El imperio bizantino II (626-1071)

domingo, 9 de agosto de 2009

Saludos. Esta semana, nuestro regreso a Occidente nos obliga a detenernos en el imperio bizantino, y a los avatares a los que tuvo que hacer frente tras la aparición y expansión del Islam.
Recordemos que en el anterior artículo sobre Bizancio, la ciudad acababa de sobrevivir a un asedio terrible por parte de eslavos y ávaros. Tras la derrota del ejército asediador, la amenaza del kanato ávaro desapareció, y el emperador Heraclio pudo hacer frente también a los sasánidas de Persia. En el año 628, el ejército bizantino golpeaba con audacia el corazón de Persia.
Pero a lo largo del siglo VII, una nueva serie de peligrosas amenazas surgieron por todas las fronteras, y llevaron al imperio hasta una situación límite. Para empezar, los árabes, a partir del 630, comenzaron a atacar y conquistar valiosos territorios bizantinos. Siria, Palestina... Los patriarcados cristianos de Alejandría, Antioquía y Damasco cayeron en manos musulmanas, y sólo el patriarcado de Constantinopla se mantuvo junto al poder del emperador. También perdieron Chipre, y todos los territorios del norte de África. Incluso sometieron a la ciudad a dos terribles asedios: del 674 a 678 y del 717 al 718.
Mientras, en los Balcanes, y aprovechando las dificultades causadas por la guerra con los árabes, la infiltración de tribus eslavas había proseguido sin pausa, incluso sin englobarse en grandes proyectos bélicos. La situación que provocaron con sus migraciones y pequeños asaltos inestabilizaron un territorio fundamental para el imperio bizantino.
Y para colmo, al sur del Danubio, los búlgaros, un conglomerado de nómadas asiáticos descendientes de los hunos, mezclados con los eslavos y los pueblos de la antigua Tracia, tras una infiltración de algunos años, consiguieron establecer su propio estado en el 681, convirtiéndose inmediatamente en un nuevo poder a tener en cuenta.
El difícil y problemático siglo VII bizantino fue testigo, por lo tanto, de importantes cambios en la administración, el ejército y la relación del emperador con la Iglesia.

En el primer caso, ya desde Justiniano, el imperio cambió su organización de territorios. Desde el imperio romano, el poder civil estaba totalmente separado del poder militar. Pero los bizantinos comenzaron a cambiar aquello, y así se establecieron una serie de provincias o “themes”, bajo la autoridad de un cargo militar. Como la estrategia del imperio pasó a ser defensiva, los bizantinos reorganizaron la propiedad de la tierra, y la asignaron a colonos-soldado, procedentes en su mayor parte de otros territorios bizantinos, que se comprometían con el ejército tanto a ellos mismos como a sus descendientes. Con los beneficios de las pequeñas propiedades, los soldados se costeaban el equipo militar. De esta manera, se consiguió disponer de un potente ejército para defensa, que se organizaba rápidamente en el lugar en el que fuera necesario. Éste es el origen de los ejércitos temáticos (es decir, “provinciales”) bizantinos, que veremos con más detalle más adelante.
En un primer momento, los “themes” estaban todos en la península de Anatolia, para hacer frente a los árabes, pero con el tiempo también se establecieron divisiones territoriales temáticas en Europa.
En cuanto a la Iglesia, hay que tener en cuenta un hecho diferencial: la iglesia oriental había coexistido siempre bajo un estado fuerte secular, el del Emperador, que gobernaba, no obstante, por mandato divino. La occidental, en cambio, había quedado como única heredera del poder imperial romano de Occidente, por lo que sus líderes tuvieron que actuar como hombres de estado y líderes políticos.

Pues bien, la iglesia oriental estaba más o menos supeditada al Emperador, que asistía a los concilios que ésta celebraba. Pues bien, toda la crisis y pérdidas de poder frente a los árabes a lo largo del siglo VII, llevaron al emperador a una situación delicada. La Iglesia intentaba ganar más poder dentro del imperio aprovechando la difícil situación de los emperadores, y por entonces se levantaban voces críticas contra la posición de dominio secular sobre el religioso. De esta situación iba a surgir una polémica que otorgaría a la expresión “discusión bizantina” una nueva dimensión. El emperador León III el Isaurio, a principios del siglo VIII, prohibió el culto a los iconos religiosos y ordenó su destrucción, en un intento de asemejar el cristianismo con el Islam, en el que no había culto a las imágenes. Comenzaba así la polémica iconoclasta, que enfrentó a los emperadores con la iglesia de oriente y a la iglesia de Roma con esta última. Obviamente, el conflicto interno y la posterior crisis que provocó el movimiento iconoclasta no se explica por unas pequeñas imágenes adornadas. En realidad, todo fue un pulso para tomar más poder. El Emperador, que recordemos gobernaba por “mandato divino”, una vez prohibidas las imágenes religiosas, se convertiría en la expresión de la Divinidad más importante, lo que reforzaría su posición frente al pueblo y la misma Iglesia. Por otro lado, ésta no era partidaria, pues el culto a los iconos estaba muy extendido, y probablemente, igual que ahora, su culto otorgaba poder a los poseedores de los iconos, y éstos no dejaría de producir beneficios. Al mismo tiempo, Roma, aprovechando el desconcierto, reclamó ayuda a los francos, y no al emperador bizantino, para recuperar el Exarcado de Rávena de manos lombardas. Con esta conquista franca, la iglesia bizantina prácticamente se vio obligada dejar de medrar en Italia, y la iglesia de Roma ganó mucha más independencia. Además, se buscó a su principal defensor militar: Carlomagno fue coronado como Emperador en el 800, recibiendo el legado imperial del los emperadores romanos de Occidente. Y para colmo, Nicéforo I, que comenzó una inicialmente exitosa guerra contra los búlgaros en el 802, murió en el campo de batalla frente a ellos en el 811. ¿No parecería acaso que Dios les había abandonado?

En mi opinión, si la tesis iconoclasta la hubiera establecido un emperador fuerte, como Justiniano, la Capilla Sixtina estaría simplemente encalada hoy en día (bueno, también podría tener un bonito artesonado geométrico), pero ni León III ni su sucesor, Constantino V, a pesar de que éste derrotó de manera importante a los búlgaros, pudieron mantener la crisis bajo control. En el 787 se puso fin al periodo iconoclasta, aunque luego hubo otro periodo entre el 813 y el 842, en el que se reinstauró.
Las consecuencias sociales de la Iconoclasia se hicieron notar en las provincias. Las asiáticas se distanciaron así mucho de las europeas, en función de la fuerza que el Emperador o la Iglesia tuviera en ellas. El caos y el desorden del estado afectaron al ejército. Y sobre todo, el futuro cisma entre las iglesias orientales y occidentales comenzó a fraguarse. Sólo cuando el asunto se cerró, en el 842, Bizancio estuvo en condiciones de volver a tomar las riendas de su imperio.
En efecto, el imperio bizantino consiguió salir reforzado de la crisis que durante un siglo los había debilitado. El poder imperial se dedicó desde mediados del siglo IX a reagrupar las zonas bajo su dominio, renunciando a otras más lejanas, como los territorios de Italia, y extendiendo su influencia sobre sus antiguos enemigos. Para esto tuvo el apoyo de la Iglesia, que comenzó a trabajar en las conversiones de los pueblos eslavos y otros invasores: los jázaros, los moravos y los búlgaros fueron convertidos en el 860, y los belicosos serbios en el 870. Éstos son los años en los que Metodio y Cirilo exportaron la fe a la Europa del Este. Metodio diseño la liturgia eslava, y Cirilo comenzó la conversión de la Gran Moravia (actualmente Chequia y Eslovaquia). Ambos desarrollaron la escritura glagolítica para los eslavos, que tuvieron al fin sus propias Sagradas Escrituras traducidas a su idioma.

En el último cuarto del siglo IX, el imperio estaba preparado para retomar la política ofensiva, pues el ejército se había consolidado y en aquel momento estaba bien equipado y entrenado. Además, sus enemigos árabes estaban teniendo muchos problemas, pues recordemos que estos años coinciden con la descomposición del califato abásida. Por lo tanto, las provincias de Anatolia dejaron de correr peligro temporalmente.
Fueron los búlgaros el peor enemigo de estos años. En el 893, Simeón I de Bulgaria, conocido también como Simeón el Grande, llevó a su país a la cima de su poder. Inflingió tres terribles derrotas a los bizantinos (896, 913 y 917). Disputó con el mismísimo Emperador el poder del imperio, pues Simeón trató de unir ambos poderes en su persona. Aunque no lo logró, sí forzó a los bizantinos a reconocerlo como Emperador de los Búlgaros. Sin embargo, este reconocimiento provocó que Constantinopla aumentara su influencia enormemente en los sucesores de Simeón, lo que ayudó a rebajar la amenaza de este pueblo.

Aunque a principios del siglo X, Constantinopla se había recuperado bastante y de nuevo era una potencia indiscutible en el Mediterráneo oriental, una peligro interno carcomía las raíces del imperio: los celosos terratenientes de la capital miraban con desconfianza a los líderes militares de los “themes”. Además, estaban concentrado una gran serie de propiedades a costa de pequeños propietarios, muchos de los cuales habían pertenecido a los ejércitos themáticos. Por lo tanto, aunque los emperadores eran conscientes de esto y no cesaban de promulgar leyes en contra del poder de los grandes terratenientes, los cimientos del ejército, muy lentamente, comenzaban a ser socavados.
No obstante, surgieron ciertos emperadores lo suficientemente fuertes para retener el control de su imperio y pasar a la ofensiva. En el 963 ascendía al trono, para terror de sus enemigos, Nicéforo II Focas. Antes de ser elegido emperador, ya había dirigido la guerra en las fronteras orientales. Nicéforo era un líder militar brillante, y por primera vez desde los tiempos de Justiniano o Heraclio, el imperio volvió a la ofensiva. En una imparable serie de campañas, Nicéforo II recuperó Creta, Chipre, Cilicia y el norte de Siria. Antes de morir asesinado en un triste complot urdido por su esposa, también comenzó la guerra definitiva contra los búlgaros. Su sucesor, y cómplice del crimen, Juan I, terminó el conflicto, destruyendo al fin su estado, en el 971.
También en estos años se completó la conversión de la Rus de Kiev (988), y el nuevo estado búlgaro que surgió en el 976, fue destruido definitivamente por Basilio II en el 1018. La frontera del Danubio pudo al fin ser segura después de cuatro siglos. Bizancio, a comienzos del segundo milenio de nuestra era, había recuperado gran parte de su poder y su gloria. Además, después de diversos ataques procedentes de los vikingos, que llegaron al Mar Negro desde las costas bálticas, remontando los ríos, los Emperadores les ofrecieron luchar a sueldo para ellos. Nacía así uno de los cuerpos de élite más legendarios: la Guardia Varenga del Emperador, formada por feroces vikingos, para los que luchar al lado de los griegos les reportaba no sólo honor, sino grandes riquezas. El mismísmo Harald Hadrada, antes de aspirar al trono de Inglaterra, fue miembro de este valioso contingente.

Fue entonces cuando la corrupción interior se mostró con más crudeza. Una vez estabilizadas las fronteras, la aristocracia urbana comenzó a medrar ante el Emperador para ir reduciendo cada vez más las inversiones en tropas, equipamiento y entrenamiento. Parecían avecinarse tiempos de paz y el tamaño del ejército se redujo. Muchos cuerpos “themáticos” permanentes fueron disueltos y reemplazados por mercenarios. Como muchos pequeños propietarios, al verse libres de su compromiso con el ejército, vendieron sus tierras a los grandes terratenientes, ya no podían pagarse el equipo, y cuando hacía falta nuevas tropas, solían reclutarse de pueblos nómadas que seguían llegando de la estepa, como los pechenegos, que llegaban desde más allá del Danubio, o bien feroces caballeros normandos y francos, auténticos profesionales de la guerra. Por lo demás, las tropas provinciales dejaron de ejercitarse en el arte del tiro con arco a caballo, y muchas contingentes se transformaron en lanceros a caballo. La reforma la completó Constantino IX en el año 1042, y el nuevo ejército de los bizantinos, mucho más pequeño y con una base étnica extranjera mucho mayor, creía estar preparado para afrontar cualquier amenaza.

Como podéis imaginar, se mascaba la tragedia. Del este, más las estepas de Khurasán vinieron los turcos Seljuk. Habían derrotado a la dinastía gaznávida en 1040, tomando el control de esta región y de la Transoxiana e Irán. En el 1055, los feroces Seljuk ya habían conquistado Bagdag. En 1064, ya ocuparon Armenia, y en el 1068, irrumpieron imparables en Anatolia. El nuevo Gran Enemigo estaba a las puertas del Imperio. El momento de la verdad había llegado, y sería en Manzikert donde ambos ejércitos se jugarían el todo por el todo. El mediocre Romano IV dirigía al ejército bizantino, y Alp Arslan era general turco.
Romano IV no podía imaginar que, a pesar de la ferocidad de los turcos, el peor enemigo lo tenía en casa. En efecto, siendo palpable su debilidad, los nobles conspiraban contra él. El Emperador rechazó la embajada de paz enviada por los turcos, con la intención de retomar las riendas de su imperio con un golpe de mano. Él, en persona, tomó el control del centro de su ejército, y asignó su ala izquierda al general Brienio, y la derecha a Teodoro Aliates. La retaguardia, en reserva, la asignó al noble Andrónico Doukas. Éste fue el error, porque Romano IV ignoraba que Doukas tramaba traicionar al Emperador.
Los turcos esperaron el avance bizantino, y formaron en forma de media luna, intentando rodear el ejército imperial, con un frente de unos cuatro kilómetros. Romano IV no dudó en lanzar el ataque, y comandando las fuerzas del centro, penetró en las líneas turcas. El centro de Alp Arslan se retiró, y el emperador mordió el anzuelo. Comenzó una persecución que le llevaría todo el día, mientras sus flancos eran duramente castigados por la veloz y mortífera caballería ligera turca, que practicó todo tipo de tácticas esteparias. Aunque Romano IV llegó a saquear el campamento enemigo, poco antes de que anocheciera tuvo noticias de que sus alas estaban siendo destruidas. Detuvo su avance, comenzó la retirada y mandó avisar a Doukas para que avanzara desde la retaguardia y cubriera su avance.
Pero Doukas ya no estaba allí. Había abandonado el campo de batalla. Había dejado a su emperador a merced de sus enemigos, y los turcos, que no se podían creer lo que le estaba ocurriendo a su enemigo, aprovecharon la oportunidad. Cuando cayó la noche, Romano estaba totalmente rodeado, y sus tropas exhaustas y diezmadas por los arcos de los Seljuk. Todo estaba perdido.
Se dice que Alp Arslan recibió con honores a Romano en su propia tienda, y le preguntó qué hubiera hecho con él si le hubiera capturado. Romano respondió que exhibirlo en las calles de Constantinopla o bien matarlo. Alp Arslan le dijo entonces: “Yo haré algo peor. Te perdonaré la vida, y podrás regresar a tu ciudad”. El sultán pidió un cuantioso rescate, y se fijó un acuerdo tributario, que permitiría al imperio mantener a los turcos alejados. También propuso el turco a Romano que se casara con una de sus hijas. Al cabo de un tiempo, Romano fue devuelto a Constantinopla, justo para descubrir que Andrónico Doukas le había depuesto. Capturó a Romano, lo encarceló y lo cegó. El pobre Romano murió poco después debido a la infección.
Pero como Andrónico no respetó el tratado firmado por Romano, los turcos decidieron no respetarlo tampoco. Sin que nadie pudiera oponérseles, entraron de nuevo en Anatolia y fundaron un nuevo sultanato, que se acabaría llamando el sultanato de Rum (es decir, de Roma). Desde aquel momento, Anatolia pertenecería hasta el día de hoy a los turcos.

El mismo año del desastre de Manzikert, los normandos expulsaron a los bizantinos de Bari, en Italia. Y como tampoco los Doukas, que impusieron a un nuevo emperador fueron capaces de oponer resistencia al Turco, y como sus territorios habían quedado limitados prácticamente a la península de los Balcanes, lanzaron un llamamiento de ayuda al Papa de Roma. Este llamamiento acabaría provocando la Primera Cruzada, en 1095, pero esto es otra historia, y la veremos más adelante.

De cómo el imperio, a pesar de las dificultades, se mantuvo hasta que Constantinopla fue conquistada en el siglo XV, tratará el próximo artículo de esta serie.


LOS EJÉRCITOS BIZANTINOS EN DBA
Este artículo hace mención a tres listas de DBA.
III/29: Thematic Byzantine.- Esta lista representa a los ejércitos organizados a partir de las provincias o “themes”. El general es una peana de Cv, que representa a la caballería “tagmática”. Éste era un cuerpo profesional y permanente, que estaba en jerarquía por encima de las tropas provinciales, y que se introdujeron como respuesta a una revuelta provincial en Opsikion, protagonizado por tropas temáticas. La caballería tagmática luchaba en cinco fila: primera, segunda y quinta eran lanceros, y tercera y cuarta arqueros. Es recomendable representar ambos tipos de tropa en esta peana.
Luego encontramos tres peanas de caballería y tres de caballería ligera. Estas seis peanas representan a las tropas temáticas de primera clase. Estas tropas estaban representadas antes en la lista de Maurikian Byzantine como peanas de 6Cv, con lanceros delante y arqueros detrás. En esta época, los arqueros (LH) y los lanceros (Cv), podían operar de forma separada.
Después hay dos peanas de 6Cv, que son tropas temáticas que siguen la táctica antigua de luchar en diez filas. Éstas podrían ser las tropas temáticas de segunda clase.
Nos encontramos entonces dos peanas opcionales de Pk, que reprsentan a los skoutatoi bizantinos, lanceros de carácter fuertemente defensivo, que pueden cambiarse por dos peanas de caballería, que representa más caballería temática. La última peana sería de Ps o Bw, arqueros bizantinos.
III/64. Nikephorian Byzantine. Esta lista representa los ejércitos de Nicéforo II Focas, y en él nos encontramos algunas interesantes variaciones sobre los clásicos ejércitos temáticos. El general sigue siendo Cv, que representa a la caballería tagmática (mezcla de arqueros y lanceros). Ahora bien, encontramos una extravagante depana de 6Kn. Representa a la evolución de la formación en profundidad de la caballería temática. En lugar de caballería acorazada con lanza y arcos, estos jinetes se han convertido en catafractos. Todos van armados con lanzas, mazas y arcos. Sí. Catafractos con arcos.
Vemos también otras cuatro peanas de Cv, que representan más caballerías tagmáticas o temáticas de primera clase, armados con lanzas, en claro detrimento de los arqueros a caballo. De hecho, una solitaria peana de LH parece englobar a lo que queda de los arqueros a caballo bizantinos. Esto parece ser la respuesta a la ágil caballería ligera asiática. Los tratados militares bizantinos recomendaban encarecidamente no perseguirlos con la caballería pesada, y los arqueros a caballo bizantino no podían ser tan numerosos como para responderles adecuadamente. Los arqueros a caballo fueron decayendo en el imperio. Pero esto nos lleva a nuevas tácticas de la infantería, porque la lista termina con cuatro peanas de 8Bw. Estas peanas representan a los skoutatoi con los arqueros, en una formación más cohesionada. La primera fila serían los lanceros skoutatoi y la segunda, los arqueros bizantinos. Por lo tanto, aumenta considerablemente la potencia de los arqueros a pie frente a los montados, mientras que los jinetes se orientan hacia las tácticas de choque.
Por último, cabe mencionar que una peana de 8Bw puede cambiarse por 4Bd, que representa a los Menavloi bizantinos, soldados con arma a dos manos, o bien, desde 988, a los vikingos de la guardia varenga.
III/75.- Konstantinian Byzantine.- Esta lista representa las reformas y estructurales terminadas por Constantino IX, cuando los ejércitos temáticos se redujeron mucho, y se dio entrada a un mayor número de mercenarios. El general sigue siendo Cv, caballería tagmática. Luego hay dos peanas de 3Cv, que representa a lo que queda los ejércitos temáticos: lanceros a caballo. Ni rastro de arqueros montados. Sigue una peana de 3Kn, que representa caballeros mercenarios francos o normandos. Una peana de LH, representa a mercenarios turcos, alanos o pechenegos. La siguiente peana, 4Sp, representa a la Guardia Varenga, que en aquel momento luchaba como lanceros pesadamente acorazados. Siguen tres peanas e 8Bw, que son los skoutatoi formados con arqueros de la lista anterior; dos peanas de Ps, los akontistai, que luchaban en combinación con los skoutatoi y una última peana, con opción de LH (pechenegos o cumanos), 4Bw (más arqueros bizantinos) o Art (lanzavirotes que protegían los campamentos o bien catapultas de asedio).
Essex y Old Glory tienen gamas bastante completas para todo este periodo. Otras gamas de medievales incluyen ejércitos bizantinos a partir de la lista III/75, pues muchas de estas tropas llegaron tal cual a la época de la Primera Cruzada. (Minifigs, por ejemplo).

0 comentarios: