Mostrando entradas con la etiqueta partos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta partos. Mostrar todas las entradas

Informe de batalla: Partos vs Imperio Romano Medio

lunes, 29 de diciembre de 2008

Saludos. Esta vez, y para despedir el 2008, os dejo la primera partida que jugamos en la nueva tienda del hobby en La Línea: "El caballero ebúrneo", donde esperamos jugar en el futuro muchas muchas batallas.
Bien, los contendientes fuimos mi colega el "Capitán" con su magníficamente pintado ejército romano de Corvus Belli (lástima que no veáis bien las paenulae) y mis partos de Chariot. Ambos fuimos a medias asistidos y vilipendiados por el audaz Santi, retoño del Capitán, que aparece en las fotos.
He aquí el despliegue:
Mi ejército aparece en primer plano. Yo salí defensor, y al igual que Surena, decidí luchar en terreno estepario. Coloqué el terreno difícil en las esquinas, con objeto de mantener alejado del centro romano a los auxilias, y sobre todo, a sus temidos arqueros. El Capitán escogió precisamente aquel extremo del campo, lo que me hizo sospechar que plantaría la batalla a la defensiva.

Puse psilois en mi flanco izquierdo y ligeras en el derecho. Mi centro consistía en más ligeras y las tres peanas de catafractos. El Capitán ocupó los terrenos de sus flancos con las auxilias y arqueros, y el centro con los legionarios y los equites. Entoces, vi que su Bw quedó frente a mis ligeras del flanco, por lo que las cambié de posición por los psilois del otro flanco, quedando el despliegue como véis en la foto. Una vez terminados los preliminares, nos lanzamos al ataque.


Mi plan era lanzar mis catafractos contra sus equites (Cv), a ser posible en línea con mis ligeras, para que éstas distrajeran a los legionarios. Obviamente, tenía que proteger el flanco derecho de los catafractos, y allí destiné dos ligeras y dos psilois, que se enfrentarían a dos LH romanas que se habían adelantado en el flanco izquierdo del Capitán.
De momento, todo iba bien. El centro romano se adelantó, dejando atrás a los auxilia de su flanco derecho. Esto me convenía. Yo superaba su frente con mis LH, y para igualarme, tendría que sacar a sus Ax de su flanco derecho a terreno fácil. Si no lo hacía, podría envolver el flanco de los legionarios. Si lo hacía, podía cambiar el peso de mi ataque hacia los Ax, entreteniendo a los legionarios con una o dos de mis LH. Pero no todo eran buenas noticias: para mi desgracia, su Bw comenzó a avanzar en su flanco izquierdo para cubrir el flanco de sus Cv y las LH adelantadas. No obstante, yo creí tener ambos flancos estabilizados, y avancé sin miedo por el centro.
Llegaron entonces los primeros combates. En mi flanco derecho, me las apañé

para que el Bw sólo pudiera disparar al Ps, mientras organizaba una defensa más consistente en su posición. En el centro, mis catafractos chocaron con fuerza contra la caballería romana, y comenzaron a empujar y empujar. Mientras, las demás LH y el general parto mantenían estrechamente vigilados a los legionarios. En mi flanco izquierdo, contacté con el legionario del extremo, pero hizo huir a mi LH.

Los combates prosiguieron. En el centro, mis catafractos seguían empujando a las Cv, separándolas por fin de los legionarios. Mientras, mis LH y el general parto luchaban con éstos. En mi flanco izquierdo, los Ax se veían tentados, pero la falta de Pips del Capitán los mantuvo en terreno difícil. Tenía el flanco de los legionarios para mí. Pero los problemas los tuve en mi flanco derecho. El Capitán había enviado al Ax que faltaba, y consiguió dejarme a una LH solapada por ambos lados. Ésa fue la primera que murió.
Mi flanco derecho estaba tocado, y parecía cuestión de tiempo que cayera. Apreté los dientes y seguí combatiendo en el centro. El general parto mató al simple a una peana de Bd, persiguió y ésto dejó a una Cv romana solapada por ambos lados. Por fin, también cayó ante otro catafracto. El general romano estaba sólo frente a dos peanas de catafractos, y mi general, en un flanco de los legionarios. De repente, los días felices habían vuelto.

Pero de nuevo se torcieron las cosas. En mi centro, una LH empató con los legionarios, y en el siguiente turno me cerraron la puerta y murió. Otra salió huyendo. Y en mi flanco derecho, mi segunda LH murió ¡Mi flanco dependía de dos Ps! En aquel momento, el resultado era 3 bajas contra dos, a favor del romano.


Aquí ya no pude hacer más fotos, pero desde la anterior puedo describir en final de la batalla:
Seguí empujando inofensivamente al general romano, al que no conseguía doblar. Mi general cargó a un legionario por el flanco, matándolo al simple. Ya estábamos 3 a 3. Entonces, reorganicé mi flanco derecho formando una línea de psilois, para así poder resistir algún turno más y mientras, conseguir mi última baja con mi general o mis otros dos catafractos. Pero al alejar a los Ps de mi flanco, el Bw quedó fuera de toda zona de control. Se dio entonces la vuelta y, aprovechando que el empuje del catafracto en combate había dejado atrás, sin dar solape, al otro catafracto, aprovechó para dispararle por la retaguardia, haciéndole retroceder y matándolo en el acto. 4 a 3 a favor del Capitán, para alegría de Santi.
Conclusión: una partida dura e igualada. Replegar a los Ps para hacer una línea me costó la partida, pero me pareció mejor opción que dejar a un Ps solo delante de un Bw y con dos LH a distancia para flanquearme y envolverme. Si mi catafracto hubiera sobrevivido al turno de disparo, posiblemente hubiera hecho una baja empujando a su general contra el campamento (¡un solo retroceso más!) o contra otro legionaro usando a mi general.

Grandes Batallas I. Carrhae, 53 a.d.C.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Saludos. Iniciamos aquí una nueva serie en la que analizaremos con más detalle algunas batallas de la Antigüedad. Hoy comenzaremos con la batalla de Carrhae, que enfrentó a romanos y partos en el año 53 a.d.C. Empezaremos por analizar los acontecimientos que derivaron en esta terrible batalla.

En Roma estaba en vigor el primer triunvirato, con tres cabezas visibles: Julio César, Pompeyo, y Marco Licinio Craso. Sin ánimo de ser exhaustivo, podemos decir que estos tres senadores se repartieron los poderes proconsulares en las provincias romanas por sorteo. Julio César siguió en la Galia, donde ya había triunfado, cubriéndose de gloria. Pompeyo recibió la autoridad sobre Hispania (es decir, todas las provincias peninsulares), y Marco Licinio Craso, la provincia de Siria. Sobre la personalidad de Craso cabe destacar sus desmedidas ambición y avaricia. Cuando fue nombrado procónsul de Siria, enroló un número enorme de soldados y tropas de diferente procedencia. Era obvio que planeaba algo más que quedarse en Siria y explotar la región, pero en el Senado no se hablaba de ningún plan de invasión de las tierras del imperio parto. La postura oficial de Roma era de neutralidad hacia ellos, ya que Sila, hacía algo más de 30 años que había firmado un tratado de paz con ellos, fijando el Eúfrates como frontera natural entre los dos imperios. Los partos habían respetado escrupulosamente aquel tratado, al igual que los romanos, hasta que Craso llegó a Siria. Sin embargo, en el Senado se comenzó a sospechar de Craso, y, aunque sin éxito, Craso salió de Roma con la oposición de éste. Incluso un tribuno de la plebe lo maldijo.

Craso, que se veía a sí mismo como un nuevo Alejandro Magno, había hecho planes para invadir Oriente. Llegó con sus tropas a finales del 54 a.d.C., y, utilizando la sorpresa, cruzó el Eúfrates y avanzó rápidamente por Mesopotamia. Tomó algunas ciudades prácticamente sin lucha, ya que no se esperaba guerra con Roma. Sólo en Zenodocia, una pequeña ciudad, encontró resistencia, pero sus habitantes fueron vencidos y vendidos como esclavos.
Luego, tras esta primera incursión, volvió sobre sus pasos, dejando pequeñas guarniciones en las ciudades tomadas (siete mil infantes y mil jinetes en total), dirigiéndose de nuevo a Siria para pasar el invierno.
Aquel invierno se dedicó a recaudar impuestos y enrolar efectivos locales (arqueros sirios, por ejemplo). Sus métodos hicieron que la población local lo odiara, y Craso encontró una fuerte oposición. No obstante, se alió con el rey armenio Artabaces, que prometió a Craso 30.000 soldados de infantería y 6.000 jinetes (muchos de ellos del tipo catafracto).

Mientras, el rey parto Osroes no perdió el tiempo. Craso, con su pésimo plan, había mostrado sus intenciones hostiles y luego se había retirado, dando tiempo a los partos para reorganizarse y recuperarse de la sorpresa. Osroes tenía un valioso general, muy joven, pero extremadamente hábil, llamado Surena. Entre los dos prepararon la estrategia defensiva. Mientras, Osroes también intentó una salida diplomática en paralelo. Envió un embajador a Craso, indicando que si la invasión era iniciativa de una sola persona y no del Senado, la retirada de las guarniciones de las ciudades recién ocupadas sería respetada por los partos. Podrían irse en paz. Craso, torpemente, reveló sus intenciones contestando con mucha prepotencia. Ya nada podía evitar la confrontación.

Craso recibió sus últimos refuerzos: 1000 jinetes eduos (celtas) enviados por César, al mando de Publio, hijo del propio Craso. Partió de nuevo hacia las tierras de los partos con siete legiones, 4000 jinetes y 4000 tropas de apoyo locales, principalmente arqueros sirios. Artabaces se presentó con una vanguardia de 1000 soldados, y planearon la ruta de avance. Artabaces, juiciosamente, indicó a Craso que debía marchar por el sur de Armenia, con los flancos protegidos por las colinas y terreno difícil que allí había. Este territorio dificultaría mucho el modo de combate parto, y además, estaba bien provisto, por lo que a sus legiones no les faltaría nada.
Sin embargo, Craso, con el juicio cegado por su ambición, sabía que si hacía caso a Artabaces, éste tendría que recibir una buena recompensa por los servicios prestados. De hecho, Artabaces intentaba simplemente aprovechar la conquista romana para su propio lucro y para aumentar sus territorios. Por ello, Craso decidió avanzar por Mesopotamia, un terreno árido, desértico y llano, totalmente abierto, lo que favorecía a los partos. Artabaces, que era lo suficientemente inteligente para olfatear el desastre al que un general con tan poco juicio como Craso podía dirigir a sus tropas, se retiró de la partida. Amablemente, indicó que como Craso se dirigía al sur, la ruta de entrada a Armenia quedaría abierta para los partos, por lo que no podría marchar junto a Craso. Retiró sus tropas hacia Armenia, previendo el contraataque de Osroes.

Cuando estas noticias llegaron al rey parto, terminó de perfilar su estrategia. Sin terminar de creerse la buena suerte que tenían, Osroes dividió su ejército. Él se quedó con toda la infantería (tropas ligeras básicamente) y algo de caballería. Su intención era penetrar en Armenia para cortar cualquier apoyo que Artabaces pudiera enviar a Craso. Mientras, Surena, con un ejército de 10.000 arqueros a caballo y 1.000 catafractos, se encargaría del incauto Craso en las abiertas llanuras. Luego, Osroes envió un mensajero a cierto individuo. Si el mensaje era entregado con éxito, los romanos caerían en sus manos.

Craso cruzó el Eúfrates a toda prisa bajo una terrible tormenta, con el río amenazando desbordarse, y con una colección de terribles presagios acompañando su marcha (relámpagos que caían en las zonas elegidas para acampar, estandartes que se giraban con el viento, etc.). Envió una avanzadilla a explorar, que, a su regreso, informó que lo que les aguardaba era terreno baldío, y que habían detectado huellas de una importante fuerza de caballería que se retiraba. Craso interpretó que los partos huían. En esto, apareció en el campamento un rey nabateo llamado Akbaro. Había servido con anterioridad a Pompeyo, y Craso confió en él. Lo que no sabía es que Akbaro era el destinatario del mensaje enviado por Osroes. Akbaro estaba interesado en una derrota romana, pues la presión fiscal sobre sus ciudades por parte de los gobernadores romanos comenzaba a hacerse agobiante.
Akbaro, con una escolta de 1.000 jinetes, convenció a Craso de que marchara hacia el sureste, a través del desierto, hacia la ciudad de Nicéforo. Despistó a Craso informándole erróneamente de que no había ningún ejército parto tan al norte: que Osroes estaba desaparecido (cuando en realidad estaba entrando en Armenia), y que Surena trataba desesperadamente de organizar una precaria defensa. Si atravesaban el desierto en esa dirección, Craso se ahorraría algunos días de marcha, y que, debido a la sorpresa, podría derrotar a Surena fácilmente. Y el procónsul romano, que ya se veía victorioso, mordió el anzuelo.
Craso ignoraba casi todo acerca del modo de batalla parto. Sin saberlo, entraba en un territorio totalmente favorable a las tropas montadas de Surena. Ansioso por llegar a Nicéforo, ordenó a sus tropas marchar al paso de la caballería. A través del desierto, esta orden equivalía casi a un suicidio. Cuando se adentraron lo suficiente en el desierto para que Craso estuviera aislado de recursos y de zonas donde guarecerse, Akbaro, argumentando que iría de avanzadilla para proteger la ruta de los romanos, se largó con sus jinetes. Por supuesto, no volvieron a verles. Craso ni siquiera entonces creyó que había sido engañado.
No obstante, los exploradores romanos dieron informes de huellas de caballos, demasiado cerca ya de los romanos. Craso tuvo que poner los pies en la tierra bruscamente, y ordenó el despliegue de su ejército. Sin embargo, sus órdenes fueron torpes y contradictorias: primero ordeno un despliegue en línea, con las legiones en el centro y la caballería en los flancos. Luego, cuando los movimientos estaban siendo ejecutados, cambió de idea y ordenó un cuadro defensivo, de doce cohortes de lado. Ésta era la formación clásica romana para lucha contra caballería en campo abierto. Así formados, avanzaron los romanos por el trayecto hasta llegar al río Balisso. Sabiendo que ya los partos estaban muy cerca, y como muestra última de su escaso juicio, Craso cedió a las presiones de su hijo Publio, que deseaba entrar en combate cuanto antes, y no permitió que sus tropas levantaran un campamento y descansaran, sino que ordenó que comieran rápidamente en formación y siguieran hasta trabar a los partos. La mayoría de soldados ni siquiera había terminado cuando Craso ordenó avanzar hasta la llanura donde aguardaban los partos.

Al principio, Craso no se asustó. Los partos no parecían muchos. Surena había desplegado la mayoría de sus tropas detrás de una escasa avanzadilla. Cuando los romanos, cansados y hambrientos, detuvieron su avance frente a ellos, Surena dio una orden y los terribles timbales y cuernos de guerra partos sonaron con su estridente sonido. Como por arte de magia, miles de arqueros a caballo se desplegaron hacia los flancos partos, y en el centro, una masa de jinetes dejó caer las capas y mantas que los cubrían, dejando ver el brillo de sus impresionantes armaduras de catafractos. Aquello fue una desagradable sorpresa que minó aun más la moral de los romanos.

El primer movimiento de Surena fue lanzar a sus catafractos hacia el frente del cuadro romano. Una carga de catafractos hacía temblar el suelo. Los jinetes iban tan juntos que sus botas chocaban unas con otras. Todo lo que se vía era un muro de acero y lanzas que se dirigía hacía los agotados y descorazonados romanos. Estos apretaron los dientes y cerraron la formación, aferrando con fuerza los pilums preparados para la descarga. Cuando el impacto parecía inminente, los catafractos se detuvieron y dieron media vuelta, alejándose prudentemente de la batalla. Los legionarios romanos quedaron desconcertados, pero entonces comenzaron a oír gritos a ambos lados de la formación. Mientras los catafractos avanzaban atrayendo a atención de los legionarios, Surena había ordenado a sus arqueros a caballo rodear el cuadro y comenzar el ataque. Craso ordenó entonces a las tropas ligeras que salieran del cuadro por ambos flancos a enfrentarse con la primera oleada parta. Pero rápidamente, los precisos arqueros a caballo los obligaron a retroceder al interior, y entonces, los partos tuvieron a los romanos a su merced. A salvo desde la distancia que sus veloces caballos les permitían mantener, los partos recorrían el frente romano en paralelo lanzando flechas sin cesar. Sus arcos de gran calidad permitían que las flechas atravesaran los escudos y las cotas de malla romanas con relativa facilidad. Cuando los romanos intentaban adelantarse, los partos daban media vuelta y se alejaban. Muchos romanos cayeron atravesados por flechas disparadas por arqueros partos que fingían huir y en un abrir y cerrar de ojos tensaban el arco y disparaban hacia atrás, por encima de las grupas de los caballos, con una precisión extraordinaria. La compacta formación romana ofrecía además un excelente blanco.
Craso no desesperó. Pensaba que aquello acabaría cuando los partos se quedaran sin flechas, pero Surena había enviado una caravana de camellos llena de carcajs. Los partos sólo tenían que retroceder por grupos para reaprovisionarse.
Cuando los romanos se dieron cuenta de aquello ya llevaban un buen rato sufriendo terriblemente. Craso ordenó un rápido contraataque. Publio, con sus 1000 jinetes eduos, 300 arqueros sirios y 8 cohortes de legionarios, se abrió paso a través del cuadro, cargando rápidamente hacia los partos. Surena había dado unas directrices muy claras. Cuando la avanzadilla romana cargó, los arqueros a caballo se retiraron fingiendo otra huida, sólo que esta vez, fueron seguidos por las tropas de Publio. Craso y sus tropas se quedaron de repente solos cuando perdieron de vista al último de los soldados de Publio. Se hizo el silencio.
Durante un buen rato, no supieron nada de aquella avanzadilla. Craso aprovechó aquel tiempo para ordenar un repliegue, hasta la posición junto al río Balisso, donde habían pensado acampar antes de que Craso ordenara su insensato avance. Allí esperaron noticias. De repente, un jinete romano apareció en el horizonte. Cabalgó lo más rápido que pudo hacia Craso, y le entregó un mensaje: si no enviaba refuerzos a Publio, su hijo y sus tropas estarían perdidas. Lo que no sabían ni el mensajero ni el propio Craso, es que en aquel momento, ya no quedaba ningún romano a las órdenes de Publio a quien asistir.

Publio y sus tropas habían avanzado persiguiendo a los partos, hasta que se toparon con el frente de catafractos partos. Publio, temiendo que su carga les pillara desorganizados, había ordenado que se detuvieran los legionarios y cerraran la formación. Pero los catafractos no cargaron. Se limitaron a galopar hacia ellos levantando una densa nube de polvo que el viento arrastró hacia los romanos. Esto terminó de desorientar a los romanos, y entonces, los jinetes con arco volvieron. Rodearon a Publio por todos lados y volvieron a acribillarlos con sus flechas. Ante cada carga romana, se replegaban y disparaban. Por fin, Publio sólo pudo ordenar una última carga con la que esperaba espantar a los partos. Los 1.000 feroces eduos se lanzaron a la desperada contra los catafractos partos. Aunque se batieron con fiereza, los celtas no tuvieron mucho que hacer. Tras el primer impacto se dieron cuenta de que no conseguirían atravesar las armaduras de los catafractos, de modo que se lanzaron temerariamente una y otra vez con diferentes ardides, contra los partos. Algunos lanzaban sus caballos contra los catafractos mientras ellos saltaban hacia el jinete enemigo. Otros desmontaron e intentaron destripar a los caballos enemigos deslizándose bajo ellos. Los últimos, vencidos ya, se empotraron contra las lanzas partas buscando una muerte rápida y honorable.

Poco después de que el mensajero llegara hasta Craso, el ejército parto volvió a aparecer. Un jinete se adelantó y mostró una lanza a los romanos, con la cabeza de Publio ensartada en ella. Esto terminó por romper la moral de los romanos. Craso no fue capaz de alentarlos, y Surena reinició el ataque. Lanzó a los catafractos contra los romanos de nuevo, pero no llegó al contacto. Los romanos cerraron filas, y entonces, los arqueros a caballo retomaron su temible rutina de ataque-retirada y su letal lluvia de proyectiles. Allí donde el frente romano se descomponía, Surena lanzaba sus catafractos para que los romanos volviesen a apretar la formación, y luego, enviaba a los arqueros a caballo para que siguieran dando buena cuenta de ellos.
Sólo la puesta de sol salvó a los romanos de la aniquilación. Los partos no solían combatir de noche, y según sus costumbres, se retiraron.

Así comenzó la noche más terrorífica para las tropas de Craso. Ignorando que los partos se habían retirado completamente, Craso ordenó la retirada nocturna hacia la ciudad de Carrhae, donde había guarnición romana. La retirada se convirtió en un caos. Los heridos fueron abandonados en el campamento. Los jinetes romanos se adelantaron hacia Carrhae para informar, pero para lo que quedaba de las legiones, aquella marcha fue infernal. El ejército se desorganizó. Muchas cohortes se perdieron y se desorientaron, e incluso retrocedieron en formación hacia el lugar de la batalla, creyendo que avanzaban hacia Carrhae. Cada sonido nocturno era interpretado como un nuevo ataque parto, y el pánico cundía entre los soldados. El miedo se apoderó de ellos.

A la mañana siguiente, los partos iniciaron la persecución. Primero mataron a los heridos abandonados por los romanos. Luego, conforme encontraban distintos destacamentos romanos perdidos durante la noche, los fueron acorralando y eliminando uno a uno.

Lo que resta de esta historia es como sigue: Craso llegó a Carrhae y Surena se enteró. Llegó a las murallas de la ciudad y solicitó a los legionarios que le entregaran a su general. Éstos se negaron, y guiados por Craso y por un nuevo guía llamado Andrómaco, abandonaron Carrhae durante la noche. Andrómaco también estaba a sueldo de los partos, y no tardó en meter a Craso en una zona pantanosa, que detuvo su avance, para que fueran de nuevo alcanzados por los partos. Algunos oficiales romanos comenzaron a desertar al ver que Andrómaco los llevaba por aquellos caminos, y al final, Craso sólo pudo retener cuatro cohortes y una escasísima caballería. No obstante, consiguió sacarlos del pantano y llevarlos hasta las colinas, donde Surena sabía que no podría vencerles. De modo que el astuto parto intentó que Craso capitulara. Sus tropas, agotadas, obligaron a Craso a parlamentar con Surena, amenazándolo con las armas. Craso fue a parlamentar con una reducida escolta con la delegación parta. Tras unos insultos, la situación llegó a las manos y en la pelea, Craso fue apuñalado. Así, en una simple reyerta, falleció Marco Licinio Craso, víctima de su propia incompetencia. Sus soldados tuvieron diferentes destinos: algunos huyeron y fueron capturados y asesinados por los árabes nabateos. Otros consiguieron llegar hasta Siria. Otros se entregaron a Surena. Y, ¿sabéis qué? Este parece ser el origen de la legendaria “Legión Perdida” romana. Es posible que Osroes deportara a los romanos hasta las fronteras orientales del imperio parto. Allí, algunos legionaros pudieron huir hasta China, donde se asentaron en una ciudad, y se mezclaron con la población local. Según algunas crónicas, los hunos encontraron en China unos bárbaros de piel clara, que habían levantado una fortificación de aspecto extranjero, y que podían luchar en extrañas formaciones parecidas a tortugas, en la que cada soldado posicionaba su escudo de determinada manera, cerrando todos los huecos.

LA BATALLA DE CARRHAE PARA DBA.
Sugiero aquí una reconstrucción de la batalla de Carrhae para DBA. Esta batalla debe jugarse con los ejércitos II/37, Partos, y el II/49, romanos de Mario. Estableceremos algunas sugerencias opcionales para tratar de simular esta batalla lo más exactamente posible.
El ejército parto no debería tener ninguna tropa de infantería. Como mucho, una única peana, además de la del general, debería ser Kn (catafractos). El resto de opciones deben ser LH.
El ejército romano debería tener una de las peanas de Cv de jinetes celtas, y dos peanas de Ps mostrando arqueros sirios (una es obligatoria, pero la otra es opcional son 3 ó 4 Aux. Habría que escoger la opción de Ps).
El general romano debería ser la opción de Bd, ya que Craso tuvo muy poca caballería en esta batalla.

Los partos serán automáticamente los defensores. En cuanto al terreno, sólo podrán poner el mínimo posible según las reglas habituales. Además, el lado romano se elegirá de forma distinta: el jugador romano asignará a cada lado un número del 1 al 4. Si sale 5 ó 6, los partos elegirán el lado por donde entran los romanos. Esto representa que los romanos han sido guiados según las órdenes de los partos por Akbaro.

En cuanto al desarrollo de la batalla, sugiero las siguientes reglas especiales, además de todas las reglas habituales:
a) Tropas agotadas: los romanos están agotados, hambrientos y desmoralizados. Cada turno en el que saquen 1 en la tirada de PIP´s, los romanos tendrán un (-1) en todos los combates de ese turno.
b) Victoria segura: Surena y los partos lo tienen todo a su favor y no creen posible una derrota. Por lo tanto, no aceptarán bien un revés. Si al final de cualquier turno, el número de bajas partas es dos peanas mayor que el número de bajas romanas (es decir, 0-2, 1-3 a favor de los romanos), los partos perderán. Además, la pérdida del general parto supondrá una derrota automática, independientemente del número de bajas que lleve cada bando.
c) Catafractos ocultos. Los partos pueden desplegar inicialmente 12 peanas de LH. Dos de ellas son en realidad catafractos. Dichas peanas deben ir marcadas donde no se note (por ejemplo, bajo la base).Una de ellas además será la del general. En la primera fase de movimiento de los partos, el jugador enseñará las marcas en las peanas, y pondrá las peanas de catafractos en su lugar, sustituyendo a las marcadas. Esto representa a Surena revelando la posición de los catafractos por sorpresa, para asustar a los romanos.

Hijos de las llanuras III. El imperio parto.

jueves, 4 de octubre de 2007

Saludos. Hoy, queridos lectores, haremos un viaje con la imaginación, a vista de pájaro, más allá del mar y de las arenas del tiempo, hasta la desértica llanura cercana a la ciudad Carrae, al sur de Armenia. Corre el año 53 a.d.C. y hasta donde podemos ver, el suelo está cubierto de cadáveres, los restos de lo que fue un magnífico ejército romano justo hasta el día anterior, con tropas aliadas celtas y armenias. Junto a nosotros, los buitres flotan en el aire sobrevolando su comida. Entre los cadáveres, un pequeño grupo de jinetes nos llama la atención. Avanzan entre los cadáveres, explorando el campo de batalla, con la arrogancia de los vencedores. De todo el grupo destaca el jinete que encabeza la marcha. Se detiene junto al cuerpo de un celta gigantesco, que yace moribundo abrasado por el sol. A continuación desmonta. Podemos imaginar que el celta, con varias flechas clavadas en su vientre, sangrando lentamente hasta morir, febril debido a las infecciones de sus heridas y quemado, de repente nota como una enorme silueta eclipsa el astro rey. Ante sus ojos se yergue la figura de lo que no puede ser más que un temible y hermoso dios de la guerra. Alto y de gran envergadura, con los ojos oscuros pintados con khol, luce una hermosa armadura dorada y ricos ropajes de seda. Una espada de cuidada empuñadura cuelga de su costado derecho, y un decorado carcaj del izquierdo. Su pelo cae en negros tirabuzones sobre sus hombros.
El magnífico jinete observa el cuerpo con cierta indiferencia, mientras piensa que no hace mucho, sus antepasados habrían arrancado la cara de su enemigo en el suelo antes siquiera de que expirara. De hecho, mira sobre su hombro al resto de su ejército, y sabe que algunas de las tribus de jinetes que le acompañan lo harían gustosamente. Pero no él. Ni él ni su gente. Porque ellos ya no son los bárbaros que fueron. Porque ahora, la casa de los Arsácidas, a la que él pertenece, gobierna un imperio capaz de rivalizar con la mismísima Roma en poder.
El celta busca a tientas su espada, y sujetándola por la cruz, se la lleva al pecho, convencido en su delirio de que el dios de la guerra ha venido a por él. Con las pocas fuerzas que le quedan, grita su propio nombre, para que el dios de la guerra sepa quien yace moribundo en el desierto. El jinete espera unos instantes, y cuando el celta se queda sin aliento, le responde algo en un griego impecable pero con fuerte acento oriental. Nuestro celta no lo sabe, pero lo que él confunde con el dios de la guerra, es en realidad Surena, el general parto más astuto y capaz de su imperio.

Los partos ya son en realidad viejos conocidos nuestros. Son una rama de los escitas, los Parni. Como tribu esteparia, Herodoto los contabilizó entre los pueblos sometidos por los persas que invadieron Grecia durante las guerras médicas, en el siglo V a.d.C. De modo que durante los tres siglos siguientes, permanecían dentro de las fronteras del imperio persa hasta que dicho imperio fue derrotado por Alejandro Magno. Una vez muerto en Babilonia en el 323 a.d.C., su inmenso imperio conquistado a lo persas, es repartido entre sus generales. Uno de ellos, Seleuco, recibe los territorios de Mesopotamia, Media, Persia y Bactria, el corazón del conquistado imperio persa. Comienza así la dinastía de reyes seleúcidas, que gobernará entre los siglos IV y II a.d.C., y tratando de expandirse hacia este y oeste, con el fin de volver a dominar todos los territorios conquistados por Alejandro.
A principios del siglo II a.d.C., Roma se ha extendido hacia el este, hasta Macedonia. La casa de los seleúcidas envía tropas de apoyo, pero el ejército macedonio es derrotado en Cinoscéfalos. Luego, la casa de los seleúcidas conquista territorios en Asia Menor, y concentra muchas tropas allí. Roma lo interpreta como una provocación, e invade el continente asiático, derrotando al ejército seleúcida en Magnesia, en el 190 a.d.C.
Mientras, los partos, desde la satrapía oriental de Bactriana, se habían separado del reino de Seleucia en el 249 a.d.C. Bien, pues debido a las guerras de los seleúcidas con Roma, los partos aprovecharon para, desde el desastre de Magnesia, expandir su dominio político primero en el este y el sur, y luego hacia el oeste. Así, entre el 160-140 a.d.C., bajo el mandato de Mitrídates (no el rey del Ponto. Otro Mitrídates. Por lo visto, era un nombre muy común), conquistaron Media, Persia, Caracenas, Gedrosia, Asiria y Babilonia. Nacía así un poderoso imperio, que extendió su dominio hacia el oeste, hasta que se encontraron con los romanos y sus aliados armenios.

El ejército parto se organizaba en dos cuerpos principales. El primero era el de arqueros a caballo. De origen escita, los partos eran magníficos jinetes y mejores arqueros. Habían perfeccionado su arco tradicional, aumentando la rigidez de los extremos de las palas compuestas y recurvas. Esto permitía lanzar flechas con más fuerza sin riesgo de que se rompiera el arco. Además, buscaban como aliados otras tribus salvajes de las estepas (y no tanto de los territorios dominados por ellos, ya que no les interesaba que dichos pueblos adquirieran experiencia en la guerra). Los arqueros a caballo componían la mayoría de las tropas partas, y desarrollaron brillantemente las tácticas con ellos. Sus enemigos podían ver como las masas desordenadas de arqueros a caballo avanzaban a toda velocidad hacia ellos, para cambiar la dirección 90 º a unos 50 metros del frente enemigo, girando a la derecha casi al unísono, como una bandada de pájaros volando a ras de la llanura, y correr así en paralelo el frente enemigo lanzando flechas a una velocidad endemoniada. También solían lanzarse a la carrera hacia un punto del frente enemigo, y, a la distancia adecuada, parar en seco, dar media vuelta a sus monturas sobre dos patas, y mientras comenzaban a alejarse, disparar hacia atrás por encima de las grupas de sus monturas. Esta técnica se conoce desde entonces como “tiro parto”, y es verdaderamente espectacular. Desarrollaron otras técnicas de disparo a caballo, otras posiciones de ataque imposibles, que siglos después serían estudiadas por los musulmanes de Persia, tras la expansión del Islam.

La otra gran división la formaban los catafractos partos. Si creéis que los caballeros medievales europeos iban acorazados, olvidadlo, porque comparado con un catafracto parto del siglo I a.d.C., es como si llevaran una armadura de cartón. Sólo los más nobles y ricos partos podían permitirse el costosísimo equipo del catafracto: casco de bronce o hierro; armadura de escamas o de láminas de hierro, cosidas sobre prendas de cuero, permitiendo la movilidad de brazos y piernas; guanteletes acorazados, protector para cuello; botas de cuero con refuerzos metálicos lamelares y barda para el caballo, desde la cabeza hasta casi los cascos, de armadura de escamas o lamelar. No llevaban escudos, sino el contos, el mismo que veíamos en los sármatas: una larga y gruesa lanza de más de tres metros y medio, que se blandía con ambas manos. Estos catafractos eran la evolución del lancero pesado acorazado desarrollado por otros pueblos de las llanuras, los maságetas, desde el siglo V a.d.C. (ver artículo de los persas). Este tipo de tropas sólo pudo ser desarrollada después de que empezara a criarse una nueva raza de caballos, distintos a los ligeros y pequeños ponies de las llanuras: los caballos niseanos, cuyos secretos consiguieron los persas, y que fueron criados en las satrapías orientales de su imperio.
Cabe pensar que la sola carga de los catafractos era decisiva, pero los partos sabían bien que no era así. Para empezar, los caballos soportaban mucho peso y no podían galopar. Las cargas de catafractos se hacían al trote, manteniéndose pegados unos jinetes a otros, sin dejar huecos. Además, nunca fueron tantos como para ser decisivos. Cargando contra un frente de infantería fresco y firme, lo tenían muy crudo. Sin embargo, si elegían el momento de atacar, con el frente desorganizado y disperso por el fuego previo de los arqueros a caballo, los catafractos podían entrar por el hueco y causar un devastador efecto psicológico.
Los partos usaron bastante bien a los catafractos, aunque en ocasiones, se lanzaron a cargas suicidas que les costaron muy caras. Lo mejor era desordenar a las tropas enemigas con arqueros, lanzar a los catafractos y, si los enemigos se agrupaban de nuevo, detener a los catafractos y volver a disparar a las concentradas y desconcertadas tropas enemigas de nuevo con arqueros. Si éstos no volvían a agruparse, era el momento para que llegaran los catafractos, y probablemente, pondrían en fuga al resto de sus enemigos.
Los partos llegaron incluso a usar caballeros catafractos a camello, y como músicos de su ejército, llevaban grandes tambores a lomos de estos magníficos animales.

Los partos llegaron pronto a acuerdos comerciales con China, y gracias a ellos, la seda llegó a ser conocida en el mundo greco-romano. El imperio era el centro de la ruta de la seda. Los partos vestían con este tejido, y los jinetes solían llevar pantalones holgados y camisas de brillantes colores y complicados motivos.

El gobierno de los partos era en realidad muy parecido a la Europa feudal. Las casas gobernantes eran siete familias nobles, entre las que era elegido un rey. El cargo no era hereditario, sino que se elegía entre los nobles, como un “primero entre iguales”. La monarquía parta, para intentar legitimar su dominio, tomó la denominación de los antiguos reyes persas: Rey de reyes. Los territorios siguieron organizándose por satrapías, (igual que con los persas), pero bajo el dominio de los nobles, a modo de señores feudales. Eran la élite guerrera, y por debajo de ellos había nobles menores y luego, una gran masa de pueblo sin rango ni categoría.
El dominio parto no era bien aceptado en los territorios del sur, sobre todo en Persia, pero mientras los partos mantuvieron su hegemonía militar, tuvieron que soportar su dominio.

Durante el siglo I a.d.C., los partos comenzaron a presionar en el oeste, ya en Siria, Palestina y Armenia, territorios romanos o aliados con ellos. El senado romano no estaba interesado en una guerra con los partos, pero trataba de mantenerlos alejados del oeste. De modo que tras duras negociaciones, se firmaron tratados de neutralidad, que fueron respetados intachablemente por los gobernantes partos. No obstante, Marco Licinio Craso, en el 53 a.d.C., se convirtió en gobernador de Siria, e, ignorando las órdenes del senado e intentando emular al propio Alejandro Magno, decidió por su cuenta avanzar por el territorio parto hasta establecer tropas en algunas ciudades de Mesopotamia. Además, consiguió tropas de Armenia como refuerzo.
En aquel momento, el rey parto era Orodes II, y tenía un fiel lugarteniente llamado Surena. Los movimientos de Licinio Craso fueron brillantemente contrarrestados por Orodes. Dividió su ejército en dos. Él dirigió una mitad contra Armenia, como represalia y para cortar rutas de suministro. La otra mitad se la dio a Surena. Éste, un general verdaderamente astuto, dejó que Licinio Craso avanzara por la ruta más corta a través del desierto. Surena se había anticipado, y sin que Craso lo supiera, se había aliado con el jefe árabe que guiaría a los romanos hacia Partia. Por lo tanto, Surena se tomó el tiempo que le fue necesario para dejar que los romanos avanzaran por las abrasadoras arenas, agotándose, quedándose sin suministros, hasta que desplegó su ataque.

Al sur de la ciudad de Carrae, los partos hicieron su aparición. Una avanzadilla de arqueros a caballo consiguió atraer a las tropas más rápidas de los romanos, y luego fueron rodeados y asaeteados. Mientras, el grueso del ejército, básicamente infantería pesada, formando un cuadro defensivo, comenzó a sufrir una y otra vez el ataque de más arqueros a caballo, hasta que se fueron desorganizando. Desesperados, los legionarios descubrieron con amargura que las flechas partas eran capaces de perforar escudos y armaduras. Cuando comenzaron a desordenarse las filar romanas, los catafractos, que Surena había ocultado con mantas, descubrieron su disfraz. Los aliados armenios también usaban catafractos, por lo que no eran nuevos para los romanos. Sin embargo, allí, en la desértica llanura, lejos de todo, el brillo de las armaduras al sol aterrorizó a los romanos, y su carga fue terrible.
La derrota romana fue total y absoluta, y los partos aprovecharon para iniciar una guerra expansionista hacia el oeste: Armenia, Palestina y zonas de Asia Menor. Sin embargo, no supieron mantener sus conquistas contra la maquinaria romana.

Cuando el primer emperador, Augusto, tomó el poder en el año 27 de nuestra era, pactó con los partos para tener tiempo de organizar su imperio.
Desde entonces, la estructura del imperio parto comenzó a descomponerse lentamente. En Persia, una tierra que nunca aceptó bien el dominio de las casas nobiliarias arsácidas, comenzó un lento resurgimiento cultural que, con el periodo aqueménida como referente y fuente principal de inspiración, fue creando tensiones en dicho territorio que distrajeron a los reyes partos del oeste.
Durante los siglos I y II de nuestra era, la frontera occidental con los romanos se movió con frecuencia. A veces los romanos avanzaban hasta el Eúfrates, para ser de nuevo repelidos. Una serie de reyes incapaces permitió que los romanos incendiaran los palacios reales hasta tres veces. Sin embargo, en el 249 d.C., los romanos habían sido rechazados, y los partos concentraron sus fuerzas en el oeste para invadir de nuevo Asia Menor. Entonces, de repente, hubo una revuelta en Persia que dejó al rey parto atrapado entre dos frentes, y se desmoronó en cuestión de meses. Después de 400 años de dominio arsácida, Oriente Medio estaba de nuevo en manos de una dinastía persa, los Sasánidas, pero eso es otra historia.
El legado parto es el de un imperio que contuvo al propio imperio romano, y que reavivó la llama del poder militar iranio, hasta que ésta prendió en la dinastía sasánida.

La lista de DBA para los partos es la II/37. Tiene 7 peanas obligatorias de LH, que representan a los arqueros a caballo. El general es un 4Kn, es decir, catafractos. Otra peana más es de 4Kn, más catafractos, y el resto son opciones: puedes meter más LH, más Kn o incluso un Ps y un Aux, que representan contingentes de tropas irregulares aportadas por los territorios del imperio parto.
Son un ejército para terreno abierto. La caballería ligera le da mucha movilidad, permitiendo abrir huecos por donde colar los durísimos catafractos.
Muchas marcas tienena arqueros a caballo: Xyston, Essex, Donningtong, Chariot... Sin embargo, en catálogo como imperio parto, Essex y Donintong tienen toda la gama.
Nota de Endakil: El ejército parto de la fotografía pertenece a Steve Kincaid, y son miniaturas Chariot, excepto la auxilia que son cumanos de Essex. Podéis ver la galería al completo en la sección Eye Candy de Fanaticus.