El imperio asirio, parte II

jueves, 13 de marzo de 2008

3. Sociedad y Cultura

3.1: Una sociedad estamental y autoritaria.
Toda la vida del pueblo asirio obedecía y giraba en torno a la figura del rey, que a su vez estaba considerado como el sumo sacerdote del gran dios Assur. Además, como venía siendo habitual en las monarquías absolutistas de la antigüedad, el soberano era el comandante en jefe de todos los ejércitos, y tenía plenos poderes para la toma de decisiones. En teoría, hablamos de una monarquía absoluta, pero convendría remarcar ciertos matices. En toda la historia de Asiria, ninguno de sus reyes ejerció un poder absoluto, ya que el propio modelo de estado centralizado y dividido en provincias y distritos reservaba cierta autonomía a cada uno de los nobles y gobernantes de las distintas regiones que conformaban el Imperio Asirio. Esto condujo en bastante ocasiones a una serie de pequeñas rebeliones, guerras civiles, golpes de estado e incluso grandes purgas de la nobleza palaciega. Así, no es de extrañar que algunos de los más grandes soberanos de toda Asiria accedieran al trono mediante conspiraciones que acostumbraban a terminar en baños de sangre de los demás aspirantes. Algunos ejemplos bastante claros podrían ser Tiglath-Pileser III o Sargón II.Por lo demás, sabemos que los sacerdotes del dios Assur gozaban también de cierta preponderancia social, incluso más que muchos de los nobles. Al igual que en el antiguo Egipto, el “poder de los Dioses” siempre tuvo mucha relevancia dentro de la política interior asiria. Cabe destacar que algunos de los reyes que accedieron al trono mediante un golpe de estado tuvieron que pactar con los sacerdotes el ser abiertamente reconocidos como verdaderos elegidos de Assur.En lo tocante a la vida social y familiar, a las costumbres matrimoniales y a las leyes de propiedad, estas se asemejaban bastante a la legislación babilónica. Sin embargo, a pesar de que gran parte de los documentos legislativos que se conservan indican una clara inspiración o similitud en los códigos de leyes sumerio primero y babilónico después, no cabe duda de que los castigos establecidos para los infractores de la legislación asiria eran, por lo general, mucho más bárbaros, brutales y con el claro objetivo de causar escarmientos entre la población. Quizás esto pueda deberse a que el estado asirio se pasó gran parte de su historia batallando contra unos u otros enemigos externos, pero no cabe duda de que este carácter de sociedad agresiva y brutal causaría evidente repercusión en algunos de los hechos más desagradables de las campañas militares.

3.2: Religión.
Al igual que muchos otros aspectos de la sociedad asiria, su panteón de divinidades se vio influenciado y ampliado por las diferentes culturas y naciones que surgieron a su alrededor. Así, su dios principal Assur fue sustituido a finales del último Imperio Asirio por el dios babilónico Marduk. De todas formas, es innegable que Assur fue, durante casi toda la historia de Asiria, la divinidad preponderante. En la gran ciudad de Assur (cuyo nombre fue tomado en honor del dios) se erigía un gran templo denominado como Ekarsagukurkura, cuya traducción literal sería “casa de la montaña de toda la tierra”, nombre que en principio podría parecer como excesivamente orgullosa, pero que los monarcas asirios posteriores justificarían después. De este templo tampoco se ha obtenido mucha información; analizando sus restos arqueológicos se ha llegado a la conclusión de que en su estructura comprendía una alta pirámide escalonada (probablemente al estilo zigurat) y que se encontraba cerca del palacio real.Assur, originalmente deificado como un dios de la vida vegetal (y cuyo símbolo era el Árbol de la vida), fue cambiando sus acepciones con el paso del tiempo. En la época en que Asiria se convirtió en un gran imperio militar, pasará a convertirse en un dios guerrero y será identificado con el Sol, además de que su símbolo más representativo será entonces un disco alado en cuyo interior aparece una figura que dispara un arco, probablemente importado de la religión hitita. A parte de Assur, el panteón del pueblo asirio estaba integrado por una enorme cantidad de diferentes dioses, muchos de ellos de carácter local o incluso familiar. Entre los más importantes, podríamos señalar a Ishtar, diosa de origen babilónico e identificada con el amor, la guerra y la fecundidad; Enlil, señor de los vientos y las tempestades; Ea, considerado como dios de las aguas y los mares; Shamash, señor de la luz y la justicia. Pero sobre todo, hay que hacer referencia a los dioses Anu y Adad.Estas dos divinidades son bastante conocidas por la excelente conservación de su templo doble en la ciudad de Assur. En dicho santuario, cuya estructura principal es bastante clara (a juzgar por sus restos arqueológicos), ambos dioses compartían el patio común y principal, pero cada uno su cella separada, prácticamente incomunicables, y cada uno su pirámide escalonada o zigurat. Esta separación es claramente comprensible y significativa, a juzgar por el origen de ambos dioses.El culto al dios Anu era procedente de Sumer, concretamente de Uruk, donde se le consideraba patrón de la ciudad y tenía una enorme importancia dentro del panteón sumerio, hasta el punto de que llegó a ser adoptado como hijo de Marduk y considerado la divinidad de la medicina y el protocolo. En la época del antiguo imperio sumerio, formaba parte de la tríada principal de dioses, y se le identificaba especialmente con el cielo (precisamente, su nombre procede del sumerio An, que significa “cielo”). En cuánto a Adad, su origen parece ser claramente extranjero, posiblemente ario y no mesopotámico, importado por los semitas asirios procedentes de la vecina región montañosa de Capadocia. Por lo general, se le consideraba dios del trueno y los rayos y se le representaba montado sobre un gran toro. Estas dos divinidades formaban, junto a Assur, la gran tríada de dioses asirios, los tres procedentes de distintos pueblos: Assur, el dios solar, era semítico; Anu tenía un origen sumerio y Adad tal vez fuera originalmente ario o incluso hitita. En nombre de estos tres dioses se llevarían a cabo algunas de las matanzas más escalofriantes de la historia antigua.
3.3: Escritura y literatura.
Hoy en día, la mayor parte de las cosas que sabemos acerca de las características del pueblo asirio nos han sido legadas por los documentos literarios que han sido hallados en las ruinas de sus templos y zigurats y, sobre todo, en la biblioteca del rey Assurbanipal en Nínive. Al igual que en el caso babilonio, los asirios narraron en crónicas los principales acontecimientos que sucedieron en su tiempo, desde prácticamente los orígenes de su civilización. Todos los textos asirios y babilonios que han llegado hasta nuestras manos se encuentran escritos sobre tablillas de arcilla en caracteres cuneiformes. Esto se debe precisamente a que el material utilizado para su escritura es la arcilla, por lo que los escritos han resistido bien todos los agentes de destrucción del paso del tiempo, no así otros materiales como la madera, el cuero o mismamente el papiro, material de escritura más frecuente en la antigüedad.No se puede decir que la interpretación de los textos y documentos halla sido tarea fácil. Uno de los principales inconvenientes de la escritura cuneiforme es que cada uno de los signos que usa está formado por una o varias unidades semejantes a una cuña, de forma que resulta mucho menos sencilla de descifrar que textos escritos en papiros o pergaminos. De todas formas, el disponer de estas tablas de arcilla ha permitido a los arqueólogos conocer de una forma mucho más clara y concisa los hechos y sucesos de la historia antigua.

4. Ejército
4.1: La necesidad de un ejército permanente.
Desde el resurgir del poderío asirio durante los siglos XII y XI a.C. hasta aproximadamente mediados del s. VIII a.C., Asiria se vio permanentemente envuelta en una serie de guerras continuas, tanto para defender su propio territorio contra las peligrosas incursiones de turbulentos pueblos nómadas como por los ataques y ofensivas de las otras grandes potencias de la zona. En parte, gracias a todo el ambiente de violencia, muerte y destrucción que acompañó a la historia de Asiria desde prácticamente sus comienzos, se forjó el duro y guerrero carácter del pueblo asirio. Sin unas defensas naturales demasiado consistentes, rodeados de enemigos y en un punto de cruce entre la gran mayoría de migraciones de la zona, los monarcas asirios se verían obligados a mantener un buen ejército con el que protegerse.Hasta mediados del s. VIII a.C., los ejércitos asirios se habían basado en el reclutamiento de levas ciudadanas y campesinas así como de tribus nómadas afines que vivían en los alrededores del reino. El sentido imperante de la guerra no era otro que efectuar incursiones en territorios extranjeros con el objetivo de obtener botines de guerra, esclavos y lograr un enriquecimiento fácil. Sin embargo, con el ascenso al poder del rey Tiglath-Pileser III las cosas cambiarían drásticamente. Llegado al trono merced a un golpe de estado tras una cruel guerra interna, Tiglath-Pileser III reorganizó completamente las bases del ejército asirio y restauró la autoridad y el poderío del estado. Formó un potente ejército mercenario, en donde no importaban las etnias o los lugares de procedencia sino las aptitudes para la lucha de cada uno (hasta tal punto que llegó a haber una gran cantidad de oficiales extranjeros). Tiglath-Pileser también logró cambiar la mentalidad asiria en torno a la utilidad de la guerra, de forma que a partir de entonces la política exterior del reino asirio se basó en la conquista y ocupación de nuevos territorios, saqueándolos como hasta entonces, pero manteniendo el control sobre ellos y evitando muchos problemas futuros.

4.2: Composición del ejército.
La composición de los ejércitos de los reyes asirios no fue, en general, demasiado distinta a la de otras naciones y estados mesopotámicos de aquella época. Sin embargo, una serie de pequeños pero importantes detalles son los que le dieron una ventaja tan significativa sobre los demás, llegando al punto de que desde el resurgir del Imperio Asirio bajo las órdenes de Tiglath-Pileser I (no confundir con el III, citado anteriormente) hasta la muerte del último gran soberano, Assurbanipal, se le consideró prácticamente invencible. Uno de estos “detalles” radica en la utilización, por primera vez en la historia, de armas de hierro.Básicamente, el conjunto de las tropas se dividía en infantería, caballería y carros de guerra. La infantería, a su vez, se repartía en distintas unidades ligeras o pesadas. Los soldados de infantería pesada iban bien equipados para el combate cuerpo a cuerpo; vestían una coraza generalmente compuesta por láminas de cuero superpuestas, pantalón, botas altas de cuero, túnica y además protegían la cabeza con un casco metálico coronado con una cimera (a veces adornada con plumas) y con dos piezas metálicas que cubrían las orejas. Esta infantería pesada se dividía en arqueros y piqueros. Los primeros portaban una espada corta para usarla en el cuerpo a cuerpo, un arco y un carcaj con flechas colgando a la espalda. Los piqueros, elemento completamente original del ejército asirio y que era totalmente inexistente en los demás de la época, llevaban también una espada corta y además una lanza larga y un escudo de metal o mimbre (generalmente redondo u ovalado). En cuánto a las tropas de infantería ligera, vestían de forma similar a la infantería pesada, pero sus armaduras estaban fabricadas con materiales más ligeros y sus armas eran más pequeñas y manejables, a fin de conferirles más agilidad y movilidad. Por lo general, la infantería pesada era la encargada de llevar el peso del combate, mientras la ligera hostigaba sin cesar al enemigo. La inclusión de la caballería al ejército asirio se dio en un momento relativamente tardío, durante el reinado de Sargón II. En un principio, el elemento de choque de los ejércitos asirios eran los devastadores carros de guerra, capaces de destrozar literalmente filas y filas de soldados enemigos, causando impresionantes mutilaciones y desmembramientos con sus temidas cuchillas de las ruedas. Sobre él iban tres tripulantes: el cochero, encargado de conducir a los dos o cuatro caballos; el guerrero, provisto de lanza y arco, que acosaba al enemigo; y el servidor, que con un escudo protegía los cuerpos de sus compañeros. El carro, a pesar de todo, resultaba bastante rápido y manejable, ya que poseía una estructura ligera, cerrado tan sólo por delante.La caballería, mientras tanto, adoptaba el rol de hostigar, emboscar, distraer y flanquear al enemigo. Los jinetes iban provistos de arco y lanza, pero no llevaban escudo ni protección tanto para ellos como para sus monturas. No fue hasta las campañas de Assarhadón y Assurbanipal cuándo se comenzó a proteger a los caballos con un sencillo caparazón. Es precisamente en esta época tardía cuándo los carros pasan a convertirse en centros de acción de los diversos grupos de combate y la caballería asume el papel de fuerza de choque.

4.3: Campañas y asedios.
Las expediciones guerreras se iniciaban en primavera todos los años, con el rey al frente. Por lo general, las incursiones partían con el objetivo claro de invadir un reino, someterlo, destruir sus ciudades, convertir a sus habitantes en esclavos e incendiar y talar sus campos y cosechas, con el objetivo de que la repoblación de la zona resultara lo más difícil posible. Cuándo se desplazaban a grandes distancias, los ejércitos asirios construían campamentos fortificados, que rodeaban de muros de tierra. En el interior del muro, montaban sus tiendas de campaña sostenidas por palos.En los asedios, el ejército asirio actuaba de una forma igual de profesional que en las grandes batallas. Los soldados empleaban máquinas de guerra tales como el ariete (generalmente vigas gruesas que terminaban en una figura de cabeza de monstruo) y torres de asedio de forma cuadrada (construidas con madera y de gran altura). Los sitiadores asirios siempre actuaban de dos en dos, uno disparando con el arco y el otro cubriéndolo con un escudo. Los zapadores, equipados con cotas de malla, excavaban trincheras en frente de la fortaleza y abrían galerías subterráneas para llegar a la base de la muralla hasta lograr destruirla o abrir un boquete que permita la entrada.Una vez se lograba el objetivo de tomar la ciudad sitiada, los soldados del ejército asirio daban rienda suelta a sus peores instintos, muchas veces siguiendo órdenes directas de sus reyes o generales. Los cadáveres de los defensores eran decapitados, y aquellos desgraciados que eran capturados sufrían horribles torturas, incluyendo lapidaciones, desmembramientos y empalamientos. Las mujeres eran violadas y, junto a los niños, llevadas como cautivas y esclavas a Asiria. Además, el ejército asirio se encargaba de saquear y desvalijar las ciudades, incluyendo la quema de las cosechas. Todo esto reportaba a Asiria un arma nueva, mucho más temible y poderosa que las convencionales: el miedo. Ante los rumores del destino de aquellos que osaban interponerse en el camino de los soberanos asirios, muchos pequeños estados o ciudades se rendían sin presentar batalla.Por si quedaba alguna duda de estos acontecimientos, los propios monarcas asirios dejaban, con deleite, clara constancia de estos actos en sus anales. Así, en palabras del propio Sargón II, “destruí siete plazas fuertes en las que no dejé piedra sobre piedra; quemé las vigas de sus tejados hasta convertirlas en llamas; abrí sus graneros y repartí el alimento entre mis tropas; quemé en una pira la cosecha que iba a ser el sustento de su pueblo y el forraje que aseguraba la vida de sus ganados; talé todos sus bosques...”. En ocasiones, los relatos incluyen descripciones muy exactas de los métodos de tortura y las ejecuciones en masa. En parte gracias a los efectos psicológicos de estas matanzas y al enorme poderío de su ejército, el Imperio Asirio se mantendría durante siglos como una fuerza intocable e invencible en todo Oriente Medio. Aunque también es innegable que el gusto por el saqueo y los desmadres no llevarían civilización ni cultura alguna a los lugares conquistados, de forma que los pueblos sometidos no guardarían ningún buen recuerdo de Asiria.

El imperio asirio, parte I.

Esta semana, Xoso nos presenta un trabajo sobre los asirios para un 10.

1. Introducción
Mesopotamia es, para la mayor parte de la gente, un nombre que invita a pensar en la región donde nació la civilización. De hecho, por lo general lo que muchas personas piensan es que un buen día, alrededor del año 3500 a.C., algún sumerio iluminado por momentos de cruel aburrimiento cogió una tablilla de barro, una pequeña cuña de cobre e inventó lo que hoy llamamos escritura. A parte de eso, lo poco que el individuo medio de la sociedad actual sabe de la Tierra entre ríos es que allí se encuentran las ruinas de algunas pirámides escalonadas (o Zigurats) y una gran puerta revestida de azulejos. Bueno, también hay petróleo, pero ese es otro asunto.A menudo, una gran confusión surge cuándo se relacionan las palabras “Mesopotamia” y “Babilonia”. En muchas ocasiones ambos conceptos se relacionan de tal manera que llegan a confundirse, y uno puede tomar erróneamente el término “Babilonia” y utilizarlo, por extensión, para nombrar a toda la región que se extiende entre los ríos Tigris y Éufrates, allá en el lejano (o no tanto) Oriente Medio. Los que saben un poco más acerca del tema son capaces de distinguir a Babilonia como una de las ciudades más importantes y prósperas de la antigüedad, encuadrarla más o menos en el complejo mapa de la Mesopotamia antigua y nombrar a otras ciudades vecinas (y también rivales) de la ciudad santa, como Ur, Uruk, Sumer... etc. Y, sin embargo, casi nadie se acuerda de Asiria. Entre los siglos XIX y XVII a.C., desde el norte de la famosa Mesopotamia, surgiría un gran reino que haría temblar por completo a todas las naciones vecinas. En su momento de máximo apogeo, el gran Imperio Asirio llegó a dominar no sólo todos los territorios entre los ríos Tigris y Éufrates, sino que sus conquistas llevaron a los grandes monarcas de Nínive a gobernar desde el sureste de Anatolia hasta el Golfo Pérsico, extendiendo su poder sobre toda Fenicia, Chipre, Palestina, el Sinaí, Egipto entero y, por la otra punta del mapa, hasta los Montes Zagros. Fueron años que conocieron un terror y una violencia inusitados, cuándo parecía que nada ni nadie podía hacer frente a los implacables ejércitos asirios. Por avatares del destino, casi nadie los recuerda en la actualidad. ¿Cuál es el motivo de este olvido? ¿Por qué otros grandes imperios como el Hitita, el Romano o el Persa, e incluso otros menores como el Egipcio, son nombrados con asiduidad, mientras que Asiria permanece desconocida? El motivo principal es el odio.El adjetivo más suave que la Biblia utiliza para referirse a Nínive, última y más grandiosa capital del Imperio Asirio, es “Madriguera de leones”. Probablemente esto se deba al hecho de todo el sufrimiento que la población hebrea de Palestina sufrió a manos de los asirios, pero al menos sirve para darnos una referencia. Ninguno de los antiguos textos antiguos que hablan acerca de la caída final de Nínive expresan el más mínimo lamento por su destrucción. Mientras que el final de otros grandes imperios es relatado con pesar por sus aliados, nadie llora la pérdida de Asiria. Este hecho suele sorprender a la mayor parte de la gente que comienza a leer acerca de la historia antigua. ¿Cuánto odio y rencor se necesita para que una floreciente civilización y un todopoderoso imperio sean barridos de la faz de la tierra y ningún texto, de tipo alguno, lo lamente? A pesar de su implacable resentimiento sobre Cartago, Roma habla de su enemigo vencido. Los autores y literatos romanos mencionan al gran rival en sus escritos, incluso alaban algunas de sus cualidades, y esto a pesar de que la nación púnica y la gran loba romana eran enemigos irreconciliables a más no poder. Entonces... ¿hasta qué punto tiene que llegar a ser odiado alguien para acabar completamente desterrado de la memoria de sus vencedores? La respuesta es, a todas luces, evidente.

2. Orígenes de Asiria
2.1: El comienzo.
Al parecer, los territorios que más tarde conformarían el reino asirio estuvieron poblados desde la época paleolítica. Diversas excavaciones arqueológicas han hallado pruebas de la verdad de estas afirmaciones, especialmente con el descubrimiento de varios cráneos neandertales en cuevas del noroeste de la región. De todas formas, se piensa que la fecha aproximada del establecimiento de comunidades agrícolas y sedentarias podría fijarse al rededor del año 7000 a.C. La identidad de estos primeros pobladores de Asiria es prácticamente desconocida, aunque hay teorías que apuntan a pueblos subarios o subarteos, inicialmente procedentes de zonas más al Norte. Sabemos que aquella gente vivía principalmente de la agricultura y la ganadería, ya que cultivaban trigo y cebada y poseían ganado de diversos tipos, destacando el vacuno, ovejas, cabras y cerdos. Vivían en pequeñas poblados de casas construidas con arcilla compacta, y almacenaban sus cosechas de grano en grandes tinajas recubiertas de betún. Poseían un notable dominio de la utilización de la arcilla, ya que hay pruebas de cerámica de notable calidad, empleada para usos decorativos.En lo tocante a los habitantes en si, uno de los pocos rasgos conocidos acerca de estos primitivos asirios es que hablaban un tipo de lengua aglutinante, en lugar de la característica lengua flexional que más tarde se impondría con el dominio semítico. Además, parece ser que no tenían cementerios, ya que a juzgar por los hallazgos arqueológicos enterraban a sus muertos en pequeñas parcelas de tierra al lado de las casas.Más tarde, alrededor del III milenio a.C., la región se vio afectada por las grandes oleadas invasoras de nómadas semíticos, que pasaron a convertirse en la etnia dominante de la zona y sustituyeron la antigua lengua aglutinante por la suya propia, parecida al idioma babilónico. Su propia escritura se asemejaba mucho a la cuneiforme babilonia, aplicando apenas unas ligeras modificaciones. De todas formas, la imposición de la etnia semita sobre los pobladores anteriores no fue total, sino que ambas estirpes se fusionaron y fueron ocupando progresivamente el territorio.
2.2: Los primeros reyes.
Se considera como fundador mítico de la primera dinastía de los reyes de Asiria a un tal Puzurassur, si bien pocos hechos indican que este personaje haya existido en la realidad, ya que su historia se mezcla con leyendas posteriores de tal forma que resulta imposible esclarecer cuánto tiene de real este individuo. La opinión de los expertos acostumbra a considerar a Puzurassur uno más de la larga lista de supuestos fundadores de grandes ciudades, como podrían ser Rómulo y Remo o la princesa Dido.La lista con los nombres de todos y cada uno de los reyes asirios se remonta a la época en que Asiria comenzó a considerarse una especie de “nación” primitiva. Así pues, a los primeros monarcas del periodo Paleoasirio se les denomina Reyes que vivían en tiendas de campaña, de los cuales algunos de los más destacados son Tudia, Adamu, Nuabu, Ushpia o Apiashal. Precisamente es a Ushpia a quien se atribuye la mítica fundación de la ciudad de Assur, y desde aquel momento esta pasaría a convertirse en la capital en honor al principal dios del panteón asirio. Algunos de los reyes posteriores que gobernaron desde Assur vienen nombrados en la lista como Sulili, Puzur-Ashur I, Ilushurna o Erishum I. A pesar de que la historia de estos primeros soberanos se pierde entre las brumas del tiempo y no sabemos prácticamente nada de ellos a parte de sus nombres (del propio Ushpia lo único que se conoce es que probablemente era de origen extranjero), si se han hallado algunas pistas de como iba evolucionando la actividad política y militar en la región. Al parecer, durante la gran época del apogeo del reino de Sumer, en la baja Mesopotamia, Asiria estableció frecuentes contactos con la civilización sumeria, y probablemente durante algunos periodos de tiempo formó parte del gran reino sumerio que se extendía por toda la cuenca de los ríos Tigris y Éufrates. Más tarde, cuándo aconteció la caída de Sumer bajo el empuje del creciente Imperio Acadio, los monarcas asirios vieron como su lista de aliados se reducía drásticamente y comenzaron a adoptar políticas exteriores más agresivas. De esta época parecen datar los primeros intentos de la realeza asiria por ampliar sus dominios algo más allá de los territorios originales del reino.La tierra de la región norte de Mesopotamia (donde se ubicaba Asiria) no tenía una productividad agrícola excesivamente alta, y podría decirse que los gobernantes asirios nunca intentaron hacer que esto cambiase demasiado. Al contrario, parece ser que en esta época primitiva la principal fuente de ingresos del reino era el comercio derivado de su estratégica posición en el mapa, al norte de Mesopotamia, relativamente cerca de Anatolia y bien situada en las rutas comerciales procedentes del Este. De hecho, los propios monarcas dan una imagen más de grandes y todopoderosos comerciantes que de reyes absolutistas. Assur se convirtió en una de las mayores sedes mercantiles de Mesopotamia, mientras que la por entonces pequeña ciudad de Nínive parece señalada como centro regulador de las actividades agrícolas. De todas formas, y a pesar del evidente auge de Asiria en aquellos años, también resulta innegable que los monarcas asirios siempre sintieron especial predilección por conseguir las riquezas de los demás sin efectuar previo pago o intercambio. Así, sabemos que Ilushurna realizó incursiones militares hacia el sur de Mesopotamia, probablemente con intenciones de pillaje. Sin embargo, la situación política de esta Asiria primitiva pronto cambiaría ante los acontecimientos que se avecinaban.
2.3: El Imperio Acadio.
Ya se ha mencionado con anterioridad en este texto la caída del gran imperio sumerio a manos de sus vecinos los acadios. En concreto, hablamos de la época del rey Sargón I de Akkad, el mayor de todos los monarcas acadios. Nada más terminar la construcción de su nueva capital, Agadé, Sargón lanzó a su colosal ejército sobre el sur de Mesopotamia, más concretamente la región de Sumer. Tras vencer al rey sumerio Lugal-zage-si de Uruk, el todopoderoso soberano acadio apenas encontró resistencia para unificar los territorios de Akkad y Sumer y, a continuación, crear un gran imperio que se extendía desde el Mar Mediterráneo y Anatolia hasta la desembocadura de los ríos Tigris y Éufrates. Sargón no sólo consolidó y agilizó las rutas de abastecimiento de su reino, sino que además procedió a ocupar y anexionar otros poderosos estados como el Elam o Ebla. Asiria, por su parte, también es conquistada, de forma que pasa a formar parte del nuevo imperio de Akkad.A pesar de su poderío, el Imperio Acadio será más bien efímero. El primero de los sucesores de Sargón, Rimush, se vio obligado a reprimir una violenta sublevación en varias ciudades sumerias antes de ser asesinado por una conspiración palaciega. Su hermano Manishtusu, que le sucedió en el trono, tuvo que apresurarse a aplastar otra revuelta en Elam antes de sufrir un destino similar a su antecesor. Finalmente, Akkad viviría unos cuántos años de aparente tranquilidad bajo el reinado del nieto de Sargón, Naram-Sim, que conseguirá llevar las fronteras de su imperio a su máxima expansión. De todas formas, la inestabilidad política de un imperio construido con demasiada rapidez pasará factura tras la muerte de Naram-Sim. Sus sucesores se verán atacados por diversos frentes, y pronto el Imperio Acadio se desmembrará en diversos pequeños estados, incapaces de recuperar la unidad. Esto no hará más que favorecer el regreso de Asiria a un primer plano de la escena política.
2.4: Primer Imperio Asirio.
En medio de la época convulsa que se vivía en todo Oriente Medio, una nueva serie de acontecimientos cambiarían drásticamente el reparto de poderes de la región. Es en esta época cuándo surge la figura de Shamshi-Adad, hijo de un caudillo amorreo expulsado de sus territorios originales y que se había refugiado en Babilonia. Al parecer, nos encontramos también con que su hermano mayor, Aminum, se había enfrentado en batalla al emperador acadio Naram-Sim, probablemente contando con la ayuda de Babilonia.Lo primero que hace Shamshi-Adad una vez se ha asegurado el apoyo de los babilonios es avanzar hacia Asiria y tomar la ciudad de Ekallatum, situada al norte de Assur. Desde allí, reorganiza su ejército y se prepara para enfrentarse a los dos hijos y herederos de Naram-Sim. Aprovechando una época de creciente debilidad y crisis en el Imperio Acadio, Shamshi-Adad se abalanza sobre Assur y expulsa al rey acadio Erishum II. A continuación, avanza rápidamente hacia el Sur y detiene a las tropas que Dadusha, otro de los hijos de Naram-Sim, ha enviado para ayudar a su hermano Erishum. Además, persigue a los acadios en su retirada y arrebata algunos nuevos territorios al mermado reino de Akkad.Durante los años siguientes, Shamshi-Adad se dedicará a expandir su reino, anexionándose otros pequeños estados de los alrededores (como el reino de Mari, antiguo enemigo de su padre) y crea un Imperio que se extiende desde los montes Zagros hasta las costas del Mar Mediterráneo. Sin embargo, su mayor mérito es el establecimiento de un estado completamente centralizado, algo innovador en aquella época del Oriente Medio. Shamshi-Adad divide sus territorios en varios distritos al frente de los cuales coloca a una serie de gobernadores y administradores para hacer más fácil las tareas de gobierno. Así mismo, se preocupa en mejorar las comunicaciones de Asiria, creando un eficaz sistema de correos, y también vigilia y controla el creciente número de población mediante frecuentes censos. Debido a que sus campañas militares fueron frecuentes, se vio obligado a nombrar a su hijo Ishme-Dagan regente de Asiria.Y a pesar de todo esto, el primer Imperio Asirio no durará mucho. Durante los últimos años de su reinado, Shamshi-Adad I se verá amenazado tanto como por ataques y agresiones externos como por las conspiraciones de la nobleza asiria, un grupo muy poco heterogéneo formado tanto por antiguas casas dinásticas como por jefes de clanes nómadas, que muy pronto harán visibles sus disidencias, haciendo peligrar la unidad del reino asirio. Por si eso fuera poco, los territorios conquistados, viendo la debilidad de Asiria, no dudan en lanzarse a una lucha por la independencia. Tras sufrir algunos importantes reveses militares, Shamshi-Adad I morirá en el 1780-81 a.C. Tras su muerte, la gran crisis que atenaza al Imperio Asirio se vuelve evidente por momentos. Su hijo mayor no tardará demasiado en perder los territorios de Mari, mientras que Ishme-Dagan se verá confinado en los territorios originales de Asiria, en el triángulo formado por los ríos Pequeño Zab y Gran Zab.Pero ni siquiera esta nueva situación se mantendrá por demasiado tiempo, ya que apenas dos décadas después de la muerte de Shamshi-Adad, sobrevendrá la caída del débil Ishme-Dagan a manos del soberano de un nuevo y poderoso estado amorrita: Hammurabi de Babilonia. Asiria, que hacía tan sólo treinta años se había convertido en el reino más poderoso de Mesopotamia, se integra en el Imperio Babilónico.
continuará.

Grandes batallas VI: Muret, 1213

viernes, 7 de marzo de 2008

Dr. Stuka nos deleita esta semana con un artículo sobre la batalla de Muret. Disfrutadlo.

A finales del siglo XII, Occitania (Provenza y el Langedoc) era lo más parecido a una sociedad avanzada que la Europa Medieval ofrecía. Nobles que podían ser catalogados de benévolos., cierta tolerancia de ideas religiosas, una cultura cortesana floreciente llena de juglares que cantaban tanto las hazañas guerreras como las amorosas. Una débil luz en una época oscura.La Francia de los Capetos se encontraban en una situación muy diferente.. Pese a ser nominalmente reyes de amplios territorios (herederos del imperio carolingio) su poder estaba claramente reducido por poderosos vínculos feudales. La fachada atlántica (Normandía, Bretaña, Aquitania) eran de facto territorios ingleses, Los nobles flamencos y los burgomaestres de las grandes ciudades belgas actuaban de modo independiente. Borgoña, era un constante dolor de cabeza. Y Provenza buscaba cada vez más a los reyes del otro lado de los Pirineos como garantía de su libertad.

Pronto esto iba a cambiar. Los Capetos llevarían a cabo una política agresiva que culminaría en la guerra de los Cien Años. Pero la primera parada eran Flandes y Occitania, la tierra de la Lingua Oc (Languedoc). La excusa, un peculiar secta cristiana: los cátaros. Y la clave: una alianza con el Papado que acabaría con la santa sede en Avignon. No entra en el objetivo de este artículo examinar a los cátaros. Baste decir que finalmente el Papa decidió cambiar su política respecto a os cátaros, del dialogo a la aniquilación, tras la muerte del legado papal enviado para negociar con ellos. Inocencio III se apresura a proclamar una cruzada, acusando de toda clase de abominaciones (que se repetirían de modo muy parecido años más tarde para destruir a los templarios). El rey de Francia, deseoso de hacerse con el próspero sur pero fuertemente implicado en Flandes (y bajo la amenaza del Sacro Imperio), deja en manos de Simón de Montfort esta campaña.

Simón es fruto de su época. Noble francés con feudo principal en Inglaterra. Se unió a la infame IV Cruzada, que abandonó tras la toma de Zama por los cruzados. La información es contradictoria, parece ser que intentó seguir la consigna de no atacar a otros cristianos e intercedió por la ciudad adriática. No demostró tan buenos sentimientos con Carcasonne o Tolousse. Juan sin Tierra de Inglaterra le había despojado de sus derechos feudales en Leicestershire. Era pues un noble endurecido, un aventurero sin tierra y sin futuro, pero con ambición y habilidad guerrera.

Los nobles de Occitania se ven amenazados. Un ejercito francés en sus territorios es el primer paso para una perdida de su libertad. Si se unen a él, será dar a los franceses legitimidad para campar a sus anchas por sus dominios. Oponerse significará, tarde o temprano, la guerra. Durante años se han preparado para esto con alianzas al otro lado de los Pirineos, de modo que una red de vínculos feudales (y una afinidad cultural) les une con la Corona de Aragón. Raimundo de Tolosa, los Trecavel de Carcasonne, el conde de Foix… miran a Pedro II como a su paladín.Pedro II, rey de Aragón y conde de Barcelona como Pere I, era todo lo opuesto a Montfort. Acostumbrado a moverse en el terreno de la diplomacia, merced al complicadísimo sistema de alianzas trazado por su padre, Alfonso II el Casto, era simpático, inteligente, de gran talla, aficionado a las justas, los juegos de habilidad y protector de juglares y poetas. Casi un hombre del Renacimiento adelantado a su tiempo. Es llamado el Católico y ha sido coronado por el mismo Papa. Irónicamente, morirá luchando contra unos cruzados.La primera vez que Pedro se ve involucrado en la Cruzada fué durante el sitio de Carcasona. Pedro II es requerido como mediador entre los cruzados y los sitiados al mando de Ramón Roger Trencavel. Poco antes, de Montfort y el nuevo legado papal (Arnault Aumeric) han tomado Beziers y han pasado a cuchillo a su población. Se cuenta que sus hombres preguntaron al obispo como disitinguirian a los cátaros de los católicos.Aumeric contestó: “Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos”.

El caso es que Pedro acudió a Carcasona y convenció al Trencavel para que negociase con los cruzados. Lo que siguió fue humillante para el rey. Ramon Roguer fue capturado a pesar de la tregua, la ciudad tomada durante la confusión consiguiente. Y a esto siguió la muerte del propio conde en las mazmorras del que fue que fue su palacio. Podemos imaginar la frustración que debió sentir Pedro II. Quizás fue entonces cuando decidió que si volvía a Occitania sería con un ejercito respaldándole.


Pero mientras se une a otra gran empresa. Acudiendo a otra cruzada promulgada por Inocencio III (sí, ¡otra más!) Pedro se une a Alfonso VIII de Castilla y a Sancho VII, el Fuerte de Navarra y Alfonso II de Portugal. Tambien acuden los que serán enemigos irreconciliables: Raimundo de Tolosa y Aimeric como legado papal. En las Navas de Tolosa, Pedro II no participa en la estrategia (nunca fue un estratega destacado) pero gana gloria como caballero entrando en combate en la gran batalla que acabó con la amenaza almohade.

Cuando regresa en 1213 a Aragón encuentra los viejos problemas. Simon de Montfort prosigue su cruzada ( y acumulando títulos nobiliarios de los condes despojados y excomulgados). Tolousse, los dominios de su cuñado Raimundo han sido invadidos. El conde pide ayuda a Pedro. Esta vez el rey reúne un ejército y cruza las montañas para dar batalla. Una sola duda atenaza su corazón.. su hijo Jaime es rehen de los franceses, que habían exigido este trato como garantía de la mediación que ya hemos visto.El septiembre del 1213 el ejercitote Pedro II, con algunos de los mejores caballeros aragoneses y catalanes, se reúne con las tropas occitanas de los condes de Tolousse, Foix y Comminges. El día 12 han alcanzado una pequeña villa fuertemente fortificada a orillas del Garona: Muret.Su intención es aprovechar un error estratégico del barón cruzado. Simón se ha adelantado con su ejercito mucho más allá de sus bases (para apuntarse éxitos lejos de su “compañero” y rival en busca de prebendas, Arnauld Aimeric). Y en Muret la mayor parte de sus tropas, reclutadas por un periodo de 40 días de servicio, han cumplido este periodo y le abandonan. Simón se queda solo con sus caballeros cruzados y con la pequeña guarnición de Muret.: son 750 cruzados (otras cifras hablan de algo más de 800) y unos 700 u 800 hombres de infantería.Los aliados no han podido evitar que Simón entre en Muret, pero lo tienen en un callejón sin salida. Raimundo de Tolosa propone sitiarlos y rendirlos por hambre, practica muy común a lo largo de la cruzada albiguense. Tienen tropas de sobra, tanto de caballería como de infantería. Solo en caballeros, las fuerzas combinadas suman 3000 caballeros. En cuanto a la infantería, las fuentes discrepan en cuanto al número y la calidad de la tropa. Las cifras van desde 20.000 hasta 40.000, esta ultima cifra ciertamente exagerada.

El rey rechaza vehementemente la idea del asedio. No es caballeroso. Muret será asaltado y tomado por la fuerza de las armas. Manda a la mayor parte de la milicia tolosana a bloquear las puertas de la ciudad y preparar las máquinas de guerra, en incluyen enormes trabucos. El campamento aliados se sitúa en unos altos a orillas del Saudrene. La euforia reina entre los aragoneses, los despechados occitanos se sienten ofendidos por haber sido marginados de los planes.El 12, según los planes de Pedro II, se continuaría con las labores de cerco. Pero de Montfort ha trazado otros planes. Muy audaces. Saliendo por la puerta de Sallet saca a todos sus caballeros de la villa sitiada y los divide, fuera de la vista de la infantería occitana en tres cuerpos, de unos 250 caballeros cada uno. Los dos primeros despliegan encarando el campamento aragonés. Un tercer grupo, a las órdenes del propio Simón, se aleja del cuerpo principal y despliega subrepticiamente en la zona pantanosa de Pesquiés.



Es mediodía.El como se desarrolla la batalla en si es asunto polémico y está infiltrado de la propaganda posterior. Se dice que los aragoneses y catalanes fueron sorprendidos en plena resaca o borrachos. Qué en el campamento de los aliados abundaban las amantes de los caballeros, que el mismo rey Pedro entraba en batalla solo para impresionar a una dama. Estas mismas fuentes pintan a Simon de Montfort casi como un santo, rezando el rosario en la torre de su fortaleza y haciendo rezar a sus hombres. Hay mucha propaganda pro-francesa en estas crónicas. Muchos trovadores se aprestan a agradar a sus nuevos amos tras la cruzada. Lo cierto es que si observamos la crónica de la batalla en si, vemos que los aliados no son sorprendidos “durmiendo la mona”. Los aragoneses organizan tres líneas de batalla que forman perfectamente el día 12. Una primera la forma el conde de Foix y sus hombres. La segunda línea la comanda el propio Pedro, rodeado de la flor de la caballería catalana y aragonesa. En una tercera línea se encuentra el resto de la caballería occitana, al mando del aun enfadado Raimundo de Tolosa. Quizás se han visto sorprendidos por la audacia del cruzado, pero todos saben que puesto ocupan en la línea y la mayoría están en el cuando es menester. El choque con el cuerpo francés principal, al mando Bouchard de Marly (1ª linea) y de William de Encontré (2ª linea) es brutal. Las fuerzas del conde de Foix, es desorganizada rapidamente. Los infantes, aterrorizados huyen atravesando la segunda linea aliada y la desorganizan mientras los franceses chocan con ella. Aun podrían haberse sobrepuesto los aragoneses a este revés merced a sus superioridad en número. Pero ese es el momento elegido por Simón de Montfort para salir de las marismas y cargar. Con desmayo ven los aragoneses y catalanes como, del pantano que consideraban impasable, unos 300 caballeros franceses les cargan por el flanco. La confusión es mayúscula, muchos caballeros luchan desmontados, ya no existe línea de batalla. En este escenario se produce la muerte de Pedro II.Este también es terreno para la leyenda. Se cuenta que Pedro II no llevaba ni saya ni blasón que proclamase su personalidad, ya que gustaba de mezclarse con sus hombres y luchar como uno más, al mas puro estilo del romancero medieval. Dos nobles franceses abaten a un noble aragonés de elevada altura y que viste con las cuatro barras rojas sobre fondo de oro, y proclaman que han matado al rey. Pedro, se despoja del yelmo y grita: “Yo soy el rey”, tras lo cual es muerto por varios caballeros cruzados. Otras versiones son menos amables: el rey lanza su grito para evitar ser asesinado una vez derribado de su montura. Sea como fuere, Pedro acaba así sus días.La tercera línea de batalla occitana se descompone sin apenas poder intervenir en la batalla. Huyen en desbandada los supervivientes. Los que se refugian en el campamento y son capturados son pasados a cuchillo. Los franceses son pocos y no quieren correr el riesgo de verse sobrepasados por sus teóricos prisioneros. La matanza es algo que, teniendo en cuenta el episodio de Beziers, no debería sorprendernos.Todo acaba en pocas horas. La infantería tolosana, sin mandos y sin intervenir en la batalla. Se ve ahora entre el Garona, la muralla de Muret y las lanzas de los cruzados. Muchos escapan como pueden. Otros son muertos en la persecución. El fin de la Occitania independiente se ha sellado.Muret es la historia de dos errores estratégicos y una brillante acción táctica. Monfort cometió el grave error de verse encerrado en Muret y de haber perdido su infantería al no tener en cuenta las peculiaridades de la Quarantine, el servicio por 40 días de la leva feudal.Pedro II comete a su vez otro error garrafal: con su abrumadora superioridad numérica y luchando en terreno amigo, no bloquea de modo efectivo a Simón de Montfort en Muret y le da una oportunidad de dar batalla campal. Quizás había creído en demasía en ese mundo caballeresco que le cantan los juglares que protege. En ese aspecto, el duro Montfort y Raimundo de Tolosa le aventajan claramente. El movimiento de flanqueo es ciertamente brillante. La sorpresa debió ser enorme en unas tropas ya desordenadas por la huida de una infantería mal desplegada. El que eligiese un terreno teóricamente impracticable y apareciese con toda su fuerza en el flanco del enemigo, recuerdan a algunas de las más celebradas maniobras militares de la Historia.Respecto a la historia de la batalla, es difícil despojarla de toda la propaganda posterior, destinada a denigrar a los aliados como protectores de la herejía. Lo cierto es que buena parte de las crónicas (escritas muy posteriormente) pinta n a Pedro y sus hombres como viciosos lascivos, mientras que los cruzados, y de Montfort en particular, como píos servidores de la fe. Sus tropelías y matanzas son obviados, como lo es su ambición sin límites (llega acumular los títulos de duque de Narbona, de vizconde de Carcasona y Beziers y el conde de Tolosa, amen de otras muchas prebendas menores y de las que ya poseía anteriormente en el norte francés). Aun hoy es alabado por algunas páginas dedicadas al rosario (del que era muy devoto y al que algunos atribuyen el éxito en Muret) con tintes de santidad. Tintes que no fueron suficientes para evitar que, durante el sitio de Tolousse, una roca lanzada por una catapulta bien apuntado, le aplastara.




Epílogo


Muret marcó el final de la influencia política catalana-aragonesa en Occitania. No así culturalmente. Tras Muret la cruzada albiguesa prosiguió con terrible crueldad hasta que los últimos cátaros fueron aniquilados en Montsegur en 1244.Francia prosiguió su política agresiva con sus vecinos y todo acabó en la guerra de los cien años. Su alianza con el papado se hizo cada vez más fuerte y culminó con el cisma de Occidente.Los hijos de Pedro II y Simón de Montfort fueron también protagonistas de la Historia.Jaime o Jaume I, el Conquistador, fue entregado a los templarios para su educación., Tras ascender al trono alcanzó una gloria que le sitúa entre los más grandes monarcas hispanos. Simón hijo heredó el temple de su padre y fue un destacado político en Inglaterra y acabó muriendo en Evesham encabezando la rebelión de los barones contra el rey. La corona de Aragón dejó de mirar al norte y se concentró en el Mediterraneo: recuperó el ritmo de la Reconquista con la toma del reino de Valencia y de las Baleares. Él y su herederos empezaron a hacer suyo el Mare Nostrum. Córcega, Creta, Atenas, Sicilia, Nápoles… las hazañas del Gran Capitán quizás no hubieran existido sin Muret.


Muret en DBA
Muret es una batalla compleja de simular en DBA, debido a la fragmentación de los ejércitos, la simulación de los mismos y el terreno en que se desarrolla.Ejercitos.Doy tres alternativas:

a)Representar ambos ejércitos con un Francés Medieval. (IV/64 a). Obviamente los caballeros del ejercito aliado serán representados con heraldicas aragonesa, catalana y occitana.

b)Sustituir el ejército aragonés-occitano por algún otro con fuerte componente de infantería basada en la muralla de lanzas. Sugiero: el cruzado temprano (IV/7), el cruzado tardío (IV/17)o si se prefiere representar una infantería de corte más ligero, el cilicio (IV/2) cuya infantería se basa en auxilia y lanceros en cualquier proporción. Esta opción la veo especialmente válida, aunque pobre en el elemento de caballería.

c)Crear unas listas específicas para el escenario. La cruzada sería la medieval francesa pero sustituyendo uno de los elementos de arqueros (3Bw) por una base de caballeros, para representar la superioridad de los caballeros cruzados. La opción 7Hd sería obligatoria y representaría un reclutamiento de emergencia en Muret por parte de Simón de Montfort. La occitana sería como sigue: 1x3Kn (Gen), 4x3Kn, 5x 4Sp o 3Ax ,1x 2Ps, 1xArtLos auxilia representarían las tropas montañesas catalanas y occitanas, mientras que los lanceros serían milicias feudales de las ciudades del Languedoc. La artillería representa a las máquinas de guerra levantadas por los sitiadores, trebuchets, catapultas, etc.La batalla.

1.- Campamento aliado. Cuenta como Step Hills

2.- Zona de despliegue del rey Pedro II. Todo el ejercito excepto 3 peanas de infantería.

3.- Zona de despliegue de las tropas emboscadas. Aquí se situará la plaqueta del general (Simón de Montfort) y otra base de caballeros.

4.- Zona de despliegue de las dos líneas de batalla cruzadas, con el resto de los caballeros y una peana de infantería.

5.- Puerta de Sallet. Aquí podrá desplegarse el resto de los elementos franceses de infantería del modo que se indican más abajo.

6.- Zona de despliegue de la infantería tolosana. Tres peanas de tropas de a pie. Si se usa la lista hipotética aquí se desplegará la artillería. Si ambos jugadores lo acuerdan, la proporción de infantería occitana puede aumentarse en esta zona.

7.- Dos BUAS unidos representando la ciudad de Muret.

8.- Rio Garona. Impasable.

9.- Rio Louge Se aplican las normas habituales para el cruce de ríos.

Sugiero las siguientes instrucciones:

Las marismas de Pesquiés: son impasables para el bando aliado, pero no para el cruzado, para el que son terreno difícil (bad going). El ejercito aliado no podrá tener ninguna plaqueta encarada a las lagunas hasta que los caballeros de Montfort salga de ellas.La guarnición de Muret: el jugador cruzado desplegará una peana de infantería en cada uno de los BUA que representan Muret. Además podrá desplegar una peana de infantería en la zona de despliegue cruzada (4). El resto de las tropas permanecen fuera de tablero.Al inicio de cada turno el jugador pueda hacer salir uno de los elementos de infantería por la puerta de Sallet (5), sustituyéndolo por uno de la reserva. Y así hasta desplegar todas sus tropas de infantería, en ningún caso las BUA quedarán desguarnecidas excepto por bajas en combate con el enemigo.Si una peana de la guarnición resulta destruida por el asalto occitano, será sustituida por otra de la reserva. Si no quedan peanas en la reserva, la BUA será ocupada por las tropas occitanas. Las tropas cruzadas solo pueden abandonar Muret por la puerta de Ballet (5).

Condiciones de victoriaVictoria cruzada: Es baja la peana del rey Pedro II o destruye al menos 5 peanas aliadas y toma su campamento.Victoria aliada: Toma las dos BUA que representan Muret, o destruye la mitad de las peanas de caballeros de los cruzados.Espero que las reglas sean de vuestro agrado. Se puede objetar que no son ortodoxas y entenderé cualquier crítica o modificación que queráis hacer.


Próximamente: Escenario de la batalla de Muret para DBA.

Grandes Batallas V: Los Campos Catalaúnicos, 451 d.C.

martes, 19 de febrero de 2008

Saludos. Hoy hablaremos de la última batalla de los romanos antes de que su ciudad cayera para no volver a levantarse jamás.
Algunos hombres doctos dicen que aquella batalla comenzó por un motivo determinado, otros dicen que por otro. Pero lo cierto es que en el año 451 de nuestra era, el Imperio Romano se descomponía como un cadáver. La antigua gloria de la Luz del Mundo estaba extinta. Los dueños de todas las tierras de un océano a otro ya no eran capaces de dirigir con eficacia ni propia región. Hacía medio siglo que se había dividido el Imperio en dos, y ahora había sendos emperadores: uno en el este y otro en el oeste. Pero las tierras ya no eran seguras.
Desde el norte, los invasores germanos habían cruzado el Rin y se habían apoderado de la Galia, estableciendo sus propios reinos. Ahora, había un rey franco que gobernaba, aunque no era reconocido oficialmente por el emperador romano.
Los visigodos habían sido empujados desde el este hacia el oeste, y habían atravesado impunemente el imperio, apoderándose de las tierras al norte y al sur de los Pirineos.

Pero el peor de todos aquellos enemigos era el enorme imperio que habían formado unos orientales que habían llegado a caballo, y que desde sus tierras al otro lado del Danubio, atravesaban las tierras del imperio romano de Oriente robando, saqueando y estableciendo tributos que estaban asfixiando los ya exiguos recursos del emperador oriental. Los hunos, gobernados por Atila, que desde su centro de poder, Tigas, la ciudad de las llanuras, podía jugar a decidir el destino de toda Europa. Había subyugado a los germanos del este, ostrogodos y gépidos, que ahora le obedecían sin rechistar. Hasta el emperador occidental se vio obligado a establecer relaciones diplomáticas con Atila, y Tigas era visitada frecuente por los embajadores romanos, tanto de occidente como de oriente. Uno de aquellos embajadores de occidente era el general Flavio Aecio.
Aecio era un romano de su tiempo, con todo lo que implicaba aquello. En su vida había conocido tanto lo que quedaba de la vieja Roma como los nuevos poderes que surgían de entre los germanos, y sus nuevos reinos. Con todos ellos era capaz de hablar en sus distintas lenguas, y hasta se ganó la confianza de Atila, que llegó a desarrollar cierta amistad personal.

Muchos dicen que todo empezó por una mujer: Honoria, la hermana del emperador Valeriano III, señor del Imperio Romano de Occidente. Honoria había sido obligada a casarse contra su voluntad con un senador romano, y a los pocos años de angustioso matrimonio, enfurecida y desesperada, sólo encontró una solución. Envió un mensaje a Tigas, a Atila, rey de los hunos, prometiéndole matrimonio y una extensa dote en forma de tierras si la rescataba de la vida que llevaba hasta ese momento.
Atila, que llevaba un tiempo sopesando y midiendo el poder del Imperio Romano de Occidente, así como a los francos y visigodos que se habían apoderado de sus tierras, no tardó en decidirse a actuar: reclamó a Honoria como esposa, y a toda la Galia como dote. Luego, reunió sus ejércitos de arqueros a caballo hunos, y sus aliados ostrogodos y gépidos, y se puso en marcha.
Cuando el desafío de Atila llegó a la corte de Valeriano, éste envió a Flavio Aecio con la orden de detener a Atila en sus pretensiones. Porque, si Atila se apoderaba de la Galia y subyugaba a los germanos francos y visigodos, Italia sería lo único que le quedaría por conquistar, y sin más apoyos, perecería irremediablemente. Aecio reunió las pocas tropas romanas que pudo antes de marchar al norte: básicamente, auxiliares no profesionales. Roma no podía reunir las legiones de antaño. Los soldados que siguieron a Aecio eran ciudadanos, campesinos y artesanos, mal equipados y con precaria formación militar. Sin embargo, Aecio consiguió infundir en ellos el valor suficiente para enfrentarse al más poderoso enemigo de Roma.
Sin embargo, Aecio sabía que no serían suficientes. Tenía muy claro que necesitaba la ayuda de otros enemigos de Roma: los reinos visigodo y franco, los únicos con poder militar efectivo, con fieros soldados, que Aecio conocía bien por haber luchado junto a él como federados. Por ello, es astuto Aecio se dirigió a la corte e Teodorico, rey visigodo del reino de Tolosa, para convencerle de que se aliara con él contra los hunos. Se dice que cuando Teodorico vio la ruina de ejército que comandaba Aecio, decidió que sería más seguro quedarse en casa y esperar a Atila en sus propias tierras. Sin embargo, Aecio no se rindió fácilmente. Buscó apoyo en un consejero de Teodorico, Avio, que finalmente convenció a Teodorico. Luego, Aecio y Teodorico marcharon hacia los francos. Como estaban en el camino de Atila, Meroveo, rey de los francos, fue más fácil de convencer. Además, Avio consiguió atraer también a las tribus alanas que en aquel momento se habían asentado entre los francos y los visigodos. Finalmente, toda aquella última alianza se puso en marcha para interceptar a Atila. Aecio, desde una colina, vio pasar todo el ejército hacia el norte, pensando que aquél era el último poder militar que quedaba en occidente. Si aquella precaria alianza fracasaba, si la Galia caía, nada evitaría que Roma también desapareciera bajo las pezuñas de los caballos hunos. En aquel momento, un trueno retumbó a lo lejos, la brisa arreció y una fina lluvia comenzó a caer. Aecio se arrebujó en su capa y espoleó su caballo para unirse a la marcha.

Para entonces, Atila y sus germanos ya recorrían el norte de la Galia a sus anchas. Habían aprendido técnicas de asedio anteriormente, y habían asediado y saqueado Tournai, Cambrai, Amiens, Beuvais, Colonia, Mains, Traer, Metz y Reims. Lutecia (París) se había salvado in extremis, y ahora, Atila había concentrado sus tropas para asediar Aurelianum (Orleáns), ciudad fortificada que cerraba el paso del río Loira.
Se dice que los hunos ya estaban sobre las murallas Orleáns cuando el ejército de Aecio apareció en el horizonte. Atila fue avisado, y maldiciendo ordenó una rápida retirada. No lo quedó más remedio, pues no quería ser atrapado contra los muros de Orleáns, sin poder aprovechar su principal fuerza, la movilidad de sus hunos. De modo que a toda prisa, el ejército de Atila se replegó hacia el norte, a una llanura conocida como Campos Catalúnicos, o Chalons. Estableció una precaria fortificación para su campamento mediante la disposición de las carretas, y esperó la llegada de Aecio.
Éste se lanzó desde Orleáns en una rápida persecución tras Atila, y finalmente, el 19 de Junio del 451, llegó al extremo sur de los Campos Catalúnicos, donde los hunos le cortaban el paso. Aecio maldijo la astucia de Atila. En una llanura prácticamente plana, Atila podría usar mejor sus tropas montadas. Únicamente había una escarpada colina quedaba a la izquierda de los romanos, más cerca de sus líneas. La noche cayó, y ambos ejércitos se retiraron a sus campamentos.

La nubosa mañana del 20 de Junio, Aecio se reunió con sus aliados. Decidió que los romanos se quedarían en el flanco izquierdo, más a la izquierda incluso que la colina, que quedó así en el centro-izquierda de la línea de la alianza. En el centro, Aecio desplegó a sus alanos, ya que no se fiaba completamente de su lealtad o voluntad de resistir, y al menos, si huían, no dejarán los flancos del ejército expuestos. A las espaldas de los alanos se situaron los francos de Meroveo. Los alanos ni siquiera podrían huir, pues su camino estaba bloqueado por los francos. Finalmente, los visigodos de Teodorico protegerían el flanco derecho.
Atila, simultáneamente, organizó su frente. A su derecha, frente a los romanos, situó a los gépidos y vándalos. Sus hunos, sus mejores tropas, los situó en el centro, frente a alanos y francos. A su izquierda situó a los ostrogodos, que sentían una especial animadversión hacia los visigodos. En aquel momento, el número total de guerreros se aproximaba a los quinientos mil. Sería una terrible batalla.
Aecio se dirigió a sus hombres. El viento, que agitaba el penacho de su casco y hacía bailar su capa, se llevó aquellas palabras que nadie recuerda, pero cuando habló a sus tropas, los últimos romanos, despertó algo en los corazones de aquellos atemorizados hombres, y al terminar, un grito se elevó al unísono entre sus filas, y comenzaron a marchar a paso ligero, como si fueran de nuevo el mejor ejército del mundo, guiados por él, acompañados por los espíritus de los mejores guerreros de la Antigüedad, a ocupar la colina que estaba frente a ellos. Teodorico, por su parte, en el flanco derecho, envió a su hijo, el príncipe Turismund con una avanzadilla, a avanzar más hacia la derecha aun, para desbordar por ahí a los ostrogodos si éstos se lanzaban contra el grueso de los visigodos.
Mientras, Atila lanzó directamente a todos sus efectivos a la carga. Despreciando a los romanos, había dicho a sus hombres que sólo encontrarían rivales a su altura entre los aliados germanos de Aecio. Ni siquiera se molestó en comenzar a hostigar las líneas enemigas. Sus órdenes fueron lanzar un ataque total en todo el frente, y decenas de miles de caballos se lanzaron a un galope salvaje, que hizo temblar toda la llanura.

Los ostrogodos fueron los primeros en estrellarse contra los visigodos. En un terrible choque, las caballerías pesadas de ambos bandos se trabaron en un terrible y sangriento combate. Los soldados a pie, por su parte, chillando y golpeando sus escudos, se lanzaron también unos contra otros. De alguna manera, dejaron de ser hombres para transformarse en bestias que se despedazaban unos a otros, llenando el aire con el sonido del acero contra el acero, de gritos, de huesos rotos a golpes y gritos de agonía ahogados en sangre. Y a la cabeza de sus caballeros, Teodorico, ya rota su lanza, segaba con su espada la vida de los enemigos ostrogodos adentrándose más y más en sus filas.
Hunos y gépidos se lanzaron también contra el centro y la izquierda de los romanos. Los alanos se llevaron la peor parte, y los jinetes hunos no tardaron en ponerlos en desbandada, perseguidos y asaeteados por los excelentes arqueros a caballo de Atila. Entonces, la persecución llegó hasta las líneas de los francos de Meroveo, que se lanzaron al combate con fiereza, frescos y descansados, trabando a los hunos.
En el flanco izquierdo romano, el resto de los hunos y los gépidos se lanzaron al galope a tomar la colina, pero Aecio se les había adelantado y había tomado la posición predominante. Ordenó a sus soldados que mantuvieran la línea y aguardaran a que aquellos fieros enemigos llegaran al final de la pendiente, que no se lanzaran al combate todavía. Y los enemigos comenzaron a llegar, pero las órdenes de Aecio comenzaron a dar su fruto. Los jinetes enemigos fueron perdiendo su ímpetu inicial conforme ascendiendo, y no pocos caballos resbalaron y cayeron, empujando a otros en su caída. Los que fueron llegando a las líneas romanas no formaban un frente cohesionado, sino grupos desordenados, que los soldados romanos despacharon sin mucha dificultad, con disparos de jabalinas. Entonces, los hunos que no habían terminado de ascender recibieron la orden de desmontar, y así, renunciaron a su principal ventaja. Echaron el pie en tierra, y comenzaron a ascender disparando sus arcos. Los gépidos marchaban a su lado, pero tanto los jinetes que desmontaron como la infantería, pesadamente equipada, tenía también muchas dificultades para seguir subiendo. Aecio recorría su línea manteniendo la disciplina. Siguió manteniendo sus tropas sobre la colina, aguardando a que más hunos se agolparan al pie de la misma, y que siguieran ascendiendo con tantas dificultades. Si lanzaba sus tropas a una carga, sólo tendría una oportunidad, y no quería desaprovecharla.
Los generales hunos informaron de los problemas que tenían en la colina dominada por Aecio, pero Atila les ordenó que no retrocedieran, que tomaran la posición a cualquier precio.

En el flanco derecho de los romanos, los visigodos se impusieron tras los sangrientos combates, y los ostrogodos comenzaron a retroceder. Fue entonces, cuando, en el frenesí de la persecución, Teodorico se lanzó al galope tras sus enemigos, seguido a duras penas por su escolta. Pero en ese momento, de entre los ostrogodos apareció la figura de Andag, un noble que intentaba contener a sus guerreros y reagruparlos. Viéndose impotente para conseguirlo, Andag giró su caballo y galopando hacia los visigodos, divisó su rey al frente, segando la vida de sus guerreros. Tomando su lanza, gritó: “¡Theodorik!”. Entonces, espoleó su caballo hacia el rey visigodo. Éste, habiéndole visto, le apuntó con su espada y también se lanzó al combate. Los siguientes segundos fueron angustiosos para su escolta, que no logró alcanzar a su rey a tiempo. Andag, el ostrogodo, cuyo pueblo había aprendido el arte de la caballería de guerra de manos de los sármatas, blandió su contos y, aprovechando su mayor alcance, desvió su caballo en el último momento, girando la lanza hacia el pecho de Teodorico. El rey no tuvo tiempo para esquivar el golpe, y con un terrible grito de dolor, la lanza de Andag chasqueó y se rompió. Teodorico, con toda la punta del contos clavada en su cuerpo, desequilibró a su caballo que cayó y rodó, aplastando al rey bajo su peso. Andag volvió grupas y huyó cuando la escolta del rey llegaba hasta él, maldiciéndolos.
El mayordomo del rey desmontó y corrió hacia Teodorico. Su cuerpo estaba machacado, pero el rey todavía luchaba por vivir. Respiraba con estertores, semiahogado por su propia sangre, y la vida le abandonaba. Cuando vio a su mayordomo, tomó la espada real, y encomendándosela, susurró su última palabra: “¡Turismund!”. Luego murió.
El mayordomo del rey abrazó la espada, y montando de nuevo, se lanzó a la busca del príncipe Turismund, en el extremo derecho de las posiciones visigodas.
“¡El rey ha muerto! ¡El rey ha muerto!”. La noticia se extendió rápidamente entre los visigodos y también entre los ostrogodos, que, entonces, consiguieron reagruparse, pues el empuje visigodo pareció flaquear. Turismund se encontraba dirigiendo un contraataque contre los ostrogodos cuando el mayordo le localizó, y con lágrimas en los ojos, le entregó la espada de su padre. Turismund, embargado por el dolor, no reaccionó al principio, pero pronto los nobles se reconocieron como el nuevo rey. Los ostrogodos se habían reagrupado y avanzaban de nuevo contra los visigodos, pero Turismund se puso al frente de las líneas. Entonó el canto fúnebre por su padre, y éste se extendió por entre los visigodos, y aquel canto se transformó, con el ritmo del paso de los soldados y caballeros, en un grito ensordecedor que los visigodos lanzaron mientras se lanzaban de nuevo a la carga, invocando el nombre de Teodorico y Turismund. El combate se reinició, tan sangriento como al comienzo de la batalla.

Las horas seguían transcurriendo, y mientras, en el flanco izquierdo, hunos y gépidos seguían subiendo por la ladera, tropezando con los cadáveres de caballos y guerreros que habían muerto ya. Cuando Aecio estimó que había suficientes enemigos, lanzó a sus tropas colina abajo. El nombre de Roma y de sus fundadores era invocado por aquellos humildes soldados, que como una marea inexorable, cargaron ordenadamente contra sus enemigos, segando sus vidas sin que nada pudiera pararlos.
Y Atila lo vio. Incapaz de romper el frente franco, a pesar del gran daño que les estaban infligiendo a las tropas de Meroveo, Atila se vio de repente bloqueado en el centro, y con sus dos flancos retrocediendo y sufriendo numerosas bajas. Y un pensamiento cruzó su mente como un relámpago, llenándole al mismo tiempo de miedo y rabia. Estaba siendo derrotado.
Cuando las tropas rechazadas de la colina huyeron, y los ostrogodos flaquearon también empujados por los visigodos, atravesando parte del centro donde Atila dirigía el ataque, no le quedó más remedio que ordenar la retirada total. Los rápidos hunos volvieron grupas y cabalgaron hacia su campamento. Ya estaba próximo el ocaso, cuando Atila irrumpió en su propia tienda. Estaba fuera de sí, y desesperado. Dio órdenes a sus sirvientes de que prepararan una pira. Si sus enemigos llegaban hasta el campamento, no le cogerían vivo.
Mientras, Aecio, Meroveo y Turismund convergieron en el centro, y entonces, Aecio tuvo que actuar rápidamente, tomando una de las decisiones más trascendentales de su vida: Turismund quería lanzar a sus visigodos a la persecución de Atila antes de que cayera la noche. Aecio sabía que si hacía eso, Atila sería eliminado, y su imperio se desestructuraría rápidamente. Si se eliminaba a la principal amenaza oriental, ¿quién podría entonces detener a los visigodos? Con la supervivencia de Roma como principal preocupación, Aecio jugó sus cartas brillantemente, y convenció a Turismund para que no continuara la persecución. De esta manera, los hunos pudieron retirarse. Atila volvió a sus dominios rápidamente, sin terminar de entender lo que había pasado.

La batalla de los Campos Catalaúnicos fue terriblemente sangrienta. Durante siglos, los campesinos de aquellas tierras contaron la leyenda de una gran batalla en la que perecieron miles de guerreros, que cada noche volvían a la vida para seguir luchando, una y otra vez. De vez en cuando, al arar las tierras, aparecían esqueletos, armaduras y armas oxidadas que mantenían con vida aquella leyenda.
25 años más tarde, Roma caería para siempre, pero aquel día en aquella llanura, se ganó ese cuarto de siglo más de vida para la civilización que había gobernado el mundo durante siglos.

CAMPOS CATALAÚNICOS PARA DBA.
Esta batalla es perfecta para jugarla tanto en DBA normal como en BBDBA.
Para jugarla en DBA normal, harán falta las listas II/83, romanos patricios, opción occidental, y la lista II/80, Hunos, opción a.
La lista romana ya lleva las tropas para representar a francos, alanos y visigodos. La Kn/Cv general y los Aux representan a los romanos. La LH representa a los alanos. Las Wb y Ps representan a los francos y los Kn y Bd restantes, a los visigodos.
La lista huna también lleva tanto tropas hunas como Wb y Kn ostrogodos y gépidos.
No creo que hagan falta reglas adicionales, salvo, si se desea, que la victoria se obtenga tras matar 6 peanas enemigas, no 4, para representar la dureza de esta batalla.
La escenografía debe incluir una colina escarpada lo más grande posible en un lado del campo de batalla, y luego, el mínimo de escenografía posible, teniendo en cuenta que se juega en territorio franco (como si los francos fueran defensores). Los atacantes serán los hunos.

Aunque si os reunís los suficientes, la batalla es perfecta para un BBDBA, con tres ejércitos por bando: II/83 Patricios, II/82 visigodos tardíos y II/72 francos tempranos para un bando, y II/80 hunos, II/71 gépidos, y II/67 ostrogodos para el otro.
Nota: La miniaturas de la imagen representan al ejército huno en Chalons y pertenecen a los chicos de DBA Italia.

Hijos de las llanuras IV. Los Hunos.

jueves, 7 de febrero de 2008

Saludos. Hoy hablaremos de otro pueblo de las estepas. Casi todo lo que sabemos de ellos nos ha llegado a través de los ojos de sus enemigos, lo que, como podéis imaginar, ha podido deformar grotescamente su imagen.
En Occidente han sido conocidos a través de sus enfrentamientos con lo que quedaba del Imperio Romano, pero la historia de los hunos comenzó mucho antes.

Para empezar, los hunos no son indoeuropeos, sino que hablaban una lengua uralo-altaica, emparentada con el mongol y el turco. Sus rasgos eran profundamente orientales, y muchos autores piensan que aparecieron en la Historia allá por el siglo III a.d.C., en China, siendo denominados por los cronistas chinos como Xiongú, un pueblo de pastores nómadas que habitaba la estepa central y oriental de Asia.
Durante dicho siglo, los Xiongú reunieron bajo su dominio a otras tribus esteparias, formando una gran confederación y, por qué no, cierto tipo de imperio, que, llegado el momento, se lanzó contra la China de la dinastía Han, recién instaurada a finales del siglo III a.d.C. La guerra total llegó en el 129 a.d.C., cuando el ejército Han se adentró en la estepa e hizo retroceder a los Xiongú más allá del desierto de Gobi. Por lo tanto, este pueblo quedó al otro lado de la Gran Muralla, y en el siglo I a.d.C. establecieron relaciones tributarias con los Han, e iniciaron una política de enlaces matrimoniales con ellos. De modo que entre los Xiongú se estableció una dinastía dominante apoyada en el poder Han, situación que se prolongó a grandes rasgos hasta el siglo IV de nuestra era, cuando la dinastía Han se extinguió, iniciándose el dominio de los Jin. Entonces, estalló una guerra civil en el reino, iniciándose en la ciudad de Shanxi. Los Xiongú aprovecharon sus lazos con los extintos Han para erigirse como sus sucesores, y lucharon contra los Jin. Se dice que los Xiongú emplearon jinetes y caballos con pesadas armaduras como arma de choque contra los Jin, y los vencieron. Por lo tanto, los Jin retrocedieron hasta el reino Jin oriental, y los Xiongú gobernaron el norte y el oeste de China, y su dinastía cambió de nombre, pasando a llamarse Han-Zhao en el 318. Sin embargo, en los siguientes cien años, esta dinastía se extinguiría, y en la zona norte, más en la estepa, las ramas restantes de los Xiongú fueron perdiendo cada vez más poder hasta ser absorbidas por los grupos étnicos de los Han (los Han son los chinos con el rostro muy muy plano y nariz muy “aplastada”. No olvidéis que “chino” es un término enormemente vago, ya que tienen cientos de etnias distintas) y Xianbei. Por lo tanto, su rastro se pierde en los anales chinos allá por el 430. Otra rama, la occidental, se lanzó a la estepa occidental en el 350, y fue la que llegó hasta Occidente.

La hipótesis del parentesco de los Xiongú con los hunos se debe a que el pictograma que los describía en las crónicas era pronunciado como “Hun” cantonés. No obstante, no hay pruebas de ADN concluyentes. Tal vez los Xiongú más occidentales se integraron en la gran confederación huna, o bien los hunos tomaron el nombre de ellos. El caso es que los hunos que llegaron a occidente tenían rasgos decididamente orientales, lo que a ojos occidentales resultaba muy llamativo.
De vuelta a la estepa asiática, los hunos o Xiongú prosperaron, tal vez debido a un endurecimiento del clima estepario y a un aumento de la población, comenzaron a expandirse hacia el oeste. Fueron contactando y dominando a pueblos esteparios indoiranios que ya conocemos (sármatas orientales, etc.), tomando de ellos nuevas costumbres (el culto a la Espada) y llegaron hasta la frontera del imperio sasánida, donde después de 10 años de guerra fueron derrotados por Sapor II. Así fueron asentados en la frontera oriental, aunque cuando Sapor volvió a atacar a los romanos, había fuerzas hunas entre sus filas, y así los conocieron por primera.

En Persia, los hunos se dividieron en dos grupos fundamentales: los heftalitas y los kidaritas. Con el tiempo, llegaron a obtener la independencia de sus territorios del imperio sasánida, y luego lucharon entre ellos. Los heftalitas retrocedieron entonces hacia el sur, y llegaron como una horda salvaje hasta La India, donde lucharon con el imperio Gupta. Luego regresaron y comenzaron a presionar en la frontera sasánida, participando también en algunas guerras civiles, hasta que, finalmente, en el 557, fueron derrotados por los sasánidas, y se diluyeron. Habían dominado las tierras de Sogdiana, Bactriana y parte de la India, y sus territorios se dividieron entre los persas y sus aliados, las tribus turcas (no penséis que los turcos son de Turquía. Los turcos proceden del centro de Asia, y Turquía tomó su nombre actual después de que estas tribus, ya islamizadas, establecieran su dominio sobre Asia Menor).
Mientras, los kidaritas se habían ido moviendo hacia el norte, hacia las estepas del norte del Mar Caspio, y de nuevo, unos años de terrible sequía los empujó hacia el oeste, enfrentándose a los alanos y sármatas occidentales. En el 370 seguían empujando a estos pueblos hacia el oeste, y derrotaron a los ostrogodos y gépidos, que fueron obligados a unirse a los hunos, y en el 376, derrotaron también a los visigodos, que buscaron refugio entonces en el Imperio Romano, como vimos en el artículo de las invasiones germanas. Por lo tanto, este movimiento en el siglo IV fue el que impulsó a los germanos, tanto visigodos como francos y burgundios, a asaltar las fronteras del Imperio Romano. Los hunos dominaron así todas las tierras desde el Caspio hasta el Danubio, que era la frontera natural de los romanos (Por cierto, lo he comentado varias veces, pero si tenéis la oportunidad de ir a Budapest, dad un paseo por el Danubio. Seguro que dará una nueva dimensión a vuestro concepto de “frontera natural”).


En el 378, los visigodos iniciaron una guerra contra los romanos, y el caos en el Imperio fue aumentando. Este caos fue aprovechado por el rey huno Rua, que en el 432 cruzó el río y atacó con tal fuerza que obligó al emperador Teodosio II a pagar un tributo de cuatro talentos de oro anuales (un talento tiene aproximadamente 30 kg. de peso) a cambio de la paz. De modo que los hunos ya tenían un imperio reconocido por los romanos. Eran un poder fáctico en el este de Europa.
En el 434 murió Rua, y sus dos hijos tomaron el poder: uno se llamaba Bleda, y falleció al poco tiempo. El otro se llamaba Atila, y para los cronistas romanos, se convirtió en la encarnación de Satán.

Atila se convirtió en el líder más importante de los hunos. De alguna manera, su espíritu guerrero se fundió con las tradiciones de su pueblo. No era sólo un líder o un caudillo. Atila se convirtió en un Avatar, en la encarnación de todo lo que los hunos admiraban. Los unió y cohesionó como ningún otro líder anterior había conseguido.
Las primeras operaciones de Atila se produjeron en Armenia, donde luchó contra los Sasánidas, que tras cinco años lo derrotaron. Entonces, volvió al oeste y atacó la frontera norte del Imperio Romano. Durante quince años, atacó una y otra vez Grecia, los Balcanes y Asia Menor, venciendo siempre a los romanos del este, e imponiéndoles tributos cada vez mayores, que fueron sangrando las ya exiguas arcas imperiales. Los hunos presionaron al imperio oriental como una hiedra asfixiante. Fue en esta época cuando Atila se ganó su fama de no dejar crecer la hierba por allí donde pasaba.

Atila llegó a formar una corte que fue visitada por numerosos dignatarios. Aecio, el “último romano” de occidente, se convirtió en cierto modo en amigo de Atila, y éste también mantuvo buenas relaciones con los nacientes reinos germanos del oeste, que crecían sobre las ruinas del Imperio Romano de Occidente. Porque no debemos olvidar que a pesar de su poder, los hunos codiciaban para sí todo lo que significaba el Imperio Romano: las riquezas, la cultura, el prestigio… Atila había conocido bien el Imperio desde su niñez, y como todos los invasores germanos de aquella época, consideraba a Roma el espejo donde deberían mirarse todos los imperios. Y se notó en la sociedad huna. Comenzaron a asentarse, a hacerse más sedentarios. Los líderes hunos se repartieron las tierras para sus distintas tribus, alrededor de las cuales estaban la población germana dominada por los hunos, y siempre a sus órdenes. Se llegó a fijar la capital en la ciudad de Tigas, cerca del río Prisco, en la actual Hungría. Ved que rápido llegó a evolucionar la población huna.
En el 451, Honoria, hermana del emperador de occidente, iba a ser obligada a casarse contra su voluntad. Honoria envió un mensaje a Atila, y éste la reclamó públicamente como esposa y decidió que la Galia sería su dote, de modo que la invadió. Aecio consiguió in extremis reunir una coalición de visigodos, francos y alanos, contra los ejércitos de Atila, que contó con fuerzas ostrogodas y gépidas. Así se libró la épica batalla de los Campos Catalaúnicos ( o Chalons), de la que hablaremos en el próximo artículo.
Por primera vez, Atila fue derrotado en occidente, y no pudo entrar en la Galia. Sin embargo, sí entró en Italia, saqueando Padua, Milán, Verona y otras ciudades del norte, sin que el victorioso Aecio pudiera hacer nada para evitarlo. Todavía se especula sobre por qué Aecio no acabó con Atila en aquella batalla, cuando tuvo la oportunidad.

Atila murió en el 453, en su noche de bodas con una esposa mucho más joven que él. Una intensa hemorragia acabó con la vida de este poderoso rey, tras lo cual, sin su fuerte liderazgo, sus descendientes se enfrascaron en cruentas guerras internas. Y las tribus germanas que había sometido comenzaron a ansiar el poder que había establecido Atila. Así, ostrogodos, hérulos y gépidos se enfrentaron a los hunos en la batalla de Nedao, en el 455, derrotándolos. El Imperio Romano de Oriente reconoció el nuevo poder gépido como estado naciente. Luego los hunos comenzaron a dividirse y a retornar a la vida nómada, aunque al menos tres grupos principales se quedaron en las estepas de Ucrania, y desde allí siguieron atacando hasta el siglo VI a los bizantinos. Estas tribus eran los Onogur (o búlgaros, que aquí aparecen ya, amigos), los Utrigur y los Kotrigur. En el 551, los Kotrigur, al mando de Zabergan, cruzaron el Danubio y atacaron al Imperio Bizantino. Justiniano casi no pudo hacerles frente, pero consiguió pactar con los Utrigur para que atacaran las tierras kotrigur, de modo que éstos tuvieron que volver a toda prisa. No obstante, en el 558, Zabergán volvió a atacar de nuevo, esta vez con una enorme fuerza que lanzó a tres puntos distintos: un tercio de su ejército fue a Grecia y los Balcanes. Otro fue a la Tracia occidental y la tercera fuerza, bajo su mando, fue a Tracia oriental y llegó hasta la capital del imperio, Constantinopla. Los bizantinos suplicaron al ya anciano pero genial general Belisario que dirigiera la resistencia, y lo consiguió. Después de ser derrotados, y de la muerte de Zabergan los Kotrigur y sus vecinos volvieron a la estepa, y fueron absorbidos por el nuevo poder de las llanuras, los ávaros, pero ésa es otra historia.
Muchos otros sirvieron de mercenarios como “foederati” de ejércitos romanos. Otros se enrolaron como “bucelarii”, o escolta de honor de carácter mercenario, de generales romanos. De este modo, los hunos se fueron diluyendo absorbidos por los nuevos poderes, y desaparecieron lentamente en la Historia.

Los Hunos que llegaron a través de la estepa no diferían en mucho en su estilo de vida de otros pueblos de las llanuras. Eran pastores nómadas, y sus rebaños de cabras y vacas les proporcionaban comida, hueso, tendones, cuero y sangre y leche para beber. Los pueblos esteparios regían en general del agua que pudieran encontrar en las llanuras, ya que solía ser agua estancada e insalubre. De modo que la leche y sus derivados, y la sangre de sus animales en caso de necesidad extrema, los mantenía hidratados, al mismo tiempo que ingerían una buena cantidad de nutritiva grasa. El resto de su dieta, vegetales y cereales en poca cantidad, la conseguían mercadeando con pueblos sedentarios que encontraran en las lindes de las estepas.
Los hunos se vestían con jubones y pantalones holgados, como también hacían muchos otros pueblos de la estepa. La necesidad de moverse a caballo dictaba la forma de la ropa. Los nobles podían llegar a tener armaduras metálicas, pero sólo estaban al alcance de los más ricos. Entre ellos se han encontrado cierto número de cráneos deformados, crecidos hacia atrás, cosa que se conseguía vendando fuertemente la cabeza de los niños mientras el cráneo crecía. Esta costumbre, que también puede verse entre los sármatas, parece que sólo se aplicaba a una élite espiritual dentro de los pueblos nómadas.
Desde su infancia, los hunos aprendían a cabalgar y a usar el arco desde sus monturas. Ya hemos hablado del arco compuesto de los pueblos indoiranios de la estepa, pero el arco húnico presentaba una serie de mejoras. Para empezar, era asimétrico, como el arco japonés, siendo el brazo superior más largo que el inferior. Por lo demás, era de pequeño tamaño. Los tendones de la cara exterior aportaban la energía que hacía recuperar al arco su forma tras soltar la flecha, y el cuerno de la cara interior, aportaba la resistencia a la compresión. Como cuerdas, usaban distintos tipos: seda, tripas, cabellos… Dependía del ambiente. Con mucha humedad, la cuerda de tripa no servía, por ejemplo. Algunas mejoras en el diseño de las uniones y en la disposición de los materiales perfeccionaron el arco. Al soltar la flecha, el arco prácticamente no vibraba, ya que el proyectil salía disparado justo cuando las palas del arco ya habían cedido su tensión, de modo que toda la energía elástica almacenada se transmitía como energía cinética del proyectil. Recordad que vimos que los partos podían atravesar un escudo y una cota de malla con sus arcos compuestos. Pues bien, los hunos eran capaces de tumbar a un catafracto. De hecho, el aligeramiento que se aprecia en las armaduras sármatas más orientales (que dejaron de usar el hierro a favor de materiales córneos y óseos) parece corresponderse con los primeros contactos con los hunos, que volvieron la pesada panoplia del catafracto algo inútil.

La técnica del arquero a caballo no la habían aprendido en la estepa, sino que ya la traían del norte de China, y allí, desde casi el siglo I, ya usaban estribos. Los estribos hunos permitieron perfeccionar la técnica, ya que el jinete podía sostenerse sobre sus piernas si le hacía falta. Nótese el diferente fin de los estribos que más tarde usaron los caballeros europeos del medievo. Mientras éstos usaban los estribos para apoyarse en el impacto de una carga, los arqueros a caballo procedentes del Lejano Oriente se mantenían en pie sobre los estribos para tener una plataforma más estable de disparo. Debía galopar muy deprisa, y lanzar la flecha justo cuando el caballo tuviera todas sus patas en el aire, para que sus impulsos no afectaran a su puntería. En la mano izquierda, el arquero, además de sujetar el arco, sostenía cinco o seis flechas en abanico. Tras un lanzamiento, el aquero introducía la mano entre la cuerda tensa y el arco, tomaba una nueva flecha y con un solo movimiento la colocaba en la cuerda y la tensaba de nuevo. La cadencia de disparo era increíblemente elevada.
Además del arco, los hunos adoptaron la espada de hoja recta que hemos visto en otros pueblos indoiranios, diseñada para cortar con el movimiento natural del brazo del jinete. Como protección, solían llevar un pequeño escudo circular. Y los más adinerados, o aquellos que sirvieron de mercenarios, solían equiparse con armadura lamelar de hierro, un diseño algo rígido y que necesitaba piezas especiales para las articulaciones. También se han encontrado cascos en las tumbas, del tipo alto o “spangehelm”. Este casco, de cimera alta, se hacía con seis gajos de chapa de acero formando una suerte de cono, y luego se añadían refuerzos horizontales, nasales y algo de malla para proteger el cuello. Era un diseño copiado de los sármatas, desde luego.

En DBA, los hunos están representados en la lista II/80, que tiene muchas variantes, ya que trata a todos los grupos de hunos que llegaron desde China, tanto los que se quedaron en Persia como los que llegaron hasta Europa.
Empezaremos por la opción d), que representa el ejército exclusivamente huno que llegó inicialmente desde las estepas y en general, a los grupos que siguieron con sus costumbres esteparias. Se compone de un elemento de Cv o LH que es el general, que representa a los nobles mejor equipados, y el resto, LH, los arqueros a caballo hunos. Su alta agresividad refleja la tendencia a avanzar hacia otras tierras que tenían.
Luego tenemos la opción c) Heftalites en India. Representa la primera división del pueblo huno en tierras de Persia, cuando los heftalites se dirigieron al sur, y controlaron la llanura del Indo, Sogdia y Bactriana. Se compone de un general Cv, los nobles hunos; ocho peanas de LH, arqueros a caballo hunos y por último, los aliados indios: un El y 2x3Bw, arqueros montañeses indios.
Pasamos ya a occidente. La opción a) representa el ejército de Atila: el general, Cv o LH, representando a los nobles mejor equipados; siete peanas de LH, arqueros a caballo hunos y por último, los germanos bajo dominación huna: una peana de Kn, caballería ostrogoda o gépida; 2 peanas de Wb, infantería germana y una peana de Ps, exploradores, germanos también.
Por último, tenemos la lista que representa a los hunos después de la muerte de Atila. Es la lista de Zabergan, aunque ahí se le llama “Sabir”. Se compone del mismo tipo de general que las anteriores, aunque permite llevar el general a pie como Wb. Luego hay seis peanas de Lh, arqueros a caballo hunos, y 5 peanas más de Wb. Estas Wb son tropas germanas que todavía estaban dominadas por los hunos a pesar de la supremacía gépida, y que los acompañaron en su aventura hacia el Imperio Romano de Oriente.
En general son ejércitos muy agresivos, y que combinan una gran cantidad de tropas ligeras montadas con pinceladas muy interesantes de tropas aliadas. A mí me gustan especialmente las listas de Heftalites y la de Atila, por supuesto.

Además, los Xiongú también están representados en la lista II/38, Xiongú. La opción a) representa al típico ejército de la estepa: Cv de general, algo más de Cv y el resto LH, y una única peana de Ps.
La opción b representa la lucha de los Xiongú contra los Jin. Como véis, los Xiongú usaron caballeros acorazados, una suerte de catafractos, que podemos encontrar en la lista: 2 peanas de 4Kn. El resto son LH, y luego hay algunas tropas de Ax y Ps, que representan tropas enroladas entre las tierras de los Han, que se unieron a los Xiongú contra los Jin.

Essex tiene una gama completa para todos estos ejércitos.