Grandes Batallas V: Los Campos Catalaúnicos, 451 d.C.

martes, 19 de febrero de 2008

Saludos. Hoy hablaremos de la última batalla de los romanos antes de que su ciudad cayera para no volver a levantarse jamás.
Algunos hombres doctos dicen que aquella batalla comenzó por un motivo determinado, otros dicen que por otro. Pero lo cierto es que en el año 451 de nuestra era, el Imperio Romano se descomponía como un cadáver. La antigua gloria de la Luz del Mundo estaba extinta. Los dueños de todas las tierras de un océano a otro ya no eran capaces de dirigir con eficacia ni propia región. Hacía medio siglo que se había dividido el Imperio en dos, y ahora había sendos emperadores: uno en el este y otro en el oeste. Pero las tierras ya no eran seguras.
Desde el norte, los invasores germanos habían cruzado el Rin y se habían apoderado de la Galia, estableciendo sus propios reinos. Ahora, había un rey franco que gobernaba, aunque no era reconocido oficialmente por el emperador romano.
Los visigodos habían sido empujados desde el este hacia el oeste, y habían atravesado impunemente el imperio, apoderándose de las tierras al norte y al sur de los Pirineos.

Pero el peor de todos aquellos enemigos era el enorme imperio que habían formado unos orientales que habían llegado a caballo, y que desde sus tierras al otro lado del Danubio, atravesaban las tierras del imperio romano de Oriente robando, saqueando y estableciendo tributos que estaban asfixiando los ya exiguos recursos del emperador oriental. Los hunos, gobernados por Atila, que desde su centro de poder, Tigas, la ciudad de las llanuras, podía jugar a decidir el destino de toda Europa. Había subyugado a los germanos del este, ostrogodos y gépidos, que ahora le obedecían sin rechistar. Hasta el emperador occidental se vio obligado a establecer relaciones diplomáticas con Atila, y Tigas era visitada frecuente por los embajadores romanos, tanto de occidente como de oriente. Uno de aquellos embajadores de occidente era el general Flavio Aecio.
Aecio era un romano de su tiempo, con todo lo que implicaba aquello. En su vida había conocido tanto lo que quedaba de la vieja Roma como los nuevos poderes que surgían de entre los germanos, y sus nuevos reinos. Con todos ellos era capaz de hablar en sus distintas lenguas, y hasta se ganó la confianza de Atila, que llegó a desarrollar cierta amistad personal.

Muchos dicen que todo empezó por una mujer: Honoria, la hermana del emperador Valeriano III, señor del Imperio Romano de Occidente. Honoria había sido obligada a casarse contra su voluntad con un senador romano, y a los pocos años de angustioso matrimonio, enfurecida y desesperada, sólo encontró una solución. Envió un mensaje a Tigas, a Atila, rey de los hunos, prometiéndole matrimonio y una extensa dote en forma de tierras si la rescataba de la vida que llevaba hasta ese momento.
Atila, que llevaba un tiempo sopesando y midiendo el poder del Imperio Romano de Occidente, así como a los francos y visigodos que se habían apoderado de sus tierras, no tardó en decidirse a actuar: reclamó a Honoria como esposa, y a toda la Galia como dote. Luego, reunió sus ejércitos de arqueros a caballo hunos, y sus aliados ostrogodos y gépidos, y se puso en marcha.
Cuando el desafío de Atila llegó a la corte de Valeriano, éste envió a Flavio Aecio con la orden de detener a Atila en sus pretensiones. Porque, si Atila se apoderaba de la Galia y subyugaba a los germanos francos y visigodos, Italia sería lo único que le quedaría por conquistar, y sin más apoyos, perecería irremediablemente. Aecio reunió las pocas tropas romanas que pudo antes de marchar al norte: básicamente, auxiliares no profesionales. Roma no podía reunir las legiones de antaño. Los soldados que siguieron a Aecio eran ciudadanos, campesinos y artesanos, mal equipados y con precaria formación militar. Sin embargo, Aecio consiguió infundir en ellos el valor suficiente para enfrentarse al más poderoso enemigo de Roma.
Sin embargo, Aecio sabía que no serían suficientes. Tenía muy claro que necesitaba la ayuda de otros enemigos de Roma: los reinos visigodo y franco, los únicos con poder militar efectivo, con fieros soldados, que Aecio conocía bien por haber luchado junto a él como federados. Por ello, es astuto Aecio se dirigió a la corte e Teodorico, rey visigodo del reino de Tolosa, para convencerle de que se aliara con él contra los hunos. Se dice que cuando Teodorico vio la ruina de ejército que comandaba Aecio, decidió que sería más seguro quedarse en casa y esperar a Atila en sus propias tierras. Sin embargo, Aecio no se rindió fácilmente. Buscó apoyo en un consejero de Teodorico, Avio, que finalmente convenció a Teodorico. Luego, Aecio y Teodorico marcharon hacia los francos. Como estaban en el camino de Atila, Meroveo, rey de los francos, fue más fácil de convencer. Además, Avio consiguió atraer también a las tribus alanas que en aquel momento se habían asentado entre los francos y los visigodos. Finalmente, toda aquella última alianza se puso en marcha para interceptar a Atila. Aecio, desde una colina, vio pasar todo el ejército hacia el norte, pensando que aquél era el último poder militar que quedaba en occidente. Si aquella precaria alianza fracasaba, si la Galia caía, nada evitaría que Roma también desapareciera bajo las pezuñas de los caballos hunos. En aquel momento, un trueno retumbó a lo lejos, la brisa arreció y una fina lluvia comenzó a caer. Aecio se arrebujó en su capa y espoleó su caballo para unirse a la marcha.

Para entonces, Atila y sus germanos ya recorrían el norte de la Galia a sus anchas. Habían aprendido técnicas de asedio anteriormente, y habían asediado y saqueado Tournai, Cambrai, Amiens, Beuvais, Colonia, Mains, Traer, Metz y Reims. Lutecia (París) se había salvado in extremis, y ahora, Atila había concentrado sus tropas para asediar Aurelianum (Orleáns), ciudad fortificada que cerraba el paso del río Loira.
Se dice que los hunos ya estaban sobre las murallas Orleáns cuando el ejército de Aecio apareció en el horizonte. Atila fue avisado, y maldiciendo ordenó una rápida retirada. No lo quedó más remedio, pues no quería ser atrapado contra los muros de Orleáns, sin poder aprovechar su principal fuerza, la movilidad de sus hunos. De modo que a toda prisa, el ejército de Atila se replegó hacia el norte, a una llanura conocida como Campos Catalúnicos, o Chalons. Estableció una precaria fortificación para su campamento mediante la disposición de las carretas, y esperó la llegada de Aecio.
Éste se lanzó desde Orleáns en una rápida persecución tras Atila, y finalmente, el 19 de Junio del 451, llegó al extremo sur de los Campos Catalúnicos, donde los hunos le cortaban el paso. Aecio maldijo la astucia de Atila. En una llanura prácticamente plana, Atila podría usar mejor sus tropas montadas. Únicamente había una escarpada colina quedaba a la izquierda de los romanos, más cerca de sus líneas. La noche cayó, y ambos ejércitos se retiraron a sus campamentos.

La nubosa mañana del 20 de Junio, Aecio se reunió con sus aliados. Decidió que los romanos se quedarían en el flanco izquierdo, más a la izquierda incluso que la colina, que quedó así en el centro-izquierda de la línea de la alianza. En el centro, Aecio desplegó a sus alanos, ya que no se fiaba completamente de su lealtad o voluntad de resistir, y al menos, si huían, no dejarán los flancos del ejército expuestos. A las espaldas de los alanos se situaron los francos de Meroveo. Los alanos ni siquiera podrían huir, pues su camino estaba bloqueado por los francos. Finalmente, los visigodos de Teodorico protegerían el flanco derecho.
Atila, simultáneamente, organizó su frente. A su derecha, frente a los romanos, situó a los gépidos y vándalos. Sus hunos, sus mejores tropas, los situó en el centro, frente a alanos y francos. A su izquierda situó a los ostrogodos, que sentían una especial animadversión hacia los visigodos. En aquel momento, el número total de guerreros se aproximaba a los quinientos mil. Sería una terrible batalla.
Aecio se dirigió a sus hombres. El viento, que agitaba el penacho de su casco y hacía bailar su capa, se llevó aquellas palabras que nadie recuerda, pero cuando habló a sus tropas, los últimos romanos, despertó algo en los corazones de aquellos atemorizados hombres, y al terminar, un grito se elevó al unísono entre sus filas, y comenzaron a marchar a paso ligero, como si fueran de nuevo el mejor ejército del mundo, guiados por él, acompañados por los espíritus de los mejores guerreros de la Antigüedad, a ocupar la colina que estaba frente a ellos. Teodorico, por su parte, en el flanco derecho, envió a su hijo, el príncipe Turismund con una avanzadilla, a avanzar más hacia la derecha aun, para desbordar por ahí a los ostrogodos si éstos se lanzaban contra el grueso de los visigodos.
Mientras, Atila lanzó directamente a todos sus efectivos a la carga. Despreciando a los romanos, había dicho a sus hombres que sólo encontrarían rivales a su altura entre los aliados germanos de Aecio. Ni siquiera se molestó en comenzar a hostigar las líneas enemigas. Sus órdenes fueron lanzar un ataque total en todo el frente, y decenas de miles de caballos se lanzaron a un galope salvaje, que hizo temblar toda la llanura.

Los ostrogodos fueron los primeros en estrellarse contra los visigodos. En un terrible choque, las caballerías pesadas de ambos bandos se trabaron en un terrible y sangriento combate. Los soldados a pie, por su parte, chillando y golpeando sus escudos, se lanzaron también unos contra otros. De alguna manera, dejaron de ser hombres para transformarse en bestias que se despedazaban unos a otros, llenando el aire con el sonido del acero contra el acero, de gritos, de huesos rotos a golpes y gritos de agonía ahogados en sangre. Y a la cabeza de sus caballeros, Teodorico, ya rota su lanza, segaba con su espada la vida de los enemigos ostrogodos adentrándose más y más en sus filas.
Hunos y gépidos se lanzaron también contra el centro y la izquierda de los romanos. Los alanos se llevaron la peor parte, y los jinetes hunos no tardaron en ponerlos en desbandada, perseguidos y asaeteados por los excelentes arqueros a caballo de Atila. Entonces, la persecución llegó hasta las líneas de los francos de Meroveo, que se lanzaron al combate con fiereza, frescos y descansados, trabando a los hunos.
En el flanco izquierdo romano, el resto de los hunos y los gépidos se lanzaron al galope a tomar la colina, pero Aecio se les había adelantado y había tomado la posición predominante. Ordenó a sus soldados que mantuvieran la línea y aguardaran a que aquellos fieros enemigos llegaran al final de la pendiente, que no se lanzaran al combate todavía. Y los enemigos comenzaron a llegar, pero las órdenes de Aecio comenzaron a dar su fruto. Los jinetes enemigos fueron perdiendo su ímpetu inicial conforme ascendiendo, y no pocos caballos resbalaron y cayeron, empujando a otros en su caída. Los que fueron llegando a las líneas romanas no formaban un frente cohesionado, sino grupos desordenados, que los soldados romanos despacharon sin mucha dificultad, con disparos de jabalinas. Entonces, los hunos que no habían terminado de ascender recibieron la orden de desmontar, y así, renunciaron a su principal ventaja. Echaron el pie en tierra, y comenzaron a ascender disparando sus arcos. Los gépidos marchaban a su lado, pero tanto los jinetes que desmontaron como la infantería, pesadamente equipada, tenía también muchas dificultades para seguir subiendo. Aecio recorría su línea manteniendo la disciplina. Siguió manteniendo sus tropas sobre la colina, aguardando a que más hunos se agolparan al pie de la misma, y que siguieran ascendiendo con tantas dificultades. Si lanzaba sus tropas a una carga, sólo tendría una oportunidad, y no quería desaprovecharla.
Los generales hunos informaron de los problemas que tenían en la colina dominada por Aecio, pero Atila les ordenó que no retrocedieran, que tomaran la posición a cualquier precio.

En el flanco derecho de los romanos, los visigodos se impusieron tras los sangrientos combates, y los ostrogodos comenzaron a retroceder. Fue entonces, cuando, en el frenesí de la persecución, Teodorico se lanzó al galope tras sus enemigos, seguido a duras penas por su escolta. Pero en ese momento, de entre los ostrogodos apareció la figura de Andag, un noble que intentaba contener a sus guerreros y reagruparlos. Viéndose impotente para conseguirlo, Andag giró su caballo y galopando hacia los visigodos, divisó su rey al frente, segando la vida de sus guerreros. Tomando su lanza, gritó: “¡Theodorik!”. Entonces, espoleó su caballo hacia el rey visigodo. Éste, habiéndole visto, le apuntó con su espada y también se lanzó al combate. Los siguientes segundos fueron angustiosos para su escolta, que no logró alcanzar a su rey a tiempo. Andag, el ostrogodo, cuyo pueblo había aprendido el arte de la caballería de guerra de manos de los sármatas, blandió su contos y, aprovechando su mayor alcance, desvió su caballo en el último momento, girando la lanza hacia el pecho de Teodorico. El rey no tuvo tiempo para esquivar el golpe, y con un terrible grito de dolor, la lanza de Andag chasqueó y se rompió. Teodorico, con toda la punta del contos clavada en su cuerpo, desequilibró a su caballo que cayó y rodó, aplastando al rey bajo su peso. Andag volvió grupas y huyó cuando la escolta del rey llegaba hasta él, maldiciéndolos.
El mayordomo del rey desmontó y corrió hacia Teodorico. Su cuerpo estaba machacado, pero el rey todavía luchaba por vivir. Respiraba con estertores, semiahogado por su propia sangre, y la vida le abandonaba. Cuando vio a su mayordomo, tomó la espada real, y encomendándosela, susurró su última palabra: “¡Turismund!”. Luego murió.
El mayordomo del rey abrazó la espada, y montando de nuevo, se lanzó a la busca del príncipe Turismund, en el extremo derecho de las posiciones visigodas.
“¡El rey ha muerto! ¡El rey ha muerto!”. La noticia se extendió rápidamente entre los visigodos y también entre los ostrogodos, que, entonces, consiguieron reagruparse, pues el empuje visigodo pareció flaquear. Turismund se encontraba dirigiendo un contraataque contre los ostrogodos cuando el mayordo le localizó, y con lágrimas en los ojos, le entregó la espada de su padre. Turismund, embargado por el dolor, no reaccionó al principio, pero pronto los nobles se reconocieron como el nuevo rey. Los ostrogodos se habían reagrupado y avanzaban de nuevo contra los visigodos, pero Turismund se puso al frente de las líneas. Entonó el canto fúnebre por su padre, y éste se extendió por entre los visigodos, y aquel canto se transformó, con el ritmo del paso de los soldados y caballeros, en un grito ensordecedor que los visigodos lanzaron mientras se lanzaban de nuevo a la carga, invocando el nombre de Teodorico y Turismund. El combate se reinició, tan sangriento como al comienzo de la batalla.

Las horas seguían transcurriendo, y mientras, en el flanco izquierdo, hunos y gépidos seguían subiendo por la ladera, tropezando con los cadáveres de caballos y guerreros que habían muerto ya. Cuando Aecio estimó que había suficientes enemigos, lanzó a sus tropas colina abajo. El nombre de Roma y de sus fundadores era invocado por aquellos humildes soldados, que como una marea inexorable, cargaron ordenadamente contra sus enemigos, segando sus vidas sin que nada pudiera pararlos.
Y Atila lo vio. Incapaz de romper el frente franco, a pesar del gran daño que les estaban infligiendo a las tropas de Meroveo, Atila se vio de repente bloqueado en el centro, y con sus dos flancos retrocediendo y sufriendo numerosas bajas. Y un pensamiento cruzó su mente como un relámpago, llenándole al mismo tiempo de miedo y rabia. Estaba siendo derrotado.
Cuando las tropas rechazadas de la colina huyeron, y los ostrogodos flaquearon también empujados por los visigodos, atravesando parte del centro donde Atila dirigía el ataque, no le quedó más remedio que ordenar la retirada total. Los rápidos hunos volvieron grupas y cabalgaron hacia su campamento. Ya estaba próximo el ocaso, cuando Atila irrumpió en su propia tienda. Estaba fuera de sí, y desesperado. Dio órdenes a sus sirvientes de que prepararan una pira. Si sus enemigos llegaban hasta el campamento, no le cogerían vivo.
Mientras, Aecio, Meroveo y Turismund convergieron en el centro, y entonces, Aecio tuvo que actuar rápidamente, tomando una de las decisiones más trascendentales de su vida: Turismund quería lanzar a sus visigodos a la persecución de Atila antes de que cayera la noche. Aecio sabía que si hacía eso, Atila sería eliminado, y su imperio se desestructuraría rápidamente. Si se eliminaba a la principal amenaza oriental, ¿quién podría entonces detener a los visigodos? Con la supervivencia de Roma como principal preocupación, Aecio jugó sus cartas brillantemente, y convenció a Turismund para que no continuara la persecución. De esta manera, los hunos pudieron retirarse. Atila volvió a sus dominios rápidamente, sin terminar de entender lo que había pasado.

La batalla de los Campos Catalaúnicos fue terriblemente sangrienta. Durante siglos, los campesinos de aquellas tierras contaron la leyenda de una gran batalla en la que perecieron miles de guerreros, que cada noche volvían a la vida para seguir luchando, una y otra vez. De vez en cuando, al arar las tierras, aparecían esqueletos, armaduras y armas oxidadas que mantenían con vida aquella leyenda.
25 años más tarde, Roma caería para siempre, pero aquel día en aquella llanura, se ganó ese cuarto de siglo más de vida para la civilización que había gobernado el mundo durante siglos.

CAMPOS CATALAÚNICOS PARA DBA.
Esta batalla es perfecta para jugarla tanto en DBA normal como en BBDBA.
Para jugarla en DBA normal, harán falta las listas II/83, romanos patricios, opción occidental, y la lista II/80, Hunos, opción a.
La lista romana ya lleva las tropas para representar a francos, alanos y visigodos. La Kn/Cv general y los Aux representan a los romanos. La LH representa a los alanos. Las Wb y Ps representan a los francos y los Kn y Bd restantes, a los visigodos.
La lista huna también lleva tanto tropas hunas como Wb y Kn ostrogodos y gépidos.
No creo que hagan falta reglas adicionales, salvo, si se desea, que la victoria se obtenga tras matar 6 peanas enemigas, no 4, para representar la dureza de esta batalla.
La escenografía debe incluir una colina escarpada lo más grande posible en un lado del campo de batalla, y luego, el mínimo de escenografía posible, teniendo en cuenta que se juega en territorio franco (como si los francos fueran defensores). Los atacantes serán los hunos.

Aunque si os reunís los suficientes, la batalla es perfecta para un BBDBA, con tres ejércitos por bando: II/83 Patricios, II/82 visigodos tardíos y II/72 francos tempranos para un bando, y II/80 hunos, II/71 gépidos, y II/67 ostrogodos para el otro.
Nota: La miniaturas de la imagen representan al ejército huno en Chalons y pertenecen a los chicos de DBA Italia.

Hijos de las llanuras IV. Los Hunos.

jueves, 7 de febrero de 2008

Saludos. Hoy hablaremos de otro pueblo de las estepas. Casi todo lo que sabemos de ellos nos ha llegado a través de los ojos de sus enemigos, lo que, como podéis imaginar, ha podido deformar grotescamente su imagen.
En Occidente han sido conocidos a través de sus enfrentamientos con lo que quedaba del Imperio Romano, pero la historia de los hunos comenzó mucho antes.

Para empezar, los hunos no son indoeuropeos, sino que hablaban una lengua uralo-altaica, emparentada con el mongol y el turco. Sus rasgos eran profundamente orientales, y muchos autores piensan que aparecieron en la Historia allá por el siglo III a.d.C., en China, siendo denominados por los cronistas chinos como Xiongú, un pueblo de pastores nómadas que habitaba la estepa central y oriental de Asia.
Durante dicho siglo, los Xiongú reunieron bajo su dominio a otras tribus esteparias, formando una gran confederación y, por qué no, cierto tipo de imperio, que, llegado el momento, se lanzó contra la China de la dinastía Han, recién instaurada a finales del siglo III a.d.C. La guerra total llegó en el 129 a.d.C., cuando el ejército Han se adentró en la estepa e hizo retroceder a los Xiongú más allá del desierto de Gobi. Por lo tanto, este pueblo quedó al otro lado de la Gran Muralla, y en el siglo I a.d.C. establecieron relaciones tributarias con los Han, e iniciaron una política de enlaces matrimoniales con ellos. De modo que entre los Xiongú se estableció una dinastía dominante apoyada en el poder Han, situación que se prolongó a grandes rasgos hasta el siglo IV de nuestra era, cuando la dinastía Han se extinguió, iniciándose el dominio de los Jin. Entonces, estalló una guerra civil en el reino, iniciándose en la ciudad de Shanxi. Los Xiongú aprovecharon sus lazos con los extintos Han para erigirse como sus sucesores, y lucharon contra los Jin. Se dice que los Xiongú emplearon jinetes y caballos con pesadas armaduras como arma de choque contra los Jin, y los vencieron. Por lo tanto, los Jin retrocedieron hasta el reino Jin oriental, y los Xiongú gobernaron el norte y el oeste de China, y su dinastía cambió de nombre, pasando a llamarse Han-Zhao en el 318. Sin embargo, en los siguientes cien años, esta dinastía se extinguiría, y en la zona norte, más en la estepa, las ramas restantes de los Xiongú fueron perdiendo cada vez más poder hasta ser absorbidas por los grupos étnicos de los Han (los Han son los chinos con el rostro muy muy plano y nariz muy “aplastada”. No olvidéis que “chino” es un término enormemente vago, ya que tienen cientos de etnias distintas) y Xianbei. Por lo tanto, su rastro se pierde en los anales chinos allá por el 430. Otra rama, la occidental, se lanzó a la estepa occidental en el 350, y fue la que llegó hasta Occidente.

La hipótesis del parentesco de los Xiongú con los hunos se debe a que el pictograma que los describía en las crónicas era pronunciado como “Hun” cantonés. No obstante, no hay pruebas de ADN concluyentes. Tal vez los Xiongú más occidentales se integraron en la gran confederación huna, o bien los hunos tomaron el nombre de ellos. El caso es que los hunos que llegaron a occidente tenían rasgos decididamente orientales, lo que a ojos occidentales resultaba muy llamativo.
De vuelta a la estepa asiática, los hunos o Xiongú prosperaron, tal vez debido a un endurecimiento del clima estepario y a un aumento de la población, comenzaron a expandirse hacia el oeste. Fueron contactando y dominando a pueblos esteparios indoiranios que ya conocemos (sármatas orientales, etc.), tomando de ellos nuevas costumbres (el culto a la Espada) y llegaron hasta la frontera del imperio sasánida, donde después de 10 años de guerra fueron derrotados por Sapor II. Así fueron asentados en la frontera oriental, aunque cuando Sapor volvió a atacar a los romanos, había fuerzas hunas entre sus filas, y así los conocieron por primera.

En Persia, los hunos se dividieron en dos grupos fundamentales: los heftalitas y los kidaritas. Con el tiempo, llegaron a obtener la independencia de sus territorios del imperio sasánida, y luego lucharon entre ellos. Los heftalitas retrocedieron entonces hacia el sur, y llegaron como una horda salvaje hasta La India, donde lucharon con el imperio Gupta. Luego regresaron y comenzaron a presionar en la frontera sasánida, participando también en algunas guerras civiles, hasta que, finalmente, en el 557, fueron derrotados por los sasánidas, y se diluyeron. Habían dominado las tierras de Sogdiana, Bactriana y parte de la India, y sus territorios se dividieron entre los persas y sus aliados, las tribus turcas (no penséis que los turcos son de Turquía. Los turcos proceden del centro de Asia, y Turquía tomó su nombre actual después de que estas tribus, ya islamizadas, establecieran su dominio sobre Asia Menor).
Mientras, los kidaritas se habían ido moviendo hacia el norte, hacia las estepas del norte del Mar Caspio, y de nuevo, unos años de terrible sequía los empujó hacia el oeste, enfrentándose a los alanos y sármatas occidentales. En el 370 seguían empujando a estos pueblos hacia el oeste, y derrotaron a los ostrogodos y gépidos, que fueron obligados a unirse a los hunos, y en el 376, derrotaron también a los visigodos, que buscaron refugio entonces en el Imperio Romano, como vimos en el artículo de las invasiones germanas. Por lo tanto, este movimiento en el siglo IV fue el que impulsó a los germanos, tanto visigodos como francos y burgundios, a asaltar las fronteras del Imperio Romano. Los hunos dominaron así todas las tierras desde el Caspio hasta el Danubio, que era la frontera natural de los romanos (Por cierto, lo he comentado varias veces, pero si tenéis la oportunidad de ir a Budapest, dad un paseo por el Danubio. Seguro que dará una nueva dimensión a vuestro concepto de “frontera natural”).


En el 378, los visigodos iniciaron una guerra contra los romanos, y el caos en el Imperio fue aumentando. Este caos fue aprovechado por el rey huno Rua, que en el 432 cruzó el río y atacó con tal fuerza que obligó al emperador Teodosio II a pagar un tributo de cuatro talentos de oro anuales (un talento tiene aproximadamente 30 kg. de peso) a cambio de la paz. De modo que los hunos ya tenían un imperio reconocido por los romanos. Eran un poder fáctico en el este de Europa.
En el 434 murió Rua, y sus dos hijos tomaron el poder: uno se llamaba Bleda, y falleció al poco tiempo. El otro se llamaba Atila, y para los cronistas romanos, se convirtió en la encarnación de Satán.

Atila se convirtió en el líder más importante de los hunos. De alguna manera, su espíritu guerrero se fundió con las tradiciones de su pueblo. No era sólo un líder o un caudillo. Atila se convirtió en un Avatar, en la encarnación de todo lo que los hunos admiraban. Los unió y cohesionó como ningún otro líder anterior había conseguido.
Las primeras operaciones de Atila se produjeron en Armenia, donde luchó contra los Sasánidas, que tras cinco años lo derrotaron. Entonces, volvió al oeste y atacó la frontera norte del Imperio Romano. Durante quince años, atacó una y otra vez Grecia, los Balcanes y Asia Menor, venciendo siempre a los romanos del este, e imponiéndoles tributos cada vez mayores, que fueron sangrando las ya exiguas arcas imperiales. Los hunos presionaron al imperio oriental como una hiedra asfixiante. Fue en esta época cuando Atila se ganó su fama de no dejar crecer la hierba por allí donde pasaba.

Atila llegó a formar una corte que fue visitada por numerosos dignatarios. Aecio, el “último romano” de occidente, se convirtió en cierto modo en amigo de Atila, y éste también mantuvo buenas relaciones con los nacientes reinos germanos del oeste, que crecían sobre las ruinas del Imperio Romano de Occidente. Porque no debemos olvidar que a pesar de su poder, los hunos codiciaban para sí todo lo que significaba el Imperio Romano: las riquezas, la cultura, el prestigio… Atila había conocido bien el Imperio desde su niñez, y como todos los invasores germanos de aquella época, consideraba a Roma el espejo donde deberían mirarse todos los imperios. Y se notó en la sociedad huna. Comenzaron a asentarse, a hacerse más sedentarios. Los líderes hunos se repartieron las tierras para sus distintas tribus, alrededor de las cuales estaban la población germana dominada por los hunos, y siempre a sus órdenes. Se llegó a fijar la capital en la ciudad de Tigas, cerca del río Prisco, en la actual Hungría. Ved que rápido llegó a evolucionar la población huna.
En el 451, Honoria, hermana del emperador de occidente, iba a ser obligada a casarse contra su voluntad. Honoria envió un mensaje a Atila, y éste la reclamó públicamente como esposa y decidió que la Galia sería su dote, de modo que la invadió. Aecio consiguió in extremis reunir una coalición de visigodos, francos y alanos, contra los ejércitos de Atila, que contó con fuerzas ostrogodas y gépidas. Así se libró la épica batalla de los Campos Catalaúnicos ( o Chalons), de la que hablaremos en el próximo artículo.
Por primera vez, Atila fue derrotado en occidente, y no pudo entrar en la Galia. Sin embargo, sí entró en Italia, saqueando Padua, Milán, Verona y otras ciudades del norte, sin que el victorioso Aecio pudiera hacer nada para evitarlo. Todavía se especula sobre por qué Aecio no acabó con Atila en aquella batalla, cuando tuvo la oportunidad.

Atila murió en el 453, en su noche de bodas con una esposa mucho más joven que él. Una intensa hemorragia acabó con la vida de este poderoso rey, tras lo cual, sin su fuerte liderazgo, sus descendientes se enfrascaron en cruentas guerras internas. Y las tribus germanas que había sometido comenzaron a ansiar el poder que había establecido Atila. Así, ostrogodos, hérulos y gépidos se enfrentaron a los hunos en la batalla de Nedao, en el 455, derrotándolos. El Imperio Romano de Oriente reconoció el nuevo poder gépido como estado naciente. Luego los hunos comenzaron a dividirse y a retornar a la vida nómada, aunque al menos tres grupos principales se quedaron en las estepas de Ucrania, y desde allí siguieron atacando hasta el siglo VI a los bizantinos. Estas tribus eran los Onogur (o búlgaros, que aquí aparecen ya, amigos), los Utrigur y los Kotrigur. En el 551, los Kotrigur, al mando de Zabergan, cruzaron el Danubio y atacaron al Imperio Bizantino. Justiniano casi no pudo hacerles frente, pero consiguió pactar con los Utrigur para que atacaran las tierras kotrigur, de modo que éstos tuvieron que volver a toda prisa. No obstante, en el 558, Zabergán volvió a atacar de nuevo, esta vez con una enorme fuerza que lanzó a tres puntos distintos: un tercio de su ejército fue a Grecia y los Balcanes. Otro fue a la Tracia occidental y la tercera fuerza, bajo su mando, fue a Tracia oriental y llegó hasta la capital del imperio, Constantinopla. Los bizantinos suplicaron al ya anciano pero genial general Belisario que dirigiera la resistencia, y lo consiguió. Después de ser derrotados, y de la muerte de Zabergan los Kotrigur y sus vecinos volvieron a la estepa, y fueron absorbidos por el nuevo poder de las llanuras, los ávaros, pero ésa es otra historia.
Muchos otros sirvieron de mercenarios como “foederati” de ejércitos romanos. Otros se enrolaron como “bucelarii”, o escolta de honor de carácter mercenario, de generales romanos. De este modo, los hunos se fueron diluyendo absorbidos por los nuevos poderes, y desaparecieron lentamente en la Historia.

Los Hunos que llegaron a través de la estepa no diferían en mucho en su estilo de vida de otros pueblos de las llanuras. Eran pastores nómadas, y sus rebaños de cabras y vacas les proporcionaban comida, hueso, tendones, cuero y sangre y leche para beber. Los pueblos esteparios regían en general del agua que pudieran encontrar en las llanuras, ya que solía ser agua estancada e insalubre. De modo que la leche y sus derivados, y la sangre de sus animales en caso de necesidad extrema, los mantenía hidratados, al mismo tiempo que ingerían una buena cantidad de nutritiva grasa. El resto de su dieta, vegetales y cereales en poca cantidad, la conseguían mercadeando con pueblos sedentarios que encontraran en las lindes de las estepas.
Los hunos se vestían con jubones y pantalones holgados, como también hacían muchos otros pueblos de la estepa. La necesidad de moverse a caballo dictaba la forma de la ropa. Los nobles podían llegar a tener armaduras metálicas, pero sólo estaban al alcance de los más ricos. Entre ellos se han encontrado cierto número de cráneos deformados, crecidos hacia atrás, cosa que se conseguía vendando fuertemente la cabeza de los niños mientras el cráneo crecía. Esta costumbre, que también puede verse entre los sármatas, parece que sólo se aplicaba a una élite espiritual dentro de los pueblos nómadas.
Desde su infancia, los hunos aprendían a cabalgar y a usar el arco desde sus monturas. Ya hemos hablado del arco compuesto de los pueblos indoiranios de la estepa, pero el arco húnico presentaba una serie de mejoras. Para empezar, era asimétrico, como el arco japonés, siendo el brazo superior más largo que el inferior. Por lo demás, era de pequeño tamaño. Los tendones de la cara exterior aportaban la energía que hacía recuperar al arco su forma tras soltar la flecha, y el cuerno de la cara interior, aportaba la resistencia a la compresión. Como cuerdas, usaban distintos tipos: seda, tripas, cabellos… Dependía del ambiente. Con mucha humedad, la cuerda de tripa no servía, por ejemplo. Algunas mejoras en el diseño de las uniones y en la disposición de los materiales perfeccionaron el arco. Al soltar la flecha, el arco prácticamente no vibraba, ya que el proyectil salía disparado justo cuando las palas del arco ya habían cedido su tensión, de modo que toda la energía elástica almacenada se transmitía como energía cinética del proyectil. Recordad que vimos que los partos podían atravesar un escudo y una cota de malla con sus arcos compuestos. Pues bien, los hunos eran capaces de tumbar a un catafracto. De hecho, el aligeramiento que se aprecia en las armaduras sármatas más orientales (que dejaron de usar el hierro a favor de materiales córneos y óseos) parece corresponderse con los primeros contactos con los hunos, que volvieron la pesada panoplia del catafracto algo inútil.

La técnica del arquero a caballo no la habían aprendido en la estepa, sino que ya la traían del norte de China, y allí, desde casi el siglo I, ya usaban estribos. Los estribos hunos permitieron perfeccionar la técnica, ya que el jinete podía sostenerse sobre sus piernas si le hacía falta. Nótese el diferente fin de los estribos que más tarde usaron los caballeros europeos del medievo. Mientras éstos usaban los estribos para apoyarse en el impacto de una carga, los arqueros a caballo procedentes del Lejano Oriente se mantenían en pie sobre los estribos para tener una plataforma más estable de disparo. Debía galopar muy deprisa, y lanzar la flecha justo cuando el caballo tuviera todas sus patas en el aire, para que sus impulsos no afectaran a su puntería. En la mano izquierda, el arquero, además de sujetar el arco, sostenía cinco o seis flechas en abanico. Tras un lanzamiento, el aquero introducía la mano entre la cuerda tensa y el arco, tomaba una nueva flecha y con un solo movimiento la colocaba en la cuerda y la tensaba de nuevo. La cadencia de disparo era increíblemente elevada.
Además del arco, los hunos adoptaron la espada de hoja recta que hemos visto en otros pueblos indoiranios, diseñada para cortar con el movimiento natural del brazo del jinete. Como protección, solían llevar un pequeño escudo circular. Y los más adinerados, o aquellos que sirvieron de mercenarios, solían equiparse con armadura lamelar de hierro, un diseño algo rígido y que necesitaba piezas especiales para las articulaciones. También se han encontrado cascos en las tumbas, del tipo alto o “spangehelm”. Este casco, de cimera alta, se hacía con seis gajos de chapa de acero formando una suerte de cono, y luego se añadían refuerzos horizontales, nasales y algo de malla para proteger el cuello. Era un diseño copiado de los sármatas, desde luego.

En DBA, los hunos están representados en la lista II/80, que tiene muchas variantes, ya que trata a todos los grupos de hunos que llegaron desde China, tanto los que se quedaron en Persia como los que llegaron hasta Europa.
Empezaremos por la opción d), que representa el ejército exclusivamente huno que llegó inicialmente desde las estepas y en general, a los grupos que siguieron con sus costumbres esteparias. Se compone de un elemento de Cv o LH que es el general, que representa a los nobles mejor equipados, y el resto, LH, los arqueros a caballo hunos. Su alta agresividad refleja la tendencia a avanzar hacia otras tierras que tenían.
Luego tenemos la opción c) Heftalites en India. Representa la primera división del pueblo huno en tierras de Persia, cuando los heftalites se dirigieron al sur, y controlaron la llanura del Indo, Sogdia y Bactriana. Se compone de un general Cv, los nobles hunos; ocho peanas de LH, arqueros a caballo hunos y por último, los aliados indios: un El y 2x3Bw, arqueros montañeses indios.
Pasamos ya a occidente. La opción a) representa el ejército de Atila: el general, Cv o LH, representando a los nobles mejor equipados; siete peanas de LH, arqueros a caballo hunos y por último, los germanos bajo dominación huna: una peana de Kn, caballería ostrogoda o gépida; 2 peanas de Wb, infantería germana y una peana de Ps, exploradores, germanos también.
Por último, tenemos la lista que representa a los hunos después de la muerte de Atila. Es la lista de Zabergan, aunque ahí se le llama “Sabir”. Se compone del mismo tipo de general que las anteriores, aunque permite llevar el general a pie como Wb. Luego hay seis peanas de Lh, arqueros a caballo hunos, y 5 peanas más de Wb. Estas Wb son tropas germanas que todavía estaban dominadas por los hunos a pesar de la supremacía gépida, y que los acompañaron en su aventura hacia el Imperio Romano de Oriente.
En general son ejércitos muy agresivos, y que combinan una gran cantidad de tropas ligeras montadas con pinceladas muy interesantes de tropas aliadas. A mí me gustan especialmente las listas de Heftalites y la de Atila, por supuesto.

Además, los Xiongú también están representados en la lista II/38, Xiongú. La opción a) representa al típico ejército de la estepa: Cv de general, algo más de Cv y el resto LH, y una única peana de Ps.
La opción b representa la lucha de los Xiongú contra los Jin. Como véis, los Xiongú usaron caballeros acorazados, una suerte de catafractos, que podemos encontrar en la lista: 2 peanas de 4Kn. El resto son LH, y luego hay algunas tropas de Ax y Ps, que representan tropas enroladas entre las tierras de los Han, que se unieron a los Xiongú contra los Jin.

Essex tiene una gama completa para todos estos ejércitos.