Riothamus: ramificaciones del mito artúrico

martes, 16 de junio de 2009

Otoño de 456 AD, cerca de la actual St. Malo, Francia.
Una incesante llovizna ha estado cayendo durante los últimos días y una espesa niebla cubre, como un fantasmal manto, toda la región. Ebermund había dispuesto a sus hombres abrigados junto a la base de una loma. El misterioso círculo de piedras que coronaba la colina ponía nerviosos a los guerreros godos pero, al menos, a su resguardo habían podido encender un precario fuego con el que calentar sus huesos, entumecidos después de más de una semana de este horrible clima.


Hacía poco más de un mes Ebermund había aceptado dirigir la pequeña partida de guerra con la esperanza de conseguir botín y cierto renombre ante sus superiores, pero los resultados no podían ser más desalentadores: apenas un puñado de aldeas miserables y el rumor de Riothamus corriendo de boca en boca entre sus hombres. Riothamus, ese dichoso caudillo britano cuyo nombre era musitado como una oración por los habitantes del norte de la Galia y susurrado con terror por los godos. Un fantasma desdibujado pero ominoso, como unas hinchadas nubes negras que con precariedad contienen el poder de una tormenta.

Apenas empezaba a despuntar el alba cuando el grito de Fredegar, que esa noche hacía la última guardia, despertó a los incursores godos: ¡Britanos, britanos! Ebermund se puso en pie como un resorte, incapaz aun de decidir si estaba despierto o seguía atrapado por el intranquilo duermevela plagado de espectros y enemigos inalcanzables. Buscó con el tacto la espada que descansaba juto a él mientras seguía con su mirada el dedo de Fredegar. Allí arriba, en lo alto de la colina, como un sueño del pasado, aparecía un jinete entre las grandes piedras grises. Piedras grises, niebla gris, ropajes grises... y un draco rojo, agitándose y gimiendo al viento.
Surgiendo de entre la bruma fueron materializándose nuevos jinetes sobre caballos acorazados, con largas lanzas que descansaban sobre sus hombros y que debían empuñar con ambas manos. ¡Arriba idiotas! ¡Formad, formad! - ordenó Ebermund. Sus hombres obedecieron apresuradamente -lamentándose aquellos que habían decidido despojarse de sus cotas de malla para dormir-, tomando sus lanzas y embrazando los escudos con tanta celeridad como les fue posible.
Apenas habían podido conformar una improvisada línea de batalla cuando el grupo de Tharasmund, en la retaguardia, se puso a gritar presa del pánico. Ebermund apartó a empellones a los hombres que estaban a su alrededor y entrecerró los ojos intentando discernir que era lo que estaba sucediendo.
Allí estaba, surgiendo del bosque sobre un impresionante caballo protegido por una pesada barda completa. No podía ser otro. Era un hombre robusto, de cabello castaño y una cuidada barba. Protegía su cuerpo con una elaborada armadura de placas y cota de malla, lucía un impresionante yelmo con incrustaciones y una cimera roja caía sobre sus hombros. Una de sus manos sujetaba una larguísima lanza que apoyaba sobre su hombro, mientras en su antebrazo izquierdo portaba un pequeño escudo blanco con un dragón rampante rojo.
Sonó un cuerno como un sobrecogedor gemido y los caballos comenzaron a moverse. Al paso primero. Al trote un pestañeo después. Y pronto en una carga salvaje que hacía atronar el suelo y saltar por los aires pedazos de tierra húmeda. Los britanos bajaron sus lanzas sujetándolas con ambas manos y gritaron al unísono como el rugir de un millar de dragones.


Riothamus es un personaje de leyenda casi desconocido, uno más de esos héroes anónimos de la apenas esbozada Edad Oscura, pero que jugó un importante papel en la creación de uno de los mitos que ha pervivido hasta nuestros días, y ¿no es la memoria una forma de inmortalidad?
Conocemos dos documentos en los que se menciona a Riothamus: las crónicas góticas de Jordanes y una carta que le envía Sidonius Apollinaris, obispo de Clermont Ferrand.
La carta de Sidonius pide explicaciones a Riothamus por unos esclavos que los britanos han liberado. En esa época Armórica estaba actuando como un foco de atracción para un amplio grupo de seres humanos; desde colonos britanos, hasta esclavos y hombres ligados a la tierra que aprovechaban la debilidad del Imperio Romano para escapar de sus amos y de la amenaza de los godos.
En su trabajo sobre los godos Jordanes describe a Riothamus como un poderoso caudillo de los britanos, tanto isleños como aquellos que se habían asentado al otro lado del canal, en la región de la Armórica que hoy conocemos como Bretaña Francesa.

Riothamus parece ser una latinización del britónico Rigotamos, que podríamos traducir como "rey de la mayoría" o "rey supremo" (encontramos la misma raíz que rex, -rix o righ).
Sería demasiado aventurar que Riothamus reinase sobre toda Britania, pero parece que por aquella época los reinos de Kernow y Dumnonia podían estar unificados y que las gentes de Benoic guardaban cierta relación con sus "polis" de origen como clientes.
Nuestro protagonista parecía ser un importante personaje dentro del complejo esquema de reyezuelos y caudillos que se repartían la isla de Britania tras la apresurada partida de las legiones romanas. Y debía destacar especialmente entre ellos porque el mismo emperador Procopio Antemio solicita a Riothamus ayuda contra los godos que asolaban la Galia y este acude a su llamada con la nada despreciable cantidad de 12.000 hombres.

Esta gran aventura continental de Riothamus no llega a buen término, ya que Eurico, rey de los visigodos, intercepta al caudillo britano antes de que sus fuerzas puedan unirse a los romanos y sus otros aliados: francos y burgundios. Aquí hay mucho espacio para la especulación, ya que algunos autores afirman que Riothamus pudo haber sido traicionado, puesto que alguien debería haber informado a Eurico del desembarco de los britanos. Un candidato para encarnar a este villano parece ser Arvandus, un siniestro personaje amigo de Sidonius Apollinaris y prefecto del pretorio en la Galia. Otras fuentes identifican a este tal Arvandus como sobrino de Riothamus. Ambas teorías no tendrían por qué ser incompatibles.
En cualquier caso los hechos parece haber coincidido con la muerte de Antemio y la subida al trono imperial de Anicio Olibrio, que sufrió un agitado reinado.
La batalla entre Eurico y Riothamus debió ser realmente sangrienta y finalmente el rey britano fue derrotado, huyendo con un puñado de supervivientes a una ciudad de la Galia burgundia llamada -¡atención!- Avallon.
Tras imponerse a las tropas isleñas Eurico derrotó a los romanos, haciéndose con el control de la ciudad de Arverna y el resto de territorios galos que aun estaban bajo el control imperial.

Parece ser que, antes de que estos hechos tuvieran lugar, Riothamus ya había participado en varias campañas en Armórica protegiendo a sus súbditos bretones, mientras mantenía una guerra constante contra la presión de los sajones en la propia Britania (en este punto no sería descabellado imaginar que fueran los sajones quienes advirtieran a los visigodos de la maniobra de su enemigo común). Esto viene a destacar la importancia militar del líder britano, capaz de desplazar una gran fuerza al continente cuando en casa debía permanecer en un continuo estado de guerra con los sajones, atento ante las correrías de los incursores irlandeses y vigilante ante la velada amenaza del resto de reinos britanos, como Gwent y Powys, envueltos en las habituales rencillas de los caudillos isleños.

Otra fuente, sin duda fascinante, es la lista de reyes de Dumnonia, donde un tal Riotham aparece mencionado como hijo del rey Deroch I o tal vez Deroch II. La confusión parece deberse a un constante estado de conspiraciones y a errores en la redacción del documento, ya que una sub-fuente principal es una serie de biografías de santos. En cualquier caso parece razonable pensar que este Riotham ap Derech fuese una contracción de Riothamus... especialmente conociendo la biografía del personaje. Al parecer, este tal Riotham fue desterrado de Dumnonia por un usurpador tras la muerte de su padre. Riotham buscaría refugio en Benoic, donde haría fortuna y aliados, y desde donde regresaría a su patria para enfrentarse y matar al usurpador (¿tal vez su propio hermano Riwal Deroc ap Derech?).


Después de conocer estos datos sobre la biografía de Riothamus es lógico que el lector relacione en mayor o menor medida sus aventuras y batallas con Arturo. No sería el primero; varios autores defienden esta hipótesis. Si aceptamos que Riothamus es un título podríamos intentar poner un nombre propio al personaje... tal vez Ambrosius Aurelianus, a quien muchos identefican con el propio Arturo
Por otra parte la fuerza militar del personaje y sus aventuras a uno y otro lado del canal parecen ser un reflejo (o un calco) de Arturo, que también sería rey de Dumnonia y pasaría parte de su juventud en Benoic.
El odio de la Iglesia también parece ser común. Arturo -menospreciado por Gildas- pudo haberse servido de expolios en iglesias para sufragar sus campañas, mientras Riothamus se ganó la animadversión de Sidonius Apollinaris liberando siervos y esclavos propiedad del propio obispo o de sus clientes. También es sugerente pensar que ambos personajes, educados siguiendo la tradición militar romana, podrían ser practicantes del mitraísmo, uno de los más sólidos oponentes del cristianismo y que arraigó con fuerza entre los soldados romanos. También podrían haber sido bastante permisivos con los fieles paganos; en Britania la Iglesia aun se esforzaba por aplastar la última resistencia pagana tanto de los seguidores de la tradición celta original y la romana, así como fieles de cultos orientales, como Ísis o el propio Mitra.
La traición también forma una parte importante en la historia de ambos personajes; Mordred y Arvandus, hijo y sobrino, precipitaron la caída de los héroes.
Finalmente el traslado a Aval(l)on parece la coincidencia mas llamativa. Ambos viajan a tal lugar aun con vida y las andanzas de los dos parecen desvanecerse en ese punto.


Riothamus en DBA
Si queremos ponernos en la piel del caudillo britano en DBA no tendremos que pensarlo demasiado, nuestra lista es II/81. Sub-Roman British. Concretamente la sublista c), donde el general Kn nos permitirá representar una cierta épica.
Nuestros enemigos serán sajones, irlandeses y visigodos, o tal vez otros reinos britanos. Incluso pictos, si queremos representar campañas norteñas.
Muchas marcas fabrican miniaturas apropiadas de la Edad Oscura, entre ellas cabría destacar Essex, ATF y Old Glory.

Crisis de la República Romana IV: Auge de Pompeyo

viernes, 12 de junio de 2009

Las limitaciones (y errores) de la reforma silana se hicieron patentes muy pronto; prácticamente nada más retirarse Sila del primer plano político. La ‘herencia’ dejada por su dictadura condicionará la vida política romana durante casi todo el periodo republicano restante. Basta con echar un vistazo a los cuatro grandes sectores políticos que se configuran nada más morir el dictador:
- La llamada “facción silana”, integrada sobre todo por senadores influyentes que se habían visto razonablemente beneficiados por el gobierno silano y ahora tratarán de defender el orden vigente a cualquier precio. Algunas figuras destacadas son Quinto Hortensio, Lutacio Catulo y, por supuesto, Pompeyo.
- Los “marianistas”, casi todos ellos exiliados y opuestos frontalmente al orden político establecido. Destaca especialmente Quinto Sertorio, que se había refugiado en Hispania con una importante guarnición bajo su mando.
- Los descendientes de los proscritos por las persecuciones silanas. Recordemos que la legislación silana les impedía desempeñar cargos públicos, por lo que sus esfuerzos irán encaminados a tratar de revertir esa situación y obtener una ‘rehabilitación’ pública plena.
- Por último, un grupo algo más heterogéneo conformado por individuos no directamente relacionados con el sector marianista o los proscritos, pero que ni había visto con buenos ojos la dictadura silana ni estaba conforme con la situación derivada de ella, especialmente en lo relacionado al mantenimiento de leyes como la de los proscritos.

Perteneciente a ese cuarto y último colectivo era M. Emilio Lépido, que accedió al consulado del año 78 a.C. junto a Lutacio Catulo (silano). Inició algunas tímidas reformas, como el reestablecimiento de las frumentationes (entrega gratuita de trigo a los ciudadanos), con cierto éxito. Su relación con su colega en el cargo era, no obstante, extremadamente mala. Tras sofocar una revuelta en Etruria, Lépido inició algunos contactos con Junio Bruto, uno de los marianistas exiliados, que se había atrincherado en la Galia Cisalpina. Después se ausentó a las elecciones para el consulado del año siguiente en Roma, por lo que el senado hubo de nombrar interrex a Apio Claudio.

Temeroso de que Lépido estuviese reuniendo apoyos entre los marianistas para intentar un asalto al poder, el senado dictó finalmente un senatus consultum ultimum y encargó su ejecución a Lutacio Catulo y Apio Claudio (como cónsul e interrex respectivamente), considerando abiertamente a Lépido una amenaza para la res publica. En ayuda de ambos se envió también a Pompeyo, que obtuvo de nuevo un excepcional imperium de rango pretorio. Ya en el 77 a.C., y ante el curso de los acontecimientos, Lépido decidió marchar contra Roma... con malos resultados: las fuerzas combinadas de Catulo y Pompeyo lo rechazaron primero en el Janículo y más tarde en las cercanías de Cosa, en Etruria. Derrotado, Lépido huyó a Cerdeña (donde moriría poco después a causa de una enfermedad) mientras que su lugarteniente Perpenna condujo a los restos de su ejército hacia Hispania, con intención de unirse a Sertorio. Entre tanto, Pompeyo acorralaba, vencía y ejecutaba a Junio Bruto en Mutina (actual Módena), para posteriormente persiguir con saña a Escipión (el hijo de Lépido) hasta darle caza en Liguria.


Guerra contra Sertorio.

Suprimida la amenzaza de Lépido, tanto Catulo como el senado exigieron a Pompeyo que licenciase a su ejército. Pompeyo (que, recordemos, contaba con una fuerte posición social gracias a la fortuna y las clientelas heredadas de su padre) no sólo se negó, sino que además acudió personalmente a Roma y presionó al senado para que le otorgase un nuevo imperium pretorio (el tercero a sus entonces 30 años). Su objetivo era, por supuesto, sumarse a la guerra de Hispania contra Sertorio.

Quinto Sertorio, de la facción marianista, había combatido contra Sila mientras desempeñaba el cargo de pretor. Una vez Sila se hubo impuesto en Italia, Sertorio se retiró a la Hispania Citerior, provincia que en virtud de su cargo le tocaba originalmente administrar. Aunque sufrió algunos reveses en el 81 a.C. ante tropas enviadas por Sila, Sertorio demostró ser extremadamente hábil a la hora de ganarse la confianza y lealtad de diversas tribus hispanas, especialmente los lusitanos. También se le unieron muchos proscritos que escapaban de la represión silana en Italia, pues veían en él al único que podía garantizarles cierta seguridad hasta que cambiase el equilibrio de poder en la propia Roma.

En 79 a.C. la guerra se recrudeció con la llegada de Metelo Pío, procónsul de la Hispania Ulterior que había compartido el consulado del año anterior con Sila. Sertorio, en inferioridad de condiciones, fue capaz de hostigar hábilmente a Metelo mediante una estrategia centrada en la guerra de guerrillas y al mismo tiempo mantenerlo aislado de cualquier tipo de ayuda proveniente de la Citerior. El escenario cambia en el año 77 con la llegada de los restos del ejército de Lépido bajo la dirección de Perpenna. Con estos refuerzos, Sertorio pasa a la ofensiva y comienza a asaltar diversas ciudades aliadas de Metelo. En ayuda del procónsul acudirá, efectivamente, Pompeyo en el año 76 a.C.

Pese a un inicio de campaña desastroso (no pudo hacer nada para evitar que Sertorio arrasara Laurón), Pompeyo fue capaz de enderezar un poco la situación. Su llegada permitió a Metelo un mayor margen de maniobra, que aprovechó logrando ciertos avances contra las tropas marianistas. En el año 75, Sertorio y Pompeyo se enfrentaron en campo abierto en la zona de Sucrón (cerca de Valencia), saldándose el enfrentamiento con una victoria pírrica de Sertorio, en tanto que no pudo aprovechar su triunfo por la rápida llegada de Metelo en auxilio de su aliado.

Sucrón será prácticamente la última batalla de la guerra. A partir de entonces, Pompeyo y Metelo optaron por una estrategia ofensiva bastante prudente, avanzando lentamente y capturando una a una las ciudades hispanas que habían apoyado a Sertorio, como Osca e Ilerda. Pese a todo, la situación de los silanos no debía resultar demasiado cómoda porque Pompeyo se vio obligado a pedir más refuerzos al senado en unos términos bastante dramáticos y desesperados. Mientras tanto, Sertorio alcanzó un pacto con Mitrídates del Ponto en el 74 a.C.; básicamente envió asesores militares al Ponto a cambio de que Mitrídates le proveyese de armamento y ciertas cantidades de dinero.

Sin embargo, por desgracia para Sertorio, la ayuda de Mitrídates no llegó a Hispania a tiempo. La nueva estrategia de Pompeyo y Metelo logró debilitar el apoyo que le prestaban muchas tribus hispanas, e incluso algunos de sus colaboradores de mayor confianza. Finalmente, Perpenna lo mató a traición mientras celebraban un banquete. El propio Perpenna intentó prolongar luego la resistencia, pero sus dotes militares no se equiparaban a las de Sertorio y no tardó en ser derrotado, apresado y ejecutado por Pompeyo. La pacificación de la región mantuvo ocupado a Pompeyo hasta el año 71 a.C., cuándo es convocado por el senado para que regrese a Italia y ayude a Craso en la guerra servil liderada por Espartaco.


Revuelta de Espartaco.

Roma ya había probado en otras ocasiones el amargo sabor del estallido de una guerra servil, sirviendo como precedente las desatadas en Sicilia durante el siglo anterior. Sin embargo, la magnitud de aquellas en poco podía compararse ante lo que se avecinaba en el mismo suelo de Italia. Corría el año 73 a.C., la facción silana dominaba por completo el ámbito político romano y Pompeyo y Metelo se dedicaban a cortar los últimos flecos de resistencia marianista en Hispania.

En Capua, un grupo de gladiadores se subleva, mata a sus guardias y dueños y huye a las laderas del Vesubio buscando refugio. Entre sus jefes se contaban galos como Crixo o Enomao, pero el cabecilla de la revuelta era de origen tracio, de nombre Espartaco. Con cierta experiencia militar (al parecer había servido entre las tropas auxiliares del ejército romano) y un talento y carisma innatos, Espartaco extendió rápidamente su revuelta y fue capaz de reunir un auténtico ejército de esclavos, desertores y campesinos descontentos con las expropiaciones de la dictadura silana. Las fuentes clásicas hablan de un total de 70.000 hombres, cifra probablemente exagerada.

En todo caso, debía de resultar un número bastante elevado a vista de lo que sucedió a continuación. En el mismo año de la sublevación, Espartaco aplastó a un ejército comandado por dos pretores y luego dirigió a sus fuerzas hacia el norte de Italia, probablemente con intención de abandonar la península cuánto antes. Un año más tarde, en el 73 a.C., derrotó con contundencia a los dos ejércitos consulares que le salieron al paso. El prestigio de la nobilitas recibía con esto una notoria puñalada. Con los fantasmas de la Guerra de África contra Yugurta todavía en mente, el senado decidió recurrir de nuevo a un mando extraordinario otorgando un imperium proconsular a Marco Licinio Craso (que poseía cierto prestigio por su participación en la guerra civil de la década anterior).

Investido con sus nuevos poderes en el 71 a.C., Craso reclutó rápidamente seis legiones nuevas y tomó bajo su mando las de los cónsules derrotados del año anterior. Pasando a la acción, consiguió cortar el paso a Espartaco pero fracasó en su intento de cercarlo en la región de Turios. Aún peor, sin posibilidades de continuar hacia el norte, los rebeldes dieron media vuelta y emprendieron rumbo sur, amenazando a la mismísima Roma. En la gran urbe cundió el pánico y el senado, presionado por el pueblo, llamó a Pompeyo para que regresara de Hispania.

Craso no estaba dispuesto a permitir que otros le quitasen la gloria de la victoria. La suerte le sonrió cuándo los sublevados fueron traicionados por los piratas fenicios a quienes habían alquilado barcos que les permitirían cruzar a Sicilia. Aprovechando la situación, Craso marchó directamente contra Espartaco, forzándolo a presentar batalla en campo abierto. El enfrentamiento se produjo en algún lugar de Lucania, resultando con la derrota y masacre de los esclavos. Pompeyo apenas llegó a tiempo para cortar la huída de los rebeldes supervivientes que escapaban de nuevo hacia el norte y participar en la búsqueda del cuerpo de Espartaco, que nunca se encontró. El castigo y la represión contra los esclavos, por descontado, fueron brutales; se calcula que unos seis mil fueron crucificados a lo largo de la vía Apia, entre Capua y Roma.


DBA.

Los ejércitos romanos que participan en los conflictos de esta época deben continuar siendo representados por la lista II/49 Romanos de Mario del libro II. Si se desea añadir algo más de variedad, especialmente a la guerra en Hispania, puede utilizarse también la lista II/39 Hispanos Antiguos para representar a los aliados hispanos de Quinto Sertorio, especialmente la sublista (c) Lusitanos. En cuánto a la revuelta de Espartaco, sirve perfectamente la lista II/45 Revueltas serviles de Sicilia e Italia, concretamente la sublista (c) Espartaco.

Gökturks: El nacimiento del poder turco

miércoles, 3 de junio de 2009

Saludos. En esta ocasión hablaremos de la última potencia (sin contar a China, que dejaremos para más adelante) que nos hace falta para entender la historia de Europa y Asia durante la Alta Edad Media: los turcos. Los pueblos turcos suponen un enorme grupo demográfico por toda Asia, y, hoy estudiaremos sus orígenes. Descubriremos, no sin cierta sopresa por muchos (entre los que me incluyo cuando leí sobre el tema), que la actual Turquía queda muy lejos de su lugar de origen.

Bien, antes de entrar en materia, debemos contextualizar. Estamos a finales del siglo V de nuestra era. Roma está a punto de ser definitivamente conquistada por los germanos. Bizancio, en cambio, mantiene parte de su esplendor, y, aunque sumergida en una feroz resistencia contra los germanos y eslavos. Los persas sasánidas gobiernan Oriente, y al este de ellos, los heftalíes (recordemos, una rama de los hunos) gobierna las tierras del valle del Indo y parte de Afganistán. Los Xiongu, que habían gobernado la parte occidental de China, y que muchos autores identifican con los hunos, habían sido expulsados hacia el oeste por otro pueblo estepario, los ruanruan. Bien, éstos, que según algunos autores podían ser identificados con los mongoles.

Hasta el advenimiento de los ruanruan, se supone que los turcos eran grupos de tribus centroasiáticas que habían sido derrotadas una y otra vez por los Xiongu. Bien, según cuentan los anales chinos, cuando los ruanruan consiguieron establecer su poder, recién comenzado el siglo V, un grupo de quinientas familias turcas les pidieron tierras a cambio de vasallaje. Los ruanruan les concedieron un hermoso territorio en las nubosas y pacíficas laderas de las montañas Altai. Pero aquella cesión no fue a cambio de nada. Los turcos ya poseían ciertos conocimientos técnicos de los que los ruanruan carecían: la metalurgia del acero más exquisita y avanzada de la región. Los ruanruan les pidieron que fabricaran utensilios y armas para ellos. Es en aquellas laderas donde se forjó el espíritu del imperio turco, y aquel fue el hogar del clan que ostentaría la “línea de sangre real”, el “Ashina” turco, es decir, el linaje al que dirían pertenecer los líderes que reclamaran el khanato en los siguientes años.

Así, durante más de un siglo, sus gentes se trabajaron y perfeccionaron sus técnicas. Su fama aumentó, y comenzaron a recibir visitas de las tribus iranias de las estepas: sármatas, saka, sogdianos. Los comerciantes de esta región llegaban con frecuencia. Y los turcos, a través el intercambio, comenzaron a adquirir caballos de estos pueblos esteparios, y aprendieron a moverse y luchar sobre ellos. También los chinos de la dinastía Wei, a través de sus comerciantes, llegaron a los montes Altai, y ofrecieron a los turcos, a cambio de sus productos, la mercancía que se convertiría en el eje de la política de los pueblos asiáticos hasta la Revolución Industrial: la seda. Rápidamente se dieron cuenta de que el comercio de dicho producto era una fuente inagotable de poder y riquezas. Pidieron permiso en el 545 a los ruanruan para comprar seda en China,

Cabe suponer que los turcos comenzaron a quedarse sus mejores productos. Cotas de malla, armaduras hechas de cientos de placas articuladas, estribos… Prosperaban, y no tardaron en darse cuenta de que estaban ganando fuerza. Ya fuera para probarse a sí mismos, o para ganar más prestigio e influencia ante sus gobernantes ruanruan, el Ashina reunió a las demás tribus turcas e iniciaron una guerra contra las hostiles tribus tiele. Los líderes turcos, una vez derrotaron a los tiele, se presentaron ante los ruanruan con la intención de ser aceptados en el núcleo de poder del imperio. Pero éstos, tal vez temiendo que sus “esclavos herreros” se estaban volviendo demasiado poderosos, los humillaron y expulsaron de malos modos. Así comenzó la guerra entre los turcos y los ruanruan. Éstos, inmersos en convulsas guerras internas, no fueron capaces de hacerles frente, y fueron rápidamente derrotados en el año 552. En ese momento, el imperio sobre las estepas desde Korea hasta Irán pasó a sus manos, y fue conocido como el imperio Gökturk, que parece significar “turcos celestiales”. Otra de las consecuencias de la ascensión de los Gökturk fue el desplazamiento de algunos grupos de ruanruan hacia el oeste, cruzando las llanuras, hasta llegar hasta las estepas al norte del Mar Negro, donde se les empezó a conocer como Ávaros.


Debemos analizar ahora las relaciones de los turcos con los pueblos situados al oeste de su imperio, y estudiar el eje de la política turca. Porque, no nos equivoquemos, a pesar de un breve interludio de poder chino en su imperio, los turcos crearon un imperio que funcionaba bastante bien a nivel de estado. Como ya hemos dicho, la política de los khanes giraba entorno al comercio de la seda. Por lo tanto, controlar la mayor parte de la Ruta de la Seda era indispensable. De modo que desde finales del siglo VI, los turcos cruzaron los territorios de Sogdiana y la Transoxiana y se adentraron en el impero de los heftalíes. Los sasánidas también tenían interés en eliminar a los heftalíes, y pactaron con los turcos. Así, los heftalíes fueron vencidos. Sin embargo, los sasánidas reclamaban el poder en estos territorios, y las tribus turcas no podían establecer guarniciones permanentes, porque su organización tribal implicaba que para lograr algo así, toda la tribu debía desplazarse hasta allí. Por lo tanto, los turcos mantuvieron algunos reyes vasallos heftalíes. Pero éstos querían recuperar su independencia, y los tres poderes de la región (turcos, príncipes heftalíes e iraníes) siguieron luchando durante muchos años. Sobre todo entre el 581 y el 596. Aun así, con todas las dificultades, los turcos, a través de los comerciantes sogdianos que ya estaban bajo su poder, pudieron llegar a los puertos occidentales de La India con su seda.

Una prueba de que el khanato de las estepas funcionaba a nivel de estado es que la respuesta que dieron los khanes desde el corazón de las estepas de Asia fue aprovechas las nuevas guerras entre Persia y Bizancio, y lanzar un poderoso ataque a más de cinco mil kilómetros de distancia, por el norte de Persia en dirección a Crimea, para conquistar así esta región y tener un acceso a los puertos septentrionales del Mar Negro, desde donde podrían llevar su seda directamente a Bizancio.


El imperio de los Turcos Celestiales se organizó en dos centros administrativos inicialmente, (aunque luego pasaron a ocho). Estos dos centros se convirtieron en las capitales de los turcos orientales y los occidentales (el bosque de Ottukan y la Montaña Blanca, respectivamente). Sin embargo, esta estructura demostró cierta inestabilidad. En el año 581, ambas cortes rompieron relaciones. El khan occidental, Tardu, proclamó su intención de tomar Ottukan, y comenzó una feroz guerra civil. Los turcos orientales pidieron ayuda a los chinos de la dinastía Sui, que les apoyaron, y así comenzaron a dar la vuelta a la guerra. Tardu no se amilanó, no obstante, y en el año 600 puso sitio de la capital Sui. Sin embargo, el astuto emperador chino inició una campaña diplomática secreta, y consiguió que las tribus Uygur y otras, que luchaban para Tardu y , le traicionaran. Después de perder así una gran fuerza, Tardu fue definitivamente derrotado en el 603. China aumentó su influencia sobre los turcos orientales, y, por lo tanto, sobre las rutas caravaneras de las estepas.

Fueron los turcos orientales los que conservaron el nombre de Gökturks. Permanecieron en la órbita política de la dinastía Sui hasta que ésta entró en decadencia frente a la dinastía Tang. Los turcos orientales irrumpieron en el país, pero el emperador Tang pactó con las tribus Tiele, y el khan turco fue capturado en el 630. De este modo, el imperio turco oriental fue dominado totalmente por el emperador chino, que lo dividió en diferentes protectorados.

Los turcos occidentales siguieron ejerciendo su imperio de manera independiente durante las siguientes décadas. Pronto apareció un poderoso motivo de tensión con los sasánidas. Dominaban la ruta terrestre de la seda hasta las fronteras de Irán, pero los sasánidas dominaban todas las rutas hasta el Mar Negro. Por lo tanto, sólo podían vender su seda a los sasánidas. Sin embargo, deseaban poder llegar hasta Bizancio, donde el beneficio de su venta pasaría íntegramente a sus manos. En otras palabras, no estaban dispuestos a que los iranios se quedaran con el pellizco más gordo. Por ello, se aliaron con los bizantinos y comenzaron la Tercera Guerra perso-turca, que les llevó a reconquistar todas las tierras al norte del río Oxus en el 630. Antes, ene l 627, con la ayuda del emperador Herakleios y la tribu de los kházaros, habían invadido Armenia (de nuevo buscando una ruta directa hacia los bizantinos), anque de allí fueron rechazados al cabo de tres años.

En el 634 ascendió al poder Ishbara-Qhan, un gran líder que modernizó extraordinariamente la organización de su imperio. Sin embargo, en lo siguientes veinte años, el poder Gökturk se debilitó, y así fueron perdiendo en control de otros súbditos como los búlgaros y los kházaros.

Mientras, desde el este, el emperador Taizong Tang avanzó hacia Occidente. En el 659 derrotaron definitivamente al khanato occidental.

Pero fue el khanato oriental de los turcos el que recuperó el poder. En el 681 se rebelaron de nuevo, y aunque los Tang se defendieron y alejaron a los turcos de China, no pudieron evitar que éstos se expandieran de nuevo hacia el oeste. En el 705 llegaron de nuevo a Samarkanda, en Sogdiana. Pero, en aquella ocasión, no estaban allí los persas, sino los ejércitos de los victoriosos Omeyas, que ya habían conquistado Persia. Turcos y árabes chocaron por primera vez. Éstos últimos fueron los vencedores, pero aquel encuentro cambiaría la Historia para siempre. Porque, como veremos en el próximo artículo, la dinastía abásida, que sustituyó a los Omeyas, comenzó a islamizar e introducir a los esclavos-soldado turcos, procedentes de las ya desorganizadas tribus que vagaban al otro lado del Oxus. Estos guerreros turcos pasarían a la posteridad como Ghilmen o Mamluks, y sus generales-esclavos terminarían por rebelarse contra sus amos, creando una serie de exitosas dinastías islámicas turcas: los fieros gaznávidas y sus temibles elefantes; los Seljuk, azote del imperio bizantino; los mamelucos, que terminaron gobernando en Egipto, y por último, los otomanos. Pero eso es otra historia.

El final del Segundo Imperio Gökturk se selló en el 744, cuando los Uygur promovieron una revuelta en el centro de las estepas, y, seguidos por otras tribus de la confederación turca, tomaron el poder. De esta manera, las estepas dejarían de ser un imperio organizado hasta la llegada de Gengis Khan, aunque las tribus turcas vagarían por ellas durante años.

Sin embargo, otros pueblos turcos seguirían hacia el oeste y fundarían sus propios khanatos, como los kházaros y los pechenegos, de los que hablaremos en otros artículos. Y no podemos obviar que cuando el poder Gökturk desapareció, los propios turcos de todas las tribus, no solo del Ashina, se habían asentado en las ciudades y oasis de su imperio, y muchos de ellos se hicieron sedentarios, formándose como excelentes artesanos, y también aprendieron artes y ciencia. La base étnica de la población de países como Uzbekistán, Afganistán, Irán, Pakistán o La India se vio para siempre determinada por este periodo.


En este momento hablaremos de la estepa. Merece la pena conocer un poco más el mundo que se desarrollaba que aquellos horizontes infinitos y desconocidos. A nuestros desacostumbrados e inexpertos ojos, si apareciéramos de repente en cualquier punto de aquellas tierras, seguramente nos parecería un lugar plano y vacío. Pero no era así ni para los turcos ni para los ruanruan, xiongu, tocarios, saka, sármatas, alanos y todos los pueblos hijos de las llanuras. Pues en aquél aparentemente monótono paisaje, había caminos invisibles que conectaban multitud de oasis y ciudades estado, extendidas a lo largo de las cuencas de los principales ríos (como la cuenca del Tarim, o el Oxus, que desembocaba en el Mar de Aral). Los nombres de tales ciudades se convirtieron en legendarios: Samarkanda, Bujara, Kokand de Ferghana, Jotán… Al norte de Bactria se encontraba la región de Sogdiana, cuya población, organizada alrededor de multitud de pequeños y prósperos oasis, viajaba y comerciaba de un lado a otro de la estepa, desde China hasta el Mar Negro, y desde las costas del Báltico hasta los puertos occidentales de La India. Los sogdianos, cuyo idioma indoeuropeo era lengua franca por toda la estepa, fueron importantes consejeros de los khanes turcos, y se beneficiaron enormemente de su imperio, pues proporcionaron seguridad para los mercaderes a lo largo de todo el camino. Chorasmia, otra región al norte de Sogdiana, siguió un camino parecido.

Los turcos y otros pueblos esteparios producían pieles y caballos. Los habitantes de los oasis y ciudades estado de las estepas construían sistemas de regadío y producían cultivos vegetales, ansiados por los nómadas para enriquecer su dieta. La seda viajaba desde China hasta el Báltico, Mar Negro y La India. Desde el Báltico llegaban miel y ámbar, y desde La India, especias. Las caravanas conseguían pingües beneficios, y parte de ellos se quedaban en las ciudades situadas en nodos estratégicos de los caminos. Las distancias eran enormes, y muchos los peligros. Por eso los turcos hicieron un gran esfuerzo por mantener la seguridad a lo largo de sus dominios.


LOS PRIMEROS EJÉRCITOS TURCOS EN DBA

Como pueblo estepario, los turcos continuaron con la tradición de guerra basada en la caballería armada con arco. Sin embago, su pericia en la fabricación de herramientas, armaduras, armas y arreos les dio cierta ventaja. Comenzaron a usar los estribos, lo que permitía aumentar la estabilidad del jinete y, por lo tanto, introducir más tensión en los arcos. Éstos eran compuestos, del tipo común de las estepas, pero no era asimétrico, como el de los hunos, sino más parecido al arco tradicional parto. No obstante, la estabilidad del jinete y una mejor construcción hacía del arco turco (todavía lo es) un arma apabullante. Además de la caballería ligera, los nobles llevaban hermosas armaduras lamelares y cotas de malla. De hecho, los turcos se convirtieron en el paradigma del arquero acorazado a caballo, y tanto en sus ejércitos como al servicio del Islam en los regimientos de Ghilmen y Mamluks, cambiaron para siempre la guerra en Asia. Poseían además hermosas espadas, muy bien adaptadas a la lucha a caballo. Según algunas fuentes, los jinetes acorazados a veces hacían uso de lanza para cargar, pero no era lo más frecuente, aunque en los ejércitos abásidas si cargaban en ocasiones empuñando pesadas mazas.

En DBA, el imperio Gökturk y sus sucesores Uygurs están representados en la lista III/11, Turcos centroasiáticos. La opción “a” representa a los Uygurs. La que nos interesa el la “b”, aunque ambas son muy parecidas. Contiene tres peanas de Cv, una de las cuales es el general, que representan a los nobles turcos. El resto de la lista es de LH, la caballería tribal, equipada con arco y espada, aunque hay tres peanas opcionales: puede cambiarse una LH por un Ps, que representa arqueros hostigadores procedentes de las ciudades y oasis, y hasta dos LH pueden cambiarse por Hd, que representan a siervos o pueblos sedentarios de la estepa sometidos y llevados al combate a rastras.

Essex y Old Glory tienen gamas de turcos (normalmente bajo el nombre de “Asian horse armies” o “central asian nomadic armies”, o cosas así.