Saludos. Continuamos aquí el relato iniciado en el episodio anterior. Recordemos que, tras un intento infructuoso de atacar Siracusa desde el Olimpeio, al sur de la ciudad, los atenienses decidieron probar suerte desde las Epípolas, la elevación al norte de Siracusa. Habíamos dejado a los atenienses en la cima de las Epípolas, observando la ciudad. Pues bien, lo primero que hicieron los atenienses a continuación fue construir una serie de fortificaciones: el fuerte de Lábdalo al norte de las Epípolas, y un fuerte circular en el lado sur, en un emplazamiento llamado Sica.
La construcción de realizó en muy pocos días, de modo que aunque desde Siracusa se intentó asaltar Sica pronto, los atenienses estaban listos para rechazarlos. Entonces, Nicias y Lámaco pudieron desarrollar la estrategia de asedio ateniense clásica: la circunvolución de ciudades enemigas. El objetivo de dicha estrategia era aislar al enemigo en su ciudad cortando sus vías de aprovisionamiento. Combinando esto con el uso de la flota ateniense, confiaban en que Siracusa no tardaría en caer. Dice Tucídides que además, localizaron y destruyeron los conductos de abastecimiento de agua subterráneos que llegaban a Siracusa (al loro con el equipamiento de las polis griegas de la época).
El caso es de desde el fuerte circular de Sica, los atenienses comenzaron a construir un muro doble (es decir, por un lado se encaraba a Siracusa, y por el otro se encaraba a cualquier intento de ayuda exterior que intentara entrar en Siracusa), ambos hacia el sur. Con los artesanos y constructores que habían llevado los atenienses a la expedición, los muros avanzaban rápidamente.
La respuesta siracusana fue trazar a su vez una empalizada de contrabloqueo hacia el oeste, transversal a los muros atenienses, de modo que si rebasaban a los atenienses, éstos ya no podrían cerrar el paso a la ciudad. Como el muro avanzaba por el llano, lo construyeron más rápido que el ateniense. Una vez acabado dispusieron una guarnición. Pero los atenienses observaron durante algunos días el movimiento de las tropas que protegían el muro, y a su debido momento, escogieron 300 hoplitas (es un número épico) y se lanzaron a la carrera contra el muro, cogiendo a los siracusanos por sorpresa. Antes de que pudieran responder, ya estaban trepando por encima y lanzándose contra los defensores, poniéndolos en fuga. Luego, demolieron el muro y se llevaron numerosas estacas de madera y otros materiales para su propio muro en construcción.
Los siracusanos no se rindieron de todas maneras. Al día siguiente iniciaron otra empalizada que atravesaba las tierras pantanosas al sur de Siracusa, transversal a los muros atenienses. Además, cavaron en paralelo un foso delante de la empalizada, para dificultar otro asalto. Pero también los atenienses respondieron: mientras construían el muro de contrabloqueo siracusano, los atenienses localizaban los pasos más firmes a través del pantano. Coordinando un ataque de la flota, de madrugada, los trescientos hoplitas atenienses descendieron de las Epípolas al pantano y con puertas y pasarelas y construyeron un camino firme por el pantano mientras avanzaban. Al amanecer se lanzaron contra el segundo muro. Esta vez los siracusanos sí respondieron mejor, y habían reunido suficientes tropas para hacer frente a los atenienses. La batalla que tuvo lugar fue corta y desesperada. Sin espacio para maniobrar, a lo largo del foso y la empalizada, los trescientos atenienses se batieron con furia contra un enemigo más numeroso, y lo puso de nuevo en fuga. La mitad de los siracusanos corrió hacia la ciudad, y la otra mitad a lo largo del río Anapo, hacia un puente que les permitiría cruzar hacia el campamento del Olimpeio, donde los siracusanos habían plantado a su caballería.
Como los atenienses intentaron cortar el paso del puente a los siracusanos, la caballería del Olimpeio se lanzó contra ellos, y esta vez fue la línea ateniense, formada a toda prisa, la que cedió. Lámaco, desde la recién tomada empalizada, vio lo que pasaba y tomando un puñado de hoplitas árgivos y algunos arqueros trató de llegar hacia la desesperada posición ateniense, pero la tragedia se cebó sobre este valiente guerrero. Quedó atrapado en el fondo el foso y aislado con otros seis hoplitas, y allí, rodeado de enemigos, se batió con fiereza hasta que, sangrando por numerosas heridas, se desplomó muerto.
Como la batalla se complicaba en la empalizada y se extendía a todo el llano ante Siracusa, el resto de los atenienses descendió de las Epípolas hacia la empalizada de contrabloqueo, y los siracusanos que acababan de llegar a la polis tras huir de la empalizada, animados por el aparente cambio en los acontecimientos, esperaron a que bajaran todos los atenienses y se lanzaron contra el casi vacío fuerte de Sica, donde Nicias, que ya había caído enfermo, y un puñado de guerreros y sirvientes, tuvo una idea desesperada. Lanzaron toda la madera disponible (escalas, antorchas, estacas, etc.) que tenían en el fuerte hacia fuera, y le prendieron fuego. Los siracusanos tuvieron que detenerse al llegar allí. Esto dio tiempo al resto del ejército ateniense, ya reagrupado, para subir hacia el fuerte y atacar a los siracusanos. En ese momento, la flota ateniense, según el plan, hizo su aparición en el Puerto Grande y lanzó un ataque de distracción. Los siracusanos que estaban en las Epípolas lo vieron, y tuvieron que bajar a toda prisa hacia la ciudad. De este modo, los atenienses tomaron la segunda empalizada, y la demolieron. Los siracusanos salieron tan mal parados que ya no pudieron lanzar más ataques a los muros atenienses, que en los días siguientes cruzaron el pantano y llegaron hasta el mar. Ahora sólo les quedaba cerrar el cerco con un muro desde Sica hacia el norte. Los estrategos de Siracusa fueron destituidos, pero el principal problema es que no tenían a nadie mejor para sustituirlos. La misma mañana en la que la asamblea de Siracusa se reunía para decidir la manera de poner fin a la guerra, una rápida trirreme adornada con los emblemas de la flota corintia se coló en el puerto pequeño. Su trierarco bajó llevando un mensaje a la asamblea: “Resistid.- dijo.- Gilipo de Esparta está en camino.”.
Gilipo había llegado a Sicilia algunas semanas antes con sus cuatro naves, y había invertido el tiempo en recabar más tropas aliadas y más equipo tanto en la Magna Grecia como en otras ciudades de Sicilia, armando a todos los tripulantes de sus barcos, reuniendo unos 800 guerreros en total. De camino a Siracusa tomó algunas fortalezas de los sículos, aliados de los atenienses, y por fin, tras fijar el día e informar a los siracusanos, éstos hicieron una salida hacia el muro norte de los atenienses, que iba de Sica hacia Trógilo, todavía inacabado, al mismo tiempo que aparecía en las Epípolas Gilipo y sus tropas, por el ascenso del Eurelio, el mismo punto por donde subieron los atenienses. Gilipo cruzó rápidamente el muro inacabado para reunirse con los siracusanos, y trató de negociar con los atenienses su retirada de Siracusa, afirmando que aquella era su última oportunidad para irse en paz, pero no obtuvo respuesta. Entonces, Gilipo organizó el ejército siracusano y el resto de las tropas frente al incompleto muro ateniense, para evitar que pudieran salir. Mientras, envió un destacamento al fuerte ateniense de Lábdalo, tomándolo rápidamente, mientras estaban fuera de la vista de los atenienses. Las cosas de repente empezaron a cambiar, porque Gilipo demostró estar a la altura de los estrategos atenienses, y pronto se hizo con el fervor y la admiración de los siracusanos, que aprendieron a ver en él el líder que les faltaba.
De modo que al día siguiente de estos hechos, Gilipo dio instrucciones para que los siracusanos comenzaran un tercer muro de contrabloqueo hacia el norte, paralelo al muro de los atenienses, que todavía no habían acabado el cerco de Siracusa. El retraso de los atenienses les costaría muy muy caro.
Nicias empeoró. Su enfermedad hizo salir las mayores debilidades de su carácter. El súbito cambio en el curso de los acontecimientos le fue sumiendo en un lento proceso depresivo que fue haciendo desaparecer la iniciativa del ejército ateniense.. No obstante, ordenó fortificar el Plemirio, desembarcando allí muchos pertrechos, que con la flota ateniense serían sencillos de llevar al fuerte de Sica. Mientras, ambos muros crecían en paralelo, pero Gilipo observaba atentamente a los atenienses y atacaba los puntos débiles, distrayéndolos. Finalmente lanzó a los siracusanos a una primera batalla, pero el reducido espacio entre ambos muros, la experiencia de la falange ateniense se impuso. No obstante, en una segunda intentona, la caballería y las tropas ligeras siracusanas sobrepasaron la línea ateniense por el borde. Los atenienses se vieron obligados a retroceder y entonces, Gilipo derribó lo que estaba construido del muro ateniense, y se llevó todos los materiales apilados para el muro ateniense para completar el siracusano. Esa noche, el tercer muro de contrabloqueo siracusano sobrepasó al ateniense, y así se esfumaba la última oportunidad de Nicias de cercar Siracusa. Con sólo unos días más lo hubiera conseguido, pero la falta de iniciativa de Nicias en los momentos cruciales provocó el cambio de su expedición. El resultado fue que, al empezar el invierno del 414 a.d.C., el ataque a Siracusa se estancó. Siracusa estaba segura, pero los atenienses contaban con buenas fortificaciones para resistir. Nicias escribió una carta contando sus dificultades. Mientras, ambos bandos hicieron sus preparativos para la siguiente primavera. Cuando llegó la carta a Atenas, decidieron enviar a Demóstenes con otra gran expedición (sólo un poco más pequeña que la primera), y a dos estrategos más, para relevar a un Nicias enfermo y agotado.
En marzo de 413 a.d.C., con los refuerzos atenienses en camino, Gilipo decidió una nueva intentona por mar y tierra. La flota distraería a los barcos atenienses y a las tropas de los fuertes del Plemirio, y mientras, él se acercaría a los mismos desde el sur, para tomarlos por sorpresa. La flota de Siracusa fue derrotada (las tácticas atenienses para batallas navales merecen un artículo exclusivo sobre el tema), pero los fuertes del Plemirio cayeron rápidamente, y con ellos gran parte del bagage ateniense: armas, provisiones, aparejos, etc. Hay que tener en cuenta que en Plemirio se almacenaban los suministros que enviaban los aliados sicilianos. Desde aquel día, todos los suministros tenían que entrar en la bahía por barco, y nunca llegó uno sin que los barcos tuvieran que luchar contra los siracusanos. Gilipo demostró así tener una cualidad importantísima: la paciencia. Sabía que los atenienses eran todavía muy fuertes, así que su estrategia consistió en dar pasos pequeños estratégicos hasta que la balanza se inclinara a su favor. Y la pérdida del Plemirio fue un golpe muy fuerte para los atenienses, cuya moral empezó a flaquear.
Dos meses más tarde, las noticias de que los refuerzos atenienses ya habían llegado al sur de Italia y estaban a punto de llegar. Gilipo intentó otra batalla naval y terrestre, aunque esta vez el ataque por tierra era el de distracción, ya que así los atenienses no pudieron equipar los barcos con muchos hoplitas al estar en los muros, haciendo frente a los asaltos siracusanos. Además, Gilipo equipó a los barcos siracusanos para el combate naval en espacios reducidos, es decir, reforzando la proa para embestir. Las tácticas navales atenienses se valían de la mayor velocidad y maniobrabilidad de sus trirremes, pero Gilipo consiguió que la batalla tuviera lugar en el reducido espacio de la bahía. Conforme las naves siracusanas fueron embistiendo a las atenienses, los epibatai u hoplitas embarcados abordaban los barcos, y la lucha en las cubiertas fue larga y sangrienta. Finalmente, vencieron, averiando muchas naves atenienses. A cada ataque, los atenienses se debilitaban más, mientras que los siracusanos salían fortalecidos.
Por fin hizo su entrada la flota de Demóstenes en la bahía del Puerto Grande, aunque los extremos de la bahía (Siracusa al norte y el Plemirio al sur) estaban en manos enemigas. La entrada tenía un kilómetro y medio, de modo que pudieron pasar sin problemas. Sus setenta y tres barcos y más de seis mil nuevos guerreros sorprendieron incluso a Gilipo. Atenas parecía no agotarse nunca. Demóstenes, a quien ya conocimos durante los sucesos de Esfacteria, era consciente de todas maneras de la difícil posición ateniense, de modo que elaboró un plan sencillo: esa misma noche, aprovechando la sorpresa en el bando siracusano, atacarían el tercer muro de contrabloqueo para poder cerrar el asedio a Siracusa. Si aquello salía mal, sería el momento de salir de allí, puesto que, debido a las nuevas naves, volvían a tener la supremacía naval.
Los atenienses aguardaron a la noche y salieron de los muros hacia el oeste, para rodear las Epípolas y subir por el Aurelio. Aquella fue la batalla nocturna más grande de toda la guerra. Los atenienses subieron a la carrera, asaltando y tomando las pequeñas fortificaciones que habían hecho los siracusanos, y luego se dirigieron con el mismo ímpetu hacia el muro. Tomados por sorpresa, los siracusanos retrocedieron, y los atenienses comenzaron a demoler el muro. Sin embargo, lo que pasó después no está claro. Parece que los atenienses se desorganizaron, y como había muchos aliados entre ellos, tuvieron dificultad en reconocerse. Los siracusanos se rehicieron y fueron aislando a grupos de enemigos. Los hoplitas atenienses que vencían avanzaban, sin saber que estaban rodeados. Los que huían se topaban con amigos que los confundían y los atacaban. Al final, cuando los siracusanos se enteraron del santo y seña ateniense, les causaron mucho daño, y éstos tuvieron que retirarse. La última oportunidad ateniense se había evaporado en unas pocas horas.
Los estrategos atenienses se reunieron. Demóstenes, el más inteligente de todos ellos, abogó por la retirada. Sin embargo, Nicias, había estado manteniendo contactos con disidentes dentro de Siracusa, y todavía quiso aguantar, esperando que Siracusa fuera entregada por estos traidores. A los pocos días, tras nuevos ataques, cambiaron de opinión y Nicias aceptó la retirada, pero esa noche hubo un eclipse de luna. Nicias era muy supersticioso, y consideró que no debían retirarse hasta pasados tres veces nueve días. Fueron estos veintisiete días los que sellaron el destino de los atenienses.
Gilipo fue dirigiendo ataque tras ataque sin dar cuartel a los atenienses. No pudieron así aprovechar su momentánea ventaja naval, que fue poco a poco desintegrada. Entonces, llegó el momento decisivo. Los siracusanos bloquearon la entrada de la bahía, con la intención de hacer prisioneros a todos los atenienses. Ahora que éstos habían decidido embarcar y salir de allí, tendría lugar la última batalla, la más desesperada, y todos los atenienses lo sabían.
Demóstenes dejó a todos los heridos en la fortaleza, y con el resto consiguió equipar ciento diez trirremes, tanto con hoplitas como con arqueros y lanzadores de jabalinas. Los siracusanos equiparon otras tantas, y además, uniendo mercantes con cadenas, cerraron la entrada de la bahía. La flota ateniense tenía que romper el cerco para poder escapar.
Sin espacio para maniobrar, la batalla comenzó rápidamente. Las dos flotas se lanzaron en línea una contra la otra, y se produjeron numerosas y terribles embestidas. Con frecuencia una nave que embestía era embestida por otra a continuación, y poco a poco se formó una gran masa de barcos trabados unos con otros. El combate que se luchó sobre ellos fue terriblemente desesperado. Sin orden, las tropas de ambos bandos abordaban barcos enemigos y luego retrocedían para repeler otros abordajes, El aire se llenó con el zumbido de los proyectiles y los gritos de los heridos. Los hoplitas y epibatai tropezaban con los bancos y los remos, o resbalaban sobre las maderas llenas de sangre y vísceras. El mar se tiñó de sangre y los golpes de los remos parecían hacerlo hervir con espumas y burbujas sanguinolentas, entre las que flotaban los cadáveres. Finalmente, agotados y vencidos, los atenienses tuvieron que retroceder. Su última oportunidad se había perdido. Atenas había perdido.
Lo que queda de esta historia es como sigue: los atenienses se retiraron por tierra hacia las polis sicilianas aliadas, pero los siracusanos habían bloqueado el camino en numerosos puntos. Derrotados, desanimados y hambrientos, los atenienses sufrieron muchas emboscadas, y finalmente, dividieron su ejército por la mitad, cada una al mando de Demóstenes y Nicias, respectivamente. Demóstenes fue rodeado y capituló para evitar la matanza de sus hoplitas, quienes fueron llevados a Siracusa como prisioneros. Pero con Nicias, los siracusanos se cebaron. Fue atrapado en el río Asínaro y rodeado, y hubo una gran matanza. Finalmente Nicias se rindió. Demóstenes y Nicias fueron ejecutados en Siracusa a los pocos días. Los pocos soldados supervivientes fueron hacinados en una estrecha prisión: el sol los quemaba y de noche se helaban. En terribles condiciones higiénicas, sus deposiciones, los heridos, los cadáveres de los que morían y los que seguían vivos coexistieron durante setenta infernales días. Luego, los supervivientes fueron vendidos. Sólo un puñado de los que salieron el Piero volvieron a casa años después.
Atenas ya no se recuperó de este desastre humano, económico y militar. Fortalecidos y aliados con los siracusanos, los espartanos rompieron la tregua con la extremadamente debilitada Atenas y atacaron sin cesar, hasta que pocos años después consiguieron tomar los muros largos de la polis, poniendo fin momentáneamente a las Guerras del Peloponeso. No obstante, la hegemonía espartana no duró mucho. Las polis se enzarzaron en cruentas guerras en las que el poder fue tomado por unas u otras sucesivamente: Focea, Tebas, etc, a lo largo la primera mitad del siglo IV a.d.C.. Serían Filipo II y su hijo Alejandro, de Macedonia, los que finalmente de impondrían, tomando las riendas de la política de las polis griegas. Pero eso, como suele decirse, es otra historia.
1 comentarios:
Enhorabuena, un relato muy vivido de una de los episodios más intensos de las guerras griegas.
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