Crisis de la República Romana II: La Guerra Mitridática

miércoles, 22 de abril de 2009

Nuestro compañero Xoso continúa su serie sobre el colapso de la República romana.

Al término de la Guerra de los Aliados, Roma se encontraba ante dos problemas de notable envergadura. El primero era cumplir lo prometido a los itálicos que, o bien se habían mantenido fieles, o bien habían depuesto sus armas a cambio de obtener la ciudadanía. El segundo respondía a asuntos militares, tanto la represión de los últimos focos de resistencia itálica como la inminente guerra que se avecinaba contra Mitrídates del Ponto.

Por otra parte, las disputas internas romanas entre optimates y popularis no hicieron sino recrudecerse tras la victoria en la Guerra Social. Al frente de los primeros se situaba claramente Sila, brillante militar que había probado su valía tanto bajo órdenes de Mario contra los germanos como en la recientemente finalizada guerra civil. Defensor a ultranza de los valores optimates más conservadores, Sila tuvo como oposición al propio Mario, que había regresado al redil popular y contaba con el decidido apoyo de Publio Sulpicio, tribuno de la plebe en el año 88 a.C.


Reformas de Sulpicio

Sulpicio, que había servido como legado en el ejército de Pompeyo Estrabón durante la guerra, poseía una capacidad oratoria muy notable y se las apañó para promulgar una ley que repartía a los nuevos ciudadanos itálicos entre las 35 tribus romanas ya existentes. De esta forma, asegurándose de que no serían aglutinados en unas pocas nuevas tribus sin apenas importancia, Sulpicio otorgaba a los nuevos ciudadanos una gran fuerza política. Ello le valió un elevado favor popular, del que a su vez se valió para proponer su famosa lex comicial, que concedía a Mario la dirección de la guerra contra Mitrídates.

Estas medidas, claramente continuadoras de las políticas anteriores del fallecido Livio Druso, causaron evidente conmoción entre el senado y los optimates. Los cónsules, Sila y Pompeyo Rufo, contraatacaron promulgando un iustitium, que paralizaba forzosamente toda actividad pública, lo cual impedía efectuar las votaciones para aprobar las leyes de Sulpicio. La situación, lejos de mejorar, se descontroló: violentos enfrentamientos sacudieron las calles de Roma, en los que fue asesinado un hijo de Pompeyo Rufo. Ambos cónsules se vieron obligados a escapar y esconderse, incluso Sila recibió ayuda del propio Mario para escabullirse (lo que vendría a indicar que todavía existía cierto respeto entre los dos, aunque probablemente si Mario hubiera sabido de las verdaderas intenciones de Sila no le habría dejado huir).

Sulpicio consiguió que los asustados cónsules retiraran el iustitium, pudiendo así someter a votación sus dos leyes, que fueron aprobadas. Sin embargo, tras su precipitada huida de Roma, Sila había ejecutado ya su movimiento. Tras reunirse con el ejército encargado de sofocar los últimos focos de resistencia en Campania, consiguió poner a la mayoría de las tropas de su parte, haciéndoles creer que si Mario se hacía con el mando de la campaña contra Mitrídates les licenciaría forzosamente y reclutaría nuevas tropas, con lo que se quedarían sin opciones de obtener botín alguno en Asia.

Valiéndose de su nuevo ejército, Sila marchó contra Roma. Esta conducta, siendo la primera vez en la historia que un general romano, comandando un ejército romano, atacaba la propia ciudad de Roma, sentó un pésimo precedente para muchos de los enfrentamientos civiles que vendrían después. El asalto resultó bastante sencillo al carecer Roma de una guarnición estable con la que defenderse, pese a lo cual llegaron a desatarse algunos combates en diversas zonas de la urbe, donde sectores de la plebe consiguieron atrincherarse y hostigar a las tropas de Sila desde las ventanas y tejados de los edificios. Una vez superada esta resistencia, Sila se hizo con el control absoluto de la ciudad y dictó oficialmente una lista de hostis publicus (enemigos públicos) para deshacerse de sus rivales políticos. Si alguien era declarado enemigo público significaba que cualquiera podría matarle con total impunidad, lo que condujo inmediatamente al asesinato de Publio Sulpicio y a la huída de Cayo Mario, que hubo de ocultarse en África.


Guerra contra Mitrídates

Una vez aniquilados o apartados sus principales enemigos, Sila hizo aprobar a toda prisa una serie de leyes de corte conservador que desmontaban parte de la legislación de Sulpicio y a su vez reforzaban a los sectores políticos optimates. Sin embargo, su posición recibió un duro revés al celebrarse las votaciones de los dos nuevos cónsules para el año 87, saliendo elegidos Cornelio Cinna y Cneo Octavio, ambos opuestos a Sila. Este intentó maniobrar para proteger a su amigo y entonces compañero en el cargo, Pompeyo Rufo, asignándole la dirección de parte del ejército de Italia (para que cuándo concluyese su mandato no se convirtiera en un simple ciudadano sin cargo público, muy vulnerable ante cualquier posible represalia). La jugada salió mal en tanto que Rufo fue emboscado y asesinado cuándo se dirigía al encuentro con sus nuevas tropas, acción que contó posiblemente con el beneplácito de Pompeyo Estrabón.

Muerto Rufo, Sila se esforzó por mejorar ligeramente sus relaciones con Cinna. Consiguió que el cónsul prometiese respetar las leyes y medidas excepcionales recientemente aprobadas, y casi inmediatamente partió hacia Asia con su ejército. Allí esperaba, por supuesto, Mitrídates VI Eupator, monarca del Ponto extremadamente hostil a Roma durante todo su largo reinado. Talentoso general y hábil político y conspirador, Mitrídates había salido airoso de las disputas internas contra su propio hermano para luego extender su control e influencia (a veces mediante las armas) por Paflagonia y Bitinia. Precisamente sus injerencias e intereses en Bitinia le habían conducido a un enfrentamiento contra Roma. Aprovechando la confusión de la Guerra Social en Italia, Mitrídates se había deshecho del enviado romano para gestionar la zona (Manio Aquilio) para luego instigar una serie de numerosos y virulentos levantamientos anti-romanos por toda la provincia de Asia.


Mientras Sila perdía un tiempo precioso imponiéndose por la fuerza en Roma, Mitrídates realizaba su siguiente movimiento. Envió una avanzadilla a Grecia con Arquelao, uno de sus generales, al frente. Al tiempo que el grueso del ejército póntico se congregaba en Anatolia bajo órdenes de Taxilas (otro general de Mitrídates), Arquelao tomó Delos por asalto y entregó el tesoro de la isla a los atenienses, que no dudaron en darle la bienvenida e iniciar una cacería de todos los itálicos y “sospechosos prorromanos” presentes en su ciudad. Los planes de Mitrídates consistían probablemente en utilizar Atenas como cabeza de puente para invadir el Peloponeso y Beocia con su ejército y provocar una nueva oleada de revueltas antirromanas por toda Grecia y Macedonia.

Sila, tras llegar finalmente a Grecia, avanzó rápidamente contra Atenas y puso sitio a la ciudad. El asedio fue largo y difícil, y no se completó con éxito hasta comienzos del año 86 a.C. Arquelao escapó por mar, mientras Sila hacía pagar cara su traición a los atenienses, arrasando parte de la polis y ejecutando a casi toda la población sin miramientos. Poco después desembarcó Taxilas en ayuda de Arquelao, pero Sila los venció a ambos en Beocia de forma contundente. Derrotados sus generales en Grecia, las cosas no pintaban nada bien para Mitrídates. Los fracasos militares ocasionaron que buena parte de la oligarquía helena en Asia Menor le retirase su apoyo, por lo que se vio obligado a radicalizar todavía más sus postulados en un intento por atraerse ahora a las clases bajas de las poleis. Además de dictar leyes favoreciendo la liberación masiva de esclavos, llegó a constituir toda una red de espionaje para desenmascarar y perseguir a sus “enemigos prorromanos”.

La situación de Sila, pese a sus victorias, tampoco era precisamente idílica. El motivo debemos buscarlo, para variar, en un nuevo enfrentamiento civil en la propia Roma. Pero de eso hablaremos en el siguiente artículo.


DBA
Los ejércitos romanos que participaron bajo órdenes de Sila tanto en la Guerra de los Aliados como en el enfrentamiento contra Mitrídates deben representarse con la conocida lista II/49 Romanos de Mario y sus 8 famosas plaquetas de Bd. Si se desea representar una batalla o escaramuza entre Roma y sus enemigos confederados de la Guerra Social, lo más adecuado sería que el ejército de los "aliados" también utilizase la misma lista, a fin de cuentas los itálicos de entonces ya habían combatido bajo órdenes de Roma en multitud de guerras y lo más lógico es que dominasen el estilo de combate y formación romano. La gama de miniaturas a escoger es muy amplia, aunque recomiendo de forma especial la gama de romanos de Mario de Corvus Belli, y también las últimas minis que ha sacado Xyston.

Para las fuerzas dirigidas por Arquelao y Taxilas en Grecia, corresponde la lista II/48 Mitridáticos; ejército versátil y muy personalizable. Para las miniaturas, podéis rebuscar de nuevo entre las gamas de Xyston y Corvus Belli.

3 comentarios:

0nironauta dijo...

Llevo todo el día leyendo el blog, que me parece excelent y lleno de contenidos. Algunos artículos me parecen mejores que sus respectivos en la wikipedia.

He visto que acabas de colgar un nuevo post, así que aprovecho para dejar mi felicitación.

Un saludo.

Erwin dijo...

Como siempre, unos artículos escelentes. Un placer leerlos.
Y además ésta es sin duda una de las etapas de la historia de Roma que más me apasionan.
Saludos

caliban66 dijo...

Muchas gracias por vuestros comentarios sobre el blog. Así da gusto seguir trabajando en los artículos. Espero que los próximos también os atraigan.