Crisis de la República Romana II: La Guerra Mitridática

miércoles, 22 de abril de 2009

Nuestro compañero Xoso continúa su serie sobre el colapso de la República romana.

Al término de la Guerra de los Aliados, Roma se encontraba ante dos problemas de notable envergadura. El primero era cumplir lo prometido a los itálicos que, o bien se habían mantenido fieles, o bien habían depuesto sus armas a cambio de obtener la ciudadanía. El segundo respondía a asuntos militares, tanto la represión de los últimos focos de resistencia itálica como la inminente guerra que se avecinaba contra Mitrídates del Ponto.

Por otra parte, las disputas internas romanas entre optimates y popularis no hicieron sino recrudecerse tras la victoria en la Guerra Social. Al frente de los primeros se situaba claramente Sila, brillante militar que había probado su valía tanto bajo órdenes de Mario contra los germanos como en la recientemente finalizada guerra civil. Defensor a ultranza de los valores optimates más conservadores, Sila tuvo como oposición al propio Mario, que había regresado al redil popular y contaba con el decidido apoyo de Publio Sulpicio, tribuno de la plebe en el año 88 a.C.


Reformas de Sulpicio

Sulpicio, que había servido como legado en el ejército de Pompeyo Estrabón durante la guerra, poseía una capacidad oratoria muy notable y se las apañó para promulgar una ley que repartía a los nuevos ciudadanos itálicos entre las 35 tribus romanas ya existentes. De esta forma, asegurándose de que no serían aglutinados en unas pocas nuevas tribus sin apenas importancia, Sulpicio otorgaba a los nuevos ciudadanos una gran fuerza política. Ello le valió un elevado favor popular, del que a su vez se valió para proponer su famosa lex comicial, que concedía a Mario la dirección de la guerra contra Mitrídates.

Estas medidas, claramente continuadoras de las políticas anteriores del fallecido Livio Druso, causaron evidente conmoción entre el senado y los optimates. Los cónsules, Sila y Pompeyo Rufo, contraatacaron promulgando un iustitium, que paralizaba forzosamente toda actividad pública, lo cual impedía efectuar las votaciones para aprobar las leyes de Sulpicio. La situación, lejos de mejorar, se descontroló: violentos enfrentamientos sacudieron las calles de Roma, en los que fue asesinado un hijo de Pompeyo Rufo. Ambos cónsules se vieron obligados a escapar y esconderse, incluso Sila recibió ayuda del propio Mario para escabullirse (lo que vendría a indicar que todavía existía cierto respeto entre los dos, aunque probablemente si Mario hubiera sabido de las verdaderas intenciones de Sila no le habría dejado huir).

Sulpicio consiguió que los asustados cónsules retiraran el iustitium, pudiendo así someter a votación sus dos leyes, que fueron aprobadas. Sin embargo, tras su precipitada huida de Roma, Sila había ejecutado ya su movimiento. Tras reunirse con el ejército encargado de sofocar los últimos focos de resistencia en Campania, consiguió poner a la mayoría de las tropas de su parte, haciéndoles creer que si Mario se hacía con el mando de la campaña contra Mitrídates les licenciaría forzosamente y reclutaría nuevas tropas, con lo que se quedarían sin opciones de obtener botín alguno en Asia.

Valiéndose de su nuevo ejército, Sila marchó contra Roma. Esta conducta, siendo la primera vez en la historia que un general romano, comandando un ejército romano, atacaba la propia ciudad de Roma, sentó un pésimo precedente para muchos de los enfrentamientos civiles que vendrían después. El asalto resultó bastante sencillo al carecer Roma de una guarnición estable con la que defenderse, pese a lo cual llegaron a desatarse algunos combates en diversas zonas de la urbe, donde sectores de la plebe consiguieron atrincherarse y hostigar a las tropas de Sila desde las ventanas y tejados de los edificios. Una vez superada esta resistencia, Sila se hizo con el control absoluto de la ciudad y dictó oficialmente una lista de hostis publicus (enemigos públicos) para deshacerse de sus rivales políticos. Si alguien era declarado enemigo público significaba que cualquiera podría matarle con total impunidad, lo que condujo inmediatamente al asesinato de Publio Sulpicio y a la huída de Cayo Mario, que hubo de ocultarse en África.


Guerra contra Mitrídates

Una vez aniquilados o apartados sus principales enemigos, Sila hizo aprobar a toda prisa una serie de leyes de corte conservador que desmontaban parte de la legislación de Sulpicio y a su vez reforzaban a los sectores políticos optimates. Sin embargo, su posición recibió un duro revés al celebrarse las votaciones de los dos nuevos cónsules para el año 87, saliendo elegidos Cornelio Cinna y Cneo Octavio, ambos opuestos a Sila. Este intentó maniobrar para proteger a su amigo y entonces compañero en el cargo, Pompeyo Rufo, asignándole la dirección de parte del ejército de Italia (para que cuándo concluyese su mandato no se convirtiera en un simple ciudadano sin cargo público, muy vulnerable ante cualquier posible represalia). La jugada salió mal en tanto que Rufo fue emboscado y asesinado cuándo se dirigía al encuentro con sus nuevas tropas, acción que contó posiblemente con el beneplácito de Pompeyo Estrabón.

Muerto Rufo, Sila se esforzó por mejorar ligeramente sus relaciones con Cinna. Consiguió que el cónsul prometiese respetar las leyes y medidas excepcionales recientemente aprobadas, y casi inmediatamente partió hacia Asia con su ejército. Allí esperaba, por supuesto, Mitrídates VI Eupator, monarca del Ponto extremadamente hostil a Roma durante todo su largo reinado. Talentoso general y hábil político y conspirador, Mitrídates había salido airoso de las disputas internas contra su propio hermano para luego extender su control e influencia (a veces mediante las armas) por Paflagonia y Bitinia. Precisamente sus injerencias e intereses en Bitinia le habían conducido a un enfrentamiento contra Roma. Aprovechando la confusión de la Guerra Social en Italia, Mitrídates se había deshecho del enviado romano para gestionar la zona (Manio Aquilio) para luego instigar una serie de numerosos y virulentos levantamientos anti-romanos por toda la provincia de Asia.


Mientras Sila perdía un tiempo precioso imponiéndose por la fuerza en Roma, Mitrídates realizaba su siguiente movimiento. Envió una avanzadilla a Grecia con Arquelao, uno de sus generales, al frente. Al tiempo que el grueso del ejército póntico se congregaba en Anatolia bajo órdenes de Taxilas (otro general de Mitrídates), Arquelao tomó Delos por asalto y entregó el tesoro de la isla a los atenienses, que no dudaron en darle la bienvenida e iniciar una cacería de todos los itálicos y “sospechosos prorromanos” presentes en su ciudad. Los planes de Mitrídates consistían probablemente en utilizar Atenas como cabeza de puente para invadir el Peloponeso y Beocia con su ejército y provocar una nueva oleada de revueltas antirromanas por toda Grecia y Macedonia.

Sila, tras llegar finalmente a Grecia, avanzó rápidamente contra Atenas y puso sitio a la ciudad. El asedio fue largo y difícil, y no se completó con éxito hasta comienzos del año 86 a.C. Arquelao escapó por mar, mientras Sila hacía pagar cara su traición a los atenienses, arrasando parte de la polis y ejecutando a casi toda la población sin miramientos. Poco después desembarcó Taxilas en ayuda de Arquelao, pero Sila los venció a ambos en Beocia de forma contundente. Derrotados sus generales en Grecia, las cosas no pintaban nada bien para Mitrídates. Los fracasos militares ocasionaron que buena parte de la oligarquía helena en Asia Menor le retirase su apoyo, por lo que se vio obligado a radicalizar todavía más sus postulados en un intento por atraerse ahora a las clases bajas de las poleis. Además de dictar leyes favoreciendo la liberación masiva de esclavos, llegó a constituir toda una red de espionaje para desenmascarar y perseguir a sus “enemigos prorromanos”.

La situación de Sila, pese a sus victorias, tampoco era precisamente idílica. El motivo debemos buscarlo, para variar, en un nuevo enfrentamiento civil en la propia Roma. Pero de eso hablaremos en el siguiente artículo.


DBA
Los ejércitos romanos que participaron bajo órdenes de Sila tanto en la Guerra de los Aliados como en el enfrentamiento contra Mitrídates deben representarse con la conocida lista II/49 Romanos de Mario y sus 8 famosas plaquetas de Bd. Si se desea representar una batalla o escaramuza entre Roma y sus enemigos confederados de la Guerra Social, lo más adecuado sería que el ejército de los "aliados" también utilizase la misma lista, a fin de cuentas los itálicos de entonces ya habían combatido bajo órdenes de Roma en multitud de guerras y lo más lógico es que dominasen el estilo de combate y formación romano. La gama de miniaturas a escoger es muy amplia, aunque recomiendo de forma especial la gama de romanos de Mario de Corvus Belli, y también las últimas minis que ha sacado Xyston.

Para las fuerzas dirigidas por Arquelao y Taxilas en Grecia, corresponde la lista II/48 Mitridáticos; ejército versátil y muy personalizable. Para las miniaturas, podéis rebuscar de nuevo entre las gamas de Xyston y Corvus Belli.

Malta: el último asedio de las Cruzadas

martes, 7 de abril de 2009

Esta semana, nuestro colega Blooze nos trae este magnífico artículo sobre el duro asedio otomano a Malta.

Dos veces a lo largo de su historia tuvo que soportar la isla de Malta los rigores de un asedio por parte de una potencia mucho mas fuerte, el mayor de ellos en 1565 cuando por si sola recibio el asalto de las tropas del islam.

Suleiman el Magnifico estaba determinado a añadir la isla a su ya larga lista de conquistas por una serie de razones. Era la nueva sede de los empedernidos enemigos del sultan: los Caballeros Hospitalarios, mas conocidos en esta epoca como de San Juan, que tras vagar por Europa tras su expulsion de Rodas en 1522 por el propio Suleiman consiguieron la cesion de la isla a perpetuidad de manos de Carlos I de España.

Desde su base en el Gran Puerto los Caballeros atacaban con gran exito las ricas rutas comerciales musulmanas. Otra de las razones, y tal vez la mas importante, era que, conquistando la isla, tendrian los otomanos una base perfecta para atacar Sicilia e Italia. Tras nombrar a Mustafa Pasha como general al mando de las tropas en tierra y a Pialí Baja como jefe de la flota, a los que mas tarde se uniria el gran marino Turgut Reis, el destino de la isla perecia sellado.



Plano de la isla con las diferentes fases del asedio

La vanguardia de la flota del almirante Piali compuesta por casi 200 navios fue detectada en las proximidades de la isla el 18 de Mayo, y al dia siguiente las primeras tropas de Mustafa Pasha desembarcaban al sur de la isla, en la bahia de Marsasirocco. Esta repentina invasion no tomo por sorpresa a Gran Maestre de la Orden, Jean de la Valette. Durante años este tenaz y piadoso guerrero habia ido tomando precauciones contra un ataque similar. Su estrategia consistia en desafiar al enemigo desde las defensas de Mdina, la antigua capital, y los fuertes que rodeaban el Gran Puerto. Para conseguir sus proposito La Valette mejoro las fortificaciones de los fuertes de San Elmo y San Angelo, amurallo las ciudades de Senglea y Birgu donde las siete langues o agrupaciones nacionales de los Caballeros tenian sus sedes (incluida una representacion simbolica de la rama inglesa recientemente disuelta por Enrique VIII), instalo una gran cadena que cerraba el puerto principal entre las dos ciudades, y lleno los almacenes y cisternas subterraneas con alimentos, agua y polvora. A cada una de las langues le fue adjudicaca un sector de las defensas e incluso la propia poblacion maltesa sabia lo que debia hacer, cuando sonase la alarma debian quemar sus cosechas y aldeas, envenenar los pozos y conducir sus ganados y ellos mismos a alguna de las fortificaciones para no dejar nada utilizable al enemigo. Todos, Caballeros y nativos, tenian una mision a realizar.

Mustafa Pasha, tras algunas escaramuzas con la caballeria de la orden, en su mayor parte acantonada en Mdina, no tardo en atacar Castilla (las defensas que protegian Birgu) el dia 20, pero sufrieron un sangriento reves, siendo este el primero de muchos. Tras establecer su campamento principal en Marsa los turcos dirigieron sus esfuerzos contra el fuerte San Elmo que guardaba las entradas del Gran Puerto y de la bahia de Marsamuscetto desde el extremo de la peninsula de Sciberras. La razon principal fue la insistencia de Piali en que la flota estaria mas segura en Marsamuscetto.
El actual fuerte de San Angelo visto desde el punto donde estaban parte de las baterias turcas.

San Elmo originalmente estaba defendido por Luigi Broglio, 52 caballeros y 800 soldados, los cuales resistieron todos los asaltos durante 31 dias. Los turcos instalaron artilleria pesada en el monte Sciberras y, alternaron costosos asaltos con masivos bombardeos que poco a poco destrozaron los muros de la fortaleza. Aun asi la guarnicion se aferraba a sus posiciones, recibiendo cada noche refuerzos mandados en barcas desde San Angelo y evacuando a los heridos mas graves. Fue tan solo despues de la llegada del afamado corsario Turgut Reis con mas refuerzos el 30 de Mayo que las tornas cambiaron para los defensores. Este experimentado combatiente asumio el mando, y no contento con los progresos pronto establecio nuevas baterias que rodeaban San Elmo, concretamente en Tigne y Gallow's Point de forma que el fuerte recibia fuego cruzado desde tres puntos distintos. Una serie de renovados asaltos desgastaron a la guarnicion y el 7 de Junio los jenizaros consiguieron tomar el revellin que protegia el norte del fuerte. De todas formas el gran asalto del 16 (iniciado por una fuerza de voluntarios fanaticos iaylars) no consiguio destruir a la guarnicion, aunque a esas alturas los fosos estaban llenos de cadaveres en descomposicion de anteriores asaltos y la fortificacion casi destruida.

Turgut Reis ademas hizo construir unos atrincheramientos para proteger futuros asaltos del fuego de flanco que realizaban desde San Angelo. Asi mismo impuso patrullas navales que acabaron con los refuerzos que llegaban de noche desde Birgu a San Elmo. Desgraciadamente para los turcos, mientras realizaba una inspeccion de las obras Dragut fue herido de gravedad y ya no se recobraria, muriendo pocos dias despues. A partir del dia 17 el fuerte quedo completamente aislado y, aunque las tropas cristianas resistieron aun unos cuantos asaltos mas, el dia 23, tras ya haber sufrido los turcos cerca de 8000 bajas, las banderas del islam coronaban las murallas que quedaban del fuerte. Aunque no solo las banderas se veian desde las posiciones de los defensores al otro lado del puerto: tambien se veian las cabezas clavadas en picas de los ultimos combatientes del fuerte. El mensaje era claro, esta vez los Caballeros no tendrian la oportunidad de rendirse como ya hicieran en Rodas. Segun parece De la Valette no se amilano, ordeno matar a los prisioneros capturados y envio sus cabezas a las posiciones turcas disparadas desde los cañones de las defensas.


Armaduras de la época. Armería de Palacio. Valetta.
Hubo una pausa en los combates mientras los esclavos turcos situaban de nuevo las baterias para hacer fuego sobre Birgu y Senglea. La valette utilizo el respiro para pedir ayuda al Papa y al Virrey de Sicilia, aunque fue lo suficientemente sensato de no confiar plenamente en las promesas de refuerzos que le realizaron, ya que desde el comienzo del asedio tan solo se habian recibido 600 hombres al mando de Juan de Cardona, en su mayor parte voluntarios que, sorprendentemente, llegaron a Birgu tras cruzar las lineas enemigas. Mientras 70 cañones apuntaban a San Angelo, y un numero similar de galeras fueron arrastradas por tierra con grandes esfuerzos y botadas en la parte mas al sur del Gran Puerto para realizar un ataque simultaneo desde mar y tierra sobre Senglea y el fuerte San Miguel. El ataque no tardo en llegar, el 15 de Junio, en las murallas que protegian la entrada de la peninsula, los defensores aguantaron el embite ayudados por refuerzos que llegaban desde Birgu a traves de un puente construido para la ocasion. A su vez el asalto por mar se topo con empalizadas construidas en el mar que frenaron su avance y una fuerza escogida de 1000 jenizaros fue destrozada al perder 800 hombres a causa de una bateria a los pies de San Angelo y que hasta ese momento habia estado oculta. Impasible ante las terribles perdidas que sus hombres estaban teniendo, Mustafa Pasha lanzo asalto tras asalto contra las murallas de San Miguel y Castilla en el curso de las siguientes semanas. Todos fueron rechazados. El exito casi lo consiguieron en San Miguel el 7 de Agosto, incluso De la Valette creyo no poder cerrar la brecha abierta, pero en el momento de la victoria un ataque sopresa por parte de la guarnicion de Mdina al campamento turco forzo a Mustafa a retirar a sus hombres. La siguiente crisis ocurrio el 18 cuando una mina fue explosionada bajo las murallas de Castilla y el Gran Maestre hubo de reagrupar en persona a los aturdidos defensores, pero antes que acabara la batalla, que duro dos dias y una noche, los Caballeros consiguieron cerrar la brecha y destruir dos torres de asalto. En esos momentos tan solo 600 de los defensores se encontraba en condiciones de luchar, pero ninguno se consideraba herido si aun podia caminar.

Pronto el alto mando turco comenzo a tener divergencias sobre la continuacion del asedio. Piali Baja queria retirar sus naves antes de que llegaran las tormentas del invierno, pero Mustafa Pasha era mas obstinado. Tan solo la combinacion de la falta de proyectiles, municiones y alimentos (los turcos habian calculado un corto asedio y ya se llevaban 2 meses y medio), las enfermedades que asolaban el campamento, el humillante rechazo en Medina donde la guarnicion vistio a las mujeres con ropas de soldado para hacer creer al enemigo que la guarnicion era mas fuerte de lo que era en realidad, fustrando asi el asalto. Todo esto convencio a Mustafa Pasha para comenzar a considerar la evacuacion.

El factor determinante fue la largamente esperada llegada de refuerzos desde Sicilia. El 8 de Septiembre el empeño del general turco llego a su fin y ordeno el reembarco de los supervivientes de su ejercito. Tras combatir en una accion de retaguardia en las colinas de Naxxar donde la caballeria recien llegada cargo impetuosamente, los turcos finalizaron la evacuacion abandonando las costas de Malta con destino a Estambul para hacer frente a la ira del sultan.

El asedio a Malta habia Finalizado, aun mas importante, el avance del islam hacia occidente habia sido detenido, devolviendo el golpe los cristianos en Lepanto 6 años mas tarde, pero eso ya es otra historia.

ASEDIO DE MALTA PARA DBX
Para representar esta campaña lo ideal seria utilizar la "Extension DBA 1500-1900" de Tony Barr, siendo los ejercitos participantes:

16) Caballeros de San Juan 1310-1570. 2x3Kn, 2x4Sp or 4Pk, 3x4Cb or 4Sh, 1xArt, 4x2Ps. (162b)

19) Españoles/Imperiales 1519-1559. 1x3Kn, 1x2LH or 4Pi, 1x2LH or 4Pk, 1x4Pi or 4Pk, 2x4Pk, 1x3Wb/3Bd (Sword) or 4Sh, 4x4Sh/2Ps, 1xArt.

67) Turcos Otomanos 1512-1570. 4x3Cv, 2x2LH, 2x4Bw or 4Sh or 2LH, 1x2LH or 3Bw or 3Sh, 1x2LH or 3Bd, 2x2LH/3Dr/2Ps or Art.


Las fuerzas a representar serian (segun Francisco Balbi di Correggio, uno de los combatientes):

Caballeros hospitalarios:
500 caballeros hospitalarios
400 soldados españoles
800 soldados italianos
500 soldados de galeras
200 soldados griegos y sicilianos
100 soldados de la comandancia de San Elmo
100 sirvientes de los caballeros hospitalarios
500 esclavos de galeras
3000 soldados reclutados entre la población maltesa
Total: 6.100

Refuerzos españoles:
8-10000 soldados, principalmente infanteria.

Fuerzas otomanas:
6000 cipayos (caballería)
500 cipayos de Caramania
6000 jenízaros
400 aventureros de Mitilene
2500 cipayos de Rouania (Argelia)
3500 aventureros de Rouania
4000 fanáticos religiosos Iaylars
6000 voluntarios varios
Corsarios varios de Trípoli y Argel
Total: 28500 de Oriente, 48000 en total
(En estas cifras solo se incluyen combatientes, no esclavos ni supernumerarios)

Bibliografia:
Malta 1565, Tim Pickles
A guide to the battlefields of Europe, David Chandler
The Great Siege: Malta 1565, Ernle Bradford
Varios numeros de la revista Military Modelling

DBX: Más allá de DBA.

Saludos. Esta semana, aprovechando un magnífico artículo de nuestro colega Blooze, haremos mención a una ampliación de DBA hecha por aficionados y que permite ponerse al frente de ejércitos desde el siglo XVI hasta el XIX.
Recordemos que DBA abarca un periodo de 4500 años de historia militar, desde el 3000 a.d.C. Hasta el 1500, momento en el cual las armas de fuego comienzan a utilizarse de forma tan extensiva que alteran para siempre las tácticas tradicionales. DBX parte de los mecanismos, tamaños de ejército y de tablero y abstracciones de DBA, pero permite representar, de manera simplificada, las batallas en este periodo.
El mismo juego plantea su base de partida. Se considera que hasta el siglo XIX, los ejércitos, aunque usando armas de fuego, forman a sus soldados en cuadro o columna, que carecen prácticamente de decisión individual, y que el alcance efectivo de las armas de fuego sigue siendo pequeño, debido a su funcionamiento y las densas nubes de humo que se generan al disparar. Por lo tanto, las reglas son válidas hasta la introducción masiva de los rifles (es decir, mosquetes con cañón estriado), municionados con cerrojo o cargador, que no desprenden humo, y que permiten la incorporación al combate de tropas en formación abierta y con iniciativa individual., capaces de mantener una alta tasa de disparo.
DBX mantiene todos los tipos de tropa existentes en DBA, y, además, añade otros nuevos relacionados con el uso de armas de fuego: jinetes con pistolas o herreruelos (Pi); Dragoons (tropas que se mueven a caballo pero disparan a pie); Arcabuceros, que disparan armas de fuego sin bayonetas; Mosqueteros (que disparan armas de fuego con bayonetas y están preparados para cargar), Jäger, hostigadores tipo Ps con armas de fuego; artillería “exótica”, como los cuchillos-cohete de los hindúes y, finalmente, cañones.
Por supuesto, las reglas añaden los efectos de todas estas tropas ylas existentes frente a los nuevos tipos de enemigo, así como su distancia de movimiento, etc. De nuevo, y haciendo más hincapié en el asunto, los autores recomiendan no luchar batallas anacrónicas. Si en DBA no es algo excesivamente problemático, en DBX sí, ya que la evolución de las armas y las tácticas evolucionó mucho más rápido desde el siglo XVI, y los efectos que tienen sobre las tropas del juego sí afectan mucho al desarrollo de la partida.
Por último, los autores elaboraron casi ciento cincuenta listas de ejército, con una enorme variedad: desde tercios españoles hasta la Guerra de Secesión estadounidense. Podemos encontrar curiosidades como la Guerra de los Treinta Años, ejércitos napoleónicos, ejércitos mogoles de La India y los invasores británicos, las guerras entre Inglaterra y Francia en el Nuevo Mundo y un largo etcétera.
Por último, os dejo un link donde podréis encontrar más información y las reglas.
http://ermtony.pbwiki.com/DBA%20Extension%201500-1900AD.2007-11-27-07-55-06

Crisis de la República Romana I: La Guerra de los Aliados

miércoles, 1 de abril de 2009

Esta semana nuestro compañero Xoso inicia una serie de artículos sobre el colapso de la República romana.

Demasiados césares.
Octavio Augusto, justificando la ejecución de Cesarión (hijo de Cleopatra y Julio César).

Este artículo pretende ser el primero de una serie dedicada a ese periodo tumultuoso, frenético y (desde mi punto de vista) apasionante que constituye la Crisis de la República en Roma durante el siglo I a.C. Tomando como punto de partida los excelentes artículos de Caliban sobre Cayo Mario (que finalizaban aproximadamente en torno al 100 a.C., tras la victoria en Vercellae sobre los cimbrios), intentaré trazar un completo y ameno relato que cubrirá entre el citado año 100 a.C. y el 30 a.C., fecha del triunfo definitivo de Octavio sobre Marco Antonio y Cleopatra que supuso el fin de las guerras civiles y el ascenso de Augusto a imperator.

Para una mejor comprensión de lo que vendrá a continuación, recomiendo gratamente la lectura de los ya mencionados artículos de Caliban: Las nuevas legiones y la campaña de Numidia, La amenaza perfecta y El mundo para el vencedor. Las campañas de Cayo Mario, y especialmente las reformas militares y sociales acometidas tanto por él mismo como por los tribunos de la plebe a él allegados, condicionaron e influyeron notablemente en los sucesos y acontecimientos posteriores que transformarían la antigua República romana en el Imperio de Octavio Augusto.

Causas generales de la crisis.

Los historiadores antiguos cuyas obras han llegado hasta nosotros (Livio, Salustio, Plutarco... etc) ofrecían ya diversas perspectivas y opiniones sobre las múltiples causas que habían desencadenado la caída de la República. De todas formas, y a grandes rasgos, puede extraerse una serie de argumentos bastante comunes a todos ellos. La mayoría son elementos que aparecen y cobran notable fuerza durante el s. II a.C.

- La falta de un ‘gran enemigo’ externo (tras la destrucción definitiva de Cartago) había ocasionado la relajación de la entera sociedad romana, provocando la aparición de continuas disputas internas tanto entre estamentos sociales como figuras políticas enfrentadas.
- La excesiva afluencia de riquezas a Roma, producto especialmente de las grandes victorias y conquistas en Asia. Estos tesoros, obviamente, se habían distribuido de forma muy irregular, siendo los más beneficiados determinados sectores de las clases altes.
- El progresivo y creciente acaparamiento del poder político por destacadas figuras militares. “Éxito militar” y “auge político” habían estado ligados durante toda la historia de Roma, pero a partir de Mario (y especialmente Sila) la situación se volverá excesiva. El punto de ‘no retorno’ suele situarse con el establecimiento del llamado Primer Triunvirato entre Pompeyo, César y Craso.
- El conflicto social eterno entre la nobilitas y la plebe. El prestigio de la nobleza se había devaluado enormemente tras los numerosos fracasos e incompetencias de la guerra en África contra Yugurta, y sin embargo la nobilitas seguía ocupando la mayoría de cargos públicos importantes, además de mostrarse enormemente reticente a los cambios sociales que favorecían a la plebe.

Reformas de Saturnino.

Situémonos ahora en el año 100. Mario ha emergido victorioso, una vez más, contra el enemigo externo que amenazaba Roma e Italia entera (en este caso, cimbrios y teutones). A su regreso a Roma, aprovecha su enorme popularidad para presentarse exitosamente a su sexto consulado. Como buen popularis (recordemos que la clase política romana durante los últimos siglos de la República se dividía en optimates y popularis), Mario se apoya en tribunos de la plebe afines para impulsar determinadas reformas.

El Tribunado de la Plebe era una magistratura surgida ya en los comienzos de la República que servía como ‘contrapunto plebeyo’ al Consulado inicialmente copado por los patricios, si bien el marcado carácter plebeyo y patricio de uno y otro cargo se había ido diluyendo con el paso del tiempo (en tanto que los plebeyos habían terminado accediendo al consulado e incluso algunos patricios habían abandonado su gens original para volverse plebeyos y poder presentarse al tribunado de la plebe). En el año 100, es elegido tribuno (entre otros) L. Apuleyo Saturnino, individuo con ganas de dar guerra. Su primera iniciativa, que fracasa, es una nueva ley frumentaria con la que pretendía rebajar notablemente el precio del trigo. Contraataca después con una ley agraria para repartir lotes de tierra itálica entre los veteranos de Mario y fundar algunas colonias fuera de Italia, que sí fructifica pese a las fuertes protestas de parte del senado. Una ley posterior se inmiscuirá incluso en asuntos del gobierno de las provincias asiáticas, asunto hasta entonces competencia exclusiva del senado.

Al año siguiente, las crecientes tensiones entre parte de la oligarquía y los partidarios de Saturnino terminaron conduciendo a violentos tumultos en la propia Roma. El senado aprovechó la ocasión para ‘repescar’ el senatus consultum ultimum, la medida extraordinaria empleada para deshacerse de Cayo Graco años atrás. Es entonces cuándo se produce la traición de Mario hacia sus antiguos aliados popularis. Sin nuevas guerras a la vista que hiciesen indispensables sus dotes militares, Mario no dudó a la hora de ganarse el favor de la oligarquía armando a algunas de sus tropas y persiguiendo y cercando a Saturnino y sus partidarios en el Capitolio. Saturnino decidió rendirse ante la promesa de que se le perdonaría la vida; promesa que no se cumplió pues una multitud anónima lo linchó hasta matarlo pocas horas después, sin que Mario hiciese nada por evitarlo.

La Guerra de los Aliados.

Las relaciones entre Roma y buena parte de sus aliados itálicos habían comenzado a deteriorarse ya durante la segunda mitad del siglo II, especialmente con las reformas agrarias gracanas que redistribuían buena parte del ager publicus romano, una medida que sin duda perjudicaba a las oligarquías de diversas ciudades amigas o sometidas a Roma. La situación continúa empeorando tras el año 100, en especial por la actitud arrogante e intransigente de Roma ante las crecientes demandas de sus aliados, cuyas tropas habían cooperado fielmente en la expansión del dominio romano pero se veían privadas de los privilegios y recompensas que recibían los soldados estrictamente ‘romanos’. Otro aliciente notable era el rencor latente entre algunas poblaciones por las represalias (a menudo excesivas) que Roma había aplicado contra los ‘traidores’ tras la II Guerra Púnica, así como los notables abusos que los magistrados romanos solían cometer cuándo visitaban poblaciones aliadas.

El detonante definitivo del conflicto debemos buscarlo, no obstante, en una nueva disputa interna romana. Las leyes reformistas de un nuevo tribuno de la plebe, Marco Livio Druso, habían ofrecido a los aliados la posibilidad de obtener la ciudadanía romana a cambio de aceptar nuevas redistribuciones del famoso ager publicus. No se trataba de una medida revolucionaria en tanto que iniciativas de corte similar ya se habían impulsado durante la época de los Graco, pero el rechazo contundente mostrado por el senado romano (que abolió las leyes de Druso) sí resultó determinante de cara al inminente conflicto armado. El propio Druso terminó siendo asesinado en su casa en extrañas circunstancias.

La Guerra de los Aliados, también denominada Guerra Itálica o Guerra Social (de socii = aliados, no confundir con la connotación moderna de la palabra ‘social’), supuso no sólo el primer enfrentamiento armado en Italia desde Aníbal, sino también la primera guerra civil que Roma habría de padecer durante su historia. Los pueblos sublevados pertenecían a ámbitos y territorios bastante distintos: sabelios y picentinos al norte, samnitas y lucanos al sur, e incluso algunas ciudades oscas (Pompeya) y una latina (Venusia). Etruscos y Umbrios, no obstante (y también la mayoría de los latinos), se mantuvieron al lado de Roma.

Para asegurarse de no repetir el fracaso de la rebelión de Fregellae (125 a.C.), los sublevados se prepararon a conciencia. Nada más conocerse la muerte de Druso realizaron un intercambio de rehenes entre las diversas ciudades para asegurarse de que todos se unirían a la revuelta una vez se iniciasen las hostilidades. La organización interna consistió en establecer una confederación con capital en Corfinium, constituyendo además un senado de unos 500 miembros, la elección de dos cónsules y dos pretores (a imitación del modelo romano) e incluso la acuñación de moneda propia para pagar a sus soldados (con inscripciones que mostraban al toro itálico corneando a la loba romana). El objetivo inicial de los confederados era obtener la ciudadanía romana (además de otras reclamaciones) mediante las armas, en vistas del fracaso de las iniciativas de negociación de los tribunos de la plebe en Roma. Sin embargo, a medida que la guerra fue avanzando y recrudeciéndose, parece muy posible que los sectores más radicales entre los sublevados (como los samnitas) llegasen a aspirar a una completa independencia de Roma.

Oficialmente la guerra duró unos tres años (desde finales del 91 hasta el 89 a.C.) si bien todo hace pensar que en algunas regiones se alargó durante más tiempo. El estallido abierto de las hostilidades se desencadenó después de que el senado romano, habiendo notado las crecientes tensiones entre sus aliados, enviase delegaciones a diversos puntos de Italia para intentar calmar los ánimos. En Asculum, sin embargo, sus habitantes interpretaron esto como una amenaza y, tal vez creyéndose descubiertos, pasaron a cuchillo a la delegación e iniciaron además una brutal persecución contra todo lo ‘romano’ presente en su ciudad.

El inicio de la guerra marchó bastante bien para los rebeldes, que capturaron el enclave romano de Aesernia y ocuparon casi todo el sur de Campania. En este orden de acontecimientos, los dos cónsules romanos del 90 a.C. cayeron en sendas emboscadas y fueron muertos a principios de año. Mario, ejerciendo como legado consular, consiguió rechazar las incursiones de los marsios, lo que permitió a Cneo Pompeyo Estrabón (cónsul al año siguiente) abrirse camino hacia Asculum y sitiar la ciudad. Pese a el éxito de este contraataque, Roma se vio obligada a conceder su ciudadanía a todos los aliados que no se habían sumado a la revuelta, probablemente por temor a que etruscos y umbrios terminasen uniéndose a la confederación.

En todo caso, la medida resultó eficaz y Roma pudo tomar ya la iniciativa al comenzar el año 89 a.C. Relegado Mario de su cargo sin que hayan trascendido los motivos, el protagonismo recayó de nuevo sobre Pompeyo Estrabón (padre del famoso Pompeyo del primer triunvirato) y una joven y emergente figura que ya había servido a las órdenes de Mario contra Yugurta y los germanos: Lucio Cornelio Sila. Los romanos tomaron importantes enclaves rebeldes tras feroces combates (incluida la capital, Corfinium) y los sublevados intentaron pedir ayuda a Mitrídates del Ponto para que interviniese en Italia, sin éxito.

En todo caso, el resultado de la Guerra de los Aliados fue sin duda una paradoja de lo más interesante, en la cual el vencedor (Roma) se vio obligado a ceder a las reclamaciones de los vencidos, llegando a otorgar la ciudadanía de forma masiva a los sublevados a cambio de que estos rindiesen sus armas. La extensión de la ciudadanía romana por Italia impulsó una importante y progresiva homogeneización cultural y de costumbres, convirtiendo prácticamente toda Italia en una gran unidad social y política. Se mantuvieron, no obstante, algunos focos de tenaz resistencia contra Roma, especialmente entre las poblaciones samnitas, final y brutalmente sometidas por Sila varios años después.