Historia de los búlgaros

viernes, 25 de septiembre de 2009

Saludos. Esta semana hablaremos de un estado que rivalizó con el poder de Bizancio, y que a punto estuvo de absorber todo el imperio. Valientes y temibles guerreros, a lomos de sus hermosos corceles, los búlgaros heredaron el poder de las llanuras que antes habían ostentado ávaros, hunos y sármatas.

Para empezar, como siempre, tenemos que saber quiénes eran los búlgaros. Pues bien, recordemos que los hunos habían invadido Europa desde Asia allá por el siglo IV-V de nuestra era. Los búlgaros eran un conjunto de tribus turcas (utrigur, onogur y kutrigur, entre otras) que ya se había asentado alrededor del Volga, en el siglo II. Cayeron bajo el poder de los hunos, y les acompañaron en sus correrías. Eran una tribu esteparia clásica, de vida nómada, en busca de pastos y botín en sus feroces correrías. Los búlgaros, como todos los pueblos de la estepa, eran excelentes arqueros a caballo.

Tras la muerte de Atila, el rey de los hunos, las tribus que habían formado su terrible ejército se fueron separando, y su inestable imperio, desintegrando en pocos años. Los búlgaros se dispersaron hacia el este, aunque muchos participaron, enrolados como “federados” en los ejércitos bizantinos, en las campañas contra los ostrogodos, pero a mediados del siglo V, los utrigur y los kutrigur comenzaron a guerrear entre ellas, lo que las debilitó. Cuando los ávaros se establecieron en las fronteras del imperio bizantino, los kutrigur cayeron en su poder, mientras que los utrigur fueron sometidos por los gökturks, o Turcos Celestiales, que estaban en el apogeo de su poder.

Sin embargo, tras el dramático y fallido asedio ávaro de Constantinopla del 626, surgió un khan cuyo nombre pasaría a la Historia como el primer unificador del pueblo búlgaro: Kuvrat. Conozcamos algo de su historia.

Se conoce poco de su vida. Pertenecía al linaje de khanes de los utrigur, el clan Dulo. Algunos afirmaban que descendía del propio Atila. Se sabe que Kuvrat pasó su juventud en Bizancio, ya fuera en calidad de rehén de algún tratado con los ávaros, o bien en busca de protección de las guerras sucesorias de los turcos. Según el historiador Juan de Nicea, Kuvrat fue educado como un patricio bizantino, e incluso fue bautizado, y pasó mucho tiempo en la corte del rey Heraclio, de quien se hizo muy amigo.


El tiempo pasó. Los ávaros se estrellaron contra los muros de Bizancio en el 626, y los bizantinos supieron que su estrella se eclipsaba. Mientras, Heraclio había llegado a un acuerdo con los gökturks y habría paz con ellos. Kuvrat, con el bagaje cultural, noción de estado y conocimientos adquiridos, supo que era el momento de regresar a los suyos. Tomó el poder de los utrigur manos de su tía Organa, que había actuado de regente hasta ese momento, y convenció a los kutrigur a que se rebelaran contra sus amos, uniéndose a él. Entonces, se lanzó sobre la frontera de los ávaros, a quienes venció rápida y contundentemente, expulsándolos de las tierras del Volga. Después, extendió su reino hasta ocupar el delta del Danubio.

En el año 635, Heraclio reconoció el primer estado búlgaro, y selló una importante alianza con ellos. Así nació la Gran Bulgaria. Este estado permitió asegurar el camino de cualquier amenaza que viniera de las estepas de Asia.

Durante toda su vida, Kuvrat fue fiel a su alianza con los emperadores bizantinos, y su reino se mantuvo fuerte e independiente de los gökturks, que por entonces estaban inmersos en una cruenta guerra sucesoria. Sin embargo, la Muerte dio alcance al viejo jinete en el 665. Lo enterraron junto a su peso en oro y plata, y la ubicación de su tumba cayó en el olvido. En 1912, unos campesinos ucranianos encontraron por accidente el lugar donde reposaban sus nobles huesos. Se supo que era él por la inscripción de su anillo. Actualmente, el tesoro de Pereschepina, como se denominó, es uno de los más hermosos jamás encontrado como ajuar fúnebre.

Entre los pueblos esteparios son comunes las historias en las que un khan muestra a sus hijos, con un haz de flechas, que mientras estén unidas, las flechas no pueden romperse, pero una a una, pueden quebrarse fácilmente. Con esta fábula intentaban que las diferentes tribus que formaban cada confederación se mantuvieran unidas, y sus líderes, fieles unos a otros. El caso de los búlgaros no fue una excepción, y, al principio, fue el mayor de los cinco hijos de Khan Kuvrat, llamado Batbayan, el que heredó el trono.

Pero recordemos que a mediados del siglo VII, los Tang, ayudados por la traición de los uigures, habían disuelto el imperio turco occidental. El Ashina, el clan real de las montañas Altai tuvo que poner estepa de por medio, y, marchando hacia el oeste, fueron acogidos por una de las tribus de su confederación: lo jázaros o khazars. Y así, con estos nuevos líderes, los jázaros comenzaron una rápida expansión hacia occidente, justo por el camino que llevaba hasta la Gran Bulgaria.

Fue una guerra terrible y rápida. En el 670, la unidad de las tribus búlgaras se había desintegrado. Para colmo, los jázaros habían sido aliados de los bizantinos durante la campaña de Georgia. Los hijos de Kuvrat debieron sentir probablemente que la admiración que su padre había sentido hacia el imperio de los griegos no había servido para que éste les ayudara en su apurada situación. Entonces, el pueblo se dividió en dos ramas: la primera fue liderada por Kotrag, hijo de Kuvrat, y la segunda por su hermano Asparuh, el menor los cinco herederos búlgaros, y cada uno tiró por su lado. La rama de Kotrag, que básicamente se componía de los kutrigur, emigró hacia el este. Remontó las orillas del Volga hasta su curso medio, donde confluía con el río Kama y allí formaron un estado que se denominó Bulgaria del Volga. Su historia se perdió en su mayor parte, pero se sabe que fueron súbditos de los jázaros, aunque mantuvieron su identidad nacional. Ayudó a ello el hecho de que, en el siglo IX abrazaron el Islam. Se convirtieron parcialmente en agricultores, aunque también mantuvieron sus rebaños y conservaron el modo de vida nómada. Consiguieron mantener cierta independencia, aunque sujeta a vasallaje, hasta el siglo XIII. Incluso consiguieron repeler la primera embestida del imperio mongol. Finalmente, fue conquistada por la Horda de Oro, y los búlgaros se terminaron integrando en el conjunto de los tártaros.


Sin embargo, nos centraremos ahora en los demás búlgaros, los que siguieron a Asparuh. Él no quiso ir hacia el este. Tal vez pensó que si se veían obligados a abandonar su país, tal vez fuera culpa de aquéllos a quienes tanto admiraba su padre, ésos que en un momento de necesidad, no habían prestado auxilio a sus antiguos y más fieles aliados. Asparuh decidió emigrar en dirección sur, cruzando el Danubio, dispuesto a cobrarse a costa de Bizancio lo que había perdido frente a los jázaros. Y el momento era propicio. En aquel momento, la capital del imperio estaba siendo asediada por Muawiyah I, de los Omeyas. Unos treinta mil búlgaros avanzaron por las orillas del Mar Negro, por las tierras que ya habían sido abandonadas por los ávaros, y que estaban siendo trabajadas por los pueblos eslavos de las Siete Tribus y los Severiano, que, a diferencia de sus anteriores amos ávaros, aprovechaban las campañas de invasión y saqueo para ocupar el territorio de forma permanente. Asparuh pactó con todos ellos, y, erigiéndose como nuevo líder de aquel conglomerado de búlgaros a caballo y eslavos a pie, comenzó a atacar los territorios tracios del imperio. En el 680, el emperador Constantino IV les presentó batalla, y fue tan aplastantemente derrotado en Ongala, que al año siguiente, los bizantinos pactaron el pago de tributos al recién reconocido estado de Bulgaria.

Asparuh se dio cuenta de que su nuevo país debía organizarse de mantera distinta al estado estepario de la Gran Bulgaria. Para empezar, la población eslava poseía un modo de vida sedentario, y eran capaces de producir productos agrícolas. Por otro lado, el territorio no era una simple estepa. Por lo tanto, la élite militar búlgara se fue desligando del nomadismo pastoril, y pasaron a ser sostenidos en núcleos militares permanentes por la población agrícola circundante. El khan incluso estableció una capital fija, Pliska. Aquello era nuevo para los búlgaros, y esta economía, parcialmente agraria, les reportó grandes ventajas respecto a su modo de vida anterior, tal y como se vería en los años siguientes.


El tiempo pasó. Durante el siglo VIII, las guerras entre Bizancio y Bulgaria fueron continuas. Y a principios del siglo IX, el emperador Nicéforo I inició una dura campaña contra los búlgaros, que le llevó casi hasta su capital. Por aquel entonces, el khan búlgaro era Krum, que terminaría doblando el territorio gobernado por él. Incluso llegó a establecer una frontera con los francos orientales. Dominó el territorio de Panonia y los Cárpatos, y por el otro lado, llegó hasta el Dniéper. Krum era un formidable adversario para el imperio, y a pesar de los éxitos iniciales de Nicéforo I, no se desanimó. Le plantó cara. Sus tropas, formadas tanto por hombres como por mujeres, habían aprendido a luchar mediante emboscadas y ataques por sorpresa, bien situados y lanzados desde posicioens ocultas en valles y laderas. A pesar de haber penetrado en Bulgaria con éxito, la retirada de Nicéforo I se convirtió en una pesadilla. Tras una compleja trampa, el ejército imperial fue aplastado, y el emperador cayó muerto. Era el año 811. A continuación, Krum se tomó la revancha. Invadió Tracia por el este, y siguió. Krum sólo se detuvo ante los muros de Bizancio. Simplemente les echó una dura y larga mirada desde su montura, y, satisfecho, ordenó a sus tropas regresar a sus tierras.

Khan Krum también es recordado como el primero en escribir leyes para su nuevo pueblo eslavo-búlgaro. Creó subsidios para los mendigos, entre otras cosas, y sus súbdios siempre le consideraron un monarca magnánimo.

Poco después de la muerte de Nicéforo, el nuevo emperador, León V concertó un encuentro con él cerca de Bizancio, al que debían acudir sin armas. El Emperador se la jugó a Krum, y a duras penas, y no sin heridas, consiguió escapar. Cuando regresó para vengarse, su ejército destruyó todos los barrios de extramuros de la capital, así como otras dos ciudades, que quedaron arrasadas hasta los cimientos. Y al poco, Krum murió.


Hubo un periodo de relativa paz con Bizancio. Después de Krum, gobernaron Omurtag, Presian y luego, un nuevo personaje para la Historia: Boris, el primer Zar (nótese que ya no es Khan) búlgaro. Hasta ese momento, los búlgaros habían sido paganos, y adoraban al dios Tengri. Los eslavos bajo su control también eran paganos, y seguían los dictados de su dios Perun.

Boris tuvo dificultades en su reinado, y sufrió varias derrotas a manos de serbios y croatas, que, azuzados con dinero de los francos orientales (que habían apoyado al a Iglesia de Roma, y a cambio, habían recibido el poder imperial de manos el Papa), intentaban ampliar sus territorios hacia el este. La Iglesia de Roma veía así la posibilidad de medrar cada vez más al este, y sacudirse el control de la iglesia oriental. Ante todas las dificultades, y buscando una gran alianza con Bizancio, aceptó bautizarse. A cambio, le fue reconocido el título de “César” de toda Bulgaria. Es decir, Bizancio compartía algo de su poder imperial, un porción de su legitimidad para gobernar el mundo. César, es decir, “Caesar”, pronunciado en búlgaro, fue acortándose hasta quedarse en la palabra “Tzar”, es decir, zar.

Boris tuvo que asesinar a algunos boyardos a quienes no gustó nada la nueva religión, y luego, prosiguió con la conversión. Pero pronto comenzó a maniobrar para que su iglesia ortodoxa fuera independiente. Pidió a Bizancio un arzobispo que se encargara de la organización. Además, Boris acogió a los discípulos de Cirilo y Metodio, que habían sido expulsados de Moravia.

A finales del siglo IX, abdicó en favor de su hijo Simeón I de Bulgaria. Éste fue un rey excepcionalmente belicoso y hábil en la guerra, Tras la primera victoria frente a Bizancio, estableció nuevos tributos. Pero Simeón se dio cuenta de que el título de “basileus”, es decir, Emperador, le quedaría mejor a él que a los pusilánimes a los que debía enfrentarse. Invadió de nuevo Tracia en el 913y se dirigió decididamente hacia Bizancio. Sólo la negociación “in extremis” con el Patriarca de Constantinopla detuvo su ataque. Reclamó para sí el título de “Emperador de búlgaros y romanos”, aunque se quedó satisfecho con la promesa de boda de su hija con el Basileus, lo que unificaría ambos tronos.

Aquel acuerdo nunca se cumplió, y Simeón, en el 917, volvió a atacar al imperio. Los bizantinos intentaron pactar con los pechenegos para que atacasen por el norte el país de los búlgaros, mientras ellos entraban por el sur. Pero el zar era hábil en cuestiones políticas, y consiguió que, oportunamente, el ataque pechenego se descoordinara. El ejército imperial fue totalmente aplastado en la batalla de Anquialo.

En el terreno político, Simeón consiguió que su iglesia búlgara fuera ascendida a Patriarcado. Por lo tanto, comenzó a funcionar de manera independiente. Con el nuevo alfabeto cirílico, pronto hubo herramientas para crear la primera tradición literaria eslavo-búlgara, que terminaría de dotar de identidad a los búlgaros.


Simeón murió en el 926, y con él se fue la era más gloriosa de su pueblo. A mediados del siglo IX ascendía al trono imperial Nicéforo II, que comenzó la guerra definitiva contra los búlgaros. Los sucesores de Simeón no estuvieron a su altura. A pesar del asesinato de Nicéforo II, su sucesor y asesino, Juan I, terminó con éxito la campaña en el 971. Los ejércitos búlgaros habían sido derrotados ante los nuevos emperadores. Juan I ocupó sus ciudades, y desplazando a su rey, Boris II, convirtió el estado en una nueva provincia.

Pero no todo parecía perdido. Entre los boyardos prisioneros que fueron llevados a Constantinopla, estaba un tal Roman, el último de la dinastía de Krum . Pues bien, resulta que otros boyardos, los Cometopuli, habían huido al otro lado del río Iskar, y mantenían unido lo que quedaba del ejército. Samuil era su general. Tras una espectacular fuga, Roman consiguió llegar hasta ellos, y Samuil, pensando más en el interés de su pueblo que en el suyo, le reconoció como nuevo Zar en el 976, mientras él se reservaba el mando del ejército. Durante las siguientes tres décadas, este renacido, pero más débil, estado búlgaro siguió combatiendo y lanzando incursiones contra Bizancio, pero también contra los serbios y croatas. Cuando Roman murió, Samuil se convirtió en el último zar, y primer representante de la fugaz dinastía Cometopuli. Sin embargo, en 1003 comenzaron a perder terreno. El emperador Basilio II, sucesor de Juan I, ocupó Pliska, la capital, y persiguió a los búlgaros hasta derrotarlos definitivamente en 1014, en la batalla de Belasitsa. Desde ese momento, Basilio II sería apodado “Bulgaróctonos”, es decir, “matador de búlgaros”.

Hasta un siglo después, no comenzaría la historia de una nueva Bulgaria, pero la dejaremos para otros artículos.

Cabe preguntarse cómo es posible que los búlgaros derrotaran a tantos ejércitos imperiales, y, sin embargo, bastara la exitosa campaña de Nicéroforo II y Juan I para acabar con ellos. No debemos olvidar el hecho de que las incursiones búlgaras tenían intenciones muy diferentes a las de los bizantinos. Para los búlgaros, el imperio era una fuente de riquezas que podían saquear o ganar en forma de tributos. Sus líderes mantenían un punto de vista de los nómadas esteparios. Sólo Simeón, al intentar unificar ambos tronos, tuvo la visión de Estado suficiente para prever cuál sería la solución a las continuas guerras. Tal vez él sabía que aunque derrotaran a los emperadores una y otra vez, éstos necesitarían únicamente una gran victoria para borrarlos del mapa. Porque éste era el objetivo de las campañas bizantinas: eliminar a los agresores y asegurar las fronteras.


LOS BÚLGAROS EN DBA.

Hay dos listas para representar a los ejércitos mencionados en este artículo.

III/32. Búlgaros del Volga. Esta lista representa a los ejércitos del estado que fundaron los “búlgaros de plata” que marcharon con Kotrag hacia el curso medio del Volga. Es un ejército clásico de las estepas. Cinco peanas de Cv, una de ellas siendo el general, representan a los boyardos o nobles búlgaros, que portaban hermosas armaduras (al estilo de la caballería rusa, los “bogatires”), y eran temibles arqueros a caballo. También, sobre todo antes del siglo XII, lucían a veces turbantes como los árabes. Luego hay tres peanas de LH, que representan tanto a jinetes tribales búlgaros como a tropas ugrofinesas, autóctonas de la región, y que adoptaron el modo de lucha nómada de sus nuevos amos búlgaros. Estas tribus también aportaban arqueros, con arcos no compuestos ni recurvos, sino de tipo plano, hechos de madera (para que os hagáis una idea, los arcos típicos de los indios). Hay dos de éstas peanas de arqueros. Finalmente, dos peanas de hordas, que representan a los habitantes de los poblados y ciudades del territorio, cierran la lista.


III/14.- Búlgaros tempranos. Esta lista representa los ejércitos de la Gran Bulgaria, así como los de la Bulgaria danubiana que luchó contra el imperio bizantino.

La variante “a” representa a la Gran Bulgaria. Se trata de un general y otra peana de Cv, los boyardos o nobles, equipados con armaduras y arcos. Ésta peana es opcional con una LH. Por último hay otras diez LH, que representan a los arqueros a caballo búlgaros.

La variante “b” representa los ejércitos de Asparuh hasta Krum. En este momento, los búlgaros ya dominaban muchas tribus eslavas, que aportaron gran parte de los soldados. El general y dos peanas más son Cv, que representan a los boyardos, equipados con armaduras, arcos y espadas. Todavía luchaban con tácticas esteparias. Les siguen cuatro peanas de LH, que son arqueros a caballo búlgaros, y aquí comienza la presencia eslava. Hay cuatro peanas de Ax (guerreros equipados con lanzas ligeras y escudos) y una de Ps (arqueros y exploradores eslavos)

La variante “c” muestra las reformas estatales introducias por Khan Krum. La parte montada es igual que la anterior, pero hay un cambio sutil. Las Cv ya están equipadas con lanzas, además del arco, porque en sus tierras, no tan abiertas como las llanuras, la guerra estaba evolucionando a enfrentamientos más directos,, ataques por sorpresa y a rápidas emboscadas lanzadas desde lugares ocultos y abruptos. Además, las tropas eslavas comienzan a formar de manera más densa y defensiva, aprestando mejor defensa contra la caballería enemiga. En lugar de ser Ax, ahora tenemos cuatro peanas de Sp. La misma peana de Ps cierra la lista.


Hay muchas marcas que tienen minis adecuadas para estas tropas. En general suelen estar categorizadas como “Asiatic horse armies” o o cosas así. Essex, Old Glory y Minifigs tienen gamas adecuadas.

Crisis de la República Romana V: Cicerón y Lúculo

sábado, 19 de septiembre de 2009

Nuestro colega Xoso ha preparado esta quinta entrega de su serie sobre los últimos años de la República Romana. Un excelente trabajo sobre un periodo sumamente complejo. A disfrutarlo con salud.

Si en el artículo anterior repasábamos la campaña de Pompeyo en Hispania (76 - 71 a.C.) y la guerra servil de Espartaco (73 - 71 a.C.), me gustaría dedicar el siguiente apartado a una de las figuras más peculiares de aquella época. Se trata de Marco Tulio Cicerón, sin duda un personaje bastante secundario en el gran conjunto de acontecimientos que constituyen la crisis de la República romana en el s. I a.C., pero cuyos escritos, discursos y correspondencia nos ofrecen un relato de primera mano de muchos de los sucesos de entonces. Además, sus casi 900 cartas conservadas no fueron retocadas para su publicación, lo cual añade un punto adicional de viveza e inmediatez a su testimonio.

Cicerón nació en el año 106 a.C. en Arpinum, una pequeña población de Campania. De ascendencia oligarca y perteneciente a la gens Cornelia, se trasladó a Roma durante su niñez, en compañía de su hermano pequeño Quinto. Ya en su juventud, recibió importante influencia de oradores como los Escévolas, durante cuyas clases de derecho civil conoció a su gran amigo, Pomponio Ático. Más tarde desempeñó el obligatorio servicio militar combatiendo en la Guerra de los Aliados. Avanzada la década de los 80, tras completar su formación retórica y jurídica, entró en contacto con la filosofía platónica, especialmente Filón de Larisa. A través de sus enseñanzas adoptó Cicerón la doctrina del escepticismo, a la que habría de permanecer afín el resto de su vida.

Sus afiliaciones políticas durante esta etapa temprana resultan algo más difíciles de esclarecer. A finales de los 80 participó como abogado en diversos procesos judiciales, en ocasiones defendiendo a marianistas e incluso atacando directamente algunos aspectos del régimen silano. Ya fuese por esto último u otros motivos, en el 79 a.C. Cicerón se marchó de Roma (según Plutarco para escapar de una posible venganza de Sila) y recorrió Grecia los dos años siguientes. Es entonces cuándo conoce a Antíoco de Ascalón (discípulo de Filón) y a Posidonio de Apamea, durante su estancia en Rodas. Cicerón regresará a Roma tras la muerte de Sila y continuará su cursus honorum con normalidad, siendo cuestor de Sicilia en el año 75 a.C.

Lúculo en Oriente.

Si la estabilidad política de Asia Menor era frágil tras la marcha de Sila rumbo a Italia en el 83 a.C., muerto el dictador unos pocos años más tarde la situación se desmoronó definitivamente. Mitrídates intentó desperadamente que el senado romano ratificase el tratado de paz que había firmado con Sila en Dárdano (85 a.C.), algo que no consiguió. El motivo era muy sencillo: Sila no poseía ningún tipo de legitimidad formal en aquellos momentos, por lo que a ojos del senado aquel tratado no pasaba de un simple acuerdo privado.

Resignado, Mitrídates comenzó a prepararse para un nuevo enfrentamiento, que tanto él como los romanos consideraban inevitable. En el año 74 a.C. selló un pacto con Quinto Sertorio, para apoyarlo en su rebelión en Hispania y mantener a Roma atrapada entre dos frentes. A cambio de dinero, barcos y armamento (tal vez nunca llegaron, o en todo caso en reducidas cantidades), Sertorio envió asesores militares a Mitrídates, que le serían muy útiles de cara a la guerra que se avecinaba.

Ese mismo año se produjo una nueva vuelta de tuerca a la situación en Asia: muere Nicomedes IV de Bitinia, legando su reino a Roma por vía testamentaria. Uno de los cónsules romanos de ese año, M. Aurelio Cota (tío de Julio César), obtuvo Bitinia como provincia para incorporarla a la habitual administración romana. El otro, Lucio Licinio Lúculo, recibió Cilicia y Asia. Hombre de confianza de Sila durante la I Guerra Mitridática y militar de probada valía, Lúculo apenas necesitó esfuerzo para hacerse también con la dirección del nuevo conflicto contra el Ponto que estaba a punto de estallar.

Mitrídates tomó rápidamente la iniciativa al declararse las hostilidades. Invadió Bitinia, derrotó contundentemente a Cota en Calcedón y lo persiguió en su retirada a Cyzicus, a la que seguidamente puso bajo asedio. Ya en el año 73, Lúculo obtuvo su imperium proconsular y marchó en auxilio de Cota. Sorprendió a Mitrídates en Cyzicus, donde el monarca póntico fue derrotado y hubo de retirarse (con numerosas bajas) de vuelta a sus dominios. Lúculo aprovechó el momento para reclutar rápidamente una flota entre las diversas poleis griegas de Asia Menor, con la que expulsó a la armada póntica de Ilión y Lemnos.

Aprovechando esta dinámica favorable y una evidente superioridad logística, Lúculo invadió el Ponto. A continuación se sucedieron una ingente serie de escaramuzas y pequeños combates, pues Lúculo no deseaba enfrentarse directamente a Mitrídates en campo abierto por temor a la superior caballería con la que contaba este. Finalmente, en el año 72, se produjo una batalla decisiva en Cabira, donde Lúculo consiguió imponerse y poner en fuga al monarca póntico. Mitrídates buscó refugio en Armenia, junto a su yerno Tigranes; Lúculo decidió no perseguirlo, concentrando sus esfuerzos en continuar la lenta conquista del reino del Ponto. La tarea pudo darse por completada en el año 70 a.C., con la toma de las principales ciudades (Sínope y Amisus) y la firma de una alianza con Macares, el gobernador a quien Mitrídates había dejado a cargo del Bósforo cimmerio. Sólo entonces inició Lúculo los preparativos para invadir Armenia.

El agitado año 70.

Mientras Lúculo guerreaba en Oriente, Craso conseguía reprimir la sublevación de Espartaco. Llegado el año 70, con las aguas volviendo a su cauce en Italia tras la tempestad provocada por la guerra sertoriana de Hispania y la revuelta servil, los resultados de las elecciones consulares no sorprendieron a nadie.

Pompeyo contaba entonces sólo 36 primaveras y no había desempeñado aún ninguna magistratura, pero una carrera militar tan fulgurante y exitosa al servicio de la oligarquía silana no podía quedarse sin recompensa. El joven aristócrata se vio obligado incluso a pedir a su amigo Varrón que le escribiese un ‘manual’ acerca de los usos y costumbres de las reuniones del senado, pues como cónsul estaba obligado a presidirlas. En el cargo le acompañó, por supuesto, Craso, muy reforzado por su victoria contra Espartaco y poseedor de una enorme fortuna acumulada a base de comprar a precios ridículos las propiedades de los proscritos perseguidos por Sila. Curiosamente, pese a una común procedencia política y a una notable coincidencia en sus objetivos, ambos cónsules nunca mantuvieron relaciones especialmente fluidas y la rivalidad entre ambos era muy grande.

Si el consulado de Pompeyo y Craso dejó algo muy claro, fue que la ambición de ambos superaba con creces el verse reducidos a meras herramientas de la oligarquía predominante. Así se entiende su intensa política reformista, encaminada sin ninguna duda a minar y remodelar el propio régimen silano que les había acunado en el seno del poder. Una de las primeras iniciativas que tomaron los dos nuevos cónsules fue restituir completamente los poderes de los tribunos de la plebe, magistratura degradada y ‘amordazada’ por Sila apenas una década antes. Esta medida causó evidente turbación y desconfianza entre la oligarquía silana, pero ello no detuvo a Pompeyo y Craso, que impulsaron también un notable esfuerzo por cerrar heridas del pasado todavía abiertas.

Se permitió así regresar a Roma a aquellos que hubiesen seguido a Lépido o Sertorio, aunque las prohibiciones contra los hijos de los proscritos continuaron vigentes. De todas formas, fue esta una maniobra importante pues gracias a ello pudo realizarse al fin un censo completo, por primera vez desde el 86 a.C. y por última hasta el 28 a.C., ya en época de Augusto. Las nuevas cifras del año 70 nos hablan de unos 900.000 ciudadanos, varones adultos, evidenciando la gran integración de la población itálica dentro de la ciudadanía romana. El censo sirvió también para efectuar una “depuración” del senado en un intento de recuperar el prestigio perdido por la cámara debido a los ingentes y habituales casos de corrupción y tráfico de influencias. En total, se expulsó a 64 senadores, algunos de los cuales habían desempeñado incluso el consulado en años recientes (como Léntulo Sura).

Marco Tulio Cicerón.

El año 70 a.C. fue también testigo de uno de los procesos judiciales más célebres de toda la República Romana, el de Cicerón contra Cayo Verres. Nacido en torno al 120 a.C., Verres había sido un fiel partidario de Mario y los sectores popularis durante su juventud, llegando a colaborar activamente con Cinna cuando el apogeo de este. Sin embargo, llegada la hora de la verdad con el estallido de la guerra civil en el 83 a.C., se cambió rápidamente al bando de Sila y recibió como recompensa valiosas propiedades en Benevento (Campania). En el año 80 desempeñó la cuestura en Asia, y apenas dos años más tarde se vio envuelto en el proceso judicial contra Cornelio Dolabella, el corrupto gobernador de Cilicia. Verres consiguió salir indemne del asunto, posiblemente a cambio de testificar contra Dolabella. En el 74 a.C. fue nombrado pretor de Roma a base de sobornos, aprovechando entonces su cargo para ganarse las simpatías y favores necesarios para obtener el gobierno de Sicilia poco después.

Gracias al revuelo de la guerra servil de Espartaco, Verres se mantuvo al mando en Sicilia entre los años 73 y 71 a.C., aprovechando que Q. Arrio, el encargado de sustituirle en 72 a.C., debió permanecer en Italia debido a la rebelión. Los testimonios de la época hablan del peor bienio de la historia de Sicilia bajo dominio romano, peor aún que los años de la I Guerra Púnica o las guerras serviles sicilianas. El nombre de Verres se convirtió en sinónimo de abuso, extorsión y todo tipo de crímenes: saqueó diversos templos y lugares públicos, endureció ilegalmente los tributos y cometió todo tipo de extorsiones contra los propietarios de tierras, obligándolos a pagar cuantiosas sumas de dinero para evitar la ejecución de sus esclavos, bajo la acusación de formar parte de la revuelta servil de Italia (que, recordemos, nunca llegó a Sicilia).

El status jurídico de los gobernadores romanos en sus provincias se equiparaba prácticamente al de un rey, por lo que los desesperados sicilianos debieron aguardar al año 70 para denunciar a Verres y pedir a Cicerón (que había sido cuestor de la isla en 75 a.C.) que dirigiese la acusación durante el juicio. La tarea no fue fácil: Verres contaba con el apoyo absoluto de la oligarquía silana, que desde el primer minuto se esforzó en poner todo tipo de trabas al proceso. Cicerón tuvo suerte, no obstante, en tanto que el pretor romano encargado de presidir el tribunal era Manio Acilio Glabrio, un hombre honesto e inmune a los intentos de soborno de Verres. El abogado defensor, Quinto Hortensio, fracasó en su intento de posponer el juicio, y Cicerón obtuvo permiso del tribunal para viajar a Sicilia y poder reunir testigos y pruebas.


A su regreso en junio, Cicerón fue elegido edil pese a, de nuevo, los esfuerzos de Verres para evitarlo. No obstante, Hortensio y Quinto Metelo (amigo de Verres) obtuvieron el consulado, mientras que uno de los hermanos de Metelo, Marco, se hizo con la pretura. En la práctica aquello significaba que, de alargarse el juicio hasta el inicio del año 69, Verres sería absuelto por activa o por pasiva. La estrategia de Cicerón se centró entonces en evitar que el proceso se prolongase: redujo al mínimo sus discursos durante la reanudación del juicio (a comienzos de agosto) y pasó directamente al interrogatorio de testigos. El resultado de los testimonios fue tan demoledor que Hortensio no se atrevió a replicar. Pese a un nuevo aplazamiento del juicio por festividades, Verres era ya consciente de que ni siquiera un tribunal compuesto exclusivamente por senadores (muchos de ellos amigos suyos) podría declararle inocente. Abandonó Roma camino del exilio y, con la reanudación del juicio en septiembre, fue condenado en ausencia a una fuerte multa y a infamia pública. Sin posibilidad alguna a regresar, se refugió en Massilia. Allí viviría con relativa tranquilidad hasta el 43 a.C., cuándo fue proscrito y ejecutado por orden de Marco Antonio.

Los discursos de Cicerón durante el juicio contra Verres podéis consultarlos, en su lengua original, aquí.