era mucho más capaz e inteligente que su hermano. El caso que el sátrapa de Lidia y Caria, Tisafernes, buscando el favor del nuevo rey, denunció a Ciro como conspirador ante Artajerjes. Parisátide, desesperada, intercedió por él ante su primogénito, defendiendo la inocencia de Ciro. Ya fuera real o no el complot contra Artajerjes, el Gran Rey cometió dos errores: primero detuvo a su hermano y a punto estuvo de ejecutarlo... Pero luego se detuvo, le perdonó y le devolvió el gobierno de su satrapía. Ciro, el epítome del orgullo, el valor y las virtudes iranias, tomó la decisión de no vivir más tiempo bajo el gobierno de su hermano.

Bueno, estamos ahora en Grecia en el año 401 a.d.C. Cuatro años atrás, Esparta, gracias a la ayuda activa de Tisafernes y el propio Ciro, los dos sátrapas de la costa de Asia Menor, había ganado las guerras del Peloponeso, derrotando a Atenas, y extendiendo su dominios por toda la Hélade. Las polis se ven obligadas a recibir a los harmostes o gobernadores espartanos, y a participar en las campañas que ordenara Esparta. Mientras, el joven y astuto Ciro les observaba, y hacía sus planes.

Después de la denuncia ante Artajerjes, las relaciones de Tisafernes y Ciro, cuyas satrapías eran vecinas, eran abiertamente hostiles. Ciro, un gran animal político, había sabido atraerse las simpatías de todos los pueblos sobre los que gobernaba, además de las de las ciudades helenas de la costa jonia, que estaban controladas por Tisafernes. Voluntariamente, Jonia se entregó a Ciro, salvo Mileto. Tisafernes atacó a las ciudades, y esta fue la excusa que tuvo Ciro para comenzar a reunir tropas delante de las mismísimas narices de Artajerjes II. Ya fuera mal aconsejado, o bien deliberadamente cegado por Parisátide, Artajerjes se reía de las guerras entre Ciro y Tisafernes. Como los tributos le seguían llegando enviados por su hermano, creía que mientras ellos dos estuvieran así ocupados, no harían planes para rebelarse contra él. No se extrañó, por lo tanto, cuando Ciro comenzó a reunir tropas de entre los pueblos vecinos, ni cuando comenzó a contratar generales griegos mercenarios, ni tampoco algunas guarniciones. Eran pocas tropas. No representaban un peligro.

Pero Ciro sólo mostraba parte de su juego. Porque al otro lado del mar Egeo, en Grecia, comenzó a cobrarse los favores que había hecho a los espartanos durante las guerras contra Atenas. En secreto, contrató a los mejores generales y les dio dinero para que reunieran un ejército de mercenarios como nunca se había visto. El mejor de ellos era un espartano exiliado, brutal y terriblemente aficionado a la guerra, llamado Clearco. Su llamamiento atrajo a griegos de muchos sitios: arcadios, árgivos, tebanos, aqueos, espartanos, rodios, atenienses... Uno de éstos últimos, con el grado de capitán, era Jenofonte.

A su debido tiempo, Ciro convocó a sus tropas. Todas sus guarniciones, destacamentos y exploradores que tenía dispersos por numerosas plazas se convirtieron de repente en un ejército enorme. Con la nueva excusa de realizar una campaña contra los siempre levantiscos písidas, Ciro, después de tener bastante controlada la satrapía de Tisafernes, penetró en Lidia y se dirigió hacia el interior. Comenzó así la “ascensión” hasta el interior de Asia (en griego, “ascensión” se dice “anábasis”. Se decía entonces “subir a ver al Rey”). Tisafernes, al ver los preparativos de su rival, huyó de su región y se dirigió hacia la corte del Gran Rey, para avisarle de que no creyera a Ciro: el ejército que había organizado se dirigía contra él.

Hay que aclarar que Ciro mantuvo engañado a todos los soldados, salvo a los mandos de su confianza. Ni griegos ni bárbaros estaban dispuestos a atacar por las buenas al Gran Rey en el corazón de su imperio. Todos estaban convencido de la campaña contra Pisidia. Sin embargo, cuando pasaron de largo, comenzaron a sospechar. Jenofonte describe una de las mejores escenas de su obra: los soldados, sintiéndose engañados, lanzan piedras al general Clearco cuando éste pasa cerca de ellos, y lo hacen huir hasta su tienda. Luego, Clearco se presenta con lágrimas en los ojos ante ellos y les dice llorando que confíen en él, que no piensa engañarles: auténtico carácter “mediterráneo”, oiga.

Sin embargo, conforme el camino avanza, todos se van dando cuenta. ¿Cómo consiguió Ciro que su ejército no desertase? La respuesta es sencilla: carisma. Ciro era un gran guerrero y político. Se rodeó de los mejores profesionales, los mejores colaboradores. Los agasajaba, se portaba honradamente con ellos. Cumplía con la palabra que daba. Muchos espías de Artajerjes habían sido “convertidos” por la astucia y el buen hacer de Ciro. Así, cuando llegó el momento de la verdad, Ciro no les ocultó sus planes por más tiempo, les pidió su ayuda y les prometió enormes recompensas. Luego les dio libertad para elegir. Y ellos le creyeron: porque si había alguien capaz de triunfar en aquella aventura tan audaz y peligrosa, era aquel persa. El resultado: griegos y bárbaros de su ejército se peleaban por el honor de cruzar el Eúfrates en primer lugar.

Artajerjes, informado por Tisafernes, no se mantuvo ocioso, y reunió un ejército ENORME. Decidió esperar a su hermano en Cunaxa.

Formaron en la llanura. Los mercenarios griegos ocuparon el flanco derecho de Ciro, junto al río Eúfrates. La caballería paflagonia protegía el extremo de la línea. A la izquiera, se puso Arieo, un ayudante de Ciro, con las tropas bárbaras de frigios y misios. En el centro, una veintena de carros falcados y Ciro, con sus seiscientos jinetes: la élite de la caballería persa: los mejores caballos, las mejores armas y armaduras...

Pero el ejército de Artajertes era tan grande que el centro de su línea, donde estaba él mismo, desbordaba el ala izquierda de Ciro, cuya línea era mucho menor. Miles de jinetes en el flanco izquierdo (frente a los griegos), dirigidos por Tisafernes. Un enorme centro con arqueros persas, lanceros egipcios, montañeses kurdos, soldados takabara, más arqueros. Entre ellos, Artajerjes con su caballería, todos con armaduras teñidas de blanco: seis mil expertos jinetes bien equipados y entrenados... Organizado por tribus, cada componente del ejército estaba formado en un denso cuadro. Por delante de ellos, cientos de brutales carros falcados, diseñados para destrozar a los soldados de las falanges... El mayor ejército jamás visto desde Jerjes I invadiera Grecia. Su visión sobrecogió al ejército rebelde. Se hizo el silencio.

Entonces, Ciro, arrojando su yelmo, se situó al frente de sus líneas y arengó a sus tropas. “Seguidme”, les dijo, “si vencemos aquí, estará todo hecho”. Y aquel cúmulo de hombres de distintas naciones, con distintas lenguas, creyó sus palabras, rugió, y se lanzó al ataque.

Una gran nube de polvo se levantó cuando los carros falcados de Artajerjes se lanzaron contra las líneas de hoplitas. No vacilaron. Ciro había enseñado bien a Clearco, y éste había adiestrado a sus hombres: cuando los carros les alcanzaron, los griegos abrieron pasillos entre sus filas, y las terribles máquinas pasaron entre ellos casi sin hacerles daño. Los peltastas dieron buena cuenta de ellos. Entonces, los hoplitas, a doscientos metros de distancia de los enemigos, entonaron el peán, y lanzaron el grito en honor del Einalio. Cargaron contra la caballería de Tisafernes y la infantería bárbara, golpeando lanzas contra escudos para espantar a los caballos. Como una marea imparable, los diez mil mercenarios ganaron impulso. Y sus enemigos no pudieron soportarlo. Tisafernes ordenó una retirada hacia el río, dejando descubierta a la infantería. Éstos, takabara casi todos, tampoco presentaron resistencia: huyeron. Como un inmenso dominó, el flanco izquierdo de Artajerjes se deshacía ante el empuje de los mercenarios.

Los generales felicitaban a Ciro. Los más entusiastas ya le jaleaban como Gran Rey mientras veían desintegrarse el ejército enemigo. Sin embargo, no se dejó llevar por el entusiasmo. Vigilaba a su hermano. Intentaba localizarle. Así pudo ver que el centro del ejército de Artajerjes comenzaba a pivotar hacia el flanco izquierdo de los griegos, que, al haberse adelantado, quedaba expuesto. Entonces supo lo que tenía que hacer. Llamando a sus jinetes, Ciro y su escolta salieron disparados hacia los seis mil jinetes que acompañaban a Artajerjes. Debía proteger a los griegos, y debía matar al Rey. Sabía que no había otra manera. Aunque ganara la batalla, no había sitio en Asia para dos reyes. Artajerjes no debía abandonar con vida el campo de batalla.

Los hombres de Ciro, vestidos de rojo, se lanzaron contra los jinetes de Artajerjes, con las armaduras pintadas de blanco. Como un relámpago, Ciro y sus jinetes acorazados rompieron sus líneas. Fue un choque brutal, precedido por el vuelo mortal de las jabalinas. Cuando éstas se agotaron o se rompieron, los jinetes tiraron de cuchillo. Fue tal su empuje que toda la caballería de Artajerjes, aunque muy superior en número, no aguantó y se dio a la fuga, perseguidas por la escolta del joven sátrapa. Fue entonces, cuando en la confusión, Ciro distinguió a su hermano. “Veo al hombre”- exclamó a sus fieles, y sin darles tiempo para que le protegieran, espoleó a su caballo hacia él.

Para Artajerjes, el tiempo debió detenerse. Entre el polvo y los jinetes en retirada, los gritos de los heridos y los relinchos de los caballos, cubierto de sangre de sus enemigos, Ciro emergió como una terrible aparición, lanzado hacia él. Sólo tuvo tiempo de que un escalofrío recorriera su espalda cuando su hermano le acometió empuñando su corta lanza. Luego, un impacto, y algo húmedo y caliente, sangre del Rey de Reyes que manaba desde dentro de la coraza real. ¡Estaba herido! Luego, un grito, un pestañeo, y algo que pasaba velozmente junto a su cabeza e impactaba en el hermano rebelde.

Transcurrió un segundo, y Artajerjes se vio sobre su caballo. Sin embargo, la montura de su hermano estaba vacía. Ciro el Joven, admirado y querido por sus amigos, y temido por sus enemigos, agonizaba en el suelo con el penacho de una flecha asomando por su ojo. Antes de que pudiera ordenar nada, los “comensales” de Ciro, los siete persas de máxima confianza, se abrieron paso y rodearon el cuerpo, defendiéndolo hasta su último aliento. Uno a uno, cayeron junto a su líder, hasta que el último, Artapetes, pie en tierra y manteniendo a raya a sus enemigos, sintiéndose ya agotado, se arrodilló junto a Ciro y se degolló con su propia espada.

Sólo uno de ellos no murió allí. Se llamaba Arieo, y al ver morir a Ciro, huyó junto algunos de sus hombres.

Allí murió Ciro el Joven, un hombre que causó verdadera impresión en Jenofonte, que lo tomó como modelo de virtudes y ejemplo de ética y de gobernante, como podemos leer en la Anábisis. La sombra de Ciro el Joven planea sobre la imagen de Ciro el Grande, creador del imperio persa, que Jenofonte describió en otra de sus obras: “La educación de Ciro” (o “Ciropedia”). Pero volvamos a Cunaxa.

Los mercenarios seguían avanzando sin saber que Ciro había muerto. Dejaron la batalla atrás y se lanzaron contra el campamento del Gran Rey. Éste, mientras, puso en fuga al resto del ejeŕcito de Ciro, y también se lanzó contra el campamento rebelde.

Los griegos vieron entonces que sus enemigos estaban a sus espaldas, y que podían cargarles por la retaguardia. Dieron media vuelta, y tomaron el camino de su campamento. Toda sus provisiones estaban allí, y sin ellas, estarían perdidos.

Tisafernes se reunió con Artajerjes, y decidieron no cargar de frente contra los griegos. Deshicieron el camino que habían hecho, hasta quedar frente al flanco derecho de los griegos. Clearco ordenó desplegar el ala, y así formaron una nueva línea, pero con el río a sus espaldas. Una vez ejecutada la maniobra, de nuevo cargaron, y pusieron de fuga otra vez a sus enemigos. Ni caballería ni infantería se les opuso. Entonces, después de todo un día de batalla, los griegos invictos, regresaron sin oposición a su campamento, esperando reunirse con Ciro victorioso. Allí pasaron la noche.

Pero Ciro no llegó. La primera noticia les llegó de parte de Arieo. Ciro estaba muerto. Él había retrocedido hasta el campamento anterior al de la batalla. Les informó de que les aguardaría un día, y luego tomaría el camino de regreso a Jonia. Entonces, los griegos se dieron cuenta de la verdadera situación: eran diez mil mercenarios en una tierra extraña y desconocida, a miles de kilómetros de sus hogares, rodeados de enemigos. Su campamento y sus bagajes habían sido saqueados y apenas tenían provisiones. El hombre que les había llevado hasta allí, el único que había mostrado su afecto, respeto y admiración hacia ellos, el que había sabido sacar lo mejor de cada uno, estaba muerto. Muchos pensaron que pronto le harían compañía.

Poco después, el Rey comenzó a enviar emisarios. Siguieron unos días de terrible incertidumbre para los griegos. Para empezar, había un conflicto cultural. Los griegos habían ganado la batalla. Según su punto de vista, el campo les correspondía, y si Ciro había muerto, Arieo debía ser el nuevo rey. Incluso enviaron un emisario al campamento de Arieo proponiéndole que volviera y tomara la corona. Imaginad la sorpresa del persa al darse cuenta de lo ciegos que estaban los griegos. Por supuesto, les respondió que ningún noble persa le seguiría, de modo que rechazaba la oferta. Sin embargo, bajo el punto de vista persa, una vez muerto el sátrapa rebelde, Artajerjes era el vencedor, sin importar lo que ocurriera en los combates. Por lo tanto, el primer mensaje del Gran Rey fue: “He vencido. Entregadme las armas”. Por supuesto, Clearco respondió lo que todo general griego ansiaba poder decir algún día: “Si quieres nuestras armas, ven a quitárnoslas”.

Pero el caso es que Clearco sabía que no tenía más provisiones, y que habían consumido todas la que habían encontrado en su camino, de modo que no podía regresar a Grecia por la misma ruta. Y tampoco tenía guías para buscar otra. De modo que hizo una oferta a los persas: si con el dinero de Ciro habían hecho frente a Artajerjes, con el dinero de Artajerjes podían hacer frente a los egipcios, que se habían rebelado de nuevo recientemente. En principio, parecía un buen trato. Pero aun así, griegos y bárbaros no confiaban en solucionar así las cosas. Porque aquellos mercenarios habían humillado al ejército del Gran Rey. Eran una afrenta que no podía permitirse un persa. Si Artajerjes dejaba escapar con vida a aquellos hombres, posiblemente debilitara su posición entre otros persas, ya que podría interpretarse como un signo de su debilidad. No pocos nobles simpatizaban en secreto con Ciro, y le veían mucho más capaz que a Artajerjes.

Artajerjes parecía dudar. Perdonó a Arieo y le pidió que mediara con los griegos. Mantuvieron todos una tregua mientras los griegos comenzaron a avanzar. Luego, intentó otro acuerdo, y Clearco soltó otra de sus grandes frases: “Di a tu rey que todavía no hemos almorzado, y por los dioses juro que los griegos no negociaremos con el estómago vacío”. Los persas les llevaron a unas aldeas llenas de provisiones, y les proporcionaron guías. Arieo y sus tropas marchaban cerca de ellos. Por un par de días, todo pareció ir bien.

Sin embargo, la creciente buenas relaciones entre Arieo y Artajerjes pronto levantaron sospechas entre los griegos. Cada vez se dejaba ver menos por el campamento griego, y sus hombres se portaban cada vez con más altivez e insolencia. Hubo algunas trifulcas entre persas y griegos. Hubo misteriosos mensajeros que avisaban a los centinelas griegos de un ataque persa al amanecer. Hubo mucho insomnio. Esto hizo sospechar a muchos. Podría estar gestándose una traición. ¿Acaso eran necios al pensar que el Rey les dejaría marchar indemnes? Los griegos se reunían con los embajadores, y cada vez obtenían más promesas y garantías… Pero cada vez sentían también más miedo. Eran demasiadas promesas. Todo era demasiado fácil.

Sin duda, Artajerjes no sabía como gestionar aquella crisis. Los griegos eran muy poderosos, y no se sentía con fuerza para atacarles en batalla campal. Dejarles marchar era lo más fácil, pero el orgullo le escocía allí donde no es posible rascarse. Seguramente cambió de idea muchas veces, hasta que al final, confiando en sus consejeros, convocó a los generales mercenarios y a los capitanes. Se presentaron con un pequeño destacamento. Una vez en su tienda, los capturó a traición y los decapitó. Unos jinetes se lanzaron sobre la escolta de los griegos, y éstos se dieron a la huía. Allí murieron no sólo Clearco, a quien sus hombres temían más que al enemigo, sino también otros generales: Próxeno de Beocia, Menón de Tesalia, el infame, etc. Jenofonte hace un interesante retrato de estos personajes con unas pocas frases al final del capítulo II.

Sólo uno de ellos llegó al campamento griego, sujetándose las tripas con las manos. Agonizando les contó lo que había ocurrido. Entonces se presentó Tisarfernes, y dijo a los griegos que Clearco había muerto por faltar a sus juramentos. Los soldados preguntaron entonces por los demás generales, pero Tisafernes dio media vuelta sin aclarar nada más.

Para muchos, aquello significaba el fin. El Rey había decidido. Iban a morir allí.

Aquella noche fue la más terrible. No sabían qué iba a pasar. No tenían mandos. No tenían comida ni dinero. Sólo tenían miedo.

Sin embargo, aquella noche, uno de los capitanes, un ateniense llamado Jenofonte, dio una cabezada, y en sus sueños, oyó retumbar el trueno de Zeus. Entonces despertó de un salto, inspirado por su visión.

De cómo los griegos iniciaron su larga retirada versará el siguiente capítulo de esta serie.


BATALLA DE CUNAXA PARA DBA.

Bueno, Cunaxa tiene sin duda el principal hándicap para representarse en DBA: la enorme desigualdad numérica de ambos ejécitos. Sin embargo, creo que merece la pena hacer un experimento “arriesgado”.

Ejércitos

El jugador que lleve a Artajerjes jugará con la lista II/7, persas queménidas tardíos. En las opciones, sólo podrá llevar una peana de lanceros. El resto de las opcionales serán Ax.

El jugador que lleve a Ciro, también llevará persas aqueménidas tardíos, pero TENDRÁ SÓLO SEIS PEANAS: Cv(gen), que será Ciro; 3 Sp, que serán los mercenarios griegos, 1 LH (jinetes paflagonios) y 1 Ps (peltastas griegos).

Escenografía

No habrá tirada para escoger lado. En uno de los flancos, y perpendicular a las zonas de despliegue de cada jugador, se dispondrá un río (el Eúfrates), lo más próximo al borde lateral que permitan las reglas. En esta región, el Eúfrates alimentaba muchos canales, y era vadeable en algunas zonas, por lo que no puede considerarse un WW.

Además, se dispondrán un par de colinas fáciles y una difícil, de tamaño medio y a no más de 200 pasos de cualquier borde del tablero. Cunaxa era una llanura escogida por Artajerjes para la lucha a campo abierto.

Reglas especiales

Se usarán las reglas habituales de desarrollo de la partida, con las siguientes variaciones.

a) Artajerjes, el Indeciso.- Artajerjes no es demasiado bueno como general. Por ello, su radio de mando será de sólo 600 pasos en cualquier circunstancia.

b) Las negociaciones de Ciro: Ciro se ha ganado la simpatías de muchos nobles persas, incluso dentro del círculo de confianza de Artajerjes. Por ello, el jugador que lleva a Ciro obtiene un 6 en la tirada de PIPs, una unidad de Cv enemiga que no haya combatido todavía, y que no sea la del general, pasará a su bando. En ese mismo turno, podrá gastar PIPs en empezar a moverlo según sus intereses.

c) “Veo al hombre”.- Ciro y sus hombres son los mejores jinetes del imperio. Su maestría y determinación le hacen verdaderamente temible. La peana de Ciro sumará +2, en lugar de +1, cuando luche contra alguna peana de Cv enemiga.

Condiciones de victoria

Artajerjes ganará aplicando las condiciones de victoria habituales. Ciro, también, pero, además, si muere Artajerjes, ganará independientemente del número de bajas que lleve.

Una época oscura IV: los Medos.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Saludos. Esta semana daremos un saltito hacia Oriente para conocer qué estaba pasando por aquellos lares en los siglos inmediatamente anteriores al comienzo de la era Clásica, es decir, antes de que el imperio de la dinastía aqueménida surgiera.
Tal vez pueda llegar a confundirnos el título de este artículo, ya que los medos parecen estar unidos indisolublemente al imperio persa, pero veremos que antes de Ciro el Grande, esto no era así. Sin embargo, persas y medos sí tienen algo en común: son pueblos iranios, y por lo tanto, hablaban una lengua indoeuropea. Y esto nos lleva a la siguiente cuestión: ¿quiénes son estos pueblos iranios?

Remontémonos tres milenios en el tiempo. Estamos en el 2000 a.d.C., en la región que hoy día es la frontera de Kazajistán con Turkmenistán y Uzbekistán. Esta región, una llanura entre el Mar Caspio y el Hindu Kush, en cuyo centro encontramos el Mar de Aral, es la zona donde los pueblos iranios nacerán como etnia. Bien, refresquemos un poco la memoria. Al sureste de esta zona encontramos las culturas del valle del Indo, los Melukhakan, con sus impresionantes ciudades. Al oeste, Elam (misterioso imperio de la región de Persia sobre el que no he podido encontrar casi ninguna información), Sumer y Acad, en plena efervescencia. A la luz de estas grandes civilizaciones urbanas, desde el 2500 a.d.C. se ha desarrollado una intensa cultura urbanas en las laderas de los montes, a lo largo del camino que por el que Sumer y Melukhakan comerciaban. Posiblemente se configuraran como Ciudades Estado, controlando las aldeas circundantes y, sobre todo, los oasis a lo largo de los ríos de la llanura. Esta cultura urbana producía exquisita artesanía en bronce y cerámica, y dominaba la agricultura, con técnicas de regadío muy desarrolladas.
Posiblemente también conocieran el calendario, necesario para conocer las épocas de siembra y reproducción mejor para sus rebaños. Es posible que estuviera más relacionada con los elamitas, que hablaban su propio idioma, no relacionado con el sumerio ni con ninguna otra lengua.
Al norte están las llanuras del centro de Asia, donde los pueblos indoeuropeos se dedican a la vida nómada, criando caballos y desplazándose sobre carros ligeros. Conocían también el bronce, y ya poseían una clase noble experta en la lucha con ellos. Estos pueblos son el último ingrediente que nos hace falta.

Bien, decíamos que, aproximadamente a partir del 2000 a.d.C., los pueblos indoeuropeos de la estepa comienzan a infiltrarse hacia el sur (recordemos que faltan dos siglos todavía para las invasiones de los arios indoeuropeos en el valle del Indo y la de los casitas en la región de Sumer y Acad). ¿Qué efecto tuvieron estos pueblos esteparios en esta región? Pues, aunque no hay registros escritos, la arqueología revela que, en un principio, las culturas urbanas que dominan las laderas y los oasis comienzan a desaparecer, y sus asentamientos son sustituidos por pequeñas aglomeraciones de cabañas. Ya fuera por las primeras incursiones de los pueblos de la estepa o porque el clima fue cambiando y secando los ríos, esta cultura urbana se desplazó hacia el sur, perseguida, mezclada y agitada por pueblos esteparios. Si seguís este camino en un mapa histórico, llegaréis a una región legendaria: Bactriana.
En este momento aparece una nueva cultura que desde Bactriana, y a lo largo de quinientos años, se extiende hacia Margiana, el extremo sur de Irán e incluso las regiones más occidentales de la actual Pakistán. Esta cultura, según la arqueología, comienza a mostrar rasgos mixtos de los pueblos esteparios y de la población original sedentaria del periodo anterior en cuanto a sus restos materiales. Los asentamientos también cambiaron, pues, si ya no eran las ciudades ordenadas y grandes que habían existido antes de la llegada de los invasores indoeuropeos, sí adquirieron un tamaño considerable. Además, se aprecia en ellos diferenciación entre edificios particulares y talleres de artesanía, y otros públicos, como lugares de adoración y altares. Estos asentamientos tomaron una forma muy característica: aproximadamente cuadrangulares, con torreones circulares en las cuatro esquinas. Alrededor de estas fortalezas, se desarrollaron pequeñas aldeas.

Como no existen registros escritos de esta época, nos queda sólo imaginar el modo en que la fusión cultural entre estos pueblos se produjo. Se sabe que el pueblo indoeuropeo llegó sobre carros, guiados por una aristocracia guerrera. El arma fundamental era el arco, aunque también tenían hachas de bronce. Criaban ganado y su riqueza se medía en cabezas de ganado, sobre todo vacuno. Estos indoeuropeos añadieron a la tradición agrícola y ganadera de los pueblos autóctonos, el caballo doméstico, y una nueva serie de costumbres funerarias, y, tal vez debido a su posición política dominante (pues el poder militar los convertía directamente en líderes políticos), el idioma indoeuropeo. Sin embargo, se fueron mezclando con los demás, a diferencia de lo que ocurrió con los vedas en el valle del Indo (sistema de castas) o con los casitas, o con la aristocracia indoeuropea al mando de los hurritas en el reino Mitanni. Los pueblos autóctonos, por su parte, aportaron su economía básicamente agrícola y sus conocimientos de regadío e ingeniería. De esta mezcla es de donde surge la etnia irania, que se distingue de las demás ramas indoeuropeas como escitas o vedas, en que sí se adaptó a la vida básicamente sedentaria, aunque combinando la cría de caballos, y manteniendo una importante tradición guerrera.
Esta cultura adquirió tanta influencia que llegó a impregnar a los pueblos que se habían quedado en las llanuras, al sur, que también fueron “iranizándose”, aunque entraran y salieran de la esfera de influencia de esta región. Este proceso funcionó básicamente a nivel cultural. Es decir, no debemos pensar que este concepto de “iranio” se centrara sólo en el aspecto físico. Lo más seguro es que en el crisol de aquella región, se combinaran individuos de aspecto más o menos “claro” indoeuropeo con otros de cabellos y ojos oscuros, dándose todas las combinaciones posibles entre ambos extremos, por supuesto.
Cuando comenzó la Edad de Hierro, estos pueblos siguieron prosperando, y fue entonces cuando construyeron los famosos “qanats”, canales subterráneos de irrigación que transportaban el agua desde las colinas. Mientras Elam entraba y salía de la Historia, y los Vedas se expandían por el valle del Indo, haciendo caer en el olvido la gloria de la antigua cultura de aquella región, y mientras los casitas primero, y los asirios después, controlaban Mesopotamia, los iranios prosperaban en la órbita de todos ellos. Comenzó también a diferenciarse entre los mismos iranios dos ramas fundamentales: los pueblos que finalmente optaron por la cultura sedentaria (medos, persas, etc.) y los que siguieron viviendo como soberanos de las llanuras (partos, maságetas, alanos, saka o escitas orientales, etc.). Los carros fueron abandonándose, y en cambio, se fueron criando caballos cada vez mayores, capaces de cargar con el peso de un jinete, corriendo a gran velocidad, incluso con armaduras. La caballería de choque equipada con lanzas comenzó a nacer entre los maságetas, por ejemplo, mientras que en Media se criaba una nueva raza de caballos de pelo negro, los corceles niseanos, a lomos de los cuales, la nobleza meda, y luego la persa, marcharía a la guerra. Pero las técnicas agrícolas permitieron a los iranios “sedentarizados” , como medos y persas, adquirir una ventaja sobre los demás: un incremento sustancial de los recursos humanos, concentrados geográficamente, además, y una fuente potencial de riqueza.

Bien, tras esta introducción al nacimiento de los pueblos iranios, centrémonos en el de referencia: los medos, que entran en la Historia a partir del siglo VII a.d.C. Dice Herodoto que los se componían de seis tribus distintas: busas, paretacenos, estrucates, arizantos, budios y magos. Antes de este momento, estas tribus vivían en sus ciudades-fortaleza aisladas, pero indómitas. De entre las tribus, surgió un líder, el primer rey medo, Deyoces, que las unificó en una sola nación, fundó la ciudad de Ecbatana, en la frontera con el imperio asirio (Herodoto describe sus hermosos siete círculos de murallas, cada uno con torreones pintados de distinto color, según el nivel). Deyoces, además, estableció el primer protocolo de su corte, y creó una red de espías, llamados “ojos del rey”, que dispersó por todos sus dominios. Esta “institución” seguiría en uso durante el gobierno de los reyes aqueménidas. También comenzó a recopilar leyes escritas.
Su forma de gobierno se inspiró en parte en la de los vecinos asirios, que basaba el control de sus conquistas en el poder militar.
Deyoces gobernó cincuenta años, y a su muerte, su hijo Fraortes tomó el poder. De sus veintidós años de gobierno, Fraortes tomó dos decisiones de gran repercusión histórica: la primera, lanzarse a por la conquista de las tribus persas, que, en las zonas limítrofes de los dominios elamitas, y situados al sur de los medos, se habían convertido en un pueblo poderoso. Para entonces, los persas llevaban mucho tiempo en contacto con los elamitas, adquiriendo muchas de sus tácticas militares basadas en arqueros a pie, y también habían tenido sus primeros líderes. Uno de ellos se llamó Aquemenes, y dio nombre a la dinastía persa que imperaría sobre los medos. No obstante, en aquella ocasión, Fraortes venció a los persas, y así se anexionó un buen número de tierras y de recursos humanos.
La segunda gran decisión de Fraortes no fue tan afortunada. Uniendo su ejército al persa, marchó contra los asirios de Nínive. Los medos habían juzgado que en aquel momento, en el que el imperio asirio se estaba descomponiendo (en el 655, Egipto, que había sido conquistado por Asiria, se rebeló contra el imperio, y en el 652 hubo otra revuelta en Elam y los estados sirios) eran vulnerables. Sin embargo, Fraortes fue derrotado. Murió en combate, junto a la mayor parte de su ejército.
Sin embargo, lo asirios estaban muy ocupados intentado mantener su imperio para aprovechar la victoria sobre los medos, de manera que siguieron siendo independientes. Entonces, los escitas irrumpieron en la región, y no pudieron detenerlos. Durante veintiocho años gobernaron de facto en Asia, desde Media hasta las puertas de Egipto (donde el faraón Psamético pactó con ellos para que no invadieran el país del Nilo). Aprovechando los años de debilidad y descomposición del imperio asirio, los poderosos escitas, (como vimos en Hijos de las llanuras I: los escitas) camparon a sus anchas, y a los monarcas locales sólo les quedó “tragarse el sapo”.

Mientras, al trono subió el hijo de Fraortes, Ciaxares, que gobernó entre el 624 y el 585 a.d.C. Ciaxares fue el gran monarca de los medos. Decidido a controlar de verdad su reino, urdió un plan. Se ganó la confianza de los escitas y convocó a los principales líderes escitas a un banquete, y se aseguró que bebieran hasta quedar inconscientes (para lo cual tampoco es que hubiera que empujarles mucho, vamos). Luego los degolló, y así las tribus quedaron descabezadas, y por fin pudieron ser expulsadas de nuevo a las llanuras.
Entonces Ciaxares comenzó una serie de grandes reformas entre los medos. Reorganizó el ejército, para empezar. Hasta entonces, dice Herodoto que arqueros, lanceros y caballería luchaban todos juntos. Ciaxares los separó por contra por cuerpos y función, y también organizó las levas y el reclutamiento, posiblemente inspirado por el todavía poderoso ejército asirio.
Una vez hecho esto, Ciaxares lanzó una campaña contra Asiria, que en aquellos años (alrededor del 615 a.d.C.) se batía a muerte contra el nuevo poder caldeo de Nabopolassar de Babilonia.
Aprovechándose de la situación, los medos irrumpieron en escena. Tomaron Arrapha en el 615 a.d.C. y, una año más tarde, y ante la sorpresa de los contendientes, Assur, la antigua capital asiria, y una de las primeras ciudades-estado totalmente militarizadas, fue asediada, tomada y destruida por Ciaxares.
Mesopotamia era demasiado pequeña para que tres grandes reinos la gobernaran, y por lo tanto, dos de ellos se aliaron contra el tercero. Nabopolassar, rey de Babilonia y Ciaxares, rey de los medos, entendieron que les convenía más aliarse y acabar por siempre con los asirios, de modo que el ejército combinado de ambos llegó hasta las murallas de Nínive, a la que asediaron, tomaron y destruyeron hasta los cimientos. La siguiente vez que Nínive fuera mencionada para la Historia sería como las misteriosas ruinas que había al sur de la llanura de Gaugamela, donde Alejandro Magno venció a Darío III.

Con los asirios fuera de juego, Ciaxares no se arriesgó todavía a entrar en guerra contra Babilonia. En el 610 a.d.C. conquistó Arrán, en la actual Turquía, aprovechando que su ejército estaba por allí. Luego, Decidió aguardar a un mejor momento para no enfrentarse a Babilonia, y aprovechó para extender su gobierno hacia el este, hacia Bactriana, imperando sobre muchas otras naciones iranias. Luego, deseando extenderse hacia el oeste, se dirigió hacia sus dominios de Armenia y Turquía, y en el río Halis, atacó al reino de Lidia, que había surgido en el siglo VIII a.d.C., al oeste de dicho río, en la actual Turquía.
Durante la batalla, se dice que hubo un eclipse total de sol que transformó el día en noche. Ambos contendientes se asustaron tanto que la batalla se detuvo, y con la mediación de Babilonia, Ciaxares y Aliates, rey de Lidia, establecieron un tratado de paz. Esto ocurrió en los primeros años del siglo VI a.d.C.
Ciaxares murió en el 585 a.d.C., y su hijo Astiages subió al poder. En aquel momento, el poder de Asia estaba repartido entre Babilonia, Lidia, Egipto (dinastía saíta) y Media. Según parece, ninguno se sentía más poderoso que los demás, de modo que todos estaban interesados en mantener la paz. Se establecieron distintos tratados y alianzas matrimoniales entre ellos. Esto detuvo el expansionismo medo. Y así comenzó a declinar su poder.

Como os decía, los medos desarrollaron su forma de gobierno a partir de sus contactos con los asirios. Éstos gobernaban apoyados exclusivamente en su ejército, de modo que, si presentaban alguna debilidad, los territorios conquistados tendían a rebelarse. Esta inestabilidad fue contagiada a los dominios medos. En este momento, la hermana de Astiages, Mandane, fue casada con Cambises I, rey de los persas, hijo a su vez de Ciro I. Hijo de Cambises y Mandane nació Ciro II, que lideraría una rebelión contra los medos aprovechando la traición de algunos nobles medos contra su rey, y que arrebataría para siempre la hegemonía sobre los iranios a los medos. Este Ciro II sería conocido como Ciro el Grande, y fue el creador el Imperio Persa Aqueménida. El resto, es de sobra conocido (léase “El imperio persa”).
Los medos sin duda asentaron las bases para el dominio persa. Sin embargo, cabe destacar otra interesante aportación de este pueblo iranio: el mazdeísmo. La religión antigua irania era la misma que la de los vedas, es decir, básicamente politeísta. La tribu de los magos (al igual que la tribu de los levitas, de los judíos, o la casta de los brahmanes védicos), se había convertido en el guardián de las tradiciones religiosas, y todos los sacerdotes procedían su seno. Sin embargo, en algún momento entre el 1000 y el 600 a.d.C., entre los medos surgió una reforma religiosa, liderada por la misteriosa figura de Zoroastro (o Zaratustra). La aportación de Zoroastro es exclusiva y original de los iranios, y en un primer momento, hizo tambalearse el poder religioso de los magos. El mazdeísmo se basaba (y esto seguro que os es familiar) en el dualismo: el bien contra el mal, pretende sin duda explicar el dolor y las injusticias del mundo, contra las que predica un estricto sistema ético y una religiosidad con un fuerte carácter “interior”, es decir, tiende a eliminar la intermediación de los sacerdotes de los magos. Además, el mazdeísmo trata de explicar qué ocurre después de la muerte, e introduce la idea original del juicio de los muertos, tras lo cual los malos arden para siempre en el fuego, y los buenos suben a un paraíso. Tal vez penséis que este pensamiento se halla en muchas religiones, pero es en la región irania donde se da por primera vez, extendiéndose a otros pueblos y religiones.
En efecto, si leéis por ejemplo el Antiguo Testamento, seguro que echaréis en falta referencias a la vida más allá de la muerte. El texto ignora por completo qué ocurre tras la muerte. Tened en cuenta que los hechos del Pentateuco pertenecen aproximadamente al siglo XII a.d.C., mucho antes del nacimiento del mazdeísmo.
Sin embargo, los persas, que adoptaron el mazdeísmo, lo extendieron por toda Asia, y además, no intentaron imponerlo. Ciro el Grande, tras tomar Babilonia, dejó que los judíos volvieran a su tierra, pero ya los sacerdotes de ambos cultos habían estado en contacto. La idea del juicio después de la muerte es tan impactante que ya no habrá monoteísmo que se precie que no contemple este asunto en sus bases (excluyo al Budismo, ya que no es un “monoteísmo” estricto).
Con el paso del tiempo, los magos intentarían retomar su poder, de modo que, ya que no podían borrar el mazdeísmo, sí aprovecharon la desaparición de su profeta para ir “divinizando” cualidades del dios Ahura Mazda, de modo que se pudieran ir adorando por separado como múltiples dioses. De ese modo, el mazdeísmo se fue transformando de nuevo en un “politeísmo” informal (vamos, como el catolicismo actual, con Dios y todos los santos, cada uno dedicado a un aspecto determinado de la vida).
Si bien el mazdeísmo llegó a influir en el judaísmo, cristianismo y por ende, el Islam, también estuvo detrás de un culto que llegó a rivalizar con el cristianismo en el imperio romano. En efecto, durante el periodo Sasánida, los sacerdotes persas recuperaron el mazdeísmo, adaptándolo, y poco a poco evolucionó hasta engendrar al culto a Mitra, la deidad solar. Este culto se hizo tan popular en el Impero Romano que se dice que Constantino dudó entre éste y el cristianismo para fijar la religión oficial del Imperio.

Bueno, ahora comentaremos las listas de DBA para los medos. Concretamente, este pueblo iranio está plasmado en la lista I/40, Medos, aunque también representa otros pueblos iranios, como Zikirtu, Andia o Parsua, es decir, Persia, antes de que dominaran a los medos. Tiene tres opciones:
a) La primera opción cubre el periodo más antiguo. El general puede ser Cv o Lch, como los más antiguos nobles iranios. El resto son cuatro peanas de Cv, la caballería meda de los nobles, seis peanas de Ax y una peana de Ps. Si seguimos las indicaciones de Herodoto, los Ps serían arqueros, y las peanas de 3Ax deberían incluir dos miniaturas con lanza y un arquero, ya que por aquella época, no estaban separados todavía.
b) Esta opción cubre el reinado de Fraortes y su campaña contra Parsua y Asiria. El general sigue siendo Cv o Lch, pero ahora hay una peana menos de caballería noble meda. Luego hay cuatro peanas de 4Sp y otras cuatro 2Ps, que son arqueros. La evolución de Ax a Sp es en mi opinión algo arbitraria. Desde luego, todavía no estaban separados arqueros de lanceros. Puede deberse tal vez a un mayor papel de la infantería sobre la caballería. Después de todo, medos y persas llegaron a ser muchos en número, y las levas englobarían cada vez más tropas de infantería. Yo me he hecho este ejército y en mis peanas de lanceros he incluido una miniatura de arquero.
c)Esta opción representa el ejército de Ciaxares, donde sí están todos los cuerpos diferenciados. Sin cambios en la sección de caballería, ya aparecen tropas procedentes de los dominios medos. Hay una peana opcional entre 2LH (jinetes escitas dominados al fin por Ciaxares) o 3Ax (tropas procedentes de Armenia y Turquía). Luego hay 4 peanas de lanceros medos (sin arqueros entre ellos), 2 peanas de arqueros (separados por fin de los lanceros) y una peana de psiloi, que pueden ser arqueros hostigadores medos, caspios o de cualquier otra región del dominio medo.
Las marcas con persas tempranos son las adecuadas para este las minis de este ejército. No hay que olvidar que los persas adoptaron la vestimenta médica (la de los pantalones, la túnica de mangas largas y la capucha), pues permitía montar a caballo mejor que la vestimenta tradicional persa, más influida por las túnicas elamintas. Un persa clásico vestía exactamente igual que los medos. Por lo tanto, nos valen Xyston, Magister Militum, Essex, etc.