El califato abásida

domingo, 5 de julio de 2009

Saludos. Esta semana comenzaremos nuestro retorno hacia Occidente desde las estepas de Asia Central. Concretamente, conoceremos a los gobernantes abásidas, que dirigieron las riendas del imperio islámico desde que destronaran a los Omeyas en el 749, hasta la fragmentación del califato en un complejo mosaico de dinastías locales.
Bien, recordemos algunas cosas. La conquista árabe había llegado desde los Pirineos hasta las fronteras de La India. La dinastía Omeya o Ummayad había arrebatado el poder a los Califas Ortodoxos, que habían sido parientes y colaboradores del propio Mahoma. Alí, el cuñado del Profeta, había sido obligado por lo tanto a renunciar al califato. Esto provocó que otras dinastías comenzaran a plantearse que si los Omeyas podían gobernar en lugar de los descendientes del Profeta, ellos también podrían. También provocó corrientes que giraron alrededor de Alí, y cuando éste murió, el descontento aumentó mucho entre ellos.
Por otro lado, en los nuevos territorios, el dominio Omeya se había traducido en la implantación de numerosas ciudades “cuartel” para sus ejércitos. Como los musulmanes estaban exentos de impuestos, muchos campesinos dejaron sus tierras y emigraron a estas ciudades, por lo que las recaudaciones se reducían, y los Omeyas comenzaron a poner trabas a estas conversiones.
También, las clases locales que habían sido apartadas del poder, sólo podían prosperar convirtiéndose en “mawali” o “clientes” de las tribus árabes. Sin embargo, muchos eran personas extraordinariamente capaces y con mayor tradición política y de gobierno, como los nobles persas. Aunque los árabes les consultaban sin cesar, ellos permanecían siempre apartados del poder.

Todos estos factores fueron creando un clima de oposición generalizada a los Omeyas. Y fue en la lejana frontera oriental, en Jurasán (Khurasán, una provincia de la antigua Persia), donde un misterioso personaje llamado Abú Muslim, atrayendo sabiamente a todos los elementos descontentos con los califas gobernantes, proclama la “da'wa”, la revuelta religiosa que derrocaría los Omeyas, en el 745. Pero, ¿quién era Abú Muslim? La respuesta a esta pregunta nos revelará sin duda uno de los más complejas, astutas y exitosas conspiraciones de la Historia.
En el año 741, Abu Muslim no era más que un “mawali” arruinado. Encarcelado, cubierto de harapos y mugre en una sucia prisión de Palestina, entró en contacto sin embargo por un noble árabe de una prestigiosa familia. Éste, que llevaba algún tiempo barruntando sus planes, descubrió que este oscuro personaje poseía algunas virtudes que podrían serle muy útiles: Abú era extraordiariamente carismático. Este noble árabe se llamaba Ibrahim, era imán y pertenecía a la familia de los abásidas.

Lo primero que hay que entender es que los abásidas eran una familia árabe, también procedente de La Meca, y que durante la expansión árabe, había recibido territorios en Palestina, en una pequeña ciudad llamada Humayna. Aspiraban a derrocar a los Omeyas.
Ibrahim, sabiamente, sabía que podía basar la legitimidad de su revuelta en ser descendiente de cuarta generación de Abbas ibn Abn Al-Mutalib, que fue tío del propio Mahoma. Es decir, Ibrahim sabía que cumplía con el primer “requerimiento” que se exigiría a unos nuevos califas: ser parientes del Profeta, a diferencia de los Omeyas.
Ibrahim arregló la liberación de Abu Muslim, y le instruyó en su plan. Debía el “mawali” marchar a la provincia más alejada del nuevo imperio, a Jurasán, en la antigua Persia, donde había emigrado un gran número de familias árabes, donde había muchas tropas vigilando las fronteras contra los turcos y otros pueblos esteparios, y donde muchos nobles persas se veían apartados del poder. Allí, Abú debía proclamar un mensaje religioso: los Omeyas no eran descendientes del Profeta, y atentaban contra los principios del Islam dificultando las conversiones. Por lo tanto, los buenos árabes debían rebelarse contra ellos y elevar a un auténtico descendiente del Profeta en el poder. Sin embargo, Ibrahim ordenó a Abú que bajo ningún concepto revelara el nombre del nuevo aspirante a califa. Ésta era la clave del plan. Abú debía provocar la rebelión en la frontera del imperio y avanzar contra los Omeyas marchando hacia el oeste, mientras Ibrahim y su familia aguardaba acontecimientos en Palestina.
Una antigua profecía había predicho que del Este vendría un ejército victorioso portando banderas negras, para mayor gloria del Profeta. Abú adoptó estas banderas negras para los ejércitos que consiguió reunir con los árabes de Jurasán, y los guió a la batalla. En aquel momento, el califa Omeya era Marwan II, y la oposición a su familia se había extendido por todo el imperio, por lo que su situación era extremadamente caótica. Aprovechando esta debilidad, Abú Muslim asaltó y tomó la ciudad de Merv en el 748. Y mientras el resto del imperio se desintegraba, al año siguiente, sus tropas entraron en Kufa.

Mientras, Marwan había sido informado de que la más peligrosa revuelta, la de Abú, podría haber sido instigada por el cercano imán Ibrahim. Los guardias de confianza de Marwan, en el intento de capturar a Ibrahim, le mataron, justo a cuando Abú Muslim acababa de entrar en Kufa. Con el plan abásida descubierto, ya no había marcha atrás. Un nuevo líder tomó las riendas de los abásidas, y envía un mensaje a Abú Muslim para que le proclamara Califa desde Kufa. El candidato secreto iba a ser por fin revelado. El mensaje lo firmaba el que sería el primer califa abásida: Abdullah ibn Muhammad al-Saffah. Era el año 750, y al-Saffah, al frente de su propio ejército, poco después, derrocó a Marwan, que se vio atrapado entre las fuerzas de Abú y las del propio Al-Saffah.
Sin embargo, el nuevo califa no satisfizo a todos los que habían participado en la rebelión, de modo que al-Saffah tuvo que negociar para mantener la lealtad de antiguos jefes militares árabes. Sin embargo, el nuevo califa murió repentinamente en el 754, y la cuestión sucesoria destapó la todavía inestable posición abásida. La “da'wa” se dividió alrededor de dos aspirantes principales: Abú Ya'ffar, conocido como al-Mansur, y su tío Abd-Allah.
Y fue entonces cuando el poder de Abú Muslim y sus ejércitos jurasaníes hizo que la balanza se inclinase rápidamente en favor de Al-Mansur, que en ese mismo año se proclamó califa. Sin saberlo, Abú Muslim había firmado su propia sentencia de muerte. Al-Mansur, incluso favorecido por él, se asustó al comprobar la enorme influencia de Abú, y vio claro que si éste alguna vez se le ponía en contra, no podría hacer le frente. Por lo tanto, Abú Muslim murió por orden del mismo califa al que había ayudado a llevar al poder. Así terminó su asombrosa historia.

Con Al-Mansur comenzó en realidad el califato abásida, y también, la era del auténtico esplendor islámico. Reformó el gobierno, estableciendo los nuevos cargos, reorganizando la profesionalización del ejército. Además, Al-Mansur fundó una ciudad para los sueños: Madinat al-Salaam, la “Ciudad de la Paz”, más conocida como Bagdad. En efecto, si los Omeyas gobernaron desde Damasco, Al-Mansur gobernó desde Bagdad. Además, cuidó mucho la cuestión sucesoria, que trató de mantener dentro de su familia. Así, cuando murió en el 775, fue su propio hijo, Al-Mahdi quien se erigió como nuevo califa.
Al-Mahdi inauguró un proceso de estabilización y prosperidad económica sin precedentes. Mientras en Europa estaba sumida en una era de oscuridad de ignorancia, Bagdad se fue convirtiendo en la ciudad más esplendorosa del mundo. Y además, Al-Mahdi se puso al frente de una nueva “yihad” que llevó a sus ejércitos a La India, la Transoxiana y Anatolia, donde se enfrentaron con enorme fiereza con los ejércitos del imperio bizantino.
En el año 786 fue sucedido por Al-Rasid. Fue éste un gobernante exitoso y enormemente conocido, con una personalidad compleja y contradictoria. Mientras sus detractores le acusaban de desentenderse de los asuntos de sus súbditos, Al-Rasid se centró en continuar la violenta guerra contra los bizantinos. Su nueva “yihad” avanzó por Anatolia imparable, y llegó a las afueras de Constantinopla, pero allí fue finalmente rechazado. Centró entonces su interés en los puertos del Mediterráneo, el Mar Rojo y el océano Índico. Asignó tropas y flotas, y los comerciantes árabes llevaron sus naves y mercancías a costas tan lejanas como África, Sri Lanka o incluso más allá. Estos audaces comercianes serían inmortalizados en la figura de Simbad el Marino en los cuentos de “Las mil y una noches”.
Mientras, la vida urbana, gracias a las mayores aportaciones que pudieron hacer los “mawali”, prosperó, y se alcanzó un progreso tecnológico y cultural sin parangón en su época.
La agricultura mejoró extraordinariamente, y se abrieron hospitales públicos para enfermos y leprosos. El califato de Al-Rasid fue la Edad de Oro del Islam, y el eco de su grandeza llegó hasta la lejana Europa: un día llegaron a Bagdad unos extraños emisarios, que se presentaron como embajadores del rey Carlomagno. La diplomacia funcionó. Incluso se dice que Al-Rasid regaló a Carlomagno un elefante asiático.

Toda Edad de Oro llega a su fin, y la sucesión de Al-Rasid causó ésta. Había nombrado sucesores a sus tres hijos: Al-Amin, Al-Mamún y Al-Qasim. Cuando Al-Rasid murió, sus hijos no tardaron en provocar una guerra civil. Fue Al-Mamún, desde su gobierno de Jurasán, y apoyado por los Tahirids, quien finalmente se impuso a sus hermanos en el 813, después de asediar Bagdad durante catorce meses, y tras tomarla sólo tras una cruenta lucha calle por calle. Por ello, los Tahirids serían recompensados con el gobierno hereditario e independiente (pero leal al califa de Bagdad) del territorio de Khurasán, estableciéndose así la primera dinastía jurasaní de una serie muy interesante, que estudiaremos en futuros artículos. Sin embargo, la guerra civil provocó la independencia de facto de los territorios norteafricanos. Tras este conflicto, el imperio se había reducido, aunque siguió siendo muy poderoso.
Al-Mamun murió en el 833 en una campaña contra los bizantinos, y fue sucedido por al-Mutasim. Este califa tomaría una decisión que, con el tiempo, cambiaría para siempre la historia del Islam. Merece la pena detenerse en este aspecto.
Hasta Al-Rasid, los ejércitos abásidas habían sido los mismos que los de los Omeyas. Sin embargo, en la primera reforma de Al-Rasid, se había creado un ejército en Jurasán en el que se había incluido un gran número de tropas persas a caballo, nobles que mantenían la tradición bélica directamente heredada de los sasánidas, y que se basaban en un mayor uso de los arqueros acorazados a caballo, en lugar de los lanceros acorazados a caballo árabes. Pero estas tropas seguían siendo básicamente musulmanas. Sin embargo, Al-Mutasim comenzó a enrolar tropas esclavas turcas en los ejércitos, que también usaban táctica más parecidas a las jorasaníes, pero con una mayor fiereza si cabe. Estos esclavos turcos comenzaron a formar el núcleo de los ejércitos, y sus propios generales esclavos fueron estableciendo linajes que permanecieron al servicio del califa. Estos turcos serían conocidos como “ghilmen” o “Mamluks”, y en su época se convirtieron en el epítome del arquero acorazado a caballo.
Con estas fantásticas y feroces tropas en los ejércitos, Al-Mutasim puso fin a numerosas revueltas que desestabilizaron su gobierno, y mantuvo la guerra en todas sus fronteras. Además, el creciente poder del factor turco provocó que el centro de poder califal pasara de Bagdad a Samarra, más cerca de las estepas. Sin embargo, la nueva capital se limitó a ser la sede del ejército, pues Bagdad siguió sin rival en cuanto a esplendor y cultura.

Al-Wathiq fue nombrado califa en el 843, y otorgó grandes parcelas de poder a generales turcos. Desde ese momento, la infiltración de los “esclavos” turcos cambió el equilibrio de poder en la corte abásida. No pasó mucho tiempo antes de que algunos comenzaran a preguntarse quién servía a quién.
Como este califa no nombró sucesor, Al-Mutawakkil llegó al poder apoyado por los turcos, pero luego, cuando se sintieron decepcionados por su actitud hacia ellos, lo mataron en el 861 y le ofrecieron el poder a su hijo Al-Muntasir, que se mostró mucho más “maleable” para sus intereses. Este momento marca el fin del poder unificado de los abásidas. Los generales y líderes militares del ejército, sobre todo los turcos, y también los más tradicionales que se oponían a ellos, comenzaron una serie de movimientos que terminaron con la aparición de numerosas dinastías islámicas regionales, que fueron independizándose del poder central del califa, y así, el estado unificado desapareció. Aparecieron así, entre otras dinastías, los safáridas primero y luego los gloriosos samánidas en Jurasán (descendientes de los persas) ; los gaznávidas (turcos) en las estepas; los fatimíes (árabes) en el Magreb, los tuluníes en Egipto, los Hamdánidas (beduínos) en Yazira (Irak), dinastías Dailami (iranias) en Irán, etc. Hablaremos de algunas de ellas en próximos artículos.

Los siguientes califas abásidas también tuvieron que enfrentarse a graves conflictos en las áreas que todavía gobernaban. La revuelta de esclanos negros zanj comenzó en 869 en las zonas pantanosas del Eúfrates, donde eran llevados a trabajar, y no pudo ser controlada hasta el 883.
Los cármatas se revelaron en la zona del Golfo Pérsico, y con la ayuda de muchas tribus beduías, allá por el 900, guiados por Abu Said. Se enfrentaron a los ejércitos califales con gran derramamiento de sangre. Saquearon caravanas y ciudades, desestabilizando el poder abásida hasta el límite. En 929 atacaron incluso La Meca y se apoderaron de la Piedra Negra. Sin embargo, el movimiento comenzó a debilitarse en el 945.
Para entonces, los califas abásidas estaban totalmente agotados. De modo que fue una dinastía, procedente de las regiones montañosas del norte de Irán, los dailami Búyidas, que hacía poco que habían sido islamizados, pero cuya feroz infantería mercenaria formaba parte de los ejércitos árabes desde los Omeyas, entre los feroces Dailami, quien ocupó Bagdad. Los búyidas mantuvieron el califato con valor representativo, pues el poder lo detentaron ellos desde entonces, y hasta que fueron derrotados por los turcos Seljuk cien años más tarde. Protagonizarían el denominado “intermedio iranio”, en el que el poder recayó en pueblos persas, después del gobierno de los árabes y antes del de los turcos que estaba por llegar.

Durante el califato abásida, como ya hemos dicho, la vida urbana y la cultura prosperó enormemente, y ello fue sin duda debido al nuevo clima creado por los abásidas. Aunque los árabes siguieron gobernando y mantuvieron su cultura y su diferenciación racial, los “mawali” puedieron participar de forma más directa, y pudieron aspirar también a puestos de poder. Esto permitió que persas, egipcios, sirios y muchos otros, con una rica tradición cultural, se pusieran al frente de numerosos negocios y puestos de gestión. También los Dhimmis, los no musulmanes, aportaban sus conocimientos de artesanía y comercio, y pagaban impuestos especiales a las arcas del califa.
Las pudientes clases gobernantes consumían todo tipo de bienes de lujo. Los artesanos y comerciantes creaban y transportaban preciosas mercancías a todos los lugares del imperio. Aparecieron los mercados como emplazamientos físicos permanentes, como en Bagdad.
Por lo tanto, la menor importancia que se dio a la pertenencia de cada individuo a su raza, en favor de una mayor hermandad universal de los musulmanes, provocó fusiones e influencias verdaderamente esplendorosas, que han dejado en la Historia una imagen imborrable, y un riquísimo legado como las narraciones asombrosas de “Las mil y una noches”, recopilado en el siglo IX, donde a través de sus cuentos, podemos atisbar retazos de aquella Edad de Oro.

LOS ABÁSIDAS PARA DBA
La lista para DBA de los abásidas es la III/37, Abbasid Arab. La lista presenta dos variantes cronológicas debidas precisamente a lo que se ha comentado antes:
La opción “a” llega hasta el 835, es decir, justo antes de la inclusión masiva de los “ghilmen” turcos. Por lo tanto, se compone de las tropas árabes que ya vimos en la lista de los Omeyas, aunque hay algunas variaciones. El general y tres peanas más con Cv, que representan a los lanceros árabes.Yo recomendaría que una de estas peanas se sustituyera por caballería acorazada con arco de Jurasán, al estilo persa, si se pretende hacer el ejército de Al-Mamún. Luego hay tres peanas de 3Bw o 2Ps, que representan arqueros árabes. Luego hay tres peanas de Sp, que representan a los lancero árabes que desarrollaron los Omeyas, con un papel más defensivo para contener a la caballería enemiga. Estos lanceros solían estar apoyados por arqueros hostigadores, y por ello los arqueros pueden ir tanto solos (como Bw) como hostigadores (Ps), pudiendo prestar apoyo trasero a las lanzas. Luego hay una peana opcional entre Wb (creyentes musulmanes voluntarios y fanáticos) o LH (caballería ligera beduina o jurasaní), y una última peana opcinal entre 4Ax (feroces montañeses dailami) o LH (de nuevo beduina o jurasaní).
La opción “b” representa a los ejércitos ya conformados a partir de enormes contingentes de ghilmen (en singular, ghulam). El general es caballería, que representa a lanceros árabes o bien nobles jorasaníes, al modo persa. Luego hay tres peanas de caballería, que son los ghilmen: arqueros acorazados a caballo al modo turco. Luego, tres peanas de 3 Bw (arqueros árabes) (en la lista del manual hay un error tipográfico pone 3x6Bw, cuando debe poner 3x3Bw). Luego, dos peanas opcionales algo complejas: 2x3Bw, arqueros árabes, o bien, una peana de lanzas defensivas árabes o esclavos negros (4Sp) y una peana de arqueros árabes o negros, que puede ser 3Bw o bien 2Ps, según se prefiera. Es decir, los abásidas usan muchas menos lanzas que los Omeyas, en favor de mayor número de arqueros, cuya efectividad contra caballería es mayor, pues son verdaderamente letales contra montados.
Luego hay una peana de LH, que puede ser caballería ligera jorasaní o turca tribal (arqueros a caballo sin armadura). Otra peana es opcional entre 3Wb (fanáticos voluntarios árabes) o Cv (lanceros árabes tradicionales, en minoría tras la llegada de los turcos al ejército). La última peana también es opcional entre 4Ax (montañeses dailami) y LH, que (arqueros a caballo jorasaníes o turcos, o beduinos).

Que yo sepa, estas gamas están completas en Minifigs, Essex y Old Glory 15's. Las de Old Glory son especialmente vistosas.

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