Saludos. En el año 356 a.d.C. nacía un príncipe macedonio en una desapacible noche de tormenta. Hijo de Filipo de Macedonia y Olimpia, de cuyo linaje se decía que ascendía hasta el propio Aquiles, la pequeña criatura que lloraba impregnada todavía de sangre y trozos de placenta de su madre, en manos de la comadrona, cambiaría la Historia para siempre. En sus treinta y tres años de vida, aquel niño sería educado por su padre para ser rey y general, pero también sería discípulo del mismísimo Aristóteles. Sometería a Grecia y al mundo helénico y asaltaría Asia. Fundaría cientos de ciudades, sería nombrado Hijo de Amón en el santuario de Siva, resolvería el enigma de nudo gordiano, conversaría sentado en un tonel con otro gran filósofo, Diógenes. Tomaría Tiro, Halicarnaso y muchas otras. Babilonia, la Gran Prostituta, se rendiría a sus pies. Vería arder con el fuego sagrado de Zaratustra la propia Persépolis. Atravesaría las satrapías del imperio persa y seguiría hasta La India, donde descubriría animales nunca vistos ni imaginados por los sabios griegos. Finalmente, moriría en misteriosas circunstancias en Babilonia, y sus generales se lanzarían como alimañas sobre los rescoldos de su imperio, iniciándose así la era helenística, la expansión casi universal del pensamiento griego. Y todo ello en poco más de tres décadas.
Pero no vayamos tan deprisa, queridos lectores. Si queremos saber quién era Alejandro de Macedonia, no podemos entender su figura si no nos detenemos antes a saber dónde estaba Macedonia (ya que Alejandro, contrariamente a lo que se cree, no era griego), y, sobre todo, debemos conocer a su padre, Filipo.
Macedonia era un pequeño reino montañoso al norte de Tesalia, es decir, al noreste de Grecia. Limitaba al este con Tracia y al norte con la llanura escita. Poblado por pastores y campesinos, Macedonia era, ante los ojos de las polis griegas, un reino de bárbaros (es decir, extranjeros), con una lengua totalmente distinta a la griega. Los contactos griegos con Macedonia comenzaron a intensificarse durante las guerras del Peloponeso, ya que el conflicto llegó a las colonias griegas de la península calcídica, que limitaba con Macedonia. Los reyes macedonios se aliaron a veces con los atenienses y a veces con los espartanos.
La guerra entre las polis griegas se prolongó a lo largo de los siglos V y IV a.d.C., para beneficio del imperio persa, que mantuvo así la paz en sus satrapías más occidentales y su dominio sobre las ciudades griegas de la costa de la actual Turquía, es decir, las ciudades jonias.
Uno de los múltiples tratados de paz entre los bandos hizo que Filipo, siendo adolescente y príncipe de Macedonia, fuera como rehén a la ciudad de Tebas, que en aquel momento, era la más poderosa de Grecia. En aquellos doce meses, Filipo tomó contacto con el mundo griego, tan diferente al suyo. También pudo observar las tácticas de los ejércitos griegos, los diferentes tipos de tropas que fueron usando y su funcionamiento en el campo de batalla. Aquel mundo nuevo impregnó los sueños de Filipo, y, cuando volvió a Macedonia, ya no era la misma persona. Porque Filipo decidió que todo aquello debía ser llevado a su país. Además, adquirió la consciencia del peligro que corría el mundo griego de polis enfrentadas unas contra otras frente a un enemigo que ya había intentado la invasión una vez: el imperio persa. Filipo tenía la perspectiva suficiente para apreciar que había más motivos de unión entre las polis que de división, y que de aquella unión dependía el que la cultura helénica sobreviviera.
En el año 358 a.d.C., Filipo se convirtió en rey de Macedonia,, y pronto su política tuvo dos directrices básicas: la obtención de la hegemonía sobre los griegos, y la reforma de su ejército. Afirmando sus dominios sobre las minas de oro del Pangeo, Filipo inició una serie de reformas que cambiarían Macedonia: trajo ingenieros griegos que introdujeron técnicas de riego en los valles y escasas llanuras de Macedonia, aumentando el rendimiento de las cosechas, y comenzó a diseñar un nuevo tipo de ejército. Éste fue el ejército que heredaría Alejandro, y merece la pena que nos detengamos a analizarlo.
Antes de Filipo, los ejércitos macedonios se componían de tropas irregulares, montañeses a pie al estilo tracio y algunas fuerzas de caballería formada por lo nobles de la tierra. Filipo cambió esto aportando lo que no tenían: disciplina.
Con el respaldo del oro del Pangeo, Filipo profesionalizó el ejército. Por un lado, mantuvo la caballería formado por los nobles macedonios. Pero impuso en ella estructura, doctrina y método, consiguiendo escuadrones de caballería muy móvil, entrenada en tácticas de choque. Además, Filipo introdujo la formación en cuña. Con esta formación, los escuadrones de caballería podían cambiar de dirección rápidamente, y dirigirse a los puntos débiles de las formaciones enemigas. La caballería macedonia se armó con una larga lanza, llamada xyston, y una espada corta de hoja recta. No portaban escudos, apenas llevaban armaduras y no conocían los estribos, pero las cargas eran igualmente temibles. El xyston era largo y flexible, y no se usaba sosteniéndola bajo el brazo, (como los caballeros medievales, por ejemplo), sino que se sostenía con una mano y se usaba para apuñalar al enemigo a distancia mientras se seguía al galope. Tenía tendencia a romperse, por lo que el contrapeso del extremo posterior también era una punta. De esta manera, al romperse, podía seguir usándose como una lanza estándar. El mayor alcance del xyston daba una gran ventaja al cargar contra caballería enemiga si ésta usaba lanzas más cortas, como era el caso de las caballerías clásicas persas o griegas. Estos escuadrones de caballería recibieron el nombre de “Hetairoi”, o “Compañeros”, y bajo el mando de Alejandro, adquirirían fama inmortal.
Además, los caballeros, el otro gran cambio se produjo en la infantería. Filipo había observado la evolución de los hoplitas griegos: desde la época de las guerras médicas (479 a.d.C.), equipados con pesadas corazas, hacia un aligeramiento del equipo: las corazas se comenzaron a hacer de lino, y durante las últimas fases de las guerras entre polis, ni siguiera se usaban. Los hoplitas se habían aligerado, y Filipo decidió equipar con corazas metálicas a su infantería, para darles ventaja en el combate cuerpo a cuerpo. Como arma principal, además, no adoptó la lanza habitual. Filipo había visto en Tebas a los peltastas ificratenses. Esta tropa fue creada por el general mercenario Ifícrates al servicio de los persas, para la reconquista de Egipto. Los peltastas de Ifícrates llevaban el escudo en forma de media luna, el pelta, pero estaban armados con una lanza de 4 metros de longitud, que se blandía con dos manos. Esta lanza se alargaría un poco más en Macedonia, y se uniría al equipo pesado del soldado macedonio. Así nacieron los pezetairoi, los compañeros a pie, es decir, la famosa falange macedónica.
Las falanges de piqueros macedónicos se organizaban en unidades de 32 soldados de frente y 16 de fondo, capaces de dividirse en dos cuadros o sintagmas de 16x16 soldados. Estaban entrenados para marchar en modo abierto, con un soldado ocupando un cuadrado imaginario de un metro de lado, o y cerrar filas para las cargas, manteniendo el frente pero reduciendo el fondo a la mitad. Llevaban escudos redondos, pero debido a que la pica se blandía con dos manos, éstos se colgaban del cuello, por lo que su tamaño tuvo que reducirse.
En combate, las tres o cuatro primeras filas bajaban las lanzas, de longitud creciente, de manera que todas las puntas quedaban a la misma distancia, y las filas traseras aportaban “peso” a la formación. También podían formar de a ocho, formando medias falanges, para extender el frente, o quedar en 16x16, estando las últimas filas preparadas para girarse y formar un cuadro defensivo si la falange era rodeada por la retaguardia.
También se creó el cuerpo de hipaspistas, o “portadores del escudo”. Este regimiento de infantería parece haber tenido la función de enlace entre la posición retrasada de la falange y la adelantada de la caballería. Tenían equipo más ligero, con armaduras de lino, y escudos más grandes, aunque su estilo de combate varía según los autores y las interpretaciones. En muchas ocasiones se representan como lanceros al estilo hoplita, aunque parece que en fases posteriores del gobierno de Alejandro, adoptaron las formaciones y panoplia de los piqueros.
En el campo de batalla, Filipo desarrolló con estas herramientas una de las tácticas más efectivas nunca creadas: el frente oblicuo. La falange ocupaba el centro, y trababa al enemigo. Mientras, la caballería avanzaba por un flanco eliminando carga tras carga a los enemigos. Una vez despejado el flanco, volvían grupas y destrozaban a las tropas enemigas trabadas por la falange. Es decir, la falange era el yunque y la caballería el martillo.
Además, Filipo sí desarrolló con efectividad tácticas de asedio. Pagaba un nutrido cuerpo de ingenieros que construía máquinas nunca vistas antes en Grecia. En efecto, los griegos no habían sido especialmente buenos en los asedios. Sin embargo, el ejército profesional de Filipo sí estaba diseñado para mantener los asedios mucho tiempo.
Con este ejército, Filipo dominó Tracia, destrozó al ejército escita del nonagenario Ateas y puso fin a la Guerra Sagrada contra Focea. Esto le permitió heredar los votos a los que polis focense tenía derecho en el Consejo panhelénico del santuario de Delfos. Así pudo comenzar a dominar la política de las polis griegas.
Volvemos ahora a nuestro protagonista. Alejandro fue adiestrado en las artes de la guerra junto a un grupo de amigos, todos hijos de la nobleza macedonia. Además, todos aprendieron griego, y fueron educados en la cultura clásica de sus vecinos. Entre sus amigos, encontramos por ejemplo a Tolomeo, Casandro, Lisandro, Filotas, y su más querido amigo y amante: Hefestión. La generación de nobles macedonios estaba siendo preparada para convertirse en la cabeza del mundo griego y conquistadores del mundo. Y todavía Filipo guardó un as en la manga. Aristóteles, que había abandonado la Academia en Atenas, aceptó convertirse en el preceptor del joven Alejandro. De esta manera, el príncipe macedonio recibió una completísima formación en Ciencias Naturales, Geografía, Medicina y Filosofía, de manos de uno de los mayores pensadores de la Antigüedad. Paralelamente, Alejando leía con fruición: La Iliada, la Odisea, la Historia de Herodoto, las Guerras del Peloponeso, de Tucídides, y toda la obra de Jenofontes, en especial dos: Ciropedia (La educación de Ciro) y la Anábasis.
Estas obras serían muy influyentes en Alejandro.
En “Ciropedia”, Jenofontes cuenta la historia de Ciro el Grande, el fundador del imperio persa. Aunque su veracidad histórica es más que dudosa, Jenofontes también pudo documentarse sobre muchos otros aspectos más verídicos de la vida de Ciro durante sus años como hoplita mercenario en Persia. El retrato de Ciro esbozado por Jenofontes impresionó e inspiró a Alejandro enormemente. Después de todo, Ciro fue un gran general, pero consiguió que todos sus enemigos se convirtieran en fieles aliados depués de derrotarles. Ciro se mostró magnánimo y clemente en muchas ocasiones, y aspiró a unir a todos los pueblos respetando las diferentes creencias de cada uno. Esta actitud caló hondo en el corazón del joven macedonio.
La “Anábasis”, en cambio, es un relato histórico y autobiográfico del propio Jenofontes. Algún día escribiré un artículo sobre esta IMPRESIONANTE obra, pero ahora basta con que os cuente que describe el viaje de 10.000 mercenarios griegos junto al ejército del sátrapa Ciro el Joven (otro Ciro), que se rebeló contra el Gran Rey Artajerjes. Ciro el joven fue vencido y muerto en la batalla de Cunaxa, pero sus mercenarios griegos no fueron derrotados. Cuando todos los demás rebeldes se entregaron a Artajerjes, los diez mil griegos se quedaron tirados en el corazón del imperio, temiendo que la ira de Artajerjes cayera contra ellos. Iniciaron así una penosa pero épica retirada en la que cruzaron el imperio hacia el norte, esquivando peligros y haciendo frente a los ejércitos que Artajerjes les enviaba para matarlos. Jenofontes llegó a tomar el mando de la expedición, y consiguió traer de vuelta a la mayoría de las tropas. Es curioso ver, como haremos más adelante, qué parecidos fueron los planteamientos de la batalla de Cunaxa y Gaugamela, una de las batallas de Alejandro contra los persas.
Pero lo más importante de la Anábasis es que Jenofontes describió con gran detalle las rutas y pueblos del corazón del imperio persa, y potencial militar. Mediante la Anábasis, Filipo y Alejandro adquirieron datos suficientes para planear cómo debía ser la invasión del imperio persa.
Mientras, la situación en Grecia se hizo cada vez más tensa. Atenas, desde donde Demóstenes soltaba exquisitas arengas en contra de Filipo, presentándolo como un tirano y un bárbaro, y Tebas, se aliaron contra Macedonia. Incluso aceptaron dinero del Gran Rey de Persia para pagar a 10.000 mercenarios. Filipo agotó su paciencia y llamó a Alejandro para ponerlo al mando del escuadron de élite de la caballería, “La punta”, mientras él mandaba a la infantería. El viejo zorro macedonio empujó al ejército griego hasta Queronea, y allí tuvo lugar la famosa batalla del mismo nombre. Filipo comenzó el asalto a la infantería griega en el ala derecha. Tras un rato luchando, fingió una huida que hizo que los atenienses se precipitaran tras ellos, abriendo un hueco entre ellos y el resto de los griegos. Entonces, la falange macedónica avanzó y cargó contra los griegos. De este modo, los atenienses avanzaron en solitario. Mientras, Alejandro, en el flanco izquierdo, lanzaba a los Hetairoi contra el legendario Batallón Sagrado de Tebas, formado por los mejores hoplitas, que habían hecho un voto sagrado de cuidar unos de otros y no abandonarse hasta la muerte. Alejandro se lanzó en tres oleadas contra los hoplitas. A cada baja, el Batallón Sagrado volvía a cerrarse manteniendo la formación. Cumplieron su voto sagrado, y tuvieron que matarlos uno a uno, porque en ningún momento trataron de huir. Entonces, con los Hetairoi libres, Alejandro cargó la retaguardia de los restantes guerreros trabados con los piqueros macedonios, y así terminó de decidirse la batalla.
La derrota de la coalición griega fue total. Alejandro buscó a su padre, al que no veía desde el principio de la batalla, y lo encontró con un aspecto terrible, cubierto de sangre seca de sus enemigos de la cabeza a los pies, bailando con los ojos cerrados entre los cadáveres de los griegos.
A partir de ahí, todo parecía ir a pedir de boca para los macedonios. Alejandro recorrió Grecia como embajador, tratando con las polis. En su visita a Corinto conoció al Diógenes, creador de la corriente de pensamiento Cínica, y que vivía como un perro (esto es lo que significa Cínico, en griego) dentro de una tinaja. No me atrevo a explicar en dos líneas la filosofía de los cínicos, así que os remito a los libros de los expertos. Prefiero eso a escribir una parida comprensible al estilo americano (como “el campo magnético terrestre es nuestro amigo”, tal y como se llega a afirmar en la terrible “El núcleo”).
Se dice que Diógenes tomaba el sol desnudo y Alejandro se puso delante. Se presentó y le dijo que podía pedirle lo que quisiera. Diógenes respondió que en tal caso, pedía que se apartara para poder seguir tomando el sol. Luego Alejandro se sentó a su lado, y estuvieron charlando un buen rato.
Pero pocos meses después, Filipo, mientras recibía a los dignatarios griegos en Macedonia, fue asesinado por Pausanias, jefe de la Guardia Real, en público, delante de todos los dignatarios. Entonces se formó un gran tumulto. Alejandro estaba abrazado al cadáver de su padre cuando sus compañeros le tomaron del brazo y le proclamaron rey. Y así fue como llegó al trono.
El asesinato de Filipo nunca fue esclarecido, porque no faltaban intereses para matarle: Olimpia, esposa y madre de Alejandro, podía estar interesada en eliminarle ahora que Filipo había embarazado a la hija de un general, y su heredero podía comprometer la sucesión en Alejandro; los griegos por su parte, podrían estar interesados al no resignarse a ser dominados por los macedonios, y confiar que el sucesor de Filipo no fuera tan capaz como él; los persas también tenían interés, ya que sabían que Filipo les estaba sopesando y que podía estar preparando una invasión ahora que había unificado el mando griego. Además, el nuevo rey Arsés, títere del eunuco Bagoas, había rechazado una petición de Filipo de indemnización por dar dinero a los griegos para contratar mercenarios. Esta petición era claramente una excusa para iniciar la guerra con el imperio persa.
La ascensión de Alejandro al trono fue rápidamente conocida, y en seguida, el joven rey fue puesto a prueba. Las tribus del norte de Macedonia y los ilirios, que habían pactado con Filipo, se rebelaron de nuevo. Y los griegos al sur volvieron a conspirar y reunir tropas para sacudirse el yugo macedónico. Pero no conocían a Alejandro: como un rayo descendió hacia Grecia. Le habían bloqueado el paso a la salida de un valle, pero él hizo excavar una escalera en la piedra en la montaña, fuera de la vista de sus enemigos, y en siete días estuvo lista. De este modo, rodeó a las tropas griegas que se rindieron sin luchar siquiera. Ésta era una de las características de Alejandro: veía como posibles tareas que los demás calificaban de imposibles. A lo largo de sus campañas daría muchas muestras de este rasgo de su carácter.
Luego marchó hacia Tebas. Los tebanos empezaban a entender el carácter del muchacho, y con un mal presentimiento salieron decididos a presentar batalla. Éste fue un combate desesperado. Los tebanos sabían que haber traicionado a Alejandro implicaba que no habría clemencia. Sin nada que perder, lucharon con un arrojo sin igual, pero perdieron. El ejército macedonio era simplemente imparable. Alejandro, para dar un escarmiento al resto de los griegos, arrasó Tebas hasta sus cimientos, y vendió como esclavos a mujeres y niños. Tebas, ciudad milenaria y legendaria, dejaba así de existir. En Tebas había gobernado Edipo, que mató a su padre y se casó con su madre. Era en Tebas donde la esfinge planteaba sus enigmas hasta que fue vencida por el mismo Edipo. Todo eso desapareció, y la ciudad sólo siguió existiendo en la memoria y en las leyendas. Alejandro tenía entonces dieciocho años.
Poco después los ilirios eran de nuevo “convencidos” para que dejaran de atacar, y así Alejandro tuvo el camino libre para seguir el plan de su padre. Reuniendo tropas de caballería tesalia, caballería ligera mercenaria de otras ciudades, y algunos batallones de hoplitas, el reforzado ejército macedonio cruzó el Helesponto y puso el pie en Asia. Así comenzaba la leyenda.
En DBA, los ejércitos macedonios tienen varias listas. Comentaremos primero la lista antes de las reformas de Filipo:
I /54, Macedonios tempranos. Esta lista se compone de dos peanas de Kn. Ésta lista es la segunda en orden cronológico en usar Kn en lugar de Hch. (La primera era la de los lidios). Es decir, los macedonios ya usaban tácticas de choque con la caballería, formada por los nobles macedónicos. Luego hay dos peanas de Sp, que representan a un cuerpo más o menos regular de lanceros, y el resto del ejército son peanas de auxiliares, tropas de montañeses al estilo tracio,y psilois.
Observemos ahora las reformas de Filipo en la lista II/12, Macedonios Alejandrinos. A pesar del nombre, no olvidemos que dicha lista comienza el año 355 a.d.C., justo un año después de que Filipo sea coronado rey de Macedonia:
El general es una peana de Kn. Éstos son los Hetairoi, los caballeros armados con xyston. Luego hay una peana de Cv, que representa caballería tesalia, de tipo clásico, y una de LH, que puede ser jinetes tracios o incluso tesalios. Llegamos así a la infantería: 6 peanas de piqueros. La falange macedónica. Luego hay una peana de Ps, que pueden ser honderos griegos o peltastas ligeros tracios. Por último, hay una opción para introducir: una peana de Sp, que pueden ser los hipaspistas macedonios o los hoplitas griegos; o bien una peana de 4Ax, que pueden ser auxiliares regulares tracios o macedonios; más Ps o una peana de artillería. No olvidemos que Filipo y luego Alejandro contaron siempre con máquinas de guerra para asediar ciudades.
Prácticamente todas las marcas tienen la gama de alejandrinos. A mí me gustan sobretodo los de Xyston y los de Old Glory. Y os diré por qué. Las picas hechas de plomo se doblan con mucha facilidad y las tropas pierden mucho con las picas dobladas. Sin embargo, Xyston vende picas de acero por separado para las miniaturas, que no se doblan ni a la de tres, y Old Glory también suministra picas separadas de sus minis. Os podéis imaginar el impresionante aspecto que tienen las minis de piqueros sobre la mesa.
Alejandro. Capítulo I. La forja.
jueves, 15 de noviembre de 2007
Publicado por caliban66 en 10:22
Etiquetas: alejandro magno, griegos, historia
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1 comentarios:
me parecio muy util la info q encontre gracias aunq me costo un poco encontrarla pero bueno lo encontre a pesar de todo gracias y bye
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