La conquista árabe y el califato Omeya (622-750)

domingo, 15 de marzo de 2009

Saludos. Esta semana trataremos la aparición del Islam y la consecuente y fulgurante expansión árabe por Oriente Medio y el Mediterráneo. Para ello, empezaremos por analizar quiénes eran los árabes antes de la llegada de Muhammad.
La península arábiga estaba habitada por numerosas tribus semitas, que carecían de una organización superior. Sin embargo, el continuo tráfico de caravanas que transportaban materias preciosas desde el extremo sur de la península arábiga (como el incienso) tráfico mencionado ya por historiadores clásicos como Herodoto o Diodoro, había permitido la expansión el árabe como lenguaje comercial allá por el siglo VI, arabizándose el curso bajo del Eúfrates y buena parte de Siria. De hecho, ya los bizantinos habían pactado con tribus árabes ( tanujíes, salihíes y gasaníes) para que, como “federados”, defendieran la frontera sur del imperio. También el imperio sasánidas contaban con tropas árabes aliadas, aunque éstas también operaban por su cuenta cuando les interesaba.
Ocasionalmente, algunos líderes tribales árabes conseguían federar algunas otras tribus e intentaban dominar a otras tribus. Esto implica que ya en el siglo VI existía cierta inquietud por formar entidades políticas superiores al de “tribu”, aunque no habían tenido éxito. Por otro lado, el comercio había atraído a población judía y cristiana (los pueblos del “Libro”) a territorios árabes, por lo que los árabes preislámicos, básicamente politeístas, entraron en contacto así con conceptos religiosos monoteístas, así como con sistemas éticos diferentes a los conceptos asumidos por cada tribu, que respondían a una concepción más “universal” de los pueblos.

En este “caldo” preislámico sobresalía la ciudad de La Meca, que desde el siglo V había ganado gran preminencia bajo el gobierno de los qurasaisíes. La Meca era un centro caravanero, escala casi obligada de la ruta del inicienso. Se decía también que los quraisíes eran descendientes directos de Isma'il (Ismael, hijo de Abraham, el de la Biblia. Recordemos que los árabes eran semitas), y se erigieron como protectores de la Kaaba, el centro de adoración de los ídolos politeístas preislámicos, que era el centro de La Meca. Las guerras entre Bizancio e Irán favorecieron que la ruta de esta ciudad, alejada de las zonas en conflicto, ganara cada vez más importancia, simultánemante con su prestigio como centro religioso.
En La Meca creció el joven Muhammad. No se sabe mucho de su infancia, pero sí se sabe que viajaba por negocios con su tío a Siria con cierta frecuencia. A los veinticinco años se casó con una rica viuda llamada Jadiya. Muhammad se puso al frente de sus asuntos con mucho éxito, y pronto comenzó a tener fama de honesto. Durante estos años, Muhammad se sometía a largos periodos de retiro y meditación. Durante estos periodos, según el Corán, Muhammad comenzaría a recibir sus visiones sagradas y la Revelación.

Muhammad comenzó a propagar su nueva religión monoteísta, el islam, entre los más cercanos a él. En realidad no tuvo oposición hasta que, teniendo ya algunos seguidores, denunció públicamente el culto de los ídolos paganos. Obviamente, la peregrinación a La Meca para la adoración de estos ídolos era una importante fuente de ingresos para los quraisíes, y comenzaron a ver con cierta inquietud las actividades de Muhammad. Por ello, le acusaron y hubo numerosas intrigas contra él, aunque contó con la protección del clan Bani Hashim. Sin embargo, como no podía proteger a sus discípulos, les recomendó que se marcharan a Abisinia.
Mientras, el clan Bani Hashim fue expulsado de la ciudad, y Muhammad se quedó sin apoyos. Sin embargo, durante la época de las peregrinaciones a la Meca, entró en contacto con gente de la ciudad de Medina. Convirtió a seis de ellos. Al año siguiente, convirtió a otros doce. Al tercer año, Muhammad y sus seguidores, consiguiendo evitar a los quraisíes, abandonó La Meca en dirección a Medina. Esto, que sería conocido como la Hégira, ocurrió en el 622, y es el inicio del calendario islámico. De este modo comenzó a formarse el primer estado musulmán.
A su llegada a Medina, Muhammad da forma a su política: los seguidores del Islam estarían unidos por la fe, y este vínculo sería más importante que el tribal. Esto no era una novedad entre cristianos y judíos, pero sí entre los árabes. Aunque el vínculo tribal seguiría existiendo para determinadas funciones sociales, quedaría relegado a un segundo plano. Este sencillo concepto es fundamental para entender lo que ocurriría en los años siguientes. Además, se tenderían lazos de amistad a los restantes pueblos del Libro: judíos y cristianos. La yihad, o Guerra Santa es contra los cultos preislámicos árabes.
Desde Medina, donde el Islam se propagó rápidamente, Muhammad organizó la guerra contra los quraisíes. Pactó con otras tribus su alianza o su neutralidad, y comenzó la guerra. La estrategia era sencilla: atacar a las caravanas que iban a La Meca para destruir el prestigio de los quraisíes, que estaban a cargo de la seguridad de la misma. La guerra duró ocho largos y sangrientos años, en los que Muhammad incluso contó con la ayuda de mercenarios judíos, que le fallaron en alguna ocasión (hecho por el que el Corán recomienda no aliarse con este pueblo). Hubo batallas, asedios, treguas... Finalmente, en el año 630, después de los quraisíes rompieran la tregua y Muhammad saliera de Medina con un gran ejército en apoyo de sus aliados juza'a. Los quraisíes ya no pudieron eludir la derrota, de modo que se convirtieron. La tribu árabe más prestigiosa abrazó el Islam, y así la nueva religión se expandiría rápidamente. Dos importantes tribus beduínas (árabes nómadas del desierto) se rebelaron, pero también terminaron rindiéndose. La voz se extendió, y a lo largo del 630, diferentes delegaciones tribales se presentaron ante Muhammad, aceptando el Islam.

Muhammad murió en el año 632, tras su último peregrinaje a La Meca. En ese momento comienza el periodo de los Sucesores (es decir, Califas) “Ortodoxos”: Abú Bakr, Omar I, Otman y Alí, primo y yerno del Profeta. En estos primeros años, la sucesión no estaba establecida de padres a hijos, y los califas fueron elegidos de entre los allegados a Muhammad dentro de la tribu quraisí. Tras sofocar algunas rebeliones internas que siguieron a la muerte del Profeta, fueron los años (632-661) de la fulgurante expansión árabe por las tierras de bizantinos y persas sasánidas. Los ejércitos de guerreros fieles se batieron con una fiereza alimentada por su fe que les hizo ganar increíbles victorias allí donde parecía que iban a ser derrotados. Sus líderes (tanto los califas en persona como otros grandes caudillos tribales como Jalid ibn Al-Walid) los guiaron con audacia, valor y confianza absoluta en la victoria. Muhammad había concebido un sistema político que aspiraba a la universalidad, en el que reinara la palabra de Dios. Otros sistemas eran admitidos mientras no entraran en conflicto con los principios del Islam. De dicha concepción surgió el impulso inicial de la conquista. Además, pudieron aprovechar un momento crítico: Constantinopla todavía se recueperaba del gran asedio del 626 y su posterior contraataque a los sasánidas, y éstos hacían frente a sus guerras contra los bizantinos, que había llegado a agotar sus ejércitos. Los que les quedaban estaban concentrados al norte, a lo largo de la frontera común. Ninguno de los dos esperaba un ataque tan feroz y repentino desde Arabia.


La conquista comenzó por Irak, la provincia sasánida más rica, y que limitaba con Arabia. Jalid conquistó Hira y las zonas al oeste del Eúfrates, y luego siguió hacia el norte, hacia tierras controladas por los bizantinos. Cuando estalló la guerra en la Siria bizantina, Jalid logró algo que se juzgó como milagroso: transfirió cientos de soldados árabes desde el frente persa hasta Siria cruzando el desierto. Llevó camellos a los que fue matando para dar sus reservas de agua a los caballos y su sangre a los soldados.
El segundo Califa, Omar, admitió en el ejército a antiguos tribus disidentes, consiguiendo de golpe un gran número de guerreros. Apartó a Jalid de Irak, sustituyéndolo por Ubayda, que fue derrotado por los sasánidas en Yisr, y luego por Abi Waqqas, que organizó mejor sus tropas y se enfrento al gran ejército sasánida de Rostán (sí, como el héroe del "Shanameh"). La batalla duró tres días, pero por fin los sasánidas fueron derrotados, y los árabes siguieron hacia Ctesifonte, que cayó rápidamente. Las restantes fuerzas persas se retiraron a los montes Zagros, y se enfrentaron en una última y desesperada batalla con los árabes en Nihawand, en el 641. Fueron derrotados y expulsados de Irak definitivamente.
Mientras, Siria, tierra que el Profeta conocía bien, también fue uno de los objetivos principales de los árabes. Abu Bakr sólo tuvo éxitos parciales, y sería el segundo Califa, Omar, el que vencería definitivamente a los bizantinos en la batalla de Yarmuk (con la ayuda, a su pesar, de su odiado Jalid, por entonces degradado a ser sólo jefe de la caballería). Después, sin resistencia, los árabes se dirigieron a Palestina. Entre el 636 y el 640 cayeron Damasco, Jerusalén y Cesárea. La caída de Jerusalén tendría una larguísima lista de consecuencias, algunas de las cuales se extienden hasta nuestros días.

Tras la caída de Siria, Omar se dirigió a Egipto. Allí, el general Amr derrotó a los bizantinos en Ayn Shams y en Babilonia de Egipto. En el 642, la provincia estaba totalmente ocupada. Mientras, los ejércitos situados en Irak avanzaban hacia el norte de Mesopotamia, provincia actualmente conocida como Jazira. Esta región era fundamental para el comercio. Harran, Edessa y Nisibis cayeron también en el 642. Entonces, siguieron hacia el norte, hacia Armenia, pero este territorio les costaría diez larguísimos años de duros y costosos combates.
Mientras se avanzaba por Armenia, el sucesor de Omar, Otmán, comenzó la persecución de los últimos sasánidas en la meseta iraní. Sin embargo, esta región fue más difícil. La población tenía un gran sentido de la identidad nacional. No estaban acostumbrados a la presencia árabe, como en los lugares previamente conquistados, y no deseaban ser gobernados por ellos. Para los árabes, la meseta iraní era un territorio nuevo y hostil. No obstante, en el 649, la meseta cayó, pero hasta el 654 no controlarían completamente el noreste, la región llamada Khurasán.
En el año 656, tras dos años de gobierno poco beligerante por parte del último Califa Ortodoxo, Alí, comenzó una guerra civil entre clanes de la tribu qurasaní. Uno de estos clanes, los Ummayad (Omeyas), que había aportados grandísimos generales a la expansión, como Muawiyya, no estaba de acuerdo con esta política. Muawiyya ya era un veterano militar y no estaba dispuesto a detener la expansión, de modo que se rebeló y consiguió, tras la muerte de Alí en el 661, establecer la primera línea dinástica hereditaria de los musulmanes. Esta dinastía gobernaría 90 años, pero la muerte de Alí abrió la caja de los truenos. Si un Sucesor directo del Profeta podía ser reemplazado “legítimamente”, entonces, ya no tenía sentido la norma consuetudinaria de que los Califas debían ser únicamente quraisíes. Esto fue el argumento que ocasionó el nacimiento de la secta jariyí, extremadamente radical en lo que a la interpretación del Corán se refiere. Por otro lado, surgió otra corriente de pensamiento entre algunos clanes que opinaba que debía ser un descendiente de Alí el que gobernara como Califa, ya que era el último de los sucesores ortodoxos. Éstos serían conocidos como chiítas. Sus ideas irían calando poco a poco durante el gobierno de los Ummayad, y al fuerza de estos chiíes sería utilizada para derrotarlos por la revuelta abbasí, pero esto lo contaremos en otro artículo.
La expansión árabe había sido tan rápida que los califas no tenían herramientas para gobernar tantos territorios. Tuvieron que improvisar muchas leyes, y en esta época se establecieron las costumbres del trato de prisioneros, relación con los conquistados, relación con los conversos, sistemas de fiscalidad. Por ello, las enormes riquezas que habían sido de repente puestas a disposición de las tribus árabes también provocó que muchas, ya en el periodo Omeya, intentaran acotar parcelas de poder. Por lo tanto, los Ummayad también tuvieron que hacer frente a estas cuestiones internas. Una de sus respuestas más interesantes fue renunciar a la base tribal para la organización de los ejércitos, y la estructuración de los mismos en cuerpos más profesionales. Así fue cómo tomó forma el ejército árabe clásico. Tuvieron mucho éxito y así continuó la expansión, tras controlar todos los problemas internos.

Las conquistas las inició el mismo Muawiyya. En el 663 invadió Anatolia, y en el 668, asedió Constantinopla, aunque tuvo que retirarse. Mientras, se envió al general Uqbá ibn Nafí a que tomara todo el norte de África. Aquí tuvieron muchos problemas, porque los bereberes se aliaban indistintamente con bizantinos y árabes. Cuando finalmente se sometieron a éstos, los árabes controlaron por fin toda la costa africana del Mediterráneo. Musa ibn Nusayr consolidó el dominio árabe del Magreb, y Tariq ibn Ziyad, su lugarteniente, ocupó Tánger, Ceuta (con la ayuda del propio gobernador Don Julián) y cruzó el Estrecho. En realidad, el año anterior, Tarif ya había explorado la zona (dando nombre a Tarifa). Tariq dio nombre a la enorme roca que veo mientras desayuno en mi cocina todos los días: Gib-al-Tariq, el monte (¿o la roca?) de Tariq. Gibraltar. Los musulmanes llegaron a la tierra que conocían como Al-Ándalus en el 710. Poco después derrotaron al rey Rodrigo en la batalla de Guadalete. En el 721, las tierras controladas por los árabes llegaban hasta más allá de los Pirineos, pero en el 732 fueron derrotados por Carlos Martel, estableciéndose así la frontera con los francos.
Mientras, en el Lejano Oriente, los Ummayad conquistaron Transoxiana y el Turkestán, así como tierras alrededor del Mar Caspio.
Sin embargo, entre el 740 y el 750 se produjeron numerosas revueltas en las fronteras: los bereberes abrazaron el jariyismo, mientras en Oriente, los gobernadores locales de Fergana y Kush se rebelaron contra los musulmanes. El descontento creció. En ese momento surgiría una nueva dinastía, la abbasí, que conseguiría englobar a todos los descontentos con los gobernantes, que depondría al los Ummayad, pero eso lo contaremos en otro artículo.

Un aspecto muy interesante de las conquistas árabes es cómo tuvieron que establecer numerosas costumbres en cuanto a la relación con los conquistados, como hemos mencionado antes. Durante la época de los Califas Ortodoxos, dado que los árabes eran tolerantes con las religiones de los no árabes, éstos sólo sufrieron la imposición de impuestos. Sin embargo, los musulmanes no estaban obligados a pagarlos, por lo que se produjo un enorme número de conversiones por doquier. Estas conversiones no encontraron oposición, ya que del Islam aspiraba a ello precisamente. Sin embargo, los árabes formaban una aristocracia que, socialmente, tenía ventajas sobre los nuevos musulmanes. Pero eran éstos lo que tenían experiencia y conocimientos para gobernar y hacer funcionar a un estado tan ingente, ya que los árabes eran ajenos a este nuevo tipo de estado. Por lo tanto, los nuevos musulmanes debían convertirse en clientes de las tribus árabes para ejercer sus profesiones y disfrutar de ciertos privilegios.
La ocupación de los territorios por parte de los árabes tuvo lugar en forma de ciudades fortificadas, cercanas siempre a ciudades existentes importantes. Lo que en primer lugar en campamentos, atrajo a mucha población recién convertida. Sobre todo campesinos, que abandonaron sus campos y se fueron a las ciudades. Como esto redujo la recaudación de impuestos, por lo que los Ummayad crearon leyes para expulsar a estas gentes de vuelta a los campos. Necesitaban dinero para mantener los ejércitos profesionales, para las infraestructuras de riegos, etc. Sin embargo, sus rivales políticos consiguieron que se extendiera el rumor de que los Ummayad estaban cerrando las puertas del Islam a nuevos fieles, y esto contradecía los principios del Profeta. Esto, sin que se dieran cuenta, fue el principio de su fin.

Los ejércitos que en DBA representan época de la expansión son:
III/25.- Conquista árabe. Esta lista presenta dos variantes.
a) Se trata de los ejércitos iniciales del Profeta. Sorprendentemente, son ejércitos de infantería casi en su totalidad. En esta época, los árabes no disponían de mucha caballería (sólo los caudillos tribales), mientras que el grueso de la tribu combatía a pie. Estos guerreros eran tan fieros y luchaban de un modo tan fanático que en DBA, se representan como Wb. Por lo tanto, esta lista tiene una peana de Cv como general (caudillos, armados con lanza), que también pueden ser Wb. Luego, dos peanas de LH, que representa a los ágiles lanceros beduinos. El resto don 7 peanas de Wb, los feroces guerreros árabes, y las últimas dos peanas, de arqueros árabes, ya sean en forma de Bw o Ps.
b) En esta variante ya se representa el primer acceso de los árabes a caballos suficientes para organizar una caballería efectiva. El general es Cv, sin opción, y luego hay cuatro peanas más de Cv. Acompañan una peana de Lh beduína y luego, 4 Wb de guerreros tribales y dos arqueros, con opciòn de representarlos Bw o Ps.

III/31 Árabe Ummayad (u Omeya)
Este ejército ya presenta las reformas de los Omeyas para eliminar la organización tribal de los ejércitos. Los Omeyas aumentaron tácticamente la importancia de la caballería, mientras que la infantería adoptó un rol más defensivo, combinando densas formaciones con lanzas apoyadas por arcos. Obviamente, estas tácticas estaban dirigidas a anular la caballería enemiga.
Por lo tanto, el general y tres peanas más son Cv (lanceros árabes). Luego hay una peana de LH, que son lanceros beduinos. A continuación, una peana de tropas recién incorporadas: 4Ax, que representa a los montañeses Dailami, que eran guardia personal de los mandatarios sasánidas, ya vencidos, o bien, LH, que representa a arqueros a caballo de la provincia de Khurasán. Luego hay tres peanas de 4Bw (recordad que 4Bw representa a arqueros “regulares”) o Ps, y tres peanas de Sp, que representa a las lanzas defensivas árabes. Nótese que pueden organizarse de la siguiente manera: 2 peanas de 4Bw y tres Sp apoyadas por una peana de Ps en su retaguardia (1Ps puede dar apoyo trasero hasta a tres peanas de Sp).

Hay muchas marcas para miniaturas árabes: Essex, Old Glory, Miniature Figurines, etc.

La dinastía carolingia

martes, 3 de marzo de 2009

Saludos. Esta semana hablaremos de otro de los poderes principales en Europa durante la Baja Edad Media. Se trata del reino franco, que bajo el gobierno de la dinastía carolingia llegó a ocupar casi toda Europa occidental. De hecho, no cabe duda de que la configuración política de nuestro querido continente comenzó a fraguarse como tal bajo el gobierno de su principal gobernante: Carlomagno. Bien, cojamos ahora algo de perspectiva.
Recordemos que desde la caída de Roma, e incluso antes, las tribus germanas se habían infiltrado en los territorios del imperio atravesando las fronteras del Rin, moviéndose hacia el oeste. Estas tribus controlaban estas antiguas provincias imperiales, pero como numéricamente eran inferiores a las poblaciones galorromanas, no podían aplicar sus leyes directamente. De modo que ellos vivían en un estrato distinto, con sus leyes ancestrales aplicadas a su vida privada, pero gobernanban a los demás aplicando la tradición legislativa romana. La tribu de los francos ocupaba el norte de la Galia, y sus primeros reyes pertenecieron a la dinastía merovingia (de Meroveo, su primer gran rey). Los francos tenían de vecinos a muchos otros reinos: visigodos al sur, lombardos en Italia a partir del siglo VI, etc. Por otro lado, los bizantinos, bajo el mando de Justiniano, intentaba recuperar las orillas del Mediterráneo para su imperio. Aunque la mayoría de los reinos germanos se habían convertido al cristianismo, no había ningún poder en Europa que unificara el poder político de estos reinos.
Los reyes merovingios gobernaban apoyados en un gran número de nobles, de modo que salvo que fueran extremadamente competentes, carecían de poder real sin el apoyo de este grupo social, que se había repartido el territorio en grandes latifundios. De hecho, una de las figuras más poderosas de estos años era el mayordomo de palacio (o senescal). Una de las familias ligadas ligadas a este puesto sería conocida como la dinastía carolingia.

Pero falta un ingrediente aún en esta historia para comprender todo lo que pasó: la Iglesia Católica. Desde la conversión de Constantino, los puestos de gobierno civil habían sido ocupados por miembros de la Iglesia, hasta la desaparición del impero romano de Occidente. Pues bien, cuando Roma cayó, la Iglesia estaba tan ligada a estos puestos que se convirtió en la única autoridad que los antiguos romanos podían reconocer. Sin embargo, eran muy débiles todavía. El Obispo de Roma gobernaba sobre las ruinas de esta ciudad, y las diferentes diócesis controlaban pequeños territorios. Además, la Iglesia conservaba los conocimientos y los impartía en sus monasterios a sus miembros ya que estaban destinados a gobernar territorios, por lo que estas personas debían poseer cierta cultura. Pero el imperio bizantino presionaba desde Oriente, y cuando se hizo con gran parte de Italia, trató de controlar la iglesia occidental. Entonces, cuando empezaron el movimiento iconoclasta en Oriente, las diferencias con Occidente se hicieron insostenibles. El Obispo de Roma estaba atrapado entre bizantinos (religiosamente) y lombardos (militarmente).

Bueno, sigamos con los francos. Los senescales habían intentado en vano varios golpes de estado para deponer a los reyes merovingios, pero el resto de los nobles, a los que les interesaba que hubiera un rey débil, se opusieron siempre. Pipino II, otro senescal de la familia, fue más sutil, y veladamente, consiguió reestructurar algunas administraciones, colocando sucesores en varios distritos, y consiguiendo poder para intervenir directamente con el ejército en las regiones más alejadas.
En el siglo VIII, los musulmanes barren a los visigodos y cruzan los Pirineos. El rey franco de la época era otra marioneta (se les conocía a él a sus antecesores como “Los reyes vagos”). Por lo tanto, fue su senescal quién tomó las riendas del ejército: Carlos, hijo bastardo de Pipino II, que venció a los musulmanes en Poitiers en el 732. Después de esta victoria, sería apodado Carlos, el “Martillo”, es decir, Carlos Martel. También aprovechó este astuto senescal para, ya que bajaba al sur de Francia, aumentar su influencia en la región. Además, Martel repartió grandes propiedades entre los que le apoyaban.
En el 739, ante la presión lombarda, el Obispo de Roma pidió ayuda a Martel, pero éste no quería enemistarse con los lombardos, con los que ya tenía un pacto. El idilio Iglesia/reyes francos todavía no había llegado.
Poco después, Thierry IV, monarca merovingio puesto por Carlos, falleció. Carlos Martel decide dar entonces un discreto y sutil golpe de Estado, y lo deja todo dispuesto para repartir el reino, que ya llegaba hasta la actual Alemania, para sus dos hijos: Pipino y Carlomán. Carlos Martel murió en el 741, y sus hijos se hicieron con el poder, pero los nobles se rebelaron, y tuvieron que ceder, poniendo a otro rey títere en el trono. Mientras, dirigieron el ejército a Aquitania, que seguía siendo independiente, Baviera y territorios en la “Alamania” de entonces. Pipino y Carlomán eran muy religiosos, y contaron siempre con el apoyo de los obispos y priores de su territorio, lo que en los años siguientes sería extraordinariamente importante, porque no podemos olvidar que, si bien los nobles eran los dueños del territorio, la Iglesia era un enlace con el pueblo y, además, mantenía el prestigio y legado del antiguo imperio romano. Pipino y Carlomán favorecieron a la Iglesia, persiguieron las antiguas supersticiones y apoyaron la conversión de los paganos germanos que seguía habiendo en Alamania, Frisia y otros territorios más al este de sus posesiones.

Carlomán se retiró finalmente a un monasterio, y entonces Pipino puso en marcha su astuto plan: convertirse por fin en el rey de los francos. Para ello se alió con la iglesia franca y con la romana, sometiendo la primera a la segunda. A cambio, la iglesia romana debía ungirle como rey, de tal manera que Pipino ostentaría tanto el poder político como el respaldo popular del pueblo, promovido por el apoyo de la iglesia. El pacto era beneficioso para ambos, porque el obispo de Roma estaba a punto de caer ante los lombardos. De modo que, desde el púlpito, la Iglesia hizo campaña a favor del establecimiento de Pipino como monarca. Cuando se hizo con el trono, los nobles ya no tenían poder para oponerse: Dios estaba con el Rey. En esta época, el Obispo de Roma le reclamó su parte del trato, visitándole en la Galia. Se produjo una de los mayores montajes de la Historia: Pipino recibió de manos del Papa un documento (“La donación de Constantino”) en el que supuestamente, Constantino el Grande, al mover la capital a Constantinopla, delegaba el poder imperial en el Papa. De modo que éste lo legaba a Pipino. La maniobra fue genial, porque de esta manera, el rey franco se convirtió, en el receptor del poder de los emperadores romanos. Ungido de nuevo por la Iglesia, existía por fin en Europa un poder real que servía de referencia a todos. Éste es el origen de la “Dignidad Imperial”, que en los siglos siguientes, iría pasando de un rey a otro (y que llegó también a nuestro Carlos I). Así, el rey trabajó también en la unificación de ritos, de modo que la iglesia franca adoptó paulatinamente el rito romano.
Pipino III, que así se llamó cuando se convirtió en rey, bajó a luchar con los lombardos, derrotándolos completamente. Se sometieron a los francos, y Pipino entregó al Papa grandes territorios arrebatados a éstos, que se convertirían en los Estados Pontificios, y que existieron hasta el siglo XIX. También, entre otras campañas, derrotó y aplastó definitivamente a los aquitanos y consiguió la rendición de los vascos.

Por otro lado, Pipino también realizó grandes cambios en su reino. Estableció el monopolio de acuñación de moneda para el rey, y sustituyó poco a poco a los funcionarios con miembros de la Iglesia, quienes eran más fiables que los nobles laicos para aquel nuevo tipo de monarquía. Su gran sentido de la diplomacia le permitió conseguir acuerdos tanto con reyes musulmanes como con los bizantinos. Murió en la cima de su prestigio en el año 768, y aunque no podía preverlo en su totalidad, había comenzado una cadena de acontecimientos que darían lugar a la Europa actual.
A su muerte, como todos los reyes germánicos, su reino se dividió entre sus hijos, Carlos y Carlomán. Y mientras se afianzaban en sus reinos, su madre, Beta de Laón, pactaba en su nombre con lombardos y bávaros. Pero algo ocurrió. Carlomán murió tres años después, y así Carlos, que sería conocido como Carlomagno, se hizo con la totalidad del reino de su padre. Y comenzó la conquista…
Durante su reinado, Carlomagno añadió a su reino más de un millón de kilómetros cuadrados. Sus campañas tuvieron diferentes motivaciones, pero, sobre todo, hay que tener en cuenta que Carlomagno era, entre muchas cosas, un hombre de acción, y consiguió trasladar este espíritu a su pueblo. El nombre de los francos estaría ligado para siempre a la guerra. Además, le permitía mantener bajo control a sus nobles, y repartir grandes riquezas entre sus seguidores y la Iglesia, con la que continuó la política de “interés común” inaugurada por su padre.

En primer lugar, desde el 772, tuvo que hacer frente a los sajones, pero no se limitó a estar a la defensiva, sino que invadió los inmensos bosques de Germania. La guerra allí duraría treinta años, pero terminaría con los sajones convertidos al cristianismo y derrotados. Poco después, un dirigente musulmán le pidió ayuda, y Carlomagno cruzó los Pirineos, poniendo sitio a Zaragoza en el 778, aunque no consiguió tomar la ciudad, y para colmo, en el camino de regreso, los vascos aniquilaron la retaguardia de su ejército en Roncesvalles. Aquél fue un año muy difícil, porque tras este desastre, algunos lombardos interpretaron que era el momento de rebelarse, y comenzaron a acosar a los territorios pontificios que Pipino les había arrebatado. Y los musulmanes volvieron a cruzar los Pirineos. Pero Carlomagno supo recuperarse y poner a todos de nuevo en su sitio. Así, tras pacificar totalmente a los lombardos, estabilizar las fronteras y fijar la frontera con los musulmanes, en el 796, comenzó a considerar seriamente el convertirse en el primer Emperador de Occidente después de trescientos años de la caída de Roma. Ya existía la base suficiente, ya que Pipino había sido depositario de “La donación de Constantino”. Hacía falta sólo un gesto más para que su heredero pudiera ser nombrado Emperador. A la Iglesia también le interesaba, puesto que así tendría en Occidente una figura imperial equivalente al Emperador de Oriente. La Iglesia Romana podría cobijarse así bajo este nuevo poder unitario, que podría proporcionar estabilidad suficiente a su inmenso reino para que esta religión se expandiera y prosperara. De hecho, esperaban que la figura del Emperador fuera indisolublemente unida a la defensa de la religión cristiana occidental. Por ello, cuando en el 800, Carlomagno fue coronado Emperador, recibió la corona de manos del Papa. El pacto entre la dinastía carolingia y la Iglesia Romana parecía ratificado para siempre. En adelante, sus sucesores deberían a Roma a ser nombrados Emperadores.

Sin embargo, Carlomagno no se contentó con ello. No quería estar sometido al poder de los pontífices. Fue él mismo el que nombró Emperador a su hijo Leudovico en el 813. Esta fue la semilla de los conflictos entre las monarquías europeas y la Iglesa durante los siguientes siglos.
Antes de morir, en el 814, le dio tiempo a vencer a los ávaros definitivamente, controlar a los eslavos en Bohemia y en la frontera del Elba; detener a los daneses y establecer la frontera (Danemark, es decir, Dinamarca) con ellos, y conquistar Barcelona, que convirtió en el centro de su nueva Marca Hispánica.
Según las leyes tradicionales de los reyes germánicos, sus reinos se dividían entre sus hijos (esto dio lugar a numerosas tradiciones literarias, como podemos leer por ejemplo, en “El rey Lear”). El imperio de Carlomagno no fue una excepción. Sus tres hijos Leudovico, Lotario y Carlos, se lo dividieron. Sin embargo, sólo uno de ellos podía ser Emperador, mientras que los otros serían “sólo” reyes. Entre ellos hubo muchas disputas, y esto era algo que preocupaba a la Iglesia, contraria a la dispersión del poder. En las décadas siguientes, los herederos de Carlomagno se batirían duramente, pero las primeras invasiones escandinavas les obligaron a organizarse y compartir el Imperio, fijando una serie de fronteras en la División de Verdún: Sajonia, Austrasia y Alemania para Luis el Germánico; Neustria, Aquitania, Gascuña, Septimania y la Marca Hispánica para Carlos el Calvo, y entre ambos reinos, el lombardo, los Estados Pontificios, Provenza, y otros territorios centrales para Lotario. Estas fronteras se mantendrían durante siglos, y posteriormente, las nuevas subdivisiones de estos reinos darían lugar a estados medievales como Lorena, Provenza, Borgoña e Italia.

De aquellos años, sería Carlos el Calvo el más exitoso, y en el 875 recibió la corona imperial de manos del Papa. Pero su hermano Luis, los ataques vikingos y las rebeliones oportunistas de sus nobles le impidieron mantener su poder. Por último, se buscó a un nuevo emperador cuando murió éste: Carlos el Gordo, pero fue demasiado débil: los vikingos asediaron París en el 885 y no pudo hacer frente a las invasiones musulmanas en Sicilia. Sus nobles lo derrocaron en el 888. Desde ese momento, serían los nobles los que en cada reino eligieran en adelante a sus reyes como “primero entre iguales”. La Iglesia, también desde ese momento, medraría para tratar de evitar la atomización de los reinos cristianos europeos. La corona de Emperador iría de rey en rey, buscando un nuevo defensor de la Fe con poder suficiente para unir a todos los cristianos bajo su mando.

LOS EJÉRCITOS CAROLINGIOS
Durante este periodo, los ejércitos francos sufrieron una gran transformación. Si bien durante el periodo merovingio los ejércitos eran básicamente de infantería, los monarcas carolingios entendieron pronto que era la caballería el arma del futuro.
La base del ejército la proporcionaban los nobles y sus levas. Los nobles formaban la caballería, equipada con escudo y lanzas, básicamente. Los francos fueron adoptando tácticas e ideas de los lombardos y bizantinos. Desde el 800, a estos caballeros se les exigía una amplia panoplia, y su conducta en el campo de batalla incluía cada vez más cargas directas contra el enemigo, sobre todo si también era montado.
En las batallas a campo abierto, la infantería, formada por siervos de los nobles, tenía un papel defensivo frente a la caballería enemiga, aunque soportaron el peso de los combates en los bosques y pantanos de Sajonia. Allí aprendieron a luchar embarcados, practicando numerosas operaciones anfibias.
Otra de las claves de las victoriosas campañas de Carlomagno era la concentración de las tropas al principio de cada primavera. Carlomagno construyó caminos y puentes para moverse rápidamente por su reino.
Carlos el Calvo ordenó que todo el que pudiera aportar un caballo, lo llevara a la guerra, de manera que los francos fueron abandonando paulatinamente la guerra a pie.


La lista de DBA que cubre estos ejércitos es la III/28, Francos Carolingios. Medio ejército está compuesto por Kn, los “caballarii” francos, mal equipados antes del siglo IX y con panoplia creciente desde ese momento. Muchos portaban arcos, pero no los usaban en la lucha a caballo. Por el contrario, tenían lanza, espada corta y larga y escudos.
Luego hay cuatro peanas de lanzas defensivas para cubrir huecos frente a la caballería enemiga. Por último, encontramos una peana de Ps, que representa a los batidores asociados a los nobles, y otra opcional, que puede ser Ps, que representa a ballesteros, Lh, que puede representar caballería ligera vasca, equipados con jabalinas, o Hd, que representa a las levas obligatorias realizadas por los nobles.
Que yo conozca, Essex y Minifigs tienen gama de carolingios, pero seguro que muchas otras también. Es un periodo evocador, y que inspiró los grandes cantares de gesta, como “La canción de Roland”.

Nota: Las miniaturas en 15mm que se muestran pertenecen a la colección de Marco Boetti -DBA Italia-, y son modelos Essex y Donnington.