Las Cruzadas I. El largo camino a Tierra Santa.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Saludos. Con éste artículo inauguramos una nueva serie sobre una serie de campañas organizadas, a partir del siglo XI, por diferentes estados europeos, en las tierras de Siria y Palestina, que estaban por entonces en manos musulmanas. Las Cruzadas tendrían una gran repercusión en la historia de las relaciones entre Oriente y Occidente, y, todavía hoy, su legado sigue atrayendo y atrapando la imaginación de muchos.
Bien, vamos “al turrón”. En primer lugar, echaremos un rápido vistazo a los protagonistas de esta historia. Comenzaremos por Europa.

EUROPA A FINALES DEL SIGLO XI
Recordemos que el imperio carolingio se había dividido en varios estados tras la muerte de Carlomagno en varios estados. El de los francos orientales, un siglo después de la muerte del gran monarca, y bajo el gobierno de Otón I, se convirtió en el Sacro Imperio Romano Germánico. Bien, algún día hablaremos con más detalle de Otón y los suyos, pero, a modo de resumen, podemos decir que el Sacro Imperio era en realidad un mosaico de estados con diferentes lenguas, gobernantes y naciones, y que englobaba los territorios de Alemana, Austria, Lienchenstein, Bélgica, Países Bajos, Suiza, norte de Italia, algo de Polonia y Francia, Bohemia alguno más. Este dispar conjunto estaba unido por una base común de cristianismo y legado romano. La coronación de Carlomagno, en el 800, inauguró la tradición de que el emperador del Sacro Imperio fuera coronado por el Papa. De hecho, hasta el siglo XI, los reyes del Sacro Imperio llegaron a elevar al papado a quienes ellos querían.
Unos lazos internos tan vagos tal vez fueran la clave de que la figura del Emperador del Sacro Imperio existiera hasta el siglo XIX. El Emperador no tenía mucho poder real sobre los territorios que gobernaba. Entre estos emperadores, se cuenta nuestro Carlos I de España, y V en el Sacro Imperio.
Además, estaba el reino de los francos occidentales (germen de la Francia actual), los normandos (vikingos “afrancesados”) en la costa norte de éstos, el reino normando de Inglaterra, fundado por Guillermo el Conquistador en 1066, también cristiano. Y más allá de los Pirineos, un conjunto de pequeños reinos cristianos que luchaban duramente, tanto entre ellos como con los musulmanes de Al-Ándalus.
Y en Europa oriental y nórdica, muchos nuevos reinos se incorporaron a la órbita cristiana. Pues a finales del siglo XI, los territorios , habitados por los llamados vikingos, de Dinamarca, Noruega y Suecia, tras unificarse cada uno por su cuenta, tienen reyes que se convierten al cristianismo. Y también lo hacen los eslavos de Bohemia, Moravia, los eslovacos, etc., quedando dentro de la iglesia occidental. Hungría fue el último país, gobernado por el que sería conocido como San Esteban, que se incorporó a este grupo. Sus magyares aseguraron el territorio, y por fin hubo una ruta completa y segura por tierra hasta el Bósforo. Más al este, la cristianización es llevada a cabo por misioneros ortodoxos.
Bien, como decíamos, hasta fines del siglo XI, los emperadores dominan a los Papas de Roma. El Emperador, el Protector de la Iglesia, cobraba cara esta “protección”. El papa Gregorio VII intentó sacudirse el yugo del Emperador, pero esto le acabó costando el pontificado. Sustituido por Clemente III, y luego éste sucedido por Urbano II, los papas mantuvieron aun así la intención de liberarse del poder secular y gobernar de forma efectiva sobre la cristiandad. Esta tensión sería uno de los ingredientes que dieron lugar a las Cruzadas.
Por otro lado, Venecia y Génova se habían hecho con el control del tráfico de mercancías hacia el Mediterráneo oriental, pero no podían competir con los mercaderes bizantinos. Deseaban abrir nuevos mercados y rutas alternativas. Tenían dinero, y barcos para transportar un ejército si llegara el caso.
Por lo tanto, se puede decir que en aquellos momentos, con toda una Europa “unida” bajo es estandarte de la cristiandad, había un enorme poder militar en relativa calma. Todo ello unido a una mejora en el clima y las cosechas, que permitió un importante aumento de población, provocó que ésta se concentrara en las ciudades, creando un capital humano, ocioso y sin herencia (sólo los primogénitos heredaban para evitar la división de las propiedades), sin oficio ni beneficio.

EL IMPERIO ROMANO ORIENTAL.
Ya vimos en los artículos sobre el Imperio Bizantino cómo llegaron al siglo XI. En 1071, Anatolia fue perdida casi en su totalidad tras la desastrosa batalla de Manzikert. Los turcos Selyúcidas estaban a las puertas de Europa, y el emperador bizantino no dudó en pedir ayuda al Papa de Roma, a pesar del cisma entre las dos iglesias de 1054. Aunque esta petición no tuvo mucho efecto, sentó un precedente. Nótese sin embargo que la lucha de los romanos orientales no era contra el Islam como concepto, sino contra el imperio turco selyúcida. Los emperadores bizantinos no dudarían en aliarse con los califas fatimíes de Egipto, con los que tenían excelentes relaciones, para luchar contra los selyúcidas. Por ello, toda la parafernalia religiosa de los Cruzados les causó sorpresa en un primer momento, y luego preocupación, como veremos más adelante.

SIRIA, PALESTINA Y EGIPTO.
Los califas fatimíes(recordemos que “califa” significa “sucesor”. Los fatimíes reclaman el poder del califato sobre todos los musulmanes, por razón de parentesco directo con el Profeta) procedían del norte de África. Desde Túnez conquistaron el Magreb, y luego se extendieron hacia Oriente. Tomaron Egipto en el 972, fundando El Cairo, y siguieron por el Levante, conquistando Siria y Palestina. A pesar de su tolerancia política y religiosa, el califa Al-Hakim, que fue enloqueciendo en el paso de los años, quemó la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén en 1009. Esta iglesia era objeto de peregrinación de los cristianos, y su destrucción terminó generando una visión muy hostil del Islam en Occidente. Aunque su nieto ordenó reconstruir esta iglesia, su destrucción previa hecho será mencionado en la proclamación de la Primera Cruzada, casi noventa años después.
Siria y Palestina había sido rápidamente conquistada por los árabes en el siglo VII, como ya vimos. En el siglo X, tras el declive de los abásidas y la aparición de numerosas dinastías locales, eran las dinastías beduinas las que se habían quedado en esta región, gobernando ciudades como Damasco, Aleppo, etc. Tuvieron que luchar contra el expansionismo fatimí, que tuvo cierto éxito, controlando finalmente la zona hacia la mitad del siglo XI.
Sin embargo, en aquel momento, el califato abasí, que desde hacía un siglo era una institución meramente formal, dominado por los reyes dailami de la dinastia Búyida, hizo un pacto con el sultán de los turcos selyúcidas, Toghrïl Beg. Los selyúcidas venían de las regiones orientales de Irán. Habían vencido a los turcos gaznávidas (que a su vez habían tomado el poder de los persas samánidas), que gobernaban desde La India e Irán, y se habían extendido hacia el oeste. Beg puso fin al gobierno de los búyidas, y salvó momentáneamente a los abásidas, incluso cuando en la propia Bagdad se empezó a hacer propaganda a favor de los fatimíes desde las mezquitas.
A la muerte de Toghrïl Beg, Alp Arslan le sucedió como sultán. Éste fue el que venció en la batalla de Manzikert. Finalmente fue sucedido por Malik Shah, que terminó la conquista de Anatolia y disputó por la Siria conquistada por los fatimíes. Tras su muerte, en el 1092, el enorme imperio selyúcida se dividió en cuatro partes. La de Anatolia se convertiría en el Sultanato de Rum. Siria sería otro reino Selyúcida, y las ciudades sirias serían gobernadas en su mayoría por dinastías turcas (Damasco, Aleppo, Antioquía y Jerusalén) , aunque todavía quedaron algunas dinastías beduinas, como Hama o Trípoli. Estas ciudades consiguieron rápidamente cierta independencia, pues el reino selyúcida de Siria no iba a perdurar mucho tiempo. De esta falta de unidad y de las disputas entre fatimíes y turcos se aprovecharon sin duda los participantes de la Primera Cruzada.

Bien, ya tenemos, a grandes rasgos, la información que necesitábamos. Ahora, vayamos a los hechos. Se sabe que la lucha contra los musulmanes, “motivadas” por la fe, no eran nuevas. En España, estaba en marcha la Reconquista, y ya los normandos habían conquistado la Sicilia musulmana. A mitad del siglo XI, los papas habían dado un matiz “sagrado” a estas luchas, y las llamaban abiertamente cruzadas.
Tras la deposición de Gregorio VII como Papa de mano del excomulgado Enrique IV, los papas se vieron en la necesidad de independizarse completamente de los poderes seculares. Como decíamos, la llamada de socorro del Imperio Romano de Oriente en 1074 dio la idea a Gregorio VII. Podría ponerse a la cabeza de la Cristiandad haciendo un llamamiento a las armas contra un enemigo común: el Islam, que, para colmo, habían quemado la Iglesia del Santo Sepulcro, y habían convertido la ruta de los peregrinos cristianos a Jerusalén en una aventura muy peligrosa (todo ello sin tener en cuenta que numerosos cristianos seguían viviendo tranquilamente en Siria y Palestina, pues para los musulmanes, eran “pueblo del libro”, y, por lo tanto, tenían un lugar en su sociedad). Gregorio VII fracasó en su llamamiento, pero entonces, cuando el nuevo Emperador Romano, Alejandro Conmeno, volvió a insistir en su petición de ayuda a Urbano II, en 1095, éste sí realizó una proclama más convincente. Los nobles europeos y el pueblo estaba más receptivo. Los turcos estaban en las puertas de Europa, y su imperio parecía amenazar a la religión cristiana. En el concilio de Clermont, convocado por Urbano II, su discurso terminó con un rugido que removió cielo y tierra: “¡Dios lo quiere!”. Ya nada podría parar aquel movimiento. Los que murieran luchando contra los musulmanes para liberar Jerusalén tendrían una entrada directa al Paraíso (tal vez esto os suene). Tierra Santa era “la tierra de la leche y la miel”. En Europa, sólo tenían hambre. En Tierra Santa, todos tendrían la oportunidad de ser algo más.
Pero también había un trasfondo económico. Como decíamos, había mucha población sin propiedades, muchos nobles no primogénitos que querían nuevos territorios, y, por supuesto, intereses mercantiles por parte de Génova y Venecia.

La primera respuesta al llamamiento papal no provino precisamente de la nobleza, sino del pueblo llano. En efecto, en marzo de 1096, seis meses antes de que la que sería conocida como Primera Cruzada se pusiera en marcha, un estrambótico ejército de pobres y vagabundos, capitaneados por nobles francos arruinados y el predicador Pedro el Ermitaño, se puso en marcha sin ninguna preparación. Por su camino causaron numerosas matanzas de judíos , un efecto colateral de la llamada a la Guerra Santa (los judíos eran enemigos de Cristo. “Casualmente”, los que vivían en Europa eran ricos), y al llegar a Hungría, ya sin provisiones ni orden ninguno, provocaron más matanzas y saqueos. La vanguardia de caballeros francos tuvo que ser repelida por Colomán de Hungría, y cuando llegó Pedro con el resto de las fuerzas, Colomán les asignó una escolta para “quitarles” las ganas de salirse del camino. Sin embargo, esta escolta fue atacada y destruida por estos cruzados. En una segunda oleada de caballeros de Lorena y Flandes, que sí participarían en la verdadera Primera Cruzada, viajaba Godofredo de Bouillon. Colomán pactó con él el paso de los restos de esta cruzada, y así siguieron viaje a Constantinopla.
Una vez allí, los bizantinos, teniendo noticia de sus actividades, les ayudaron a cruzar el Bósforo, y se internaron en territorio turco. De los 40.000 que se habían puesto en camino, sólo 30.000 llegaron a Anatolia. Pero allí fueron presa fácil de los turcos, que los derrotaron en pocas semanas. Pedro el Ermitaño, fue de los pocos que pudieron regresar a Constantinopla, donde se unió a la verdadera Primera Cruzada.

PRIMERA CRUZADA.
Fue llamada la Cruzada de los Nobles. Se componía de diversos contigentes. Godofredo de Bouillon, que comandaba el primero, y estaba acompañado por sus hermanos Balduino y Eustaquio, fue por tierra, como ya hemos dicho, y alcanzó en Hungría a los tumultuosos cruzados de Pedro. Pero Godofredo, no cruzó el Bósforo con ellos, si no que esperó a los demás contingentes.
El segundo contingente estaba compuestos por caballeros normandos al mando de Hugo de Vermandois, hermano del rey Felipe I de Francia, y que portaba el estandarte papal. Le acompañaban Estefano de Blois, Roberto II de Normandía y Roberto II de Flandes. Fueron por tierra hasta Bari y allí embarcaron a Constantinopla.
El tercer grupo eran normandos también, pero de Sicilia y sur de Italia. Viajaron con la misma flota de Hugo de Vermandois. Los comandaba Bohemundo de Tarento.
Finalmente, el cuarto grupo era de caballeros occitanos, comandados por Raimundo de Tolosa, acompañado del legado pontificio de Ademar de Le Puy, líder espiritual de la expedición. Éstos marcharon por tierra, por la ruta mediterránea, cruzando Eslovenia y Croacia, hasta Constantinopla.
En total, los cuatro grupos sumaban unos 30.000 hombres, de los cuales, unos 5.000 era caballeros medievales. Como dicen en el Discovery, con ese deje sensacionalista: “El equivalente medieval a un Abrhams M1. Diseñados para matarrrrrrr”.
Una vez allí, los cruzados y los bizantinos comenzaron a conocerse mejor. El emperador Alejo I, que desconfiaba enormemente de los normandos, y que era enemigo personal de Bohemundo de Tarento, aprovechó su necesidad de agua y comida para obligarles a hacer un juramento: lucharían para devolver las tierras conquistadas al Imperio Romano de Oriente. Los caballeros se miraron de reojo unos a otros. ¿Qué demonios era aquello? Se habían puesto en marcha para arrebatar los Santos Lugares a los musulmanes, pero no estaban dispuestos a arriesgar sus vidas para devolver las conquistas al Emperador, que, para colmo, era ortodoxo, es decir, casi un hereje, según su punto de vista. Sin embargo, la necesidad les obligó a aceptar a regañadientes el juramento (aunque con los dedos “cruzados”, claro). Sólo Raimundo eludió el juramento, pactando con Alejo de otra manera, pues también era enemigo de Bohemundo.
Bien, así comenzó el viaje por tierra hasta Jerusalén. Acompañados por un ejército bizantino, los cruzados se dirigieron a Nicea, antigua ciudad del imperio, convertida por los turcos en la capital del Sultanato de Rum. Comenzó el asedio, y los turcos intentaron romperlo sin éxito. Finalmente, ante la inminente rendición, el general bizantino Tatikios pactó la entrega en secreto con los turcos, pues temía que los avariciosos normandos y francos saquearan la ciudad. De modo que una mañana, los cruzados se despertaron para su sorpresa con la bandera imperial ondeando sobre Nicea, donde sólo se les permitiría entrar en grupos pequeños, para que no fueran capaces de armar jaleo.
Tras el subsiguiente cabreo, la desconfianza entre bizantinos y cruzados fue en aumento. Siguieron ruta hacia el sur, y se separaron en cuatro grupos para poder aprovisionarse adecuadamente. Era verano, y no tenían ni agua ni alimentos en abundancia, de modo que frecuentemente recurrían al saqueo, aunque a veces, eran aprovisionados por cristianos residentes en Anatolia. Y entonces, el 1 de julio de 1097, tuvo lugar la primera gran batalla de las cruzadas. El sultán de Rum, Kilij Arslan, se lanzó por sorpresa contra los cruzados de Bohemundo cerca de Dorilea. Rodeados por la caballería turca, y bajo una lluvia constante de flechas provenientes de los arqueros turcos y sus terribles arcos, Bohemundo comenzó a perder muchos hombres. Afortunadamente para él, Godofredo de Bouillón pudo acudir al rescate, y cayó por sorpresa sobre los arqueros a pie turcos. Ante la llegad de las fuerzas de Godofredo, los turcos, que no pensaban presentar batalla frontal, se retiraron rápidamente. Y así, unidos en un fraternal abrazo, las diferencias entre los líderes cruzados parecieron apaciguarse temporalmente, y siguieron su ruta hacia Tierra Santa, que será narrada en el siguiente artículo.

CRUZADAS EN DBA.
Comentaremos sólo algunos, y dejaremos el resto para los siguientes artículos.

III/65 Egipcios fatimíes. Sus ejércitos contenían tres etnias muy diferenciadas y rivales entre sí: los bereberes, los sudaneses, y los árabes y kurdos del este. Esta lista tiene cuatro peanas de Cv, siendo una de ellas el general. Representan a lanceros tipo Jund, muchos de ellos protegidos con armaduras, y étnicamente aŕabes, bereberes o kurdos. Luego hay una peana de LH, caballería ligera bereber equipada con jabalina, y tres peanas de 8Bw, que representan arqueros sudaneses protegidos por una primera fila de tropas equipadas con grandes escudos y lanzas cortas. La siguiente peana es opcional entre 4Ax (mercenarios dailami); 4Bd, que representan a sudaneses equipados con un pesado martillo-hacha, empleado para abatir específicamente caballeros cruzados, y entre 3/5 Wb, que representan a los Zanj sudaneses, feroces tropas equipadas con escudo y espada, o espada y daga. Luego hay dos peanas opcionales entre Cv, que representan a ghilmen mercenarios turcos, o bien Bw, que son más arqueros sudaneses, y una última peana de Ps, que puede ser tropas bereberes o arqueros sudaneses en formación abierta.

IV/1.- Bizantinos de Alejo Conmeno.
Tras perder Anatolia, los bizantinos tuvieron muchos problemas para reclutar tropas suficientes, y tuvieron que ir incorporando mercenarios occidentales. En la época de la Primera Cruzada, el ejército de Alejo se compone de una peana de 3Cv o 3Kn como general. Alejo debe usar la peana de Cv. Ésta y tres peanas más son lo que queda de la caballería étnicamente bizantina, los kavallaroi, equipados con lanza y escudo. Luego hay una peana de 4Bd, que representa a la Guardia Varega, ahora complementada con tropas de la Rus. Luego hay tres peanas de LH, que son turcopolos (turcos cristianizados en los límites del imperio) y Skythicon, que son pechenegos y cumanos (también pueblos turcos esteparios) contratados, y que luchan con sus tácticas tradicionales como arqueros ligeros a caballo. La siguiente peana es opcional entre LH (arqueros montados alanos) o 3Kn (caballeros mercenarios francos). Las últimas peanas son: dos de arqueros, opcionales entre Ps o Bw, y una última peana de Bw, que puede ser sustituida por una Sp (lanceros Kontaroi) o bien 3Ax, que representan a los herejes eslavos maniqueos, que lucharon con fanática devoción para Anna Conmeno.

Estos ejércitos pueden hacerse con multitud de marcas, ya que las Cruzadas con uno de los periodos más atrayentes de DBA. Que yo sepa, está Essex, Minifigs y Old Glory, pero seguro que hay muchos más.

La Rus de Kíev

viernes, 6 de noviembre de 2009

Saludos. En el artículo de esta semana hablaremos del origen de las actuales Rusia, Ucrania y Bielorrusia. La historia de estos países comenzó hace mucho tiempo, con el movimiento de las tribus eslavas. Recordemos que los eslavos se habían puesto en movimiento desde su región de origen, y sus migraciones, producidas entre los siglos V y VIII, causaron profundos cambios étnicos en la parte oriental de Europa. Finalmente se distinguieron tres grandes grupos: los eslavos meridionales, que llegaron hasta las Balcanes, y cuyas relaciones con Bizancio ya vimos en su día; los occidentales, que se quedaron en el centro de Europa, en las actuales Chequia, Polonia, etc. y los orientales. Éstos últimos son la base de la Rus, y se asentaron en las extensas llanuras de Ucrania, Bielorrusia y Rusia, y continuaron expandiéndose hacia el este.
Hay que tener en cuenta, también que todos estos grupos terminaron absorbiendo a otros pueblos, que terminaron adoptando su idioma como propio. En el caso de los eslavos orientales, estos pueblos fueron tribus finesas, bálticas e incluso, a través de las estepas, pueblos iranios. Pues bien, durante el siglo VIII y la primera mitad del siglo IX comenzaron a aparecer las primeras unidades políticas de estos eslavos, que tomaron la forma de principados. Destacaron por su importancia el principado de Kíev, el principado del Norte (con capital en la hermosa Novgorod) y el principado de Polotsk.

Pues bien, a mediados del siglo IX, los varegos, o vikingos procedentes de Suecia, comenzaron a cruzar el Báltico y a remontar los grandes ríos procedentes de estas tierras. Realizando feroces incursiones, contactaron así con los principados eslavos, a quien pronto sometieron a tributo. Según la “Crónica de Néstor”, sus tierras eran fértiles, y disponían de abundante caza, y miel, y maderas. Sin embargo, los eslavos, en el año 862, consiguieron una precaria alianza y desafiaron a los varegos, rechazando el pago de los tributos. Al principio les fue bien, pero ante el éxito parcial de su alianza, pronto los principados comenzaron a luchar entre ellas por la hegemonía. Además, también los jázaros, desde la estepas, tenían a sometidos a tributos a otros principados. Algunos de ellos, los que estaban a orillas del Báltico, decidieron que buscarían unos reyes fuertes que gobernaran sobre ellos. De este modo, en lugar de estar sometidos a los tributos de dos enemigos, se aliarían con uno de ellos para luchar contra el otro. Así fue como decidieron ir a buscar a los varegos a su tierra a hacerles una oferta que no podían rechazar, y se inició la dinastía de reyes varegos entre los eslavos, llamada dinastía Rúrika.
Bien, a estas alturas, podéis observar que esta historia hace aguas. La “Crónica de Néstor”, un texto de la época, toma partido claramente por los varegos. La historia de que un pueblo se busca reyes extranjeros a los que someterse voluntariamente parece poco probable. Una versión, más acorde con otros hechos históricos anteriores y posteriores en el tiempo, es que, probablemente, algún príncipe eslavo pediría ayuda a los varegos contra sus rivales, y éstos, llegaron, vieron y decidieron que, ya que estaban allí, lo mejor era quedarse a gobernar, o bien, simplemente, Rúrik se quedó en Kíev, camino de Constantinopla. La “Crónica” serviría para legitimar el derecho de los varegos a gobernar a los eslavos.

El pueblo varego comenzó asentándose en Novgorod, pero pronto se extendieron hacia el sur. En el 880, el príncipe Oleg fundo la Rus de Kíev, y desde allí siguió lanzando importantes ataques e incursiones, una de las cuales le llevó hasta Bizancio, con quienes comenzaron una provechosa relación comercial.
Pues bien, “rus” era el nombre que los eslavos daban a los varegos, sin distinguir entre ellos a normandos, anglos, suecos o godos. De ahí que, bajo el gobierno de los rus, los principados eslavos terminaran denominándose Rus, aunque, en realidad, los varegos se integraron en poco tiempo con los eslavos. No obstante, las tropas de los príncipes eran reclutadas entre los escandinavos en su mayor parte, es decir, feroces, arrojados e intrépidos vikingos. De entre todos los principados, el de Kíev fue el más poderoso. Desde el siglo X dominó a otros principados eslavos, o bien consiguió su sumisión política, según el caso. Se aproximó a la cima de su poder bajo el gobierno de Sviatoslav Igorevich (945-972). Este príncipe implantó algunas reformas que reforzaron el papel del estado, como, sobre todo, un nuevo sistema de tributación. Hasta entonces, los impuestos se pagaban casi como los tributos que se pagaban antiguamente a los varegos. Sin embargo, con él se implantó un sistema que garantizaba un pago más regular. Además, la política exterior quedó fijada por él: se buscaría la amistad del imperio Bizantino, y se atacaría a todos los demás, sobre todo a los jázaros, pero también a otras tribus turcas, como los pechenegos, o bien baltos, como el pueblo lituano.

Gran parte de las relaciones entre Bizancio y Kíev se basaron en la cristianización de la Rus. Hasta entonces, los eslavos y varegos habían mantenido sus cultos paganos: Perun, el dios del Trueno, y todo el panteón vikingo, y también Jors, que era una deidad irania. El proceso de cristianización había comenzado en el siglo IX (con san Cirilo y san Metodio), pero se completó en el reinado del sucesor e hijo Vladimir Sviatoslavich (es decir, Vladimir, hijo de Sviatoslav), también conocido como Vladimir el Grande, o san Vladimir, ya que fue santificado. Desde ese momento, los altos cargos serían enviados por Bizancio, aunque el papel de la Iglesia en la Rus sería separado totalmente del gobierno. Y durante mucho tiempo, la nobleza mantendría también cultos paganos, sobre todo a Perun y Jors.
Los príncipes de la Rus fueron muy ricos, y en sus cortes podían encontrarse exquisitas mercancías, vinos y aguamiel, etc. Como ya hemos dicho, la riqueza provenía del comercio entre el Báltico y Constantinopla: ámbar, miel y cera de abejas de los bosques rusos, pieles y, sobre todo, maderas.

Vladimir unificó finalmente a todos los principados, y colocó a sus descendientes al frente de las nuevas “provincias”-principados. Desde ese momento, el príncipe de Kíev ostentaría el título de “Gran Príncipe”, para diferenciarse de los demás. Sin embargo, tras su muerte, el proceso de descomposición de la Rus dio comienzo. El principado fue dividido entre los hijos de Vladimir, Iaroslav el Sabio y Mstislav. Cuando éste murió, Iaroslav unificó de nuevo el territorio. Sin embargo, a su muerte, sus hijos disputaron duramente, e hizo aparición el pueblo de los cumanos, o “kypchaks”, otro pueblo turco, desde las estepas del sur, que habían desplazado a los pechenegos. Desde ese momentos, los príncipes lucharon a menudo entre ellos, o bien lucharon unidos contra los cumanos, o bien con los cumanos contra el resto de los príncipes.
Durante la segunda mitad del siglo XI y el primer tercio del XII, la Rus se mantuvo a duras penas unida, aunque sus príncipes locales tenían cada vez más independencia. Este periodo terminaría con el reinado de Vladimir II Monómaco, entre los años 1113 y 1125. A Vladimir II debemos dos de los primeros exponentes de la literatura de los rus: la “Instrucción”, y su “Homilía”, obra en la que él, consciente de los peligros que acechaban a la Rus en descomposición, trató de plasmar su experiencia y sus recomendaciones a los futuros príncipes. También, durante su reinado, tuvo el poder y la iniciativa suficiente como para construir un largo muro en la estepa para protegerse de los cumanos, vigilada por sus valientes boyardos.

Tras la muerte del Gran Príncipe Vladimir II, la nobleza, que eran denominados “bogatires” o “boyardos”, llevaba ya un siglo ampliando sus parcelas de poder. Este proceso provocó una “feudalización”, y los príncipes tuvieron que apoyarse cada vez más en sus boyardos. Esto puede apreciarse, a modo de anécdota, en el papel que los boyardos tienen en los cuentos tradicionales rusos de temática heroica, o “bilinas”, en los que casi siempre los protagonistas son boyardos que, leales a algún príncipe, cumplen arriesgadas misiones en defensa de la tierra rusa. Curiosamente, los príncipes de estos cuentos están siempre en sus palacios, y rara vez se ponen al frente de sus ejércitos o se exponen a algún peligro. Yo crecí leyendo estas historias, que conocí incluso antes de la mitología griega: Ilyá Múrometz, Dobrinia, Aliosha Popóvich, Dunai y Nastasia...
Pues bien, la Rus unificada se dividió en tres estados principales: Rus de Vladimir Suzdal en el norte, la de Volinia-Galitzia en el sur, y el principado independiente de Novgorod, ciudad dedicada al comercio, próspera y opulenta, y que daría origen a un personaje de cuento maravilloso llamado Sadkó de Novgorod: astuto y afortunado mercader, y maestro en el arte de tocar el salterio. Ya en la segunda mitad del siglo XII Kíev fue perdiendo importancia, al tiempo que los cumanos aumentaban la presión sobre las tierras rusas.

Las divisiones aumentaron tanto que cuando, los mongoles invadieron la Rus, en el 1220, no había fuerza capaz de hacerles frente. Fue Batu Kan, al frente de la Horda de Oro, quien arrasó el país. La llegada de los tártaros fue tan terrorífica para los rusos que muchos huyeron a las tierras boscosas, a la espesura, donde los mongoles no se atrevían a penetrar. Muchas bilinas, como la de Aliosha y el tártaro Tugarin, muestran a los tártaros como seres monstruosos, deformes y gigantescos.
La conquista mongola tuvo graves repercusiones. En el futuro haré una serie de artículos sobre el imperio mongol, en los que trataré esto con más detalle, pero por ahora basta decir que los mongoles no se anexionaron esta región, pero sí sometieron a sus príncipes a un duro vasallaje (os recomiendo leer la historia de Aliosha Popovich). Favorecieron la preminencia de Moscú, situada más al este que Kíev, como nueva sede de poder de los gobernantes rusos, mientras la antigua capital de la Rus era aislada y caía en el olvido. No fue hasta Ivan el Terrible cuando los rusos recuperaron su independencia. Por lo tanto, detendremos aquí el relato de los hechos históricos.


LOS EJÉRCITOS DE LA RUS EN DBA
En DBA, encontramos dos listas distintas para el periodo descrito en este artículo. Aunque la composición de los ejércitos cambia, la organización de los ejércitos se basa en lo siguiente: el Príncipe poseía un ejército propio, denominado “druzhina”. A este contingente, los príncipes podían unir tropas locales, aportadas por las ciudades, en caso de necesidad, o incluso mercenarios provenientes de pueblos esteparios con los que a veces se estaba en guerra, y a veces, se colaboraba. Con este esquema en la cabeza, veamos ahora los ejércitos.
III/48, Rus.- Esta lista representa a los ejeŕcitos de los príncipes de la Rus desde la llegada de los reyes vikingos hasta la feudalización de los principados. Encontramos pues la peana del general como Cv o bien como Bd. Ésta peana es la “druzhina”, y son vikingos. Luego hay siete peanas de lanzas, obligatorias. Los lanceros rus, es decir, autóctonos, usaban largas, al modo escandinavo, lanzas y escudos. Inicialmente eran redondos, también como el de los vikingos, pero fueron cambiando al diseño cuadrado. También estaban equipados con hachas. Eran conocidos por su ferocidad y por la fuerza de sus formaciones cerradas. Luego hay dos peanas con opción de ser lanceros rus o bien, arqueros hostigadores, Ps, que solían disparar desde detrás de las formaciones de lanzas. Por último, otras dos peanas que pueden ser más lanceros rus, o Bd, que representan a mercenarios varengos, o bien LH, que pueden ser búlgaros del Volga, magiares, polacos o pechenegos: arqueros a caballo, vamos.
III/78 Rusos tempranos. Esta lista representa ya a los ejércitos en los que participan los boyardos. El general y cuatro peanas más son Cv. Ésta es la nueva “druzhina”, conformada por los jinetes bogatires: equipados con arcos, mazas y espadas, y equipados con hermosos armaduras y arreos. Luego hay dos peanas de caballería ligera, que eran tropas aportadas por las ciudades, formadas por boyardos empobrecidos o campesinos pudientes, y que tenía funciones de exploración, pero también puede representar a mercenarios húngaros, pechenegos o cumanos, o bien “kazak”, que eran turcos asentados en las fronteras de la Rus. Siguen dos peanas de lanceros rus, dos de arqueros y la última, que tiene tres opciones: una Hd, representando a milicias locales; Ax, representando a tropas rusas procedentes de los bosques, y una extraña peana de 3 ó 6 Kn, que son caballeros mercenarios germanos, en formación estándar (3Kn) o bien en cuña (6Kn).

Las gamas de rus, sobre todo los boyardos, suelen ser muy atractivas visualmente. Que yo conozca, Essex y Old Glory tienen una bonita gama, aunque mi favorita es la de Mirliton.

Historia de los búlgaros

viernes, 25 de septiembre de 2009

Saludos. Esta semana hablaremos de un estado que rivalizó con el poder de Bizancio, y que a punto estuvo de absorber todo el imperio. Valientes y temibles guerreros, a lomos de sus hermosos corceles, los búlgaros heredaron el poder de las llanuras que antes habían ostentado ávaros, hunos y sármatas.

Para empezar, como siempre, tenemos que saber quiénes eran los búlgaros. Pues bien, recordemos que los hunos habían invadido Europa desde Asia allá por el siglo IV-V de nuestra era. Los búlgaros eran un conjunto de tribus turcas (utrigur, onogur y kutrigur, entre otras) que ya se había asentado alrededor del Volga, en el siglo II. Cayeron bajo el poder de los hunos, y les acompañaron en sus correrías. Eran una tribu esteparia clásica, de vida nómada, en busca de pastos y botín en sus feroces correrías. Los búlgaros, como todos los pueblos de la estepa, eran excelentes arqueros a caballo.

Tras la muerte de Atila, el rey de los hunos, las tribus que habían formado su terrible ejército se fueron separando, y su inestable imperio, desintegrando en pocos años. Los búlgaros se dispersaron hacia el este, aunque muchos participaron, enrolados como “federados” en los ejércitos bizantinos, en las campañas contra los ostrogodos, pero a mediados del siglo V, los utrigur y los kutrigur comenzaron a guerrear entre ellas, lo que las debilitó. Cuando los ávaros se establecieron en las fronteras del imperio bizantino, los kutrigur cayeron en su poder, mientras que los utrigur fueron sometidos por los gökturks, o Turcos Celestiales, que estaban en el apogeo de su poder.

Sin embargo, tras el dramático y fallido asedio ávaro de Constantinopla del 626, surgió un khan cuyo nombre pasaría a la Historia como el primer unificador del pueblo búlgaro: Kuvrat. Conozcamos algo de su historia.

Se conoce poco de su vida. Pertenecía al linaje de khanes de los utrigur, el clan Dulo. Algunos afirmaban que descendía del propio Atila. Se sabe que Kuvrat pasó su juventud en Bizancio, ya fuera en calidad de rehén de algún tratado con los ávaros, o bien en busca de protección de las guerras sucesorias de los turcos. Según el historiador Juan de Nicea, Kuvrat fue educado como un patricio bizantino, e incluso fue bautizado, y pasó mucho tiempo en la corte del rey Heraclio, de quien se hizo muy amigo.


El tiempo pasó. Los ávaros se estrellaron contra los muros de Bizancio en el 626, y los bizantinos supieron que su estrella se eclipsaba. Mientras, Heraclio había llegado a un acuerdo con los gökturks y habría paz con ellos. Kuvrat, con el bagaje cultural, noción de estado y conocimientos adquiridos, supo que era el momento de regresar a los suyos. Tomó el poder de los utrigur manos de su tía Organa, que había actuado de regente hasta ese momento, y convenció a los kutrigur a que se rebelaran contra sus amos, uniéndose a él. Entonces, se lanzó sobre la frontera de los ávaros, a quienes venció rápida y contundentemente, expulsándolos de las tierras del Volga. Después, extendió su reino hasta ocupar el delta del Danubio.

En el año 635, Heraclio reconoció el primer estado búlgaro, y selló una importante alianza con ellos. Así nació la Gran Bulgaria. Este estado permitió asegurar el camino de cualquier amenaza que viniera de las estepas de Asia.

Durante toda su vida, Kuvrat fue fiel a su alianza con los emperadores bizantinos, y su reino se mantuvo fuerte e independiente de los gökturks, que por entonces estaban inmersos en una cruenta guerra sucesoria. Sin embargo, la Muerte dio alcance al viejo jinete en el 665. Lo enterraron junto a su peso en oro y plata, y la ubicación de su tumba cayó en el olvido. En 1912, unos campesinos ucranianos encontraron por accidente el lugar donde reposaban sus nobles huesos. Se supo que era él por la inscripción de su anillo. Actualmente, el tesoro de Pereschepina, como se denominó, es uno de los más hermosos jamás encontrado como ajuar fúnebre.

Entre los pueblos esteparios son comunes las historias en las que un khan muestra a sus hijos, con un haz de flechas, que mientras estén unidas, las flechas no pueden romperse, pero una a una, pueden quebrarse fácilmente. Con esta fábula intentaban que las diferentes tribus que formaban cada confederación se mantuvieran unidas, y sus líderes, fieles unos a otros. El caso de los búlgaros no fue una excepción, y, al principio, fue el mayor de los cinco hijos de Khan Kuvrat, llamado Batbayan, el que heredó el trono.

Pero recordemos que a mediados del siglo VII, los Tang, ayudados por la traición de los uigures, habían disuelto el imperio turco occidental. El Ashina, el clan real de las montañas Altai tuvo que poner estepa de por medio, y, marchando hacia el oeste, fueron acogidos por una de las tribus de su confederación: lo jázaros o khazars. Y así, con estos nuevos líderes, los jázaros comenzaron una rápida expansión hacia occidente, justo por el camino que llevaba hasta la Gran Bulgaria.

Fue una guerra terrible y rápida. En el 670, la unidad de las tribus búlgaras se había desintegrado. Para colmo, los jázaros habían sido aliados de los bizantinos durante la campaña de Georgia. Los hijos de Kuvrat debieron sentir probablemente que la admiración que su padre había sentido hacia el imperio de los griegos no había servido para que éste les ayudara en su apurada situación. Entonces, el pueblo se dividió en dos ramas: la primera fue liderada por Kotrag, hijo de Kuvrat, y la segunda por su hermano Asparuh, el menor los cinco herederos búlgaros, y cada uno tiró por su lado. La rama de Kotrag, que básicamente se componía de los kutrigur, emigró hacia el este. Remontó las orillas del Volga hasta su curso medio, donde confluía con el río Kama y allí formaron un estado que se denominó Bulgaria del Volga. Su historia se perdió en su mayor parte, pero se sabe que fueron súbditos de los jázaros, aunque mantuvieron su identidad nacional. Ayudó a ello el hecho de que, en el siglo IX abrazaron el Islam. Se convirtieron parcialmente en agricultores, aunque también mantuvieron sus rebaños y conservaron el modo de vida nómada. Consiguieron mantener cierta independencia, aunque sujeta a vasallaje, hasta el siglo XIII. Incluso consiguieron repeler la primera embestida del imperio mongol. Finalmente, fue conquistada por la Horda de Oro, y los búlgaros se terminaron integrando en el conjunto de los tártaros.


Sin embargo, nos centraremos ahora en los demás búlgaros, los que siguieron a Asparuh. Él no quiso ir hacia el este. Tal vez pensó que si se veían obligados a abandonar su país, tal vez fuera culpa de aquéllos a quienes tanto admiraba su padre, ésos que en un momento de necesidad, no habían prestado auxilio a sus antiguos y más fieles aliados. Asparuh decidió emigrar en dirección sur, cruzando el Danubio, dispuesto a cobrarse a costa de Bizancio lo que había perdido frente a los jázaros. Y el momento era propicio. En aquel momento, la capital del imperio estaba siendo asediada por Muawiyah I, de los Omeyas. Unos treinta mil búlgaros avanzaron por las orillas del Mar Negro, por las tierras que ya habían sido abandonadas por los ávaros, y que estaban siendo trabajadas por los pueblos eslavos de las Siete Tribus y los Severiano, que, a diferencia de sus anteriores amos ávaros, aprovechaban las campañas de invasión y saqueo para ocupar el territorio de forma permanente. Asparuh pactó con todos ellos, y, erigiéndose como nuevo líder de aquel conglomerado de búlgaros a caballo y eslavos a pie, comenzó a atacar los territorios tracios del imperio. En el 680, el emperador Constantino IV les presentó batalla, y fue tan aplastantemente derrotado en Ongala, que al año siguiente, los bizantinos pactaron el pago de tributos al recién reconocido estado de Bulgaria.

Asparuh se dio cuenta de que su nuevo país debía organizarse de mantera distinta al estado estepario de la Gran Bulgaria. Para empezar, la población eslava poseía un modo de vida sedentario, y eran capaces de producir productos agrícolas. Por otro lado, el territorio no era una simple estepa. Por lo tanto, la élite militar búlgara se fue desligando del nomadismo pastoril, y pasaron a ser sostenidos en núcleos militares permanentes por la población agrícola circundante. El khan incluso estableció una capital fija, Pliska. Aquello era nuevo para los búlgaros, y esta economía, parcialmente agraria, les reportó grandes ventajas respecto a su modo de vida anterior, tal y como se vería en los años siguientes.


El tiempo pasó. Durante el siglo VIII, las guerras entre Bizancio y Bulgaria fueron continuas. Y a principios del siglo IX, el emperador Nicéforo I inició una dura campaña contra los búlgaros, que le llevó casi hasta su capital. Por aquel entonces, el khan búlgaro era Krum, que terminaría doblando el territorio gobernado por él. Incluso llegó a establecer una frontera con los francos orientales. Dominó el territorio de Panonia y los Cárpatos, y por el otro lado, llegó hasta el Dniéper. Krum era un formidable adversario para el imperio, y a pesar de los éxitos iniciales de Nicéforo I, no se desanimó. Le plantó cara. Sus tropas, formadas tanto por hombres como por mujeres, habían aprendido a luchar mediante emboscadas y ataques por sorpresa, bien situados y lanzados desde posicioens ocultas en valles y laderas. A pesar de haber penetrado en Bulgaria con éxito, la retirada de Nicéforo I se convirtió en una pesadilla. Tras una compleja trampa, el ejército imperial fue aplastado, y el emperador cayó muerto. Era el año 811. A continuación, Krum se tomó la revancha. Invadió Tracia por el este, y siguió. Krum sólo se detuvo ante los muros de Bizancio. Simplemente les echó una dura y larga mirada desde su montura, y, satisfecho, ordenó a sus tropas regresar a sus tierras.

Khan Krum también es recordado como el primero en escribir leyes para su nuevo pueblo eslavo-búlgaro. Creó subsidios para los mendigos, entre otras cosas, y sus súbdios siempre le consideraron un monarca magnánimo.

Poco después de la muerte de Nicéforo, el nuevo emperador, León V concertó un encuentro con él cerca de Bizancio, al que debían acudir sin armas. El Emperador se la jugó a Krum, y a duras penas, y no sin heridas, consiguió escapar. Cuando regresó para vengarse, su ejército destruyó todos los barrios de extramuros de la capital, así como otras dos ciudades, que quedaron arrasadas hasta los cimientos. Y al poco, Krum murió.


Hubo un periodo de relativa paz con Bizancio. Después de Krum, gobernaron Omurtag, Presian y luego, un nuevo personaje para la Historia: Boris, el primer Zar (nótese que ya no es Khan) búlgaro. Hasta ese momento, los búlgaros habían sido paganos, y adoraban al dios Tengri. Los eslavos bajo su control también eran paganos, y seguían los dictados de su dios Perun.

Boris tuvo dificultades en su reinado, y sufrió varias derrotas a manos de serbios y croatas, que, azuzados con dinero de los francos orientales (que habían apoyado al a Iglesia de Roma, y a cambio, habían recibido el poder imperial de manos el Papa), intentaban ampliar sus territorios hacia el este. La Iglesia de Roma veía así la posibilidad de medrar cada vez más al este, y sacudirse el control de la iglesia oriental. Ante todas las dificultades, y buscando una gran alianza con Bizancio, aceptó bautizarse. A cambio, le fue reconocido el título de “César” de toda Bulgaria. Es decir, Bizancio compartía algo de su poder imperial, un porción de su legitimidad para gobernar el mundo. César, es decir, “Caesar”, pronunciado en búlgaro, fue acortándose hasta quedarse en la palabra “Tzar”, es decir, zar.

Boris tuvo que asesinar a algunos boyardos a quienes no gustó nada la nueva religión, y luego, prosiguió con la conversión. Pero pronto comenzó a maniobrar para que su iglesia ortodoxa fuera independiente. Pidió a Bizancio un arzobispo que se encargara de la organización. Además, Boris acogió a los discípulos de Cirilo y Metodio, que habían sido expulsados de Moravia.

A finales del siglo IX, abdicó en favor de su hijo Simeón I de Bulgaria. Éste fue un rey excepcionalmente belicoso y hábil en la guerra, Tras la primera victoria frente a Bizancio, estableció nuevos tributos. Pero Simeón se dio cuenta de que el título de “basileus”, es decir, Emperador, le quedaría mejor a él que a los pusilánimes a los que debía enfrentarse. Invadió de nuevo Tracia en el 913y se dirigió decididamente hacia Bizancio. Sólo la negociación “in extremis” con el Patriarca de Constantinopla detuvo su ataque. Reclamó para sí el título de “Emperador de búlgaros y romanos”, aunque se quedó satisfecho con la promesa de boda de su hija con el Basileus, lo que unificaría ambos tronos.

Aquel acuerdo nunca se cumplió, y Simeón, en el 917, volvió a atacar al imperio. Los bizantinos intentaron pactar con los pechenegos para que atacasen por el norte el país de los búlgaros, mientras ellos entraban por el sur. Pero el zar era hábil en cuestiones políticas, y consiguió que, oportunamente, el ataque pechenego se descoordinara. El ejército imperial fue totalmente aplastado en la batalla de Anquialo.

En el terreno político, Simeón consiguió que su iglesia búlgara fuera ascendida a Patriarcado. Por lo tanto, comenzó a funcionar de manera independiente. Con el nuevo alfabeto cirílico, pronto hubo herramientas para crear la primera tradición literaria eslavo-búlgara, que terminaría de dotar de identidad a los búlgaros.


Simeón murió en el 926, y con él se fue la era más gloriosa de su pueblo. A mediados del siglo IX ascendía al trono imperial Nicéforo II, que comenzó la guerra definitiva contra los búlgaros. Los sucesores de Simeón no estuvieron a su altura. A pesar del asesinato de Nicéforo II, su sucesor y asesino, Juan I, terminó con éxito la campaña en el 971. Los ejércitos búlgaros habían sido derrotados ante los nuevos emperadores. Juan I ocupó sus ciudades, y desplazando a su rey, Boris II, convirtió el estado en una nueva provincia.

Pero no todo parecía perdido. Entre los boyardos prisioneros que fueron llevados a Constantinopla, estaba un tal Roman, el último de la dinastía de Krum . Pues bien, resulta que otros boyardos, los Cometopuli, habían huido al otro lado del río Iskar, y mantenían unido lo que quedaba del ejército. Samuil era su general. Tras una espectacular fuga, Roman consiguió llegar hasta ellos, y Samuil, pensando más en el interés de su pueblo que en el suyo, le reconoció como nuevo Zar en el 976, mientras él se reservaba el mando del ejército. Durante las siguientes tres décadas, este renacido, pero más débil, estado búlgaro siguió combatiendo y lanzando incursiones contra Bizancio, pero también contra los serbios y croatas. Cuando Roman murió, Samuil se convirtió en el último zar, y primer representante de la fugaz dinastía Cometopuli. Sin embargo, en 1003 comenzaron a perder terreno. El emperador Basilio II, sucesor de Juan I, ocupó Pliska, la capital, y persiguió a los búlgaros hasta derrotarlos definitivamente en 1014, en la batalla de Belasitsa. Desde ese momento, Basilio II sería apodado “Bulgaróctonos”, es decir, “matador de búlgaros”.

Hasta un siglo después, no comenzaría la historia de una nueva Bulgaria, pero la dejaremos para otros artículos.

Cabe preguntarse cómo es posible que los búlgaros derrotaran a tantos ejércitos imperiales, y, sin embargo, bastara la exitosa campaña de Nicéroforo II y Juan I para acabar con ellos. No debemos olvidar el hecho de que las incursiones búlgaras tenían intenciones muy diferentes a las de los bizantinos. Para los búlgaros, el imperio era una fuente de riquezas que podían saquear o ganar en forma de tributos. Sus líderes mantenían un punto de vista de los nómadas esteparios. Sólo Simeón, al intentar unificar ambos tronos, tuvo la visión de Estado suficiente para prever cuál sería la solución a las continuas guerras. Tal vez él sabía que aunque derrotaran a los emperadores una y otra vez, éstos necesitarían únicamente una gran victoria para borrarlos del mapa. Porque éste era el objetivo de las campañas bizantinas: eliminar a los agresores y asegurar las fronteras.


LOS BÚLGAROS EN DBA.

Hay dos listas para representar a los ejércitos mencionados en este artículo.

III/32. Búlgaros del Volga. Esta lista representa a los ejércitos del estado que fundaron los “búlgaros de plata” que marcharon con Kotrag hacia el curso medio del Volga. Es un ejército clásico de las estepas. Cinco peanas de Cv, una de ellas siendo el general, representan a los boyardos o nobles búlgaros, que portaban hermosas armaduras (al estilo de la caballería rusa, los “bogatires”), y eran temibles arqueros a caballo. También, sobre todo antes del siglo XII, lucían a veces turbantes como los árabes. Luego hay tres peanas de LH, que representan tanto a jinetes tribales búlgaros como a tropas ugrofinesas, autóctonas de la región, y que adoptaron el modo de lucha nómada de sus nuevos amos búlgaros. Estas tribus también aportaban arqueros, con arcos no compuestos ni recurvos, sino de tipo plano, hechos de madera (para que os hagáis una idea, los arcos típicos de los indios). Hay dos de éstas peanas de arqueros. Finalmente, dos peanas de hordas, que representan a los habitantes de los poblados y ciudades del territorio, cierran la lista.


III/14.- Búlgaros tempranos. Esta lista representa los ejércitos de la Gran Bulgaria, así como los de la Bulgaria danubiana que luchó contra el imperio bizantino.

La variante “a” representa a la Gran Bulgaria. Se trata de un general y otra peana de Cv, los boyardos o nobles, equipados con armaduras y arcos. Ésta peana es opcional con una LH. Por último hay otras diez LH, que representan a los arqueros a caballo búlgaros.

La variante “b” representa los ejércitos de Asparuh hasta Krum. En este momento, los búlgaros ya dominaban muchas tribus eslavas, que aportaron gran parte de los soldados. El general y dos peanas más son Cv, que representan a los boyardos, equipados con armaduras, arcos y espadas. Todavía luchaban con tácticas esteparias. Les siguen cuatro peanas de LH, que son arqueros a caballo búlgaros, y aquí comienza la presencia eslava. Hay cuatro peanas de Ax (guerreros equipados con lanzas ligeras y escudos) y una de Ps (arqueros y exploradores eslavos)

La variante “c” muestra las reformas estatales introducias por Khan Krum. La parte montada es igual que la anterior, pero hay un cambio sutil. Las Cv ya están equipadas con lanzas, además del arco, porque en sus tierras, no tan abiertas como las llanuras, la guerra estaba evolucionando a enfrentamientos más directos,, ataques por sorpresa y a rápidas emboscadas lanzadas desde lugares ocultos y abruptos. Además, las tropas eslavas comienzan a formar de manera más densa y defensiva, aprestando mejor defensa contra la caballería enemiga. En lugar de ser Ax, ahora tenemos cuatro peanas de Sp. La misma peana de Ps cierra la lista.


Hay muchas marcas que tienen minis adecuadas para estas tropas. En general suelen estar categorizadas como “Asiatic horse armies” o o cosas así. Essex, Old Glory y Minifigs tienen gamas adecuadas.

Crisis de la República Romana V: Cicerón y Lúculo

sábado, 19 de septiembre de 2009

Nuestro colega Xoso ha preparado esta quinta entrega de su serie sobre los últimos años de la República Romana. Un excelente trabajo sobre un periodo sumamente complejo. A disfrutarlo con salud.

Si en el artículo anterior repasábamos la campaña de Pompeyo en Hispania (76 - 71 a.C.) y la guerra servil de Espartaco (73 - 71 a.C.), me gustaría dedicar el siguiente apartado a una de las figuras más peculiares de aquella época. Se trata de Marco Tulio Cicerón, sin duda un personaje bastante secundario en el gran conjunto de acontecimientos que constituyen la crisis de la República romana en el s. I a.C., pero cuyos escritos, discursos y correspondencia nos ofrecen un relato de primera mano de muchos de los sucesos de entonces. Además, sus casi 900 cartas conservadas no fueron retocadas para su publicación, lo cual añade un punto adicional de viveza e inmediatez a su testimonio.

Cicerón nació en el año 106 a.C. en Arpinum, una pequeña población de Campania. De ascendencia oligarca y perteneciente a la gens Cornelia, se trasladó a Roma durante su niñez, en compañía de su hermano pequeño Quinto. Ya en su juventud, recibió importante influencia de oradores como los Escévolas, durante cuyas clases de derecho civil conoció a su gran amigo, Pomponio Ático. Más tarde desempeñó el obligatorio servicio militar combatiendo en la Guerra de los Aliados. Avanzada la década de los 80, tras completar su formación retórica y jurídica, entró en contacto con la filosofía platónica, especialmente Filón de Larisa. A través de sus enseñanzas adoptó Cicerón la doctrina del escepticismo, a la que habría de permanecer afín el resto de su vida.

Sus afiliaciones políticas durante esta etapa temprana resultan algo más difíciles de esclarecer. A finales de los 80 participó como abogado en diversos procesos judiciales, en ocasiones defendiendo a marianistas e incluso atacando directamente algunos aspectos del régimen silano. Ya fuese por esto último u otros motivos, en el 79 a.C. Cicerón se marchó de Roma (según Plutarco para escapar de una posible venganza de Sila) y recorrió Grecia los dos años siguientes. Es entonces cuándo conoce a Antíoco de Ascalón (discípulo de Filón) y a Posidonio de Apamea, durante su estancia en Rodas. Cicerón regresará a Roma tras la muerte de Sila y continuará su cursus honorum con normalidad, siendo cuestor de Sicilia en el año 75 a.C.

Lúculo en Oriente.

Si la estabilidad política de Asia Menor era frágil tras la marcha de Sila rumbo a Italia en el 83 a.C., muerto el dictador unos pocos años más tarde la situación se desmoronó definitivamente. Mitrídates intentó desperadamente que el senado romano ratificase el tratado de paz que había firmado con Sila en Dárdano (85 a.C.), algo que no consiguió. El motivo era muy sencillo: Sila no poseía ningún tipo de legitimidad formal en aquellos momentos, por lo que a ojos del senado aquel tratado no pasaba de un simple acuerdo privado.

Resignado, Mitrídates comenzó a prepararse para un nuevo enfrentamiento, que tanto él como los romanos consideraban inevitable. En el año 74 a.C. selló un pacto con Quinto Sertorio, para apoyarlo en su rebelión en Hispania y mantener a Roma atrapada entre dos frentes. A cambio de dinero, barcos y armamento (tal vez nunca llegaron, o en todo caso en reducidas cantidades), Sertorio envió asesores militares a Mitrídates, que le serían muy útiles de cara a la guerra que se avecinaba.

Ese mismo año se produjo una nueva vuelta de tuerca a la situación en Asia: muere Nicomedes IV de Bitinia, legando su reino a Roma por vía testamentaria. Uno de los cónsules romanos de ese año, M. Aurelio Cota (tío de Julio César), obtuvo Bitinia como provincia para incorporarla a la habitual administración romana. El otro, Lucio Licinio Lúculo, recibió Cilicia y Asia. Hombre de confianza de Sila durante la I Guerra Mitridática y militar de probada valía, Lúculo apenas necesitó esfuerzo para hacerse también con la dirección del nuevo conflicto contra el Ponto que estaba a punto de estallar.

Mitrídates tomó rápidamente la iniciativa al declararse las hostilidades. Invadió Bitinia, derrotó contundentemente a Cota en Calcedón y lo persiguió en su retirada a Cyzicus, a la que seguidamente puso bajo asedio. Ya en el año 73, Lúculo obtuvo su imperium proconsular y marchó en auxilio de Cota. Sorprendió a Mitrídates en Cyzicus, donde el monarca póntico fue derrotado y hubo de retirarse (con numerosas bajas) de vuelta a sus dominios. Lúculo aprovechó el momento para reclutar rápidamente una flota entre las diversas poleis griegas de Asia Menor, con la que expulsó a la armada póntica de Ilión y Lemnos.

Aprovechando esta dinámica favorable y una evidente superioridad logística, Lúculo invadió el Ponto. A continuación se sucedieron una ingente serie de escaramuzas y pequeños combates, pues Lúculo no deseaba enfrentarse directamente a Mitrídates en campo abierto por temor a la superior caballería con la que contaba este. Finalmente, en el año 72, se produjo una batalla decisiva en Cabira, donde Lúculo consiguió imponerse y poner en fuga al monarca póntico. Mitrídates buscó refugio en Armenia, junto a su yerno Tigranes; Lúculo decidió no perseguirlo, concentrando sus esfuerzos en continuar la lenta conquista del reino del Ponto. La tarea pudo darse por completada en el año 70 a.C., con la toma de las principales ciudades (Sínope y Amisus) y la firma de una alianza con Macares, el gobernador a quien Mitrídates había dejado a cargo del Bósforo cimmerio. Sólo entonces inició Lúculo los preparativos para invadir Armenia.

El agitado año 70.

Mientras Lúculo guerreaba en Oriente, Craso conseguía reprimir la sublevación de Espartaco. Llegado el año 70, con las aguas volviendo a su cauce en Italia tras la tempestad provocada por la guerra sertoriana de Hispania y la revuelta servil, los resultados de las elecciones consulares no sorprendieron a nadie.

Pompeyo contaba entonces sólo 36 primaveras y no había desempeñado aún ninguna magistratura, pero una carrera militar tan fulgurante y exitosa al servicio de la oligarquía silana no podía quedarse sin recompensa. El joven aristócrata se vio obligado incluso a pedir a su amigo Varrón que le escribiese un ‘manual’ acerca de los usos y costumbres de las reuniones del senado, pues como cónsul estaba obligado a presidirlas. En el cargo le acompañó, por supuesto, Craso, muy reforzado por su victoria contra Espartaco y poseedor de una enorme fortuna acumulada a base de comprar a precios ridículos las propiedades de los proscritos perseguidos por Sila. Curiosamente, pese a una común procedencia política y a una notable coincidencia en sus objetivos, ambos cónsules nunca mantuvieron relaciones especialmente fluidas y la rivalidad entre ambos era muy grande.

Si el consulado de Pompeyo y Craso dejó algo muy claro, fue que la ambición de ambos superaba con creces el verse reducidos a meras herramientas de la oligarquía predominante. Así se entiende su intensa política reformista, encaminada sin ninguna duda a minar y remodelar el propio régimen silano que les había acunado en el seno del poder. Una de las primeras iniciativas que tomaron los dos nuevos cónsules fue restituir completamente los poderes de los tribunos de la plebe, magistratura degradada y ‘amordazada’ por Sila apenas una década antes. Esta medida causó evidente turbación y desconfianza entre la oligarquía silana, pero ello no detuvo a Pompeyo y Craso, que impulsaron también un notable esfuerzo por cerrar heridas del pasado todavía abiertas.

Se permitió así regresar a Roma a aquellos que hubiesen seguido a Lépido o Sertorio, aunque las prohibiciones contra los hijos de los proscritos continuaron vigentes. De todas formas, fue esta una maniobra importante pues gracias a ello pudo realizarse al fin un censo completo, por primera vez desde el 86 a.C. y por última hasta el 28 a.C., ya en época de Augusto. Las nuevas cifras del año 70 nos hablan de unos 900.000 ciudadanos, varones adultos, evidenciando la gran integración de la población itálica dentro de la ciudadanía romana. El censo sirvió también para efectuar una “depuración” del senado en un intento de recuperar el prestigio perdido por la cámara debido a los ingentes y habituales casos de corrupción y tráfico de influencias. En total, se expulsó a 64 senadores, algunos de los cuales habían desempeñado incluso el consulado en años recientes (como Léntulo Sura).

Marco Tulio Cicerón.

El año 70 a.C. fue también testigo de uno de los procesos judiciales más célebres de toda la República Romana, el de Cicerón contra Cayo Verres. Nacido en torno al 120 a.C., Verres había sido un fiel partidario de Mario y los sectores popularis durante su juventud, llegando a colaborar activamente con Cinna cuando el apogeo de este. Sin embargo, llegada la hora de la verdad con el estallido de la guerra civil en el 83 a.C., se cambió rápidamente al bando de Sila y recibió como recompensa valiosas propiedades en Benevento (Campania). En el año 80 desempeñó la cuestura en Asia, y apenas dos años más tarde se vio envuelto en el proceso judicial contra Cornelio Dolabella, el corrupto gobernador de Cilicia. Verres consiguió salir indemne del asunto, posiblemente a cambio de testificar contra Dolabella. En el 74 a.C. fue nombrado pretor de Roma a base de sobornos, aprovechando entonces su cargo para ganarse las simpatías y favores necesarios para obtener el gobierno de Sicilia poco después.

Gracias al revuelo de la guerra servil de Espartaco, Verres se mantuvo al mando en Sicilia entre los años 73 y 71 a.C., aprovechando que Q. Arrio, el encargado de sustituirle en 72 a.C., debió permanecer en Italia debido a la rebelión. Los testimonios de la época hablan del peor bienio de la historia de Sicilia bajo dominio romano, peor aún que los años de la I Guerra Púnica o las guerras serviles sicilianas. El nombre de Verres se convirtió en sinónimo de abuso, extorsión y todo tipo de crímenes: saqueó diversos templos y lugares públicos, endureció ilegalmente los tributos y cometió todo tipo de extorsiones contra los propietarios de tierras, obligándolos a pagar cuantiosas sumas de dinero para evitar la ejecución de sus esclavos, bajo la acusación de formar parte de la revuelta servil de Italia (que, recordemos, nunca llegó a Sicilia).

El status jurídico de los gobernadores romanos en sus provincias se equiparaba prácticamente al de un rey, por lo que los desesperados sicilianos debieron aguardar al año 70 para denunciar a Verres y pedir a Cicerón (que había sido cuestor de la isla en 75 a.C.) que dirigiese la acusación durante el juicio. La tarea no fue fácil: Verres contaba con el apoyo absoluto de la oligarquía silana, que desde el primer minuto se esforzó en poner todo tipo de trabas al proceso. Cicerón tuvo suerte, no obstante, en tanto que el pretor romano encargado de presidir el tribunal era Manio Acilio Glabrio, un hombre honesto e inmune a los intentos de soborno de Verres. El abogado defensor, Quinto Hortensio, fracasó en su intento de posponer el juicio, y Cicerón obtuvo permiso del tribunal para viajar a Sicilia y poder reunir testigos y pruebas.


A su regreso en junio, Cicerón fue elegido edil pese a, de nuevo, los esfuerzos de Verres para evitarlo. No obstante, Hortensio y Quinto Metelo (amigo de Verres) obtuvieron el consulado, mientras que uno de los hermanos de Metelo, Marco, se hizo con la pretura. En la práctica aquello significaba que, de alargarse el juicio hasta el inicio del año 69, Verres sería absuelto por activa o por pasiva. La estrategia de Cicerón se centró entonces en evitar que el proceso se prolongase: redujo al mínimo sus discursos durante la reanudación del juicio (a comienzos de agosto) y pasó directamente al interrogatorio de testigos. El resultado de los testimonios fue tan demoledor que Hortensio no se atrevió a replicar. Pese a un nuevo aplazamiento del juicio por festividades, Verres era ya consciente de que ni siquiera un tribunal compuesto exclusivamente por senadores (muchos de ellos amigos suyos) podría declararle inocente. Abandonó Roma camino del exilio y, con la reanudación del juicio en septiembre, fue condenado en ausencia a una fuerte multa y a infamia pública. Sin posibilidad alguna a regresar, se refugió en Massilia. Allí viviría con relativa tranquilidad hasta el 43 a.C., cuándo fue proscrito y ejecutado por orden de Marco Antonio.

Los discursos de Cicerón durante el juicio contra Verres podéis consultarlos, en su lengua original, aquí.

El imperio bizantino II (626-1071)

domingo, 9 de agosto de 2009

Saludos. Esta semana, nuestro regreso a Occidente nos obliga a detenernos en el imperio bizantino, y a los avatares a los que tuvo que hacer frente tras la aparición y expansión del Islam.
Recordemos que en el anterior artículo sobre Bizancio, la ciudad acababa de sobrevivir a un asedio terrible por parte de eslavos y ávaros. Tras la derrota del ejército asediador, la amenaza del kanato ávaro desapareció, y el emperador Heraclio pudo hacer frente también a los sasánidas de Persia. En el año 628, el ejército bizantino golpeaba con audacia el corazón de Persia.
Pero a lo largo del siglo VII, una nueva serie de peligrosas amenazas surgieron por todas las fronteras, y llevaron al imperio hasta una situación límite. Para empezar, los árabes, a partir del 630, comenzaron a atacar y conquistar valiosos territorios bizantinos. Siria, Palestina... Los patriarcados cristianos de Alejandría, Antioquía y Damasco cayeron en manos musulmanas, y sólo el patriarcado de Constantinopla se mantuvo junto al poder del emperador. También perdieron Chipre, y todos los territorios del norte de África. Incluso sometieron a la ciudad a dos terribles asedios: del 674 a 678 y del 717 al 718.
Mientras, en los Balcanes, y aprovechando las dificultades causadas por la guerra con los árabes, la infiltración de tribus eslavas había proseguido sin pausa, incluso sin englobarse en grandes proyectos bélicos. La situación que provocaron con sus migraciones y pequeños asaltos inestabilizaron un territorio fundamental para el imperio bizantino.
Y para colmo, al sur del Danubio, los búlgaros, un conglomerado de nómadas asiáticos descendientes de los hunos, mezclados con los eslavos y los pueblos de la antigua Tracia, tras una infiltración de algunos años, consiguieron establecer su propio estado en el 681, convirtiéndose inmediatamente en un nuevo poder a tener en cuenta.
El difícil y problemático siglo VII bizantino fue testigo, por lo tanto, de importantes cambios en la administración, el ejército y la relación del emperador con la Iglesia.

En el primer caso, ya desde Justiniano, el imperio cambió su organización de territorios. Desde el imperio romano, el poder civil estaba totalmente separado del poder militar. Pero los bizantinos comenzaron a cambiar aquello, y así se establecieron una serie de provincias o “themes”, bajo la autoridad de un cargo militar. Como la estrategia del imperio pasó a ser defensiva, los bizantinos reorganizaron la propiedad de la tierra, y la asignaron a colonos-soldado, procedentes en su mayor parte de otros territorios bizantinos, que se comprometían con el ejército tanto a ellos mismos como a sus descendientes. Con los beneficios de las pequeñas propiedades, los soldados se costeaban el equipo militar. De esta manera, se consiguió disponer de un potente ejército para defensa, que se organizaba rápidamente en el lugar en el que fuera necesario. Éste es el origen de los ejércitos temáticos (es decir, “provinciales”) bizantinos, que veremos con más detalle más adelante.
En un primer momento, los “themes” estaban todos en la península de Anatolia, para hacer frente a los árabes, pero con el tiempo también se establecieron divisiones territoriales temáticas en Europa.
En cuanto a la Iglesia, hay que tener en cuenta un hecho diferencial: la iglesia oriental había coexistido siempre bajo un estado fuerte secular, el del Emperador, que gobernaba, no obstante, por mandato divino. La occidental, en cambio, había quedado como única heredera del poder imperial romano de Occidente, por lo que sus líderes tuvieron que actuar como hombres de estado y líderes políticos.

Pues bien, la iglesia oriental estaba más o menos supeditada al Emperador, que asistía a los concilios que ésta celebraba. Pues bien, toda la crisis y pérdidas de poder frente a los árabes a lo largo del siglo VII, llevaron al emperador a una situación delicada. La Iglesia intentaba ganar más poder dentro del imperio aprovechando la difícil situación de los emperadores, y por entonces se levantaban voces críticas contra la posición de dominio secular sobre el religioso. De esta situación iba a surgir una polémica que otorgaría a la expresión “discusión bizantina” una nueva dimensión. El emperador León III el Isaurio, a principios del siglo VIII, prohibió el culto a los iconos religiosos y ordenó su destrucción, en un intento de asemejar el cristianismo con el Islam, en el que no había culto a las imágenes. Comenzaba así la polémica iconoclasta, que enfrentó a los emperadores con la iglesia de oriente y a la iglesia de Roma con esta última. Obviamente, el conflicto interno y la posterior crisis que provocó el movimiento iconoclasta no se explica por unas pequeñas imágenes adornadas. En realidad, todo fue un pulso para tomar más poder. El Emperador, que recordemos gobernaba por “mandato divino”, una vez prohibidas las imágenes religiosas, se convertiría en la expresión de la Divinidad más importante, lo que reforzaría su posición frente al pueblo y la misma Iglesia. Por otro lado, ésta no era partidaria, pues el culto a los iconos estaba muy extendido, y probablemente, igual que ahora, su culto otorgaba poder a los poseedores de los iconos, y éstos no dejaría de producir beneficios. Al mismo tiempo, Roma, aprovechando el desconcierto, reclamó ayuda a los francos, y no al emperador bizantino, para recuperar el Exarcado de Rávena de manos lombardas. Con esta conquista franca, la iglesia bizantina prácticamente se vio obligada dejar de medrar en Italia, y la iglesia de Roma ganó mucha más independencia. Además, se buscó a su principal defensor militar: Carlomagno fue coronado como Emperador en el 800, recibiendo el legado imperial del los emperadores romanos de Occidente. Y para colmo, Nicéforo I, que comenzó una inicialmente exitosa guerra contra los búlgaros en el 802, murió en el campo de batalla frente a ellos en el 811. ¿No parecería acaso que Dios les había abandonado?

En mi opinión, si la tesis iconoclasta la hubiera establecido un emperador fuerte, como Justiniano, la Capilla Sixtina estaría simplemente encalada hoy en día (bueno, también podría tener un bonito artesonado geométrico), pero ni León III ni su sucesor, Constantino V, a pesar de que éste derrotó de manera importante a los búlgaros, pudieron mantener la crisis bajo control. En el 787 se puso fin al periodo iconoclasta, aunque luego hubo otro periodo entre el 813 y el 842, en el que se reinstauró.
Las consecuencias sociales de la Iconoclasia se hicieron notar en las provincias. Las asiáticas se distanciaron así mucho de las europeas, en función de la fuerza que el Emperador o la Iglesia tuviera en ellas. El caos y el desorden del estado afectaron al ejército. Y sobre todo, el futuro cisma entre las iglesias orientales y occidentales comenzó a fraguarse. Sólo cuando el asunto se cerró, en el 842, Bizancio estuvo en condiciones de volver a tomar las riendas de su imperio.
En efecto, el imperio bizantino consiguió salir reforzado de la crisis que durante un siglo los había debilitado. El poder imperial se dedicó desde mediados del siglo IX a reagrupar las zonas bajo su dominio, renunciando a otras más lejanas, como los territorios de Italia, y extendiendo su influencia sobre sus antiguos enemigos. Para esto tuvo el apoyo de la Iglesia, que comenzó a trabajar en las conversiones de los pueblos eslavos y otros invasores: los jázaros, los moravos y los búlgaros fueron convertidos en el 860, y los belicosos serbios en el 870. Éstos son los años en los que Metodio y Cirilo exportaron la fe a la Europa del Este. Metodio diseño la liturgia eslava, y Cirilo comenzó la conversión de la Gran Moravia (actualmente Chequia y Eslovaquia). Ambos desarrollaron la escritura glagolítica para los eslavos, que tuvieron al fin sus propias Sagradas Escrituras traducidas a su idioma.

En el último cuarto del siglo IX, el imperio estaba preparado para retomar la política ofensiva, pues el ejército se había consolidado y en aquel momento estaba bien equipado y entrenado. Además, sus enemigos árabes estaban teniendo muchos problemas, pues recordemos que estos años coinciden con la descomposición del califato abásida. Por lo tanto, las provincias de Anatolia dejaron de correr peligro temporalmente.
Fueron los búlgaros el peor enemigo de estos años. En el 893, Simeón I de Bulgaria, conocido también como Simeón el Grande, llevó a su país a la cima de su poder. Inflingió tres terribles derrotas a los bizantinos (896, 913 y 917). Disputó con el mismísimo Emperador el poder del imperio, pues Simeón trató de unir ambos poderes en su persona. Aunque no lo logró, sí forzó a los bizantinos a reconocerlo como Emperador de los Búlgaros. Sin embargo, este reconocimiento provocó que Constantinopla aumentara su influencia enormemente en los sucesores de Simeón, lo que ayudó a rebajar la amenaza de este pueblo.

Aunque a principios del siglo X, Constantinopla se había recuperado bastante y de nuevo era una potencia indiscutible en el Mediterráneo oriental, una peligro interno carcomía las raíces del imperio: los celosos terratenientes de la capital miraban con desconfianza a los líderes militares de los “themes”. Además, estaban concentrado una gran serie de propiedades a costa de pequeños propietarios, muchos de los cuales habían pertenecido a los ejércitos themáticos. Por lo tanto, aunque los emperadores eran conscientes de esto y no cesaban de promulgar leyes en contra del poder de los grandes terratenientes, los cimientos del ejército, muy lentamente, comenzaban a ser socavados.
No obstante, surgieron ciertos emperadores lo suficientemente fuertes para retener el control de su imperio y pasar a la ofensiva. En el 963 ascendía al trono, para terror de sus enemigos, Nicéforo II Focas. Antes de ser elegido emperador, ya había dirigido la guerra en las fronteras orientales. Nicéforo era un líder militar brillante, y por primera vez desde los tiempos de Justiniano o Heraclio, el imperio volvió a la ofensiva. En una imparable serie de campañas, Nicéforo II recuperó Creta, Chipre, Cilicia y el norte de Siria. Antes de morir asesinado en un triste complot urdido por su esposa, también comenzó la guerra definitiva contra los búlgaros. Su sucesor, y cómplice del crimen, Juan I, terminó el conflicto, destruyendo al fin su estado, en el 971.
También en estos años se completó la conversión de la Rus de Kiev (988), y el nuevo estado búlgaro que surgió en el 976, fue destruido definitivamente por Basilio II en el 1018. La frontera del Danubio pudo al fin ser segura después de cuatro siglos. Bizancio, a comienzos del segundo milenio de nuestra era, había recuperado gran parte de su poder y su gloria. Además, después de diversos ataques procedentes de los vikingos, que llegaron al Mar Negro desde las costas bálticas, remontando los ríos, los Emperadores les ofrecieron luchar a sueldo para ellos. Nacía así uno de los cuerpos de élite más legendarios: la Guardia Varenga del Emperador, formada por feroces vikingos, para los que luchar al lado de los griegos les reportaba no sólo honor, sino grandes riquezas. El mismísmo Harald Hadrada, antes de aspirar al trono de Inglaterra, fue miembro de este valioso contingente.

Fue entonces cuando la corrupción interior se mostró con más crudeza. Una vez estabilizadas las fronteras, la aristocracia urbana comenzó a medrar ante el Emperador para ir reduciendo cada vez más las inversiones en tropas, equipamiento y entrenamiento. Parecían avecinarse tiempos de paz y el tamaño del ejército se redujo. Muchos cuerpos “themáticos” permanentes fueron disueltos y reemplazados por mercenarios. Como muchos pequeños propietarios, al verse libres de su compromiso con el ejército, vendieron sus tierras a los grandes terratenientes, ya no podían pagarse el equipo, y cuando hacía falta nuevas tropas, solían reclutarse de pueblos nómadas que seguían llegando de la estepa, como los pechenegos, que llegaban desde más allá del Danubio, o bien feroces caballeros normandos y francos, auténticos profesionales de la guerra. Por lo demás, las tropas provinciales dejaron de ejercitarse en el arte del tiro con arco a caballo, y muchas contingentes se transformaron en lanceros a caballo. La reforma la completó Constantino IX en el año 1042, y el nuevo ejército de los bizantinos, mucho más pequeño y con una base étnica extranjera mucho mayor, creía estar preparado para afrontar cualquier amenaza.

Como podéis imaginar, se mascaba la tragedia. Del este, más las estepas de Khurasán vinieron los turcos Seljuk. Habían derrotado a la dinastía gaznávida en 1040, tomando el control de esta región y de la Transoxiana e Irán. En el 1055, los feroces Seljuk ya habían conquistado Bagdag. En 1064, ya ocuparon Armenia, y en el 1068, irrumpieron imparables en Anatolia. El nuevo Gran Enemigo estaba a las puertas del Imperio. El momento de la verdad había llegado, y sería en Manzikert donde ambos ejércitos se jugarían el todo por el todo. El mediocre Romano IV dirigía al ejército bizantino, y Alp Arslan era general turco.
Romano IV no podía imaginar que, a pesar de la ferocidad de los turcos, el peor enemigo lo tenía en casa. En efecto, siendo palpable su debilidad, los nobles conspiraban contra él. El Emperador rechazó la embajada de paz enviada por los turcos, con la intención de retomar las riendas de su imperio con un golpe de mano. Él, en persona, tomó el control del centro de su ejército, y asignó su ala izquierda al general Brienio, y la derecha a Teodoro Aliates. La retaguardia, en reserva, la asignó al noble Andrónico Doukas. Éste fue el error, porque Romano IV ignoraba que Doukas tramaba traicionar al Emperador.
Los turcos esperaron el avance bizantino, y formaron en forma de media luna, intentando rodear el ejército imperial, con un frente de unos cuatro kilómetros. Romano IV no dudó en lanzar el ataque, y comandando las fuerzas del centro, penetró en las líneas turcas. El centro de Alp Arslan se retiró, y el emperador mordió el anzuelo. Comenzó una persecución que le llevaría todo el día, mientras sus flancos eran duramente castigados por la veloz y mortífera caballería ligera turca, que practicó todo tipo de tácticas esteparias. Aunque Romano IV llegó a saquear el campamento enemigo, poco antes de que anocheciera tuvo noticias de que sus alas estaban siendo destruidas. Detuvo su avance, comenzó la retirada y mandó avisar a Doukas para que avanzara desde la retaguardia y cubriera su avance.
Pero Doukas ya no estaba allí. Había abandonado el campo de batalla. Había dejado a su emperador a merced de sus enemigos, y los turcos, que no se podían creer lo que le estaba ocurriendo a su enemigo, aprovecharon la oportunidad. Cuando cayó la noche, Romano estaba totalmente rodeado, y sus tropas exhaustas y diezmadas por los arcos de los Seljuk. Todo estaba perdido.
Se dice que Alp Arslan recibió con honores a Romano en su propia tienda, y le preguntó qué hubiera hecho con él si le hubiera capturado. Romano respondió que exhibirlo en las calles de Constantinopla o bien matarlo. Alp Arslan le dijo entonces: “Yo haré algo peor. Te perdonaré la vida, y podrás regresar a tu ciudad”. El sultán pidió un cuantioso rescate, y se fijó un acuerdo tributario, que permitiría al imperio mantener a los turcos alejados. También propuso el turco a Romano que se casara con una de sus hijas. Al cabo de un tiempo, Romano fue devuelto a Constantinopla, justo para descubrir que Andrónico Doukas le había depuesto. Capturó a Romano, lo encarceló y lo cegó. El pobre Romano murió poco después debido a la infección.
Pero como Andrónico no respetó el tratado firmado por Romano, los turcos decidieron no respetarlo tampoco. Sin que nadie pudiera oponérseles, entraron de nuevo en Anatolia y fundaron un nuevo sultanato, que se acabaría llamando el sultanato de Rum (es decir, de Roma). Desde aquel momento, Anatolia pertenecería hasta el día de hoy a los turcos.

El mismo año del desastre de Manzikert, los normandos expulsaron a los bizantinos de Bari, en Italia. Y como tampoco los Doukas, que impusieron a un nuevo emperador fueron capaces de oponer resistencia al Turco, y como sus territorios habían quedado limitados prácticamente a la península de los Balcanes, lanzaron un llamamiento de ayuda al Papa de Roma. Este llamamiento acabaría provocando la Primera Cruzada, en 1095, pero esto es otra historia, y la veremos más adelante.

De cómo el imperio, a pesar de las dificultades, se mantuvo hasta que Constantinopla fue conquistada en el siglo XV, tratará el próximo artículo de esta serie.


LOS EJÉRCITOS BIZANTINOS EN DBA
Este artículo hace mención a tres listas de DBA.
III/29: Thematic Byzantine.- Esta lista representa a los ejércitos organizados a partir de las provincias o “themes”. El general es una peana de Cv, que representa a la caballería “tagmática”. Éste era un cuerpo profesional y permanente, que estaba en jerarquía por encima de las tropas provinciales, y que se introdujeron como respuesta a una revuelta provincial en Opsikion, protagonizado por tropas temáticas. La caballería tagmática luchaba en cinco fila: primera, segunda y quinta eran lanceros, y tercera y cuarta arqueros. Es recomendable representar ambos tipos de tropa en esta peana.
Luego encontramos tres peanas de caballería y tres de caballería ligera. Estas seis peanas representan a las tropas temáticas de primera clase. Estas tropas estaban representadas antes en la lista de Maurikian Byzantine como peanas de 6Cv, con lanceros delante y arqueros detrás. En esta época, los arqueros (LH) y los lanceros (Cv), podían operar de forma separada.
Después hay dos peanas de 6Cv, que son tropas temáticas que siguen la táctica antigua de luchar en diez filas. Éstas podrían ser las tropas temáticas de segunda clase.
Nos encontramos entonces dos peanas opcionales de Pk, que reprsentan a los skoutatoi bizantinos, lanceros de carácter fuertemente defensivo, que pueden cambiarse por dos peanas de caballería, que representa más caballería temática. La última peana sería de Ps o Bw, arqueros bizantinos.
III/64. Nikephorian Byzantine. Esta lista representa los ejércitos de Nicéforo II Focas, y en él nos encontramos algunas interesantes variaciones sobre los clásicos ejércitos temáticos. El general sigue siendo Cv, que representa a la caballería tagmática (mezcla de arqueros y lanceros). Ahora bien, encontramos una extravagante depana de 6Kn. Representa a la evolución de la formación en profundidad de la caballería temática. En lugar de caballería acorazada con lanza y arcos, estos jinetes se han convertido en catafractos. Todos van armados con lanzas, mazas y arcos. Sí. Catafractos con arcos.
Vemos también otras cuatro peanas de Cv, que representan más caballerías tagmáticas o temáticas de primera clase, armados con lanzas, en claro detrimento de los arqueros a caballo. De hecho, una solitaria peana de LH parece englobar a lo que queda de los arqueros a caballo bizantinos. Esto parece ser la respuesta a la ágil caballería ligera asiática. Los tratados militares bizantinos recomendaban encarecidamente no perseguirlos con la caballería pesada, y los arqueros a caballo bizantino no podían ser tan numerosos como para responderles adecuadamente. Los arqueros a caballo fueron decayendo en el imperio. Pero esto nos lleva a nuevas tácticas de la infantería, porque la lista termina con cuatro peanas de 8Bw. Estas peanas representan a los skoutatoi con los arqueros, en una formación más cohesionada. La primera fila serían los lanceros skoutatoi y la segunda, los arqueros bizantinos. Por lo tanto, aumenta considerablemente la potencia de los arqueros a pie frente a los montados, mientras que los jinetes se orientan hacia las tácticas de choque.
Por último, cabe mencionar que una peana de 8Bw puede cambiarse por 4Bd, que representa a los Menavloi bizantinos, soldados con arma a dos manos, o bien, desde 988, a los vikingos de la guardia varenga.
III/75.- Konstantinian Byzantine.- Esta lista representa las reformas y estructurales terminadas por Constantino IX, cuando los ejércitos temáticos se redujeron mucho, y se dio entrada a un mayor número de mercenarios. El general sigue siendo Cv, caballería tagmática. Luego hay dos peanas de 3Cv, que representa a lo que queda los ejércitos temáticos: lanceros a caballo. Ni rastro de arqueros montados. Sigue una peana de 3Kn, que representa caballeros mercenarios francos o normandos. Una peana de LH, representa a mercenarios turcos, alanos o pechenegos. La siguiente peana, 4Sp, representa a la Guardia Varenga, que en aquel momento luchaba como lanceros pesadamente acorazados. Siguen tres peanas e 8Bw, que son los skoutatoi formados con arqueros de la lista anterior; dos peanas de Ps, los akontistai, que luchaban en combinación con los skoutatoi y una última peana, con opción de LH (pechenegos o cumanos), 4Bw (más arqueros bizantinos) o Art (lanzavirotes que protegían los campamentos o bien catapultas de asedio).
Essex y Old Glory tienen gamas bastante completas para todo este periodo. Otras gamas de medievales incluyen ejércitos bizantinos a partir de la lista III/75, pues muchas de estas tropas llegaron tal cual a la época de la Primera Cruzada. (Minifigs, por ejemplo).

El califato abásida

domingo, 5 de julio de 2009

Saludos. Esta semana comenzaremos nuestro retorno hacia Occidente desde las estepas de Asia Central. Concretamente, conoceremos a los gobernantes abásidas, que dirigieron las riendas del imperio islámico desde que destronaran a los Omeyas en el 749, hasta la fragmentación del califato en un complejo mosaico de dinastías locales.
Bien, recordemos algunas cosas. La conquista árabe había llegado desde los Pirineos hasta las fronteras de La India. La dinastía Omeya o Ummayad había arrebatado el poder a los Califas Ortodoxos, que habían sido parientes y colaboradores del propio Mahoma. Alí, el cuñado del Profeta, había sido obligado por lo tanto a renunciar al califato. Esto provocó que otras dinastías comenzaran a plantearse que si los Omeyas podían gobernar en lugar de los descendientes del Profeta, ellos también podrían. También provocó corrientes que giraron alrededor de Alí, y cuando éste murió, el descontento aumentó mucho entre ellos.
Por otro lado, en los nuevos territorios, el dominio Omeya se había traducido en la implantación de numerosas ciudades “cuartel” para sus ejércitos. Como los musulmanes estaban exentos de impuestos, muchos campesinos dejaron sus tierras y emigraron a estas ciudades, por lo que las recaudaciones se reducían, y los Omeyas comenzaron a poner trabas a estas conversiones.
También, las clases locales que habían sido apartadas del poder, sólo podían prosperar convirtiéndose en “mawali” o “clientes” de las tribus árabes. Sin embargo, muchos eran personas extraordinariamente capaces y con mayor tradición política y de gobierno, como los nobles persas. Aunque los árabes les consultaban sin cesar, ellos permanecían siempre apartados del poder.

Todos estos factores fueron creando un clima de oposición generalizada a los Omeyas. Y fue en la lejana frontera oriental, en Jurasán (Khurasán, una provincia de la antigua Persia), donde un misterioso personaje llamado Abú Muslim, atrayendo sabiamente a todos los elementos descontentos con los califas gobernantes, proclama la “da'wa”, la revuelta religiosa que derrocaría los Omeyas, en el 745. Pero, ¿quién era Abú Muslim? La respuesta a esta pregunta nos revelará sin duda uno de los más complejas, astutas y exitosas conspiraciones de la Historia.
En el año 741, Abu Muslim no era más que un “mawali” arruinado. Encarcelado, cubierto de harapos y mugre en una sucia prisión de Palestina, entró en contacto sin embargo por un noble árabe de una prestigiosa familia. Éste, que llevaba algún tiempo barruntando sus planes, descubrió que este oscuro personaje poseía algunas virtudes que podrían serle muy útiles: Abú era extraordiariamente carismático. Este noble árabe se llamaba Ibrahim, era imán y pertenecía a la familia de los abásidas.

Lo primero que hay que entender es que los abásidas eran una familia árabe, también procedente de La Meca, y que durante la expansión árabe, había recibido territorios en Palestina, en una pequeña ciudad llamada Humayna. Aspiraban a derrocar a los Omeyas.
Ibrahim, sabiamente, sabía que podía basar la legitimidad de su revuelta en ser descendiente de cuarta generación de Abbas ibn Abn Al-Mutalib, que fue tío del propio Mahoma. Es decir, Ibrahim sabía que cumplía con el primer “requerimiento” que se exigiría a unos nuevos califas: ser parientes del Profeta, a diferencia de los Omeyas.
Ibrahim arregló la liberación de Abu Muslim, y le instruyó en su plan. Debía el “mawali” marchar a la provincia más alejada del nuevo imperio, a Jurasán, en la antigua Persia, donde había emigrado un gran número de familias árabes, donde había muchas tropas vigilando las fronteras contra los turcos y otros pueblos esteparios, y donde muchos nobles persas se veían apartados del poder. Allí, Abú debía proclamar un mensaje religioso: los Omeyas no eran descendientes del Profeta, y atentaban contra los principios del Islam dificultando las conversiones. Por lo tanto, los buenos árabes debían rebelarse contra ellos y elevar a un auténtico descendiente del Profeta en el poder. Sin embargo, Ibrahim ordenó a Abú que bajo ningún concepto revelara el nombre del nuevo aspirante a califa. Ésta era la clave del plan. Abú debía provocar la rebelión en la frontera del imperio y avanzar contra los Omeyas marchando hacia el oeste, mientras Ibrahim y su familia aguardaba acontecimientos en Palestina.
Una antigua profecía había predicho que del Este vendría un ejército victorioso portando banderas negras, para mayor gloria del Profeta. Abú adoptó estas banderas negras para los ejércitos que consiguió reunir con los árabes de Jurasán, y los guió a la batalla. En aquel momento, el califa Omeya era Marwan II, y la oposición a su familia se había extendido por todo el imperio, por lo que su situación era extremadamente caótica. Aprovechando esta debilidad, Abú Muslim asaltó y tomó la ciudad de Merv en el 748. Y mientras el resto del imperio se desintegraba, al año siguiente, sus tropas entraron en Kufa.

Mientras, Marwan había sido informado de que la más peligrosa revuelta, la de Abú, podría haber sido instigada por el cercano imán Ibrahim. Los guardias de confianza de Marwan, en el intento de capturar a Ibrahim, le mataron, justo a cuando Abú Muslim acababa de entrar en Kufa. Con el plan abásida descubierto, ya no había marcha atrás. Un nuevo líder tomó las riendas de los abásidas, y envía un mensaje a Abú Muslim para que le proclamara Califa desde Kufa. El candidato secreto iba a ser por fin revelado. El mensaje lo firmaba el que sería el primer califa abásida: Abdullah ibn Muhammad al-Saffah. Era el año 750, y al-Saffah, al frente de su propio ejército, poco después, derrocó a Marwan, que se vio atrapado entre las fuerzas de Abú y las del propio Al-Saffah.
Sin embargo, el nuevo califa no satisfizo a todos los que habían participado en la rebelión, de modo que al-Saffah tuvo que negociar para mantener la lealtad de antiguos jefes militares árabes. Sin embargo, el nuevo califa murió repentinamente en el 754, y la cuestión sucesoria destapó la todavía inestable posición abásida. La “da'wa” se dividió alrededor de dos aspirantes principales: Abú Ya'ffar, conocido como al-Mansur, y su tío Abd-Allah.
Y fue entonces cuando el poder de Abú Muslim y sus ejércitos jurasaníes hizo que la balanza se inclinase rápidamente en favor de Al-Mansur, que en ese mismo año se proclamó califa. Sin saberlo, Abú Muslim había firmado su propia sentencia de muerte. Al-Mansur, incluso favorecido por él, se asustó al comprobar la enorme influencia de Abú, y vio claro que si éste alguna vez se le ponía en contra, no podría hacer le frente. Por lo tanto, Abú Muslim murió por orden del mismo califa al que había ayudado a llevar al poder. Así terminó su asombrosa historia.

Con Al-Mansur comenzó en realidad el califato abásida, y también, la era del auténtico esplendor islámico. Reformó el gobierno, estableciendo los nuevos cargos, reorganizando la profesionalización del ejército. Además, Al-Mansur fundó una ciudad para los sueños: Madinat al-Salaam, la “Ciudad de la Paz”, más conocida como Bagdad. En efecto, si los Omeyas gobernaron desde Damasco, Al-Mansur gobernó desde Bagdad. Además, cuidó mucho la cuestión sucesoria, que trató de mantener dentro de su familia. Así, cuando murió en el 775, fue su propio hijo, Al-Mahdi quien se erigió como nuevo califa.
Al-Mahdi inauguró un proceso de estabilización y prosperidad económica sin precedentes. Mientras en Europa estaba sumida en una era de oscuridad de ignorancia, Bagdad se fue convirtiendo en la ciudad más esplendorosa del mundo. Y además, Al-Mahdi se puso al frente de una nueva “yihad” que llevó a sus ejércitos a La India, la Transoxiana y Anatolia, donde se enfrentaron con enorme fiereza con los ejércitos del imperio bizantino.
En el año 786 fue sucedido por Al-Rasid. Fue éste un gobernante exitoso y enormemente conocido, con una personalidad compleja y contradictoria. Mientras sus detractores le acusaban de desentenderse de los asuntos de sus súbditos, Al-Rasid se centró en continuar la violenta guerra contra los bizantinos. Su nueva “yihad” avanzó por Anatolia imparable, y llegó a las afueras de Constantinopla, pero allí fue finalmente rechazado. Centró entonces su interés en los puertos del Mediterráneo, el Mar Rojo y el océano Índico. Asignó tropas y flotas, y los comerciantes árabes llevaron sus naves y mercancías a costas tan lejanas como África, Sri Lanka o incluso más allá. Estos audaces comercianes serían inmortalizados en la figura de Simbad el Marino en los cuentos de “Las mil y una noches”.
Mientras, la vida urbana, gracias a las mayores aportaciones que pudieron hacer los “mawali”, prosperó, y se alcanzó un progreso tecnológico y cultural sin parangón en su época.
La agricultura mejoró extraordinariamente, y se abrieron hospitales públicos para enfermos y leprosos. El califato de Al-Rasid fue la Edad de Oro del Islam, y el eco de su grandeza llegó hasta la lejana Europa: un día llegaron a Bagdad unos extraños emisarios, que se presentaron como embajadores del rey Carlomagno. La diplomacia funcionó. Incluso se dice que Al-Rasid regaló a Carlomagno un elefante asiático.

Toda Edad de Oro llega a su fin, y la sucesión de Al-Rasid causó ésta. Había nombrado sucesores a sus tres hijos: Al-Amin, Al-Mamún y Al-Qasim. Cuando Al-Rasid murió, sus hijos no tardaron en provocar una guerra civil. Fue Al-Mamún, desde su gobierno de Jurasán, y apoyado por los Tahirids, quien finalmente se impuso a sus hermanos en el 813, después de asediar Bagdad durante catorce meses, y tras tomarla sólo tras una cruenta lucha calle por calle. Por ello, los Tahirids serían recompensados con el gobierno hereditario e independiente (pero leal al califa de Bagdad) del territorio de Khurasán, estableciéndose así la primera dinastía jurasaní de una serie muy interesante, que estudiaremos en futuros artículos. Sin embargo, la guerra civil provocó la independencia de facto de los territorios norteafricanos. Tras este conflicto, el imperio se había reducido, aunque siguió siendo muy poderoso.
Al-Mamun murió en el 833 en una campaña contra los bizantinos, y fue sucedido por al-Mutasim. Este califa tomaría una decisión que, con el tiempo, cambiaría para siempre la historia del Islam. Merece la pena detenerse en este aspecto.
Hasta Al-Rasid, los ejércitos abásidas habían sido los mismos que los de los Omeyas. Sin embargo, en la primera reforma de Al-Rasid, se había creado un ejército en Jurasán en el que se había incluido un gran número de tropas persas a caballo, nobles que mantenían la tradición bélica directamente heredada de los sasánidas, y que se basaban en un mayor uso de los arqueros acorazados a caballo, en lugar de los lanceros acorazados a caballo árabes. Pero estas tropas seguían siendo básicamente musulmanas. Sin embargo, Al-Mutasim comenzó a enrolar tropas esclavas turcas en los ejércitos, que también usaban táctica más parecidas a las jorasaníes, pero con una mayor fiereza si cabe. Estos esclavos turcos comenzaron a formar el núcleo de los ejércitos, y sus propios generales esclavos fueron estableciendo linajes que permanecieron al servicio del califa. Estos turcos serían conocidos como “ghilmen” o “Mamluks”, y en su época se convirtieron en el epítome del arquero acorazado a caballo.
Con estas fantásticas y feroces tropas en los ejércitos, Al-Mutasim puso fin a numerosas revueltas que desestabilizaron su gobierno, y mantuvo la guerra en todas sus fronteras. Además, el creciente poder del factor turco provocó que el centro de poder califal pasara de Bagdad a Samarra, más cerca de las estepas. Sin embargo, la nueva capital se limitó a ser la sede del ejército, pues Bagdad siguió sin rival en cuanto a esplendor y cultura.

Al-Wathiq fue nombrado califa en el 843, y otorgó grandes parcelas de poder a generales turcos. Desde ese momento, la infiltración de los “esclavos” turcos cambió el equilibrio de poder en la corte abásida. No pasó mucho tiempo antes de que algunos comenzaran a preguntarse quién servía a quién.
Como este califa no nombró sucesor, Al-Mutawakkil llegó al poder apoyado por los turcos, pero luego, cuando se sintieron decepcionados por su actitud hacia ellos, lo mataron en el 861 y le ofrecieron el poder a su hijo Al-Muntasir, que se mostró mucho más “maleable” para sus intereses. Este momento marca el fin del poder unificado de los abásidas. Los generales y líderes militares del ejército, sobre todo los turcos, y también los más tradicionales que se oponían a ellos, comenzaron una serie de movimientos que terminaron con la aparición de numerosas dinastías islámicas regionales, que fueron independizándose del poder central del califa, y así, el estado unificado desapareció. Aparecieron así, entre otras dinastías, los safáridas primero y luego los gloriosos samánidas en Jurasán (descendientes de los persas) ; los gaznávidas (turcos) en las estepas; los fatimíes (árabes) en el Magreb, los tuluníes en Egipto, los Hamdánidas (beduínos) en Yazira (Irak), dinastías Dailami (iranias) en Irán, etc. Hablaremos de algunas de ellas en próximos artículos.

Los siguientes califas abásidas también tuvieron que enfrentarse a graves conflictos en las áreas que todavía gobernaban. La revuelta de esclanos negros zanj comenzó en 869 en las zonas pantanosas del Eúfrates, donde eran llevados a trabajar, y no pudo ser controlada hasta el 883.
Los cármatas se revelaron en la zona del Golfo Pérsico, y con la ayuda de muchas tribus beduías, allá por el 900, guiados por Abu Said. Se enfrentaron a los ejércitos califales con gran derramamiento de sangre. Saquearon caravanas y ciudades, desestabilizando el poder abásida hasta el límite. En 929 atacaron incluso La Meca y se apoderaron de la Piedra Negra. Sin embargo, el movimiento comenzó a debilitarse en el 945.
Para entonces, los califas abásidas estaban totalmente agotados. De modo que fue una dinastía, procedente de las regiones montañosas del norte de Irán, los dailami Búyidas, que hacía poco que habían sido islamizados, pero cuya feroz infantería mercenaria formaba parte de los ejércitos árabes desde los Omeyas, entre los feroces Dailami, quien ocupó Bagdad. Los búyidas mantuvieron el califato con valor representativo, pues el poder lo detentaron ellos desde entonces, y hasta que fueron derrotados por los turcos Seljuk cien años más tarde. Protagonizarían el denominado “intermedio iranio”, en el que el poder recayó en pueblos persas, después del gobierno de los árabes y antes del de los turcos que estaba por llegar.

Durante el califato abásida, como ya hemos dicho, la vida urbana y la cultura prosperó enormemente, y ello fue sin duda debido al nuevo clima creado por los abásidas. Aunque los árabes siguieron gobernando y mantuvieron su cultura y su diferenciación racial, los “mawali” puedieron participar de forma más directa, y pudieron aspirar también a puestos de poder. Esto permitió que persas, egipcios, sirios y muchos otros, con una rica tradición cultural, se pusieran al frente de numerosos negocios y puestos de gestión. También los Dhimmis, los no musulmanes, aportaban sus conocimientos de artesanía y comercio, y pagaban impuestos especiales a las arcas del califa.
Las pudientes clases gobernantes consumían todo tipo de bienes de lujo. Los artesanos y comerciantes creaban y transportaban preciosas mercancías a todos los lugares del imperio. Aparecieron los mercados como emplazamientos físicos permanentes, como en Bagdad.
Por lo tanto, la menor importancia que se dio a la pertenencia de cada individuo a su raza, en favor de una mayor hermandad universal de los musulmanes, provocó fusiones e influencias verdaderamente esplendorosas, que han dejado en la Historia una imagen imborrable, y un riquísimo legado como las narraciones asombrosas de “Las mil y una noches”, recopilado en el siglo IX, donde a través de sus cuentos, podemos atisbar retazos de aquella Edad de Oro.

LOS ABÁSIDAS PARA DBA
La lista para DBA de los abásidas es la III/37, Abbasid Arab. La lista presenta dos variantes cronológicas debidas precisamente a lo que se ha comentado antes:
La opción “a” llega hasta el 835, es decir, justo antes de la inclusión masiva de los “ghilmen” turcos. Por lo tanto, se compone de las tropas árabes que ya vimos en la lista de los Omeyas, aunque hay algunas variaciones. El general y tres peanas más con Cv, que representan a los lanceros árabes.Yo recomendaría que una de estas peanas se sustituyera por caballería acorazada con arco de Jurasán, al estilo persa, si se pretende hacer el ejército de Al-Mamún. Luego hay tres peanas de 3Bw o 2Ps, que representan arqueros árabes. Luego hay tres peanas de Sp, que representan a los lancero árabes que desarrollaron los Omeyas, con un papel más defensivo para contener a la caballería enemiga. Estos lanceros solían estar apoyados por arqueros hostigadores, y por ello los arqueros pueden ir tanto solos (como Bw) como hostigadores (Ps), pudiendo prestar apoyo trasero a las lanzas. Luego hay una peana opcional entre Wb (creyentes musulmanes voluntarios y fanáticos) o LH (caballería ligera beduina o jurasaní), y una última peana opcinal entre 4Ax (feroces montañeses dailami) o LH (de nuevo beduina o jurasaní).
La opción “b” representa a los ejércitos ya conformados a partir de enormes contingentes de ghilmen (en singular, ghulam). El general es caballería, que representa a lanceros árabes o bien nobles jorasaníes, al modo persa. Luego hay tres peanas de caballería, que son los ghilmen: arqueros acorazados a caballo al modo turco. Luego, tres peanas de 3 Bw (arqueros árabes) (en la lista del manual hay un error tipográfico pone 3x6Bw, cuando debe poner 3x3Bw). Luego, dos peanas opcionales algo complejas: 2x3Bw, arqueros árabes, o bien, una peana de lanzas defensivas árabes o esclavos negros (4Sp) y una peana de arqueros árabes o negros, que puede ser 3Bw o bien 2Ps, según se prefiera. Es decir, los abásidas usan muchas menos lanzas que los Omeyas, en favor de mayor número de arqueros, cuya efectividad contra caballería es mayor, pues son verdaderamente letales contra montados.
Luego hay una peana de LH, que puede ser caballería ligera jorasaní o turca tribal (arqueros a caballo sin armadura). Otra peana es opcional entre 3Wb (fanáticos voluntarios árabes) o Cv (lanceros árabes tradicionales, en minoría tras la llegada de los turcos al ejército). La última peana también es opcional entre 4Ax (montañeses dailami) y LH, que (arqueros a caballo jorasaníes o turcos, o beduinos).

Que yo sepa, estas gamas están completas en Minifigs, Essex y Old Glory 15's. Las de Old Glory son especialmente vistosas.