Crisis de la República Romana III: La dictadura de Sila

jueves, 7 de mayo de 2009

Ya hemos comentado anteriormente el intento de Sila de obtener el consulado del año 87 a.C. para sus allegados; esfuerzo que fracasó al salir elegidos L. Cornelio Cinna y Cneo Octavio, ambos opuestos a sus postulados políticos. Para comprender de forma global lo que sucederá a continuación conviene recordar también el problema que para Roma suponía conceder la ciudadanía prometida durante y tras la Guerra Social. La clase política romana apenas tardó en dividirse entre partidarios de los “viejos” y “nuevos” ciudadanos: Cneo Octavio, por ejemplo, formaba parte de los primeros, mientras que el ya fallecido Sulpicio (como indican sus intentos reformadores) o el propio Cornelio Cinna se contaban entre los segundos.


Cinnanum tempus

Apenas hubo embarcado Sila rumbo a Grecia para enfrentarse a Mitrídates, la situación en Roma empeoró rápidamente. Partidarios de Cinna y Octavio se enfrentaron a cuchilladas en el foro, produciéndose numerosos muertos y heridos. Derrotado, Cinna huyó de Roma y buscó refugio en diversas ciudades latinas próximas que veían sus intereses perjudicados por los últimos acontecimientos políticos. Como respuesta, el senado se apresuró a deponerlo del consulado y colocar en su lugar a Lucio Mérula.

Cinna, mientras tanto, consiguió atraerse a su bando a la mayor parte de las tropas que Sila había dejado en Campania reprimiendo los últimos focos de sublevados samnitas. Mario regresó en su ayuda de su exilio en África y rápidamente consiguió reclutar a unos seis mil soldados entre esclavos libertos y las propias poblaciones samnitas. Tras conseguir algunos apoyos más de última hora (como el de Quinto Sertorio) ambos marcharon contra Roma, que no tardó en rendirse. La actitud ambigua y pasiva de Pompeyo Estrabón, que decidió no intervenir pese a que contaba con prácticamente las únicas tropas que hubiesen podido organizar una defensa, favoreció sin duda los intereses de Cinna y Mario.

Una vez tomado el control de la urbe, la represión desencadenada por Cinna y sus partidarios fue brutal. Numerosos senadores, incluyendo a Octavio, fueron perseguidos y ejecutados. Mérula se suicidó y la familia de Sila a duras penas consiguió escapar de los tumultos y reunirse con él en Grecia, mientras sus propiedades eran completamente saqueadas y arrasadas. Cinna y Mario, por su parte, se aseguraron de monopolizar el consulado durante los años siguientes, si bien Mario falleció por causas naturales a comienzos del 86, nada más iniciado el séptimo consulado de su carrera. Cinna desempeñaría el cargo, de forma sucesiva e ininterrumpida, hasta el 84 a.C.


Sila en Asia

En medio de todo este jaleo, llegaban a Roma noticias de las victorias de Sila en Oriente. Sin embargo, pese a su posición militar ventajosa, éste se encontraba atrapado en Grecia al no disponer de una flota con la que cruzar el Egeo y enfrentarse directamente a Mitrídates. Intentando aprovechar tal situación, Cinna envió al cónsul sufecto (sustituto en caso de que uno de los dos cónsules muriera durante el ejercicio de su cargo), Lucio Valerio Flaco, a Asia. Por suerte para Sila, Flaco no sólo era codicioso y sanguinario sino también un inepto de primera. Sus propias legiones se amotinaron y lo asesinaron, quedando su legado Flavio Fimbria al mando. Sacando partido de su flota, Fimbria consiguió expulsar a Mitrídates de la zona de Pérgamo y luego supo ganarse las simpatías de los habitantes de Ilión para que le abriesen las puertas, tras lo cual saqueó y destruyó la ciudad a traición.

Las incompetencias de Flaco y los desmanes de Fimbria otorgaron a Sila un tiempo precioso, que no desaprovechó. Mientras comenzaba a negociar la paz con Arquelao (general de Mitrídates), envió legados a diversas poleis y estados aliados de Roma, que le proporcionaron una flota pequeña, pero suficiente como para embarcar a buena parte de su ejército y pasar a Asia. En el año 85 a.C. consiguió reunirse con Mitrídates en Dárdano (en la región del Helesponto), donde firmó una paz bastante favorable para el monarca póntico teniendo en cuenta la situación que atravesaba la guerra en aquellos momentos. Mitrídates conservaba todo su reino del Ponto a cambio de devolver las conquistas realizadas aprovechando la Guerra Social y prestar a Sila algunos barcos para que este pudiese regresar a Italia con todas sus tropas.

Los motivos por los que Sila se mostró tan generoso en Dárdano resultan muy claros: por una parte no le interesaba seguir alargando la guerra contra el Ponto mientras sus enemigos campaban a sus anchas en Roma (recordemos que Sila había sido declarado hostis publicus tras el golpe de Cinna), y por otra existía el riesgo de que Mitrídates firmase la paz con Fimbria y no con él, lo cual reforzaría claramente los intereses de Cinna y dejaría a Sila en una posición muy difícil.

Una vez arreglado el asunto con Mitrídates, Sila marchó contra Fimbria y tras algunas escaramuzas logró cercarlo en Tiatira (actual Akhisar). Las tropas de Fimbria, cansadas tras una campaña tan mal planificada y dirigida, se rindieron rápidamente sin apenas resistencia; el legado consiguió escapar, aunque terminó suicidándose en Pérgamo. Sila necesitó todavía algún tiempo para pacificar una provincia muy alborotada por las recientes guerras, castigando a los instigadores de las persecuciones antirromanas del pasado y persiguiendo a los esclavos liberados por orden de Mitrídates para devolvérselos a sus dueños. Finalmente, dejando en Asia a una parte de su ejército para asegurarse de mantener el orden y aplastar las últimas resistencias (como Mitilene), Sila partió de vuelta a Italia.


Guerra civil

En la primavera del año 83 a.C., con cinco legiones veteranas a sus órdenes, Sila desembarca en Brundisium, Apulia, el “tacón de la bota” italiana. No tardó en obtener los apoyos de varios personajes descontentos con el gobierno de Cinna, como los futuros “triunviros” Marco Licinio Craso y Cneo Pompeyo, joven hijo de Pompeyo Estrabón (que había muerto por enfermedad en el 87 a.C.). El favor de Pompeyo resultó importante en tanto que implicaba añadir la legión bajo su mando (“heredada” de su padre, junto a una nutrida red de clientelas sociales en la zona del Piceno) a las ya de por si potentes huestes de Sila. Incluso algunos antiguos colaboradores de Cinna, como Cayo Verres, se pasaron entonces al bando silano.

La guerra civil se alargaría durante dos años. Constituyó el primer gran enfrentamiento armado de romanos contra romanos, y terminaría dejando tras de sí numerosas cicatrices y heridas abiertas que envenenaron todos los ámbitos políticos romanos durante las décadas siguientes. La resistencia fue dirigida no por Cinna (que había sido asesinado por sus propios soldados durante un amotinamiento en Liburnia en el año 84), sino por los cónsules de los años 83 y 82 respectivamente.

La primera batalla importante en campo abierto tuvo lugar en Sacriporto (82 a.C.), donde Sila derrotó con contundencia al joven cónsul Cayo Mario (hijo del Mario sobre el que tanto hemos disertado con anterioridad). Sila desató entonces toda su crueldad contra los prisioneros samnitas que habían formado parte del ejército de Mario, conducta difícil de explicar y que no hizo sino dificultar las cosas para él, en tanto que provocó una nueva sublevación general de las poblaciones samnitas de Campania, apoyados además por los lucanos.

Con bastante esfuerzo fue capaz Sila de contener a los samnitas mientras continuaba su avance hacia Roma. Allí, frente a las murallas de la ciudad, se libró la batalla decisiva de la guerra en las inmediaciones de Porta Colina. La victoria aplastante de Sila puso prácticamente final al conflicto: el joven Mario huyó a Praeneste y terminó suicidándose poco después cuándo la propia Praeneste cayó ante los ejércitos silanos. La mayor parte de los “marianistas” que consiguieron escapar huyeron de Italia y buscaron refugio en otras provincias para continuar la resistencia: Quinto Sertorio se hizo fuerte en Hispania, mientras Papirio Carbón y M. Perpenna tomaban el control de África y Sicilia respectivamente.


La dictadura de Sila

Tras conceder a Pompeyo un imperium pretorio (cargo excepcional teniendo en cuenta que por aquel entonces Pompeyo era un simple particular que no había desempeñado ninguna magistratura) para que continuase la guerra contra los marianistas, Sila reunió al senado en el templo de Belona. Su objetivo era la aprobación oficial de una nueva lista de enemigos públicos, mediante la que poder deshacerse de todo resquicio de resistencia. El senado no se dejó amedrentar y rechazó la propuesta, a lo que Sila respondió promulgándola de todas formas desde su cargo proconsular. En la lista final figuraban unos 80 senadores, además de influentes personalidades de rango ecuestre. Inmediatamente se desencadenó una cacería en toda regla por Italia, puesto que entregar la cabeza de un hostis publicus en Roma permitía el cobro de una sabrosa recompensa (más de 10000 denarios por “pieza” atendiendo a Plutarco).

La dirección de una de estas ‘bandas de cazadores’ fue otorgada a L. Sergio Catilina, el futuro gran enemigo de Cicerón, que presumiblemente llegó a amasar grandes riquezas a base de hacerse con los bienes y propiedades de los proscritos a los que daba muerte. Sila dictó, posteriormente, una ley más amplia referida a todos sus enemigos, estableciendo la confiscación de sus bienes y la prohibición de ejercer cargos públicos a sus descendientes durante dos generaciones. Para consolidar su posición, obligó al senado a ratificar todas sus decisiones y, ante la ausencia de las figuras consulares (muertos ambos durante la guerra civil), ejecutó toda una serie de ‘piruetas’ políticas y administrativas que culminaron en su designación como dictador, obviamente con los plenos poderes asociados al cargo pero sin ningún tipo de límitación temporal.

Una vez hubo acumulado un poder absoluto en sus manos, Sila se embarcó en un ambicioso proyecto reformador que, en su propia opinión, supuso la “reconstrucción de la res publica”. Se trató de una reforma demasiado amplia y profunda como para exponerla aquí detalladamente, baste mencionar una reglamentación exhaustiva de muchas magistraturas, la reposición de buena parte del senado (diezmado por la guerra civil y las persecuciones posteriores) a base de nombramientos a dedo, un denso programa de fundaciones coloniales para asentar a los fieles veteranos de la campaña en Asia, una notable reducción de las competencias del tribunado de la plebe y, por último, la eliminación del reparto subvencionado de trigo entre la plebe romana (implantado en su día por Cayo Graco). En conjunto, resultaron sin duda una serie de medidas encaminadas a reforzar el poder de la oligarquía optimate y evitar cualquier auge futuro de la temida “amenaza popularis”.

Resulta difícil juzgar de una forma global el periodo silano sin verse sujeto a las simpatías que unos u otros contendientes puedan despertar en el lector. Los historiadores clásicos que narran estos acontecimientos (como Apiano o Plutarco) manejaban unas fuentes de indudable parcialidad ideológica: por un lado las memorias del propio Sila, y por otro la propaganda popularis que vino tras el final de la dictadura.

Siendo realistas, más allá de las mejores o peores intenciones de sus reformas, el régimen silano quedó marcado a fuego en la memoria romana como un periodo de extrema crueldad. El mismísimo Julio César, antes de enfrentarse a Pompeyo en Farsalia, exhortó a sus tropas a derrotar la crueldad de un “general silano”. El propio hecho de movilizar a un ejército romano contra la propia urbe (y por dos veces) sentó un tentador precedente para las aspiraciones monárquicas de César y Octavio, que vendrían después.

En última instancia, ese es el gran detalle que coloca a Sila en un escalón completamente distinto al de César o Augusto: Sila nunca aspiró a perpetuarse en el poder. Creyó ingenuamente que con una rápida reforma sociopolítica y la limitación de la influencia de los sectores políticos popularis bastaría para asegurar la estabilidad de la república durante largo tiempo. A finales del año 81 a.C., Sila abdicó de su cargo de dictador y, tras desempeñar el consulado durante el 80 a.C., se retiró a su finca de Puteoli, donde dedicó los últimos años de su vida a la redacción de sus Memorias. Y allí falleció, en 78 a.C., a los sesenta años de edad.

Esta vez no incluyo referencia a DBA porque los ejércitos contendientes siguen siendo Marian Roman, y como el siguiente artículo se centrará seguramente en las campañas de Pompeyo, aprovecharé para introducir la reseña entonces.

El sueño de Bactriana: los últimos reinos griegos.

viernes, 1 de mayo de 2009

Saludos. Hoy comenzaremos con un enigma. Imaginad la escena: es 12 de noviembre de 2001, y los talibanes ya sienten el aliento de los americanos en el cogote. En Kabul, un grupo de mulás, listo para huir a las montañas, se ha detenido en el edificio del Tesoro, construido en los años 30 por arquitectos alemanes. Bajan directamente al sótano, y al final de un estrecho pasillo hay una puerta con siete extrañas cerraduras. Los talibanes no tienen las llaves, claro, de modo que recurren a lo que tiene a mano: sopletes, palancas, balazos... Pero nada. La puerta apenas recibe daños. Por último, comienzan a disponer dinamita alrededor, hasta que un funcionario del Tesoro, horrorizado, les explica que el diseño del edificio es tal que si intentan volar la puerta, destruirán los muros de carga principales y toda la estructura caerá sobre sus cabezas. “Diseño alemán”, les asevera. Por ello, los mulás, frustrados, abandonan el edificio y huyen de Kabul sin conseguir su objetivo.

Pero, ¿qué había tras esa puerta, cuyas llaves estaban en poder de siete personas que no se conocían entre ellas, en siete lugares distintos del mundo? ¿Qué fabuloso tesoro intentaban saquear los talibanes? Preparémonos para viajar con la imaginación, queridos lectores, a través de los océanos de tiempo. Miremos ahora Afganistán en el Google Earth, y retrocedamos días, meses, años, siglos.... Porque hubo un tiempo en el esa tierra, que ahora no es más que escombros, era un país asombroso y opulento, cuna de una refinada y mestiza cultura, que fue descrito por los geógrafos como el riquísimo imperio de las mil ciudades. Pero su estrella se apagó, y cayó en el olvido, y no se volvió a saber nada de aquellos fabulosos reyes hasta hace poco más de cien años. Porque al otro lado de aquella puerta, amigos, estaba uno de los mayores y más hermosos tesoros que se hayan imaginado nunca. Y si tomáramos una sola de las miles de monedas que lo conforman, nos resultarían extremadamente familiares. Reconoceríamos en ella algunos caracteres. Sí. Algunos, incluso podrían leer fácilmente palabras escritas en griego. ¿”Cómo es posible”, podríamos pensar? Viajemos, viajemos un poco más hacia el oeste, hacia el principio de esta historia, hasta Babilonia, donde un joven rey macedonio agoniza en su lecho, rodeado por sus generales... Porque la cadena de acontecimientos que llevaron a los mulás al edifico del Tesoro, comenzó ese aciago día de verano del 323 a.d.C., en el que Alejandro, hijo de Filipo, falleció sin heredero.

Alejandro. Hubiera bastado con que dijera un único nombre con su último aliento, y todo habría sido diferente. Pero murió en silencio, y su cuerpo no estaba frío todavía cuando ya sus generales luchaban entre ellos por heredar su fabuloso imperio, que llegaba desde Macedonia hasta La India. Allí estaban, entro otros, Ptolomeo, Lisímaco, Eúmenes... y Seleúco. Sin hacer grandes esfuerzos por entenderse entre ellos, cada uno se dirigió hacia sus tropas, y comenzaron las guerras de los Diadócos.

Tras años de lucha, no les quedó mas remedio que llegar a diferentes acuerdos y repartirse las satrapías del imperio de Alejandro, que, inteligentemente, había respetado la organización territorial del imperio persa. En el reparto, Seleúco se quedó con pedazo enorme: desde Siria hasta La India, y estableció su imperio en el 305 a.d.C. Siguió respetando la estructura de satrapías persas, situando en cada una un gobernador designado por él, sátrapas, a fin de cuentas. Mientras, en La India, una nueva dinastía ascendía al poder: los Maurya. Su fundador, Chandragupta, recibió embajadores de Seleúco. El general sabía que no podría controlar las tierras del Indo ante los Maurya, y pactó con ellos: tierras, a cambio de miles de elefantes que incorporar al ejército seleúcida. Como prenda, matrimonios pactados entre ambas dinastías. Chandragupta sonrió y aceptó, y así extendió su imperio hasta las faldas del Hindukush.

Los años pasaron. A la muerte de Seleúco le sucedió su hijo Antíoco I, y a éste, Antíoco II. En este momento, el año 250 a.d.C. las guerras de Antíoco con los Ptolomeos de Egipto, alcanzan un nuevo clímax. Es entonces cuando el gobernador de la rica satrapía de Bactriana, aprovechando la oportunidad, declara unilateralmente su independencia de la casa de los Seleúcidas, y funda su propio reino: Bactria (en el norte del actual Afganistán) tomando rápidamente el control del ejército y preparándose para el posible contraataque seleúcida. Y su ejemplo cundió, porque apenas tres años después, Andrágoras, sátrapa de Partia, también declaró la independencia.

Hasta el 210 a.d.C., con un nuevo Antíoco, el tercero, los seleúcidas no fueron capaces de organizar una invasión en la satrapía rebelde. Para entonces, ya llevaba veinte años gobernando en Bactriana una nueva dinastía, la de Eutidemo, que había derrocado a Diodoto, y se había anexionado Sogdiana. Eutidemo y sus nuevos ejércitos grecobactrianos fueron inicialmente derrotados, pero en su repliegue hacia su capital se defendió con éxito, y resistió un terrible asedio durante tres años. Antíoco III, ante la imposibilidad de mantener el sitio por más tiempo, decidió pactar con Eutidemo. De esta manera, el imperio seleúcida reconocía al reino grecobactriano.

Su expansión prosiguió. Ya habían llegado a China hacia el final del siglo III a.d.C., y también se expandieron hacia el oeste, conquistando Traxiana; al norte, Fergana y al sur, más allá del Hindukush, hasta Aracosia. Para el año 180 a.d.C., el reino grecobactriano estaba a las puertas de La India.

Pero mientras, los partos, guiados por Arsaces se habían rebelado contra Andrágoras. No sólo tomaron el control de la región, sino que, bajo el mando del sucesor arsácida, Mitrídates I, siguieron como una ola imparable hacia el oeste, conquistando el corazón del imperio. La casa seleúcida fue empujada hasta el Mediterráneo, mientras Persia, Media y Babilonia volvía a manos iranias. El resultado es que el reino griego de Bactriana quedó separado para siempre de Occidente, la tierra de donde habían llegado los reyes macedonios. Para entonces, aquellos tiempos resultaban muy lejanos. En Bactria, la cultura helenística y las irania e india, a fuerza de coexistir, estaban impregnándose unas de otras. No se miró al oeste con nostalgia. Las riquezas, el poder, la gloria, estaban en el este.

En el año 180 a.d.C., la dinastía Maurya fue depuesta por los sungas. Su intolerancia religiosa hacia los budistas fue aprovechada por el rey bactriano Demetrio, que invadió La India, presumiblemente en defensa del budismo. Incorporó las tierras de la llanura del Indo a su reino, y luego prosiguió hacia el este. Los sungas dejarían registros escritos maldiciendo a los helenos, los “yavana”, feroces y sedientos de sangre.

Los sucesivos reyes bactrianos siguieron avanzando hacia el corazón de La India, hasta que el Menandro, en el año 150, conquistó la ciudad de Paliputra, en el valle del Ganges. En ese momento, la dinastía bactriana eutidémida fue depuesta por otra helenística, la eucrátida, que finalmente tomó el poder en el 140 a.d.C. El desorden en el reino bactriano fue tal que, aprovechando que las conquistas en La India eran tan extensas, el general Menandro dio un golpe de mano y formó el primer reino indogriego, una entidad política separada del reino de Bactria, que no pudo evitar la independencia de facto.

A partir de ese momento, la información que se tiene se diluye, y sólo se conoce que el reino Indogriego se fragmentó en numerosas partes con muchos reyes “yavana”, que volvían a unirse más tarde bajo otros yavana más poderosos, y que al morir éstos volvían a separarse.

Ambos reinos tuvieron una corta vida en paralelo, pues a partir del 140 a.d.C., a través de las estepas comenzó una invasión de los escitas del este, que presionados por otron pueblo indoeuropeo denominado Yue-zi, o kushan, avanzaron hacia el sur penetrando por el norte de Afganistán, y desorganizando no sólo Bactriana, sino también la frontera oriental del imperio parto. Y poco después los kushan también entraron en el reino. Entre ellos se encontraban posiblemente los tocarios, el pueblo indoeuropeo conocido que habitó más al este. A lomo de sus poderosos caballos, los impresionantes catafractos de los kushan y sus arqueros a caballo irrumperion en el debilitado y aun inestable reino bactriano. Los eucrátidas, aunque presentaron una feroz defensa, perdieron en pocos años de guerra el control de su reino, y, repliegue tras repliegue, el último rey grecobactriano, Heliocles, ordenó a sus súbditos huir hacia sus últimas posesiones en La India en el año 130 a.d.C. Los grecobactrianos, que formaban el estrato superior de la sociedad, se llevaron todo lo que pudieron, pero sus mayores tesoros tuvieron que ser escondidos y abandonados. Entre estos tesoros se contaban miles de hermosas monedas, adornos de oro, objetos preciosos procedentes del comercio con China y de los maravillosos artesanos de Bactriana. Fueron éstos tesoros los que aparecieron en el siglo XX. Éste es el origen del oro perdido de Bactriana, el tesoro de las Siete Llaves, que sólo representaba una pequeña parte del total.

Los kushan tomaron el poder en el reino, pero no destruyeron la cultura helenística, sino que la absorbieron en gran medida. Hablaremos de este poderoso imperio en otro artículo, no obstante, pues ahora debemos seguir con el último impero helenístico de Asia: los indogriegos, que bajo el mando de Menandro I, habían conquistado gran parte del norte de La India.

Los “yavana” se situaron de nuevo como estrato dominante en una sociedad también de castas, de manera que su dominio fue fácilmente asimilado. A lo largo de los años se sabe que gobernaron unos treinta reyes helenísticos. La cultura, la filosofía y la religión de ambos pueblos se fusionaron con una fuerza extraordinaria.

Sin embargo, los kushan desde su nuevo imperio bactriano, comenzaron su extensión hacia La India. La mitad occidental del reino indogriego fue conquistada hacia el 70 a.d.C. El reino indogriego quedó limitado a los territorios del Punjab. Pero los pueblos escitas esteparios siguieron presionando sin embargo más allá de las fronteras kushan, y así, en el año 10 a.d.c., el último rey indogriego, Estratón II, fue derrotado. Los últimos herederos del mundo que Alejandro había imaginado habían desaparecido. Pero no su cultura.

Los reinos grecobactrianos e indogriegos mantuvieron algunas características comunes. Los reyes y la clase dominante era de origen heleno, pero numéricamente era muy inferior a los pueblos sobre los que gobernaban. Éstos, además, eran muy variados, con lenguas, religiones y culturas distintas. La respuesta a los problemas de gobierno fue la misma que ya había empezado a adoptar Alejandro: la fusión cultural. Los gobernantes fueron asimilando la cultura local. Las lenguas comenzaron a fusionarse, y la religión pasó por un proceso de sincretismo, es decir, de unión de corrientes totalmente distintas. Estas ideas permitieron el nacimiento de culturas nuevas, con características tanto helenísticas como autóctonas. Cobró especialmente fuerza la religión budista, que muchos reyes, sobre todo indogriegos, no sólo defendieron con vehemencia, sino que llegaron a adoptar, como Menandro I. De hecho, una de las mejores muestras de este sincretismo cultural es un texto budista llamado “Milinda Phana” (Diálogos con Milinda, es decir, Menandro). Escrito en pali, refleja, copiando el más puro estilo dialéctico platónico, las conversaciones entre Mendandro y un monje budista Nagasena. En las distintas monedas acuñadas por los reyes pueden leerse inscripciones en griego y en idiomas locales, con símbolos adaptados, y referencia a dioses de todos los panteones. Hubo templos maravillosos y estatuas de belleza inigualable. La población, en su mayoría india o irania, disfrutaría junto a la aristocracia “yavana” de antiguos dramas escritos por autores de extraños nombres tales como “Sófocles”, o “Eurípides”, que hablaban de lejanas ciudades del oeste, que ya apenas eran un vago recuerdo para los nobles.


GRECOBACTRIANOS E INDOGRIEGOS EN DBA

La lista que representa a estos reinos es la II/36. Ésta tiene una variante “a” para el reino greco-bactriano y la “b” para el reino indogriego. Como características comunes, los ejércitos de estos reinos presentan una composición mixta: mando y unidades regulares de estilo helenístico y una parte mucho mayor de tropas autóctonas, tanto iranias como indias. Pero veámoslas con más detalle.

La opción “a”, grecobactriana, tiene un general 3Kn, que representa a la caballlería helenística tipo “Hetairoi”, equipada con armadura pesada y xyston, y otra peana de 3 ó 4 Kn, que representa tropas del mismo tipo o bien tipo catafractos seleúcidas. Luego hay dos peanas de LH,que representan caballería ligera bactriana, tropas iranias que combatían con arco y lanza ligera. Luego, vienen dos complejas opciones de hasta ocho peanas. La primera incluye 4 bases de picas, dos de auxiliares tipo “thureophoroi” helenísticos, y dos peanas de psilois, (arqueros mercenarios cretenses o arqueros montañeses indios), que pueden ser opcionales con una peana de elefantes y otra de Bw indios. Es decir, este grupo representa la primera etapa del reino grecobactriano, cuando todavía tenían contacto con los reinos helenísticos de occidente, y la tradición militar macedonia era mayoritaria.

Sin embargo, la otra gran opción sustituye estas últimas ocho bases por tropas exclusivamente iranias: 3 bases de caballería acorazada o catafractos iranios y más LH de caballería ligera bactriana y caballería ligera india. Es decir, es posible hacer una lista exclusivamente de tropas montadas. Con estos ejércitos hicieron frente a las invasiones kushitas.


La opción “b”, que es la del reino indogriego, es más sencilla. El general es Cv, en lugar de Kn. En las monedas indogriegas se representan jinetes helenísticos, pero equipados con arcos y lanzas ligeras. Al parecer, tuvieron que cambiar las tácticas de choque con xyston frente a enemigos más ligeros, como los indoescitas, que fueron penetrando en La India. Por ello se equiparon de aquella manera. Luego hay una peana de Lh, que representa caballería ligera india o bien mercenarios escitas. Cuatro peanas de piqueros son el último recuerdo de las tácticas helenísticas, pues luego siguen dos peanas de elefantes indios; tres peanas de arqueros indios Bw, una de las cuales puede cambiarse por Ps, arqueros montañeses indios y una peana de Bd, que representa a los lanceros indios, que luchaban con escudos grandes y estrechos, jabalinas y diferentes tipos de espada, normalmente por delante de los arqueros.

Casi todas las marcas tienen gamas útiles: Xyston, Essex, Old Glory, Magister Militum, etc.