Saludos. Hoy, queridos lectores, haremos un viaje con la imaginación, a vista de pájaro, más allá del mar y de las arenas del tiempo, hasta la desértica llanura cercana a la ciudad Carrae, al sur de Armenia. Corre el año 53 a.d.C. y hasta donde podemos ver, el suelo está cubierto de cadáveres, los restos de lo que fue un magnífico ejército romano justo hasta el día anterior, con tropas aliadas celtas y armenias. Junto a nosotros, los buitres flotan en el aire sobrevolando su comida. Entre los cadáveres, un pequeño grupo de jinetes nos llama la atención. Avanzan entre los cadáveres, explorando el campo de batalla, con la arrogancia de los vencedores. De todo el grupo destaca el jinete que encabeza la marcha. Se detiene junto al cuerpo de un celta gigantesco, que yace moribundo abrasado por el sol. A continuación desmonta. Podemos imaginar que el celta, con varias flechas clavadas en su vientre, sangrando lentamente hasta morir, febril debido a las infecciones de sus heridas y quemado, de repente nota como una enorme silueta eclipsa el astro rey. Ante sus ojos se yergue la figura de lo que no puede ser más que un temible y hermoso dios de la guerra. Alto y de gran envergadura, con los ojos oscuros pintados con khol, luce una hermosa armadura dorada y ricos ropajes de seda. Una espada de cuidada empuñadura cuelga de su costado derecho, y un decorado carcaj del izquierdo. Su pelo cae en negros tirabuzones sobre sus hombros.
El magnífico jinete observa el cuerpo con cierta indiferencia, mientras piensa que no hace mucho, sus antepasados habrían arrancado la cara de su enemigo en el suelo antes siquiera de que expirara. De hecho, mira sobre su hombro al resto de su ejército, y sabe que algunas de las tribus de jinetes que le acompañan lo harían gustosamente. Pero no él. Ni él ni su gente. Porque ellos ya no son los bárbaros que fueron. Porque ahora, la casa de los Arsácidas, a la que él pertenece, gobierna un imperio capaz de rivalizar con la mismísima Roma en poder.
El celta busca a tientas su espada, y sujetándola por la cruz, se la lleva al pecho, convencido en su delirio de que el dios de la guerra ha venido a por él. Con las pocas fuerzas que le quedan, grita su propio nombre, para que el dios de la guerra sepa quien yace moribundo en el desierto. El jinete espera unos instantes, y cuando el celta se queda sin aliento, le responde algo en un griego impecable pero con fuerte acento oriental. Nuestro celta no lo sabe, pero lo que él confunde con el dios de la guerra, es en realidad Surena, el general parto más astuto y capaz de su imperio.
Los partos ya son en realidad viejos conocidos nuestros. Son una rama de los escitas, los Parni. Como tribu esteparia, Herodoto los contabilizó entre los pueblos sometidos por los persas que invadieron Grecia durante las guerras médicas, en el siglo V a.d.C. De modo que durante los tres siglos siguientes, permanecían dentro de las fronteras del imperio persa hasta que dicho imperio fue derrotado por Alejandro Magno. Una vez muerto en Babilonia en el 323 a.d.C., su inmenso imperio conquistado a lo persas, es repartido entre sus generales. Uno de ellos, Seleuco, recibe los territorios de Mesopotamia, Media, Persia y Bactria, el corazón del conquistado imperio persa. Comienza así la dinastía de reyes seleúcidas, que gobernará entre los siglos IV y II a.d.C., y tratando de expandirse hacia este y oeste, con el fin de volver a dominar todos los territorios conquistados por Alejandro.
A principios del siglo II a.d.C., Roma se ha extendido hacia el este, hasta Macedonia. La casa de los seleúcidas envía tropas de apoyo, pero el ejército macedonio es derrotado en Cinoscéfalos. Luego, la casa de los seleúcidas conquista territorios en Asia Menor, y concentra muchas tropas allí. Roma lo interpreta como una provocación, e invade el continente asiático, derrotando al ejército seleúcida en Magnesia, en el 190 a.d.C.
Mientras, los partos, desde la satrapía oriental de Bactriana, se habían separado del reino de Seleucia en el 249 a.d.C. Bien, pues debido a las guerras de los seleúcidas con Roma, los partos aprovecharon para, desde el desastre de Magnesia, expandir su dominio político primero en el este y el sur, y luego hacia el oeste. Así, entre el 160-140 a.d.C., bajo el mandato de Mitrídates (no el rey del Ponto. Otro Mitrídates. Por lo visto, era un nombre muy común), conquistaron Media, Persia, Caracenas, Gedrosia, Asiria y Babilonia. Nacía así un poderoso imperio, que extendió su dominio hacia el oeste, hasta que se encontraron con los romanos y sus aliados armenios.
El ejército parto se organizaba en dos cuerpos principales. El primero era el de arqueros a caballo. De origen escita, los partos eran magníficos jinetes y mejores arqueros. Habían perfeccionado su arco tradicional, aumentando la rigidez de los extremos de las palas compuestas y recurvas. Esto permitía lanzar flechas con más fuerza sin riesgo de que se rompiera el arco. Además, buscaban como aliados otras tribus salvajes de las estepas (y no tanto de los territorios dominados por ellos, ya que no les interesaba que dichos pueblos adquirieran experiencia en la guerra). Los arqueros a caballo componían la mayoría de las tropas partas, y desarrollaron brillantemente las tácticas con ellos. Sus enemigos podían ver como las masas desordenadas de arqueros a caballo avanzaban a toda velocidad hacia ellos, para cambiar la dirección 90 º a unos 50 metros del frente enemigo, girando a la derecha casi al unísono, como una bandada de pájaros volando a ras de la llanura, y correr así en paralelo el frente enemigo lanzando flechas a una velocidad endemoniada. También solían lanzarse a la carrera hacia un punto del frente enemigo, y, a la distancia adecuada, parar en seco, dar media vuelta a sus monturas sobre dos patas, y mientras comenzaban a alejarse, disparar hacia atrás por encima de las grupas de sus monturas. Esta técnica se conoce desde entonces como “tiro parto”, y es verdaderamente espectacular. Desarrollaron otras técnicas de disparo a caballo, otras posiciones de ataque imposibles, que siglos después serían estudiadas por los musulmanes de Persia, tras la expansión del Islam.
La otra gran división la formaban los catafractos partos. Si creéis que los caballeros medievales europeos iban acorazados, olvidadlo, porque comparado con un catafracto parto del siglo I a.d.C., es como si llevaran una armadura de cartón. Sólo los más nobles y ricos partos podían permitirse el costosísimo equipo del catafracto: casco de bronce o hierro; armadura de escamas o de láminas de hierro, cosidas sobre prendas de cuero, permitiendo la movilidad de brazos y piernas; guanteletes acorazados, protector para cuello; botas de cuero con refuerzos metálicos lamelares y barda para el caballo, desde la cabeza hasta casi los cascos, de armadura de escamas o lamelar. No llevaban escudos, sino el contos, el mismo que veíamos en los sármatas: una larga y gruesa lanza de más de tres metros y medio, que se blandía con ambas manos. Estos catafractos eran la evolución del lancero pesado acorazado desarrollado por otros pueblos de las llanuras, los maságetas, desde el siglo V a.d.C. (ver artículo de los persas). Este tipo de tropas sólo pudo ser desarrollada después de que empezara a criarse una nueva raza de caballos, distintos a los ligeros y pequeños ponies de las llanuras: los caballos niseanos, cuyos secretos consiguieron los persas, y que fueron criados en las satrapías orientales de su imperio.
Cabe pensar que la sola carga de los catafractos era decisiva, pero los partos sabían bien que no era así. Para empezar, los caballos soportaban mucho peso y no podían galopar. Las cargas de catafractos se hacían al trote, manteniéndose pegados unos jinetes a otros, sin dejar huecos. Además, nunca fueron tantos como para ser decisivos. Cargando contra un frente de infantería fresco y firme, lo tenían muy crudo. Sin embargo, si elegían el momento de atacar, con el frente desorganizado y disperso por el fuego previo de los arqueros a caballo, los catafractos podían entrar por el hueco y causar un devastador efecto psicológico.
Los partos usaron bastante bien a los catafractos, aunque en ocasiones, se lanzaron a cargas suicidas que les costaron muy caras. Lo mejor era desordenar a las tropas enemigas con arqueros, lanzar a los catafractos y, si los enemigos se agrupaban de nuevo, detener a los catafractos y volver a disparar a las concentradas y desconcertadas tropas enemigas de nuevo con arqueros. Si éstos no volvían a agruparse, era el momento para que llegaran los catafractos, y probablemente, pondrían en fuga al resto de sus enemigos.
Los partos llegaron incluso a usar caballeros catafractos a camello, y como músicos de su ejército, llevaban grandes tambores a lomos de estos magníficos animales.
Los partos llegaron pronto a acuerdos comerciales con China, y gracias a ellos, la seda llegó a ser conocida en el mundo greco-romano. El imperio era el centro de la ruta de la seda. Los partos vestían con este tejido, y los jinetes solían llevar pantalones holgados y camisas de brillantes colores y complicados motivos.
El gobierno de los partos era en realidad muy parecido a la Europa feudal. Las casas gobernantes eran siete familias nobles, entre las que era elegido un rey. El cargo no era hereditario, sino que se elegía entre los nobles, como un “primero entre iguales”. La monarquía parta, para intentar legitimar su dominio, tomó la denominación de los antiguos reyes persas: Rey de reyes. Los territorios siguieron organizándose por satrapías, (igual que con los persas), pero bajo el dominio de los nobles, a modo de señores feudales. Eran la élite guerrera, y por debajo de ellos había nobles menores y luego, una gran masa de pueblo sin rango ni categoría.
El dominio parto no era bien aceptado en los territorios del sur, sobre todo en Persia, pero mientras los partos mantuvieron su hegemonía militar, tuvieron que soportar su dominio.
Durante el siglo I a.d.C., los partos comenzaron a presionar en el oeste, ya en Siria, Palestina y Armenia, territorios romanos o aliados con ellos. El senado romano no estaba interesado en una guerra con los partos, pero trataba de mantenerlos alejados del oeste. De modo que tras duras negociaciones, se firmaron tratados de neutralidad, que fueron respetados intachablemente por los gobernantes partos. No obstante, Marco Licinio Craso, en el 53 a.d.C., se convirtió en gobernador de Siria, e, ignorando las órdenes del senado e intentando emular al propio Alejandro Magno, decidió por su cuenta avanzar por el territorio parto hasta establecer tropas en algunas ciudades de Mesopotamia. Además, consiguió tropas de Armenia como refuerzo.
En aquel momento, el rey parto era Orodes II, y tenía un fiel lugarteniente llamado Surena. Los movimientos de Licinio Craso fueron brillantemente contrarrestados por Orodes. Dividió su ejército en dos. Él dirigió una mitad contra Armenia, como represalia y para cortar rutas de suministro. La otra mitad se la dio a Surena. Éste, un general verdaderamente astuto, dejó que Licinio Craso avanzara por la ruta más corta a través del desierto. Surena se había anticipado, y sin que Craso lo supiera, se había aliado con el jefe árabe que guiaría a los romanos hacia Partia. Por lo tanto, Surena se tomó el tiempo que le fue necesario para dejar que los romanos avanzaran por las abrasadoras arenas, agotándose, quedándose sin suministros, hasta que desplegó su ataque.
Al sur de la ciudad de Carrae, los partos hicieron su aparición. Una avanzadilla de arqueros a caballo consiguió atraer a las tropas más rápidas de los romanos, y luego fueron rodeados y asaeteados. Mientras, el grueso del ejército, básicamente infantería pesada, formando un cuadro defensivo, comenzó a sufrir una y otra vez el ataque de más arqueros a caballo, hasta que se fueron desorganizando. Desesperados, los legionarios descubrieron con amargura que las flechas partas eran capaces de perforar escudos y armaduras. Cuando comenzaron a desordenarse las filar romanas, los catafractos, que Surena había ocultado con mantas, descubrieron su disfraz. Los aliados armenios también usaban catafractos, por lo que no eran nuevos para los romanos. Sin embargo, allí, en la desértica llanura, lejos de todo, el brillo de las armaduras al sol aterrorizó a los romanos, y su carga fue terrible.
La derrota romana fue total y absoluta, y los partos aprovecharon para iniciar una guerra expansionista hacia el oeste: Armenia, Palestina y zonas de Asia Menor. Sin embargo, no supieron mantener sus conquistas contra la maquinaria romana.
Cuando el primer emperador, Augusto, tomó el poder en el año 27 de nuestra era, pactó con los partos para tener tiempo de organizar su imperio.
Desde entonces, la estructura del imperio parto comenzó a descomponerse lentamente. En Persia, una tierra que nunca aceptó bien el dominio de las casas nobiliarias arsácidas, comenzó un lento resurgimiento cultural que, con el periodo aqueménida como referente y fuente principal de inspiración, fue creando tensiones en dicho territorio que distrajeron a los reyes partos del oeste.
Durante los siglos I y II de nuestra era, la frontera occidental con los romanos se movió con frecuencia. A veces los romanos avanzaban hasta el Eúfrates, para ser de nuevo repelidos. Una serie de reyes incapaces permitió que los romanos incendiaran los palacios reales hasta tres veces. Sin embargo, en el 249 d.C., los romanos habían sido rechazados, y los partos concentraron sus fuerzas en el oeste para invadir de nuevo Asia Menor. Entonces, de repente, hubo una revuelta en Persia que dejó al rey parto atrapado entre dos frentes, y se desmoronó en cuestión de meses. Después de 400 años de dominio arsácida, Oriente Medio estaba de nuevo en manos de una dinastía persa, los Sasánidas, pero eso es otra historia.
El legado parto es el de un imperio que contuvo al propio imperio romano, y que reavivó la llama del poder militar iranio, hasta que ésta prendió en la dinastía sasánida.
La lista de DBA para los partos es la II/37. Tiene 7 peanas obligatorias de LH, que representan a los arqueros a caballo. El general es un 4Kn, es decir, catafractos. Otra peana más es de 4Kn, más catafractos, y el resto son opciones: puedes meter más LH, más Kn o incluso un Ps y un Aux, que representan contingentes de tropas irregulares aportadas por los territorios del imperio parto.
Son un ejército para terreno abierto. La caballería ligera le da mucha movilidad, permitiendo abrir huecos por donde colar los durísimos catafractos.
Muchas marcas tienena arqueros a caballo: Xyston, Essex, Donningtong, Chariot... Sin embargo, en catálogo como imperio parto, Essex y Donintong tienen toda la gama.
Nota de Endakil: El ejército parto de la fotografía pertenece a Steve Kincaid, y son miniaturas Chariot, excepto la auxilia que son cumanos de Essex. Podéis ver la galería al completo en la sección Eye Candy de Fanaticus.
Hijos de las llanuras III. El imperio parto.
jueves, 4 de octubre de 2007
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1 comentarios:
muy interesante. yo descubri a los partos en el libro d Marguerite Yourcenar "Memorias de Adriano". ignoraba la importancia que habian tenido en la historia. gracias por el articulo.
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