Informe de batalla: Partos vs Imperio Romano Medio

lunes, 29 de diciembre de 2008

Saludos. Esta vez, y para despedir el 2008, os dejo la primera partida que jugamos en la nueva tienda del hobby en La Línea: "El caballero ebúrneo", donde esperamos jugar en el futuro muchas muchas batallas.
Bien, los contendientes fuimos mi colega el "Capitán" con su magníficamente pintado ejército romano de Corvus Belli (lástima que no veáis bien las paenulae) y mis partos de Chariot. Ambos fuimos a medias asistidos y vilipendiados por el audaz Santi, retoño del Capitán, que aparece en las fotos.
He aquí el despliegue:
Mi ejército aparece en primer plano. Yo salí defensor, y al igual que Surena, decidí luchar en terreno estepario. Coloqué el terreno difícil en las esquinas, con objeto de mantener alejado del centro romano a los auxilias, y sobre todo, a sus temidos arqueros. El Capitán escogió precisamente aquel extremo del campo, lo que me hizo sospechar que plantaría la batalla a la defensiva.

Puse psilois en mi flanco izquierdo y ligeras en el derecho. Mi centro consistía en más ligeras y las tres peanas de catafractos. El Capitán ocupó los terrenos de sus flancos con las auxilias y arqueros, y el centro con los legionarios y los equites. Entoces, vi que su Bw quedó frente a mis ligeras del flanco, por lo que las cambié de posición por los psilois del otro flanco, quedando el despliegue como véis en la foto. Una vez terminados los preliminares, nos lanzamos al ataque.


Mi plan era lanzar mis catafractos contra sus equites (Cv), a ser posible en línea con mis ligeras, para que éstas distrajeran a los legionarios. Obviamente, tenía que proteger el flanco derecho de los catafractos, y allí destiné dos ligeras y dos psilois, que se enfrentarían a dos LH romanas que se habían adelantado en el flanco izquierdo del Capitán.
De momento, todo iba bien. El centro romano se adelantó, dejando atrás a los auxilia de su flanco derecho. Esto me convenía. Yo superaba su frente con mis LH, y para igualarme, tendría que sacar a sus Ax de su flanco derecho a terreno fácil. Si no lo hacía, podría envolver el flanco de los legionarios. Si lo hacía, podía cambiar el peso de mi ataque hacia los Ax, entreteniendo a los legionarios con una o dos de mis LH. Pero no todo eran buenas noticias: para mi desgracia, su Bw comenzó a avanzar en su flanco izquierdo para cubrir el flanco de sus Cv y las LH adelantadas. No obstante, yo creí tener ambos flancos estabilizados, y avancé sin miedo por el centro.
Llegaron entonces los primeros combates. En mi flanco derecho, me las apañé

para que el Bw sólo pudiera disparar al Ps, mientras organizaba una defensa más consistente en su posición. En el centro, mis catafractos chocaron con fuerza contra la caballería romana, y comenzaron a empujar y empujar. Mientras, las demás LH y el general parto mantenían estrechamente vigilados a los legionarios. En mi flanco izquierdo, contacté con el legionario del extremo, pero hizo huir a mi LH.

Los combates prosiguieron. En el centro, mis catafractos seguían empujando a las Cv, separándolas por fin de los legionarios. Mientras, mis LH y el general parto luchaban con éstos. En mi flanco izquierdo, los Ax se veían tentados, pero la falta de Pips del Capitán los mantuvo en terreno difícil. Tenía el flanco de los legionarios para mí. Pero los problemas los tuve en mi flanco derecho. El Capitán había enviado al Ax que faltaba, y consiguió dejarme a una LH solapada por ambos lados. Ésa fue la primera que murió.
Mi flanco derecho estaba tocado, y parecía cuestión de tiempo que cayera. Apreté los dientes y seguí combatiendo en el centro. El general parto mató al simple a una peana de Bd, persiguió y ésto dejó a una Cv romana solapada por ambos lados. Por fin, también cayó ante otro catafracto. El general romano estaba sólo frente a dos peanas de catafractos, y mi general, en un flanco de los legionarios. De repente, los días felices habían vuelto.

Pero de nuevo se torcieron las cosas. En mi centro, una LH empató con los legionarios, y en el siguiente turno me cerraron la puerta y murió. Otra salió huyendo. Y en mi flanco derecho, mi segunda LH murió ¡Mi flanco dependía de dos Ps! En aquel momento, el resultado era 3 bajas contra dos, a favor del romano.


Aquí ya no pude hacer más fotos, pero desde la anterior puedo describir en final de la batalla:
Seguí empujando inofensivamente al general romano, al que no conseguía doblar. Mi general cargó a un legionario por el flanco, matándolo al simple. Ya estábamos 3 a 3. Entonces, reorganicé mi flanco derecho formando una línea de psilois, para así poder resistir algún turno más y mientras, conseguir mi última baja con mi general o mis otros dos catafractos. Pero al alejar a los Ps de mi flanco, el Bw quedó fuera de toda zona de control. Se dio entonces la vuelta y, aprovechando que el empuje del catafracto en combate había dejado atrás, sin dar solape, al otro catafracto, aprovechó para dispararle por la retaguardia, haciéndole retroceder y matándolo en el acto. 4 a 3 a favor del Capitán, para alegría de Santi.
Conclusión: una partida dura e igualada. Replegar a los Ps para hacer una línea me costó la partida, pero me pareció mejor opción que dejar a un Ps solo delante de un Bw y con dos LH a distancia para flanquearme y envolverme. Si mi catafracto hubiera sobrevivido al turno de disparo, posiblemente hubiera hecho una baja empujando a su general contra el campamento (¡un solo retroceso más!) o contra otro legionaro usando a mi general.

El imperio bizantino I 476-626

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Saludos. Con este artículo comenzamos un viaje en el que recorreremos paso a paso el primer milenio de nuestra era, deteniéndonos allí donde sea necesario. Hoy hablaremos de la primera época del imperio bizantino, de cómo luchó para sobrevivir a un mundo que desaparecía.

Situémonos antes un poco. Bizancio, la antigua colonia griega situada en el estrecho que comunica el Mar Negro con el Mediterráneo, fue reformada y prácticamente reconstruida por un emperador romano llamado Constantino, a principios del siglo IV, y fue rebautizada como Constantinópolis (Constantinopla), la “Ciudad de Constantino”. El objetivo de Constantino era llevar la capital del imperio hacia el este, pues las principales amenazas al imperio provenían de allí: los sasánidas en Oriente y los pueblos nómadas indoeuropeos (sármatas) y mongoloides posteriormente (hunos) , que emergían sin cesar de las estepas euroasiáticas. Además, muchos pueblos germanos emigraron hacia el este, donde se mezclaron con los sármatas, al tiempo que otros presionaban las fronteras occidentales.
La situación en las fronteras del imperio se hizo cada vez más insostenible, y así, a la muerte del emperador Teodosio, en el 395, éste decide formalizar la división del imperio, que ya casi se producía de “facto”. Su hijo Honorio recibió el imperio occidental, con capital en Roma, y Arcadio el oriental, con capital en Constantinopla. En estos momentos, la infiltración de tribus germanas en el terriotorio imperial, en el ejército, y la ubicación de generales germanos en los mandos es muy profunda. De hecho, Honorio, demasiado joven todavía, queda al cuidado, por orden de su difunto padre, de un general germano llamado Estilicón.

Durante el siglo V, centrándonos ya en la mitad oriental del imperio, comienza una desesperada lucha por la supervivencia. Es el siglo de los hunos, cuya irrupción provocó un movimiento de las tribus germanas que habían emigrado hacia el este, ahora dirigido al sur, es decir, hacia los Balcanes. Hunos, ostrogodos, gépidos... se lanzan contra las fronteras del imperio oriental.
Las fricciones entre el imperio occidental y el oriental se encuentran en un punto álgido a mediados del siglo V. Roma, controlada cada vez más por germanos, juega a una ambigua política hacia los “foederatti”, que ya son parte inextirpable de los ejércitos de ambos imperios. En el oriental, los godos provocan varias revueltas e intentan usurpar el poder, presuntamente con el beneplácito de Roma. Sin embargo, aquí es donde comienza la diferenciación definitiva entre ambos imperios. La población del Oriente mantenía una fuerte identidad helenística, que la presencia de los germanos no consigue permear. De modo que se toman muchas medidas de importancia.
En el 451, el imperio oriental reclama y ocupa para sí las fronteras de Iliria, territorio crucial en la defensa de los Balcanes. Poco después, comienza una reforma sutil del ejército. Con ánimo de diluir la presencia de germanos en las tropas del imperio, que no podía prescindir de ellos, deja de alistarlos por tribus como “foederatti”. Por el contrario, son alistados como mercenarios a título individual, y repartidos por todo el ejército bajo el mando de oficiales imperiales.
Mientras todo esto ocurría en el interior, se seguía luchando contra persas y hunos. Los graves problemas internos del imperio oriental llevaron a hacer pactos con ambas partes, a menudo no demasiado buenos para los bizantinos, pero que les dieron un respiro. Pagaban mucho otro a Atila con tal de que las incursiones hunas cesaran.
Otro problema interno era provocado por las distintas ramificaciones que estaban brotando del Cristianismo. Ideológicamente, los emperadores orientales eran vistos como autoridades civiles y príncipes de la Iglesia simultáneamente. Pero las distintas herejías debilitaban este papel: monofisitas, arrianos, ortodoxos... El Cristianismo era casi el único vínculo que quedaba en el imperio occidental. La unidad religiosa era el camino para la unidad estable dentro de cada imperio. Así, ambas partes llegaron a importantes acuerdos en los concilios de Nicea (325), Éfeso (431) y Calcedonia (451). Pero dentro del imperio oriental, las cuestiones cristológicas seguían provocando divisiones, que se trasladaron a los partidos políticos, los partidos del Circo, que ya se identificaban con diferentes colores (azules, verdes, albos, etc.). Los emperadores de esta era se apoyaban ambiguamente en una u otra facción religiosa, lo que provocaba disensiones, y alejamiento de las provincias donde las facciones que no apoyaban al emperador eran mayoritarias.

A la muerte de Atila, en el 453, su kanato se descomponte, y los ostrogodos entran a saco en el imperio oriental. Éstos, con gran astucia, consiguen ayuda de los guerreros isaurios de Anatolia, y así rechazan a los ostrogodos.
En el 476, Odoacro , rey de los hérulos, depone al último emperador de Roma, y con el apoyo de Zenón, el emperador de Bizancio, gobierna como patricio. Sin embargo, Zenón era astuto, y vio la oportunidad perfecta para deshacerse por fin de los ostrogodos. Les convence así para que marchen a Italia, a guerrear contra Odoacro, a quien vencen en el 488. De este modo, el imperio oriental sobrevive a la caída de Roma, y consigue que sus causantes se maten entre ellos. Comienza por lo tanto, la verdadera historia del imperio bizantino.
Antes de seguir, hay que aclarar que los bizantinos, aunque habían optado por el griego como lengua del estado en perjuicio del latín, se denominaban a sí mismos “Imperio de los romanos”. Es decir, ellos ERAN el imperio romano, y perdurarían en el tiempo hasta el siglo XV. El término “imperio bizantino” no se acuñaría hasta el Renacimiento.
Bien, después de la marcha de los ostrogodos, una nueva dinastía subió al poder: los justinianos. Justino I la inauguró. Su carrera hacia la dignidad imperial comenzó en el ejército. Brillante militar, hizo frente a ataques de ostrogodos y de los persas sasánidas. Sin embargo, Justino I no tenía los conocimientos necesarios para convertirse en hombre de Estado, de modo que tuvo que rodearse que un equipo de asesores muy capacitados. Uno de ellos se llamaba Flavius Petrus Sabatius, y era su sobrino. Justino lo adoptó como hijo, y le dio el nombre con el que pasaría a la Historia: Justiniano.

Justino murió en el 518, y Justiniano tomó el poder. Derogó una ley que le impedía casarse con una mujer de clase social inferior y desposó a una mujer apasionante, una personalidad fuerte y singular, y que jugó un papel fundamental en la política de Justiniano. Hablamos, por supuesto, de la emperatriz Teodora. Bailarina y artista circense, su pasado provocó un escándalo en la corte. Pero Teodora deslumbró a todos con su capacidad. Justiniano y Teodora heredaron muchos problemas, pero el emperador tenía una idea muy clara de lo que hacer con el imperio que había heredado. Dos ejes vertebraron su política: recuperar todos los territorios del imperio romano de occidente y propagar la fe ortodoxa como única y verdadera. Frente a él, los sasánidas presionaban su frontera oriental, y los eslavos, pueblo del que hablaremos en nuestro siguiente artículo, comenzaban a llegar a los Balcanes, desplazando a la población “romana” y empobreciendo enormemente la provincia. Hacia el oeste, los nuevos reinos germanos en África, península itálica y península ibérica.
Por lo tanto, el emperador pactó con el rey persa una paz un tanto desfavorable para él, pero que le permitía estabilizar las fronteras orientales. Hecho esto, lanzó a sus ejércitos por el Mediterráneo, al mando de dos generales míticos: Belisario y Narsés. Una pequeña fuerza desembarcó en el reino norteafricano de los vándalos, que se habían adueñado de la provincia romana africana. En pocos meses, los vándalos fueron expulsados. Lo mismo ocurrió en Córcega, Cerdeña y el sur de la península ibérica, donde cruzaron aceros con los visigodos. Sin embargo, el mayor reto de Justiniano fue la reconquista de Italia de manos de los ostrogodos. El ejército imperial desembarcó en Sicilia en el 532, pero tardaría casi treinta años en gobernar la península. Todas estas campañas tuvieron, además, la dificultad de que los reyes persas no respetaron el acuerdo de paz, y aguardaron a que los bizantinos tuvieran muchos frentes abiertos en el oeste, para irrumpir de nuevo y arrebatarles más tierras. Finalmente, una nueva paz indefinida se firmó en el 562. Los persas aumentaron sus territorios, y Justiniano se comprometía a detener las conversiones dentro del territorio persa, pero, a cambio, éstos renunciaban a la costa del Mar Negro.
Y dentro de sus fronteras, Justiniano y Teodora trataron de reestructurar el imperio para hacerlo más fuerte. Para empezar, trataron de acotar el poder de los grandes terratenientes. La propiedad de la tierra había caído con los años en manos de un reducido grupo de nobles, y esto dificultaba el comercio, y ponía en peligro la estabilidad del imperio, ya que el emperador debía apoyarse demasiado en ellos para obtener recursos y tropas.
También reorganizaron las fronteras. Como novedad principal, los gobernadores de dichos territorios, que hasta entonces sólo tenían autoridad civil, recibieron también competencias militares. Cada provincia debía disponer de un ejeŕcito propio y móvil, adecuadamente preparado. Esta reforma fue el germen de los “themas” o provincias militarizadas, protegidas mediante ejércitos “themáticos”, que veremos en la próxima entrega de esta serie.
Justiniano también cuidó el comercio, y ya que las Ruta de la Seda pasaba por Persia, intentó abrir otros caminos, sobre todo desde el Mar Negro. También envió agentes comerciales al Mar Rojo y estableció puestos en la costa oriental de África.
Pero no podemos dejar de mencionar también la importante tarea de recopilación de leyes en el Código de Justiniano. Éste fue un valioso códice legal que, en latín, reunía todas las leyes anteriores. Sin embargo, Justiniano prosiguió la tarea con nuevas leyes, escritas, ahora sí, en griego.
En cuanto al cristianismo, el emperador apoyaba abiertamente a los ortodoxos, que eran mayoría en el continente europeo, pero debía hacer precarios equilibrios políticos para no llevarse mal con los monofisitas, que se extendían por Próximo Oriente y Egipto. Hubo muchos sangrientos conflictos entre ortodoxos y monofisitas, y esas inestabilidades llegaron incluso a los partidos políticos del circo (ya sabéis: verdes, azules, albos y rojos). Justiniano sobrevivió por los pelos a una revuelta que se inició en dicho recinto mientras él estaba allí. Conocida como la revolución “niká”, puso al emperador contra las cuerdas. Ya tenía las maletas hechas cuando Teodora le hizo recapacitar y volver al palacio. La revuelta se cerró con un baño de sangre, pues Justiniano los encerró en el circo y metió al ejército dentro.

Pero, después de una vida compleja y agotadora, el emperador falleció en el 565. En gran parte había cumplido sus objetivos, pero los ciudadanos del imperio habían pagado un alto precio por ello. Había causado fracturas religiosas que se volverían insalvables, y que, cuando seis décadas más tarde, los árabes irrumpieran en el imperio, le costarían cara. Sin embargo, vivió para conocer una de las mayores amenazas a las que sus descendientes harían frente. En el 558, una embajada de un kan desconocido de las llanuras llegó a Constantinopla. Para ojos inexpertos, podrían ser tomados como hunos, o más bien como sus descendientes, los utrigures. Pero su impedimenta era distinta, y sus armaduras y armas... Aquel fue el primer contacto con el kanato avaro. Este pueblo, expulsado de sus llanuras centroasiáticas por los feroces turcos, habían avanzado hacia el oeste, aprovechando el vacío de poder que la caída de los hunos había dejado en esta época. Llegaron a las tierras al norte del Danubio, y sometieron a muchas tribus eslavas. Y, cuando estuvieron listos, asaltaron los territorios imperiales, entrando por los Balcanes. Los eslavos formaban la infantería, y sus amos avaros, una excelente caballería que tuvo en jaque a los ejeŕcitos bizantinos durante décadas. Aunque hablaremos de este pueblo estepario en próximos artículos, podemos decir de ellos que no sólo eran grandes guerreros, sino que también se les daba bien la política. Siempre dispuestos a frenar una incursión a cambio de un pacto ventajoso y bien pagado, los avaros fueron también utilizados por los bizantinos para presionar a los francos, el nuevo reino germano que rápidamente crecía en el oeste.

Mauricio I sucedió a Justiniano. A Mauricio se le atribuye la redacción de uno de los textos militares más importantes: el “Strategikon”. Fue el texto básico de los generales bizantinos hasta el siglo XI, y en él se describe el equipamiento, tácticas, entrenamiento y organización de los cuerpos de caballería del ejército, y también tiene descripciones de los enemigos del imperio: avaros, francos, bereberes, persas, etc. A todos ellos hizo frente este gran emperador, pero las continuas guerras desembocaron en numerosas revueltas dentro del imperio, y Mauricio no pudo mantener las conquistas de Justiniano. A su muerte, comenzó la descomposición de los territorios occidentales. Sus sucesores tuvieron que pagar frecuentes y costosos tributos a los kanes avaros para que dieran media vuelta, pero también en numerosas ocasiones, los avaros y los eslavos arrasaron el norte de los Balcanes e incluso las costas del mar Adriático. La audacia de estos ejércitos alcanzó su cénit en el 626, cuando un enorme ejército equipado con grandes máquinas de guerra puso sitio a la capital, Bizancio. El enorme sistema defensivo, con muros sucesivos a distintas alturas, cerraba el istmo al norte de la ciudad. El ejército avaro-eslavo superaba los cien mil combatientes, y lanzaron terribles asaltos contra los defensores. Combinando ataques por tierra y por mar, el emperador, que por aquel entonces era Heraclio, vio como su imperio se tambaleaba. Sin embargo, el ataque por mar fue repelido por la eficaz flota bizantina, y los piratas eslavos huyeron a tierra despavoridos. En la persecución, las tropas bizantinas llegaron también a tierra y el pánico comenzó a propagarse por el campamento de los asediadores. Sergio y Bonos fueron los artífices de la victoria militar, y salvaron sin duda el imperio para la posteridad.
Después del asedio fracasado, el poder avaro se dispersó, pero los eslavos , como los serbios y los croatas, que descendieron de los Cárpatos, se quedaron, y transformaron la demografía y sociedad de la región de los Balcanes.
Y mientras los bizantinos luchaban a vida o muerte contra los avaros, en Arabia, un profeta comenzaba una expansión fulgurante. Nacía el Islam.
De las guerras de los árabes y los bizantinos tratará el siguiente capítulo de esta serie.

EL IMPERIO BIZANTINO EN DBA
El reglamento incluye muchas listas para los bizantinos, pero las que representan el periodo aquí descrito serían las siguientes:
a) II/83, Romanos patricios, opción b). Éste representa a los ejércitos del último periodo de coexistencia de los imperios romanos occidental y oriental. La característica fundamental es la presencia de bárbaros luchando como “foederati” en el ejército, y una progresiva adopción de las tácticas de caballería de sus enemigos. Sobre todo, los hunos influyeron enormemente, y los jinetes equipados con arco fueron cada vez más frecuentes.
La lista tiene una peana de 3Cv o 3Kn como general, representando a los “Equites”, sobre todo de tipo lancero, al estilo germano. Luego hay una peana de 4Kn/3Kn. Los 4Kn representan catafractos y los 3Kn pueden representar más lanceros “equites”, o bien “equites” de tipo arquero acorazado, como los que ya se verán en los ejércitos bizantinos siguientes. Otras dos peanas de LH pueden representar a los “Equites Illiricani”, con jabalinas, o los “Equites Sagitarii”, con arco. Y en la infantería, encontramos peanas de 4 Bd, que representan a las legiones, compuestas en su mayoría por germanos entrenados al estilo romano, y peanas de 4Ax, que representan a las últimas tropas regulares romanas, tipo Auxilia Palatina, equipados con escudos, “spatha” y jabalinas. Por último, hay opciones de cambiar algunas Ax por Wb, que representarían a otros “foederati” luchando bajo el mando de sus propios líderes tribales, y por último, una peana de Ps, que puede representar a los “exculcatores”, feroces tropas de infantería ligera.

b) III/4. Bizantinos tempranos. Esta lista tiene dos variantes, y representan a los ejércitos bizantinos tras la caída de Roma. Los ejércitos se basan en la evolución de la caballería regular romana hacia el jinete tipo arquero acorazado, equipado también con lanza, capaz de cargar o de luchar a distancia. Éstos eran los “boukellaroi”. Otros cuerpos de jinetes estaban formados por los “equites” reformados. Se llamaban “kavalloroi”, y la evolución de sus tácticas marcan la división entre las opciones a y b de lista III/4, ya que podían luchar en formaciones de distinta cohesión.
La opción a) tiene dos peanas de Cv, siento una de ellas el general, que representan a los “boukellaroi”. Luego cinco peanas que pueden ser LH o Cv. Esta opción representa la flexibilidad de comportamiento de los “Kavallaroi”, cuyos jinetes iban parcialmente protegidos y estaban equipados con arcos. Luego hay una peana opcional de Kn (jinetes germanos)/LH (caballería mauritana) o 3Ax (eslavos). Por último, llegamos a la infantería: dos peanas de 4Bd, que representan a lo que queda de las legiones, los skutatoi, con muchos germanos entre sus filas, pero con mandos romanos; y los Ps, que representan a los guerreros isaurios de Anatolia.
La opción b) es muy parecida, pero las 5 peanas de Cv ya no tienen la opción de ser LH. Esto representa un cambio de táctica, más agresiva y decisiva. Luego, la peana de Kn puede desmontar como Sp o Ax. Esto representa a los jinetes germanos equipados con lanza, que podían desmontar y cubrir a la infantería bizantina contra caballería enemiga.

III/17. Bizantinos Mauricios. Esta lista representa la reorganización de los ejércitos según las indicaciones del "Strategikon". Es un ejeŕcito realmente espectacular.
Para empezar, el ejército tiene entre cuatro y seis peanas de 6Cv, que representan la evolución de los "boukellaroi". Combatían en densas formaciones mixtas, con la primera fila de caballería acorazada equipada con lanzas (recordemos que en el "Strategikon" se menciona por primera vez en Occidente el estribo), seguida por la caballería de arqueros acorazados. Estas densas formaciones son flanqueadas por caballería ligera equipada con arco, que están representadas por las peanas de LH (se llamaban "flanqueadores", y hay entre tres y cinco posibles). Se incluye también una peana de Kn, que representa caballería goda, y la opción de quitar algunas caballerías por dos peanas de skutatoi (4Bd) y dos de isaurios (2Ps).

En mi opinión, Essex tiene la mejor gama de bizantinos del mercado, y la de Mauricio es verdaderamente bonita.

Anábasis. La retirada de los Diez Mil. Parte II.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Saludos. Habíamos dejado a los infortunados mercenarios de Ciro sin mandos, sin patrón ni paga y con la misma esperanza de vida que la virginidad de una hermosa muchacha en el templo de Istar de Babilonia. Durante la noche en la que supieron que todos sus estrategos habían muerto, Jenofonte de Atenas tuvo un sueño premonitorio. Inspiradamente, se levantó, y descubrió que al igual que él, muchos otros soldados no podían volver a conciliar el sueño. Convocó entonces a los pocos capitanes que quedaban, y organizaron una asamblea a la que llamaron a todos los soldados, y entonces les habló. Les dijo que ya no debían seguir pasando miedo ante la incertidumbre. Que ya sabían quién era el enemigo, donde estaba, y también sabían luchar. Les inspiró de tal manera que los volvió a unir. Apelando a lo mejor de ellos, tal y como Ciro había hecho en su día, los soldados volvieron a reunir valor. A pesar de lo desesperado de la situación, no habían entregado sus armas. Que la desesperación y el miedo podían dar fuerzas inesperadas. Que podían ser escoria, sí, pero escoria acorazada, y todavía no habían sido derrotados.
Jenofontes organizó la reelección de los mandos y nuevos estrategos. Él mismo salió elegido, junto a Timasión, Janticles, Cleanor y Filesio. Finalmente, y dado que ninguno de ellos era espartano, uno que sí lo era, llamado Quirísofo, se “ofreció” también a guiar el ejército. Los demás aceptaron. Después de todo, los espartanos dominaban entonces todas las ciudades griegas.
Una vez reestablecido el mando, elaboraron el plan de actuación. Sabían que no podían volver por el camino que habían tomado por dos motivos: ya habían agotado los recursos de dichos territorios en el camino de ida, y tenían que vadear el Eúfrates. Si bien no era complicado en condiciones normales, la presencia de los enemigos hostigándoles y cambiando a voluntad los flujos de agua de los canales de la región, podía convertir aquella operación en una carnicería. De modo que decidieron buscar un nuevo paso fuera del alcance de Artajerjes: caminarían por el margen izquierdo del Tigris, remontándolo hasta las tierras altas, más allá de Asiria, donde la corriente del Eúfrates fuera muy pequeña y fácilmente vadeable. Si ahora echáis un vistazo a un mapa histórico de Mesopotamia, veréis que aquello suponía más de mil kilómetros antes siquiera de cruzar el río. De modo que apretaron los dientes y echaron a andar.

Por su parte, Artajerjes seguía con su política indecisa. No presentó resistencia a campo abierto, sino que cedió a Tisafernes doscientos jinetes y muchos honderos y arqueros para hostigar al enemigo. ¿Se equivocaba Artajerjes? En realidad, enfrentándose a los griegos, sólo estaba en juego su orgullo. Pero eso, para un iranio Rey de Reyes significaba mucho. Tal vez decidiera “ignorarlos” para no exponerse a nuevas derrotas. Les atacó, pero no con total decisión.
Tisafernes comenzó pronto el hostigamiento. Tras el primer enfrentamiento, en el que los hostigadores persas causaron mucho daño, protegidos por la caballería, Jenofonte, que dirigía la retaguarda de la marcha, tuvo que cargar contra ellos temerariamente. Por supuesto, no los alcanzó, pero ganó algo de tiempo. Esa misma noche comenzó la reforma del ejército. Para empezar, contaba sólo con un número reducido de peltastas. Necesitaba más hostigadores. Convocó a los rodios del ejército y pagándoles algo más, éstos hicieron de honderos. Como usaban proyectiles de plomo, tenían más alcance que los persas. Luego, aumentó el número de peltastas, organizó también a los arqueros y por último, consiguió reunir un pequeño escuadrón de cincuenta jinetes con caballos persas. De este modo, con tropas capaces de alcanzar a sus enemigos, siguieron avanzando.
Desde ese momento, Tisafernes y Arieo, que llegó con refuerzos, ya no fueron capaces de hacer mucho daño directamente. No obstante, siguieron hostigándoles, adelantándose y tomando cimas que controlaban el camino de los griegos, quemando aldeas y matando a las partidas de forrajeadores griegas que encontraran dispersas. Pero el grueso de los mercenarios siguió adelante.

Finalmente, llegaron al pie de las montañas de Asiria, que estaban habitadas por los feroces carducos (hoy conocidos como kurdos, según parece). Los carducos no respondían ante el Rey, y en sus montañas eran poco molestados. Se organizaban en tribus, y sus guerreros luchaban como hostigadores, equipados con arcos, debido a lo accidentado de la región. Eran extremadamente ágiles y rápidos. Sólo con gran inquietud, los griegos dejaron atrás la llanura y comenzaron la penosa ascensión al país de los carducos.
Cuando llegaron al primer poblado, los carducos huyeron llevándose lo que pudieron. Sin embargo, fueron a buscar a sus vecinos. Esa misma noche, emboscaron a los soldados de retaguardia y mataron a algunos. Cuando cayó la noche, los griegos acamparon, y observaron con aprensión cómo por todas las laderas a su alrededor, los carducos encendían decenas de hogueras. Les estaban observando. Tenían paciencia.
Los días que siguieron fueron terribles. Los mercenarios tuvieron que dejar atrás gran parte del bagaje que llevaban en carros, pues sólo acémilas eran capaces de transitar por lo caminos de la montaña. Por donde menos lo esperaban, los carducos aparecían y les disparaban. Sólo cuando los soldados se lanzaban hacia ellos, retrocedían y desaparecían ágilmente tras las rocas. Era muy difícil defenderse, porque la columna griega formaba una larguísima línea por estrechos caminos. Sin embargo, desarrollaron algunas tácticas muy útiles. Si los carducos atacaban a la vanguardia, se enviaba un mensaje a retaguardia. Desde allí, una fuerza especial de peltastas y hoplitas rodeaba las montañas y trataba de alcanzar posiciones más elevadas que los carducos para atacarlos y ponerlos en fuga, o atraparlos en dos frentes. Lo mismo hacía si atacaban la retaguardia o el centro de la línea. Sin embargo, una una lucha agotadora, y los carducos no dejaron muchos alimentos que pudieran tomar los griegos.

En unos días, vislumbraron por fin el camino que descendía hasta el valle del río Centrites, la frontera de los carducos con la satrapía de Armenia. Los griegos se animaron y alegraron, y apretaron el paso. Atrás habían dejado los cadáveres de muchos compañeros, algunos de ellos extraordinariamente valientes, aquéllos que dirigían los temerarios asaltos contra los feroces carducos. Pero pocos duran las alegrías a un mercenario griego perdido en Asia. Tan pronto como llegaron a la llanura del río, apareció en la ribera opuesta un ejército bastante grande enviado por el sátrapa, con muchos jinetes y numerosa infantería, compuesta por mardos, armenios y lanceros cálibes. Para colmo, el Centrites venía bien alto. Los soldados no hacían pie, y tenía el río casi sesenta metros de ancho.
Durante un par de días, ambos ejércitos se vigilaron, sin decidirse a hacer nada. Pero el tiempo corría en contra de los griegos. El invierno estaba llegando, y no tenían comida. La fortuna les sonrió, no obstante, cuando un joven encontró por accidente un vado algunos kilómetros río arriba. Quirísofo dirigió el grueso de las tropas hacia el vado. En la otra orilla, los jinetes les seguían. Mientras, Jenofontes seguía a la retaguardia con las tropas ligeras.
Entonando el peán y haciendo mucho ruido, Quirísofo lanzó las tropas al vado. Al mismo tiempo, Jenofonte lanzó a las suyas hacia atrás a toda velocidad, como si quisiera cruzar por el punto por el que habían llegado por primera vez al río. Los enemigos pensaron que los griegos pretendían cruzar por dos puntos y atraparlos en una pinza. Ante la confusión, retrocedieron, retirándose de las orillas, y ocuparon el camino principal que ascendía del río. Justo en ese momento, los carducos se lanzaron contra la retaguardia de Quirísofo, que todavía no había cruzado. Confusión. Lucha en varias direcciones. Órdenes complejas difícilmente transmitidas. Jenofonte deshizo entonces el camino andado para socorrer a Quirísofo. Con mucho valor, defendieron el vado mientras el grueso del ejército griego terminaba de cruzar. Quirísofo se lanzó entonces hacia el camino, mientras Jenofonte y sus peltastas y honderos se retiraban ordenadamente, aunque con bajas, por el vado, dejando a los carducos atrás. Los griegos estaban furiosos, y cargaron contra la caballería, que no aguantó mucho tiempo antes de volver grupas y retirarse. Cuando la infantería armenia vio a los hoplitas volviéndose hacia ellos con cara de pocos amigos, decidieron que ya tenían suficiente, y huyeron.

Así entraron por fin en Armenia. Llegaron al mismo tiempo que las primeras nieves, para su desgracia. Al día siguiente, el sátrapa de Armenia, Tiribazo, se acercó y decidió negociar con ellos: tendrían paso franco y les darían mercado, pero no debían destruir nada. Los griegos aceptaron. Avanzaron con guías hacia algunas aldeas. Sin embargo, un día capturaron a un espía persa, y en el interrogatorio les confesó que Tiribazo les preparaba una emboscada en las montañas que tenían delante. Decidieron por tanto enviar urgentemente y por sorpresa a los peltastas a tomar la posición que debía controlar Tiribazo para la emboscada. La operación tuvo éxito, y capturaron muchos caballos y la tienda donde iba a dormir el sátrapa, hecha de metales preciosos. Así cruzaron y se pusieron a salvo. Tiribazo, ante la bajada de las temperaturas, decidió dejar actuar al “general invierno”, y sin arriesgar más tropas, se retiró a observar.
Tres días más tarde, los griegos vadeaban las heladas aguas del Eúfrates sin mojarse más arriba de la cintura. Poco después comenzaron las tormentas de nieve. Un día, los griegos se despertaron, y la nieve les llegaba a la cintura.
El avance desde allí fue penoso. Las acémilas se morían de frío. Muchos griegos se dejaban caer en la nieve, agotados y helados, y se negaban a seguir avanzando, abandonándose a la muerte. Pies helados. Orejas y narices congeladas... Debían descalzarse de noche para que las correas de las sandalias no se les clavaran en la piel. Fiebre. Enfermedad... Alimento para los buitres en la siguiente primavera, cuando la nieve se retirara y descubriera los cadáveres. Los carroñeros también sabían esperar.

Por fin llegaron a la región de Capadocia y sus famosas casas subterráneas. Aquí, los habitantes les dieron cobijo en las cuevas. Jenofonte describe aquí sus costumbres y modo de vida.
Aquí descansaron unos días antes de seguir.
Algunas jornadas más adelante, en los límites septentrionales de Armenia, les aguardaban tropas de infantería de cálibes y taocos, pagados por el sátrapa, en una cima que controlaba su camino. Aquí Jenofonte describe un “pique” entre espartanos y atenienses. Jenofonte reta con sorna al espartano Quirísofo a que “robe” la cima a los enemigos, ya que en Esparta se les enseña desde niños a robar (léase en “La República de los Lacedemonios”, de Jenofonte). Quirísofo replica, con cierto ingenio: “Oh, pero yo he oído que los atenienses premian con cargos importantes a los que mejor roban dinero público. Prueba tú, entonces, ya que eres ateniense”.
Tras tomar la cima, avanzaron hasta llegar al país de los Taocos. Este pueblo ofreció mercado a los griegos, y éstos les compraron numerosas reses para tener comida en las siguientes etapas. Así, llegaron al país de los cálibes, que tenían armaduras de lino y esparto y portaban largas lanzas. Los cálibes se encerraron en sus fortalezas, y no dieron mercado a los griegos. Éstos no encontraron comida en el territorio, y consumieron lo que habían tomado a los taocos.
Por fin salieron del país de los cálibes. La vanguardia griega subió al monte Teques, y se produjo un gran griterío. Los soldados de retaguardia se inquietaron, y marcharon rápidamente. Jenofonte describe entonces la alegría de aquellos famélicos, agotados y diezmados hombres, porque desde la cima, hacia el norte, vieron el mar. Los griegos lloraron, y elevaron allí un trofeo. Bajaron entonces llenos de alegría, porque pensaron que ya estarían casi en casa. Habían llegado a a la costa norte de Anatolia, donde ya había muchas colonias griegas, como Heraclea o Sínope. Pero estaban muy equivocados.

Tenían todavía que avanzar por la costa hacia el oeste hasta llegar a estar frente a Tracia, en la entrada al Ponto Euxino. El camino pasaba por las colonias y territorios bárbaros alternativamente. Peo, para empezar, las colonias griegas no los recibieron precisamente con los brazos abiertos. Éstas habían establecido delicadas relaciones con los pueblos autóctonos vecinos, con los que comerciaban. La irrupción de un enorme ejército de griegos hambrientos, sin dinero y armados hasta los dientes no podía ser vista con buenos ojos. Les convenía, por tanto, para que los hombres de Jenofonte no saquearan cada región, darles mercado. Pero los mercenarios no tenían mucho dinero, y eran muchos para sostenerlos durante muchos días. Por lo tanto, la principal preocupación de las colonias era que los mercenarios siguieran su camino sin armar jaleo. Para ello, pusieron en práctica diversas políticas, unas amistosas y otras más hostiles, con resultados dispares.
En primer lugar, los mercenarios llegaron a Trapezunte,(también conocida como Trebisonda) colonia griega en la Cólquide. Comenzaron a saquear a los colcos, pero los trapezuntios intervinieron enseguida, ofreciendo mercado y acogiendo a los mercenarios. Al principio, todo fue bien, y el ejército votó por seguir el camino por mar. La colonia les cedió algunos barcos. En uno de ellos, Dexipo y unos cincuenta hombres huyeron y nunca más supieron de él el resto de los mercenarios. Quirísofo tomó otro, y argumentando que él conocía a Anaxibio, jefe de la flota peloponesia, podría traer barcos. Tampoco supieron de él en mucho tiempo. Con el otro, Polícrates de Atenas comenzó a dedicarse a la piratería, asaltando y capturando barcos para transportar a todo el ejército. Pero eran insuficientes, y mientras el ejército consumía los recursos de la región. Cuando ya no hubo comida en las cercanías, los trapezuntios se ofrecieron a guiar a las expediciones de forraje del ejército, pero no los guiaban a lugares fáciles de atacar, (tenían que cuidar sus relaciones con los colcos, después de todo), , sino que los llevaban contra tribus lejanas más hostiles, como los drilas.
Como seguían sin tener noticias de Quirísofo, Jenofonte se dio cuenta de que debían seguir el camino por tierra, ya que no quedaban más recursos en la región. Malhumorados, los griegos volvieron a ponerse en marcha.
Atravesando territorios de mosinecos y tiberenos, llegaron a la colonia de Cerasunte. Aquí, uno de los capitanes del ejército, desobedeciendo la orden de no saquear el territorio, atacó a algunas aldeas de bárbaros aliados de los cerasuntios. Los embajadores de la colonia llegaron con protestas al campamento. La tensión no cesaba de aumentar, y el camino se ponía cada vez más difícil. Tuvieron que seguir adelante.

Las noticias del avance de los mercenarios corrían veloces, y a donde llegaban, cada vez estaban más preparados. Además, la desconfianza dentro del ejército aumentaba antes las recientes muestras de indisciplina y traición por parte de algunos de sus compañeros. Su moral estaba por los suelos.
Jenofonte sabía que tenía que seguir adelante, y, siendo consciente de que las colonias estaban interesadas en que marcharan rápidamente, les enviaba mensajes por delante, ordenando que arreglaran caminos o les dieran barcos. Incluso pensó en fundar una nueva colonia con el ejército, como alternativa, pero sus hombres ya no querían estar más tiempo lejos de sus hogares.
De modo que, cuando las noticias llegaron a Sínope, que estaba todavía a muchas jornadas de distancia, los mercaderes decidieron enviar barcos al ejército para que salieran cuanto antes del Ponto. Los griegos se alegraron de esto, y, recogiendo sus escasos bagajes, montaron en las naves en la colonia de Cotiora, y se hicieron a la mar, en dirección al oeste. Cada noche tenían que acampar en tierra, pero aun así, el avance por mar fue mucho más rápido.
Una vez los griegos pasaron Sínope y llegaron a las costas de los paflagonios, encontraron a Quirísofo, que en una trirreme, había vuelto de ver a Anaxibio. Sólo les informó de que el espartano les felicitaba y les informaba de que cuando llegaran a Heraclea, serían de nuevo contratados para el ejército lacedemonio.
Desde ese momento, se sintieron muy seguros, y por lo tanto, las distintas procedencias del ejército comenzaron a pesar. Ya no eran griegos, sino un conjunto de arcadios, atenienses, rodios, etc. Los mercenarios decidieron elegir un único estratego para guiar al ejército. Se lo propusieron a Jenofonte, pero éste lo rechazó diciendo que era insensato que si había sólo un líder, éste no fuera espartano, ya que éstos ahora eran los dueños de todos los griegos. Quirísofo fue elegido entonces.
Pero éste no era apreciado por todos. Cuando la expedición llegó por fin a Heraclea, cerca ya de la entrada del Ponto, abandonaron los barcos, y el ejército se fragmentó: arcadios y aqueos por un lado, Quirísofo con los soldados más afines a los lacedemonios, por otro. Por último, Jenofonte y los soldados más sensatos, por su lado.
Pero por separado, los fieros mercenarios se volvieron vulnerables. Mientra Jenofonte planeaba la salida de la región, los demás se dedicaron a saquear y atacar a los bitinios. Pero habían olvidado que todavía estaban en territorio del Rey. La satrapía estaba al mando de Farnabazo, que había susituido a Ciro el Joven. Y Farnabazo era un guerrero astuto. Cuando los bitinios se le quejaron de las molestias y los daños que causaban los griegos, Farnabazo organizó su ejército con numerosos jinetes, y estudió los movimientos de los griegos. Esperó al momento adecuado, y en un ataque brutal, aisló un cuerpo de mercenarios, y los atacó hasta exterminar a quinientos hoplitas: más bajas que en la batalla de Cunaxa.
Rápidamente, los mercenarios llamaron al ejército de Jenofonte para que acudiera en su rescate, pues se habían dado cuenta de que ya no podían seguir separados. Éste acudió al rescate de los restantes hombres, y rechazó en batalla al ejército de Farnabazo. Éste no se decidió a atacar viéndolos fuertes, ya que, aunque podía vencerles, resultaría muy costoso y no habría ganancia alguna. Siguió hostigándolos sin arriesgar mucho, y entonces jugó la carta de la política, lo que también hacía muy bien.



Los mercenarios estaban ya muy cerca del Bósforo. Farnabazo contactó con Anaxibio, jefe de la flota peloponesia. Los espartanos debían muchos favores a los persas, y en aquellos momentos, mientras trataban de afianzar su recién conseguida hegemonía sobre todos los griegos, no estaban interesados en enfrentarse al sátrapa. Por lo tanto, Farnabazo no tuvo muchas dificultades en conseguir que Anaxibio exhortara a los griegos para que cruzaran el Bósforo y pasaran a Bizancio, ya fuera de Asia. Anaxibio no debió resultar muy caro de sobornar, seguramente. Envió embajadores al ejército, diciéndoles que si llegaban a Bizancio, tal y como había dicho Quirísofo, recibirían soldada y serían incorporados al ejército. Llenos de esperanza y alegría, los que quedaban de los Diez Mil navegaron hasta Bizancio, después de elegir a otro líder, Cleandro, que les prometió darles en mano la soldada. Jenfonte, mientras, desconfiando, se separó del ejército y comenzó a pensar en su propio retorno a Atenas.
Pero una vez en Bizancio, Anaxibio no cumplió su promesa para con los mercenarios. No les pagaba soldada. Muchos, desesperados, vendieron sus armas y se dispersaron por la ciudad. Otros comenzaron a causar tumultos. Pero no tendrían suerte. Estaban malditos. Artajerjes II los había marcado, y ningún persa los contrataría. Tampoco lo haría ningún harmoste espartano si quería llevarse bien con los persas. Juntos, habían luchado contra el Gran Rey y le habían humillado, y habían cruzado una ruta infernal hasta llegar a Bizancio, pero no habían obtenido más beneficio que su propio pellejo surcado de cicatrices y un buen número de historias que contar. Eran un estorbo para todos los bandos. Anaxibio les ordenó salir de la ciudad, con la amenaza de vender como esclavo al que encontraran dentro de la ciudad al final del día. Los soldados, agotados, sin dinero y sin patrón, de nuevo eran traicionados. Sólo que en las afueras de la polis comenzaba Tracia, país rico y lleno de feroces tribus. Los soldados no tenían ni las fuerzas ni la moral para atravesar el país. Se rebelaron en la ciudad cuando quedaban ya pocos dentro, y entonces, el harmoste de Bizancio se dio cuenta de lo peligrosos que eran aquellos hombres, que ya no tenían nada que perder. Entonces, se acordó de Jenofonte. Lo hizo llamar para que intercediera por aquellos hombres, y Jenofonte llegó a Bizancio. Por entonces, el rey tracio sin trono Seutes había contactado con él, y se mostró interesado en contratarlos. Con Seutes estaba Dexipo, el traidor, que abandonó a sus compañeros tras prometerles regresar con barcos, y que no dejaba de injuriar a Jenofonte ante Seutes. Aun así, el ateniense consideró que aquella era la mejor opción, y tomando de nuevo el mando del ejército, aplacó su ira y les condujo fuera de Bizancio, hacia el campamento de Seutes. Así empezó la última campaña de los Diez Mil.
Seutes había sido destronado por una tribu tracia, y estaba reuniendo un ejército con la ayuda de su valedor, el rey Medósades. Cuando supo de los soldados de Ciro, consideró que era una buena oportunidad para reforzar su ejército. Les prometió una buena soldada, y los contrató.
Pronto se dieron a valer los experimentados y fieros mercenarios. Tribu tras tribu, fueron derrotándolos hasta que sus jefes tuvieron que pactar con Seutes. De repente, los hostiles se convertían en amigos. Seutes avanzó imparable hasta sus antiguos dominios, y cuando llegó, había conseguido tantos nuevos aliados que ya superaban en número a los griegos. Entonces fue cuando el tracio comenzó a pensar que tal vez podía ahorrarse la soldada de los griegos. Ya tenía muchos hombres, y en caso de que se rebelaran contra él, podía hacerles frente.
Los griegos se volvieron hacia Jenofonte, y muchos clamaban que el ateniense les había engañado. Indignado, Jenofonte suplicó ante Seutes que no les traicionara, y que cumpliera sus juramentos. Seutes se había dejado envenenar contra Jenofonte por Dexipo. Pero el ateniense apeló a su honor. El discurso de Jenofonte ante Seutes es una preciosidad, y merece la pena que lo leáis.

Finalmente, Seutes accedió a pagarles en especie: ganado, algo de oro y esclavos para vender, pues el tracio argumentó que no tenía más oro con que pagarles. Furiosos por el desaire, los mercenarios aceptaron, aconsejados por Jenofonte.
Pero en aquellos meses, la guerra entre Esparta y los sátrapas Farbanazo y Tisafernes había comenzado, y el rey Agiselao preparaba una expedición a Asia. Buscaron a los mercenarios para enrolarlos. Como peones de un partida de ajedrez, volvían a ser requeridos para lugar contra los persas.
Cuando salieron de Tracia, Jenofonte no tenía dinero ni para volver a Atenas. Cruzó el Bósforo llegó a la región lidia, buscando a Tibrón para entregarle el ejército. Por el camino, asaltó una posición defensiva de uno de los generales persas, Asidates. Con un puñado de hombres, asedió su torre, perforó el muro y tomaron gran botín. Entre tanto, llegaron refuerzos persas, y los griegos tuvieron que retirarse luchando y protegiendo el gran botín que habían obtenido.
Por fin se reunieron con Tibrón. Los soldados se despidieron de Jenofonte, y le dieron muchos regalos en agradecimiento. Y así, enrolados de nuevo al mando de Tibrón y posteriormente, Agiselao, y cerca de donde había comenzado su ascensión hacia el Rey, terminó la historia de los Diez Mil. Cito el final: “ La suma del recorrido completo ascendió a doscientas quince etapas, treinta y cuatro mil seiscientos cincuenta estadios. El tiempo transcurrido, un año y tres meses.”

La importancia de la Anábasis se comprendió bien cuando el documento cayó en manos de Filipo de Macedonia y su hijo, Alejandro. A lo largo de sus páginas, Jenofonte describe con detalle el camino para invadir Asia: los lugares adecuados para alimentarse, la distancia entre aldeas, el tiempo de respuesta de los ejércitos y guarniciones persas y de otros pueblos bárbaros... Alejandro aprendió también cómo luchar contra los carros falcados, dónde cruzar el Eúfrates, y, sobre todo, qué debía hacer para convertirse en rey de los persas, y no sólo en conquistarlos. Alejandro aprendió que si quería sustituir a Darío III, debía enfrentarse a él en el campo de batalla y vencerle, para que los nobles persas pudieran aceptarle como nuevo líder. Por eso, la danza mortal del ejército macedonio en la llanura de Gaugamela tenía como fin que Alejandro llegara a Darío y lo matara. Lo demás no tenía importancia.



LOS DIEZ MIL PARA DBA.
En Fanaticus, Greg Kelleher posteó un ejército para representar a los Diez Mil, balado en la lista II/5i, sin caballería y con tres psilois como opcionales.
http://www.fanaticus.org/DBA/armiesofthefanatici/GregKelleher/Xenophon/index.html
Personalmente, después de leerme el libro, me parece una propuesta bastante acertada, y a continuación, ampliaré la adaptación.
Para empezar, debería aparecer la opción de Cv en lugar de una Sp, para representar a los jinetes que organizó Jenofonte.
Luego, la peana obligatoria de psiloi debería representar a arqueros y honderos rodios.
Las otras dos peanas opcionales, salvo Sp, podrían ser perfectamente Ax o Ps. En las batallas contra los carducos, los peltastas hicieron funciones tanto de Ps, hostigando a distancia, como Ax, buscando el combate cuerpo a cuerpo contra el enemigo, incluso incorporando hoplitas en formación dispersa a su número. Por lo tanto, una de las peanas podría perfectamente ser Ax. Yo diría que la lista ideal sería:
1Sp(gen), 1 Cv, 7 Sp, 1 Ps (honderos), 1 Ps (peltastas), 1x Ps o Ax (peltastas).

Anábasis: La retirada de los Diez Mil. Parte I.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Saludos. Hoy hablaremos de una de las mayores aventuras de la Antigüedad: la fallida rebelión de Ciro el Joven y la desesperada huida de sus diez mil mercenarios griegos desde el corazón del imperio persa de vuelta hacia Grecia. El mejor relato de estos hechos lo encontramos en la obra de Jenofonte, en su “Anábasis”, ya que fue el propio Jenofonte el que tomó el mando del ejército y dirigió el retorno de los soldados. Obviamente, la obra es mucho más grande y rica de lo que puedo resumir en estas páginas, y por ello recomiendo encarecidamente que os la leáis. Seguro que no os arrepentiréis.

La historia comienza con la muerte de Darío II Oco, en el 404 a.d.C. Según Jenofonte, Darío tuvo dos hijos con Parisátide: Artajerjes, el mayor, y Ciro, el pequeño. Artajerjes era el sucesor. Ciro, unos años antes, había sido nombrado por Darío sátrapa de Frigia. Pero Parisátide prefería a Ciro, que desde luego era mucho más capaz e inteligente que su hermano. El caso que el sátrapa de Lidia y Caria, Tisafernes, buscando el favor del nuevo rey, denunció a Ciro como conspirador ante Artajerjes. Parisátide, desesperada, intercedió por él ante su primogénito, defendiendo la inocencia de Ciro. Ya fuera real o no el complot contra Artajerjes, el Gran Rey cometió dos errores: primero detuvo a su hermano y a punto estuvo de ejecutarlo... Pero luego se detuvo, le perdonó y le devolvió el gobierno de su satrapía. Ciro, el epítome del orgullo, el valor y las virtudes iranias, tomó la decisión de no vivir más tiempo bajo el gobierno de su hermano.

Bueno, estamos ahora en Grecia en el año 401 a.d.C. Cuatro años atrás, Esparta, gracias a la ayuda activa de Tisafernes y el propio Ciro, los dos sátrapas de la costa de Asia Menor, había ganado las guerras del Peloponeso, derrotando a Atenas, y extendiendo su dominios por toda la Hélade. Las polis se ven obligadas a recibir a los harmostes o gobernadores espartanos, y a participar en las campañas que ordenara Esparta. Mientras, el joven y astuto Ciro les observaba, y hacía sus planes.

Después de la denuncia ante Artajerjes, las relaciones de Tisafernes y Ciro, cuyas satrapías eran vecinas, eran abiertamente hostiles. Ciro, un gran animal político, había sabido atraerse las simpatías de todos los pueblos sobre los que gobernaba, además de las de las ciudades helenas de la costa jonia, que estaban controladas por Tisafernes. Voluntariamente, Jonia se entregó a Ciro, salvo Mileto. Tisafernes atacó a las ciudades, y esta fue la excusa que tuvo Ciro para comenzar a reunir tropas delante de las mismísimas narices de Artajerjes II. Ya fuera mal aconsejado, o bien deliberadamente cegado por Parisátide, Artajerjes se reía de las guerras entre Ciro y Tisafernes. Como los tributos le seguían llegando enviados por su hermano, creía que mientras ellos dos estuvieran así ocupados, no harían planes para rebelarse contra él. No se extrañó, por lo tanto, cuando Ciro comenzó a reunir tropas de entre los pueblos vecinos, ni cuando comenzó a contratar generales griegos mercenarios, ni tampoco algunas guarniciones. Eran pocas tropas. No representaban un peligro.

Pero Ciro sólo mostraba parte de su juego. Porque al otro lado del mar Egeo, en Grecia, comenzó a cobrarse los favores que había hecho a los espartanos durante las guerras contra Atenas. En secreto, contrató a los mejores generales y les dio dinero para que reunieran un ejército de mercenarios como nunca se había visto. El mejor de ellos era un espartano exiliado, brutal y terriblemente aficionado a la guerra, llamado Clearco. Su llamamiento atrajo a griegos de muchos sitios: arcadios, árgivos, tebanos, aqueos, espartanos, rodios, atenienses... Uno de éstos últimos, con el grado de capitán, era Jenofonte.

A su debido tiempo, Ciro convocó a sus tropas. Todas sus guarniciones, destacamentos y exploradores que tenía dispersos por numerosas plazas se convirtieron de repente en un ejército enorme. Con la nueva excusa de realizar una campaña contra los siempre levantiscos písidas, Ciro, después de tener bastante controlada la satrapía de Tisafernes, penetró en Lidia y se dirigió hacia el interior. Comenzó así la “ascensión” hasta el interior de Asia (en griego, “ascensión” se dice “anábasis”. Se decía entonces “subir a ver al Rey”). Tisafernes, al ver los preparativos de su rival, huyó de su región y se dirigió hacia la corte del Gran Rey, para avisarle de que no creyera a Ciro: el ejército que había organizado se dirigía contra él.

Hay que aclarar que Ciro mantuvo engañado a todos los soldados, salvo a los mandos de su confianza. Ni griegos ni bárbaros estaban dispuestos a atacar por las buenas al Gran Rey en el corazón de su imperio. Todos estaban convencido de la campaña contra Pisidia. Sin embargo, cuando pasaron de largo, comenzaron a sospechar. Jenofonte describe una de las mejores escenas de su obra: los soldados, sintiéndose engañados, lanzan piedras al general Clearco cuando éste pasa cerca de ellos, y lo hacen huir hasta su tienda. Luego, Clearco se presenta con lágrimas en los ojos ante ellos y les dice llorando que confíen en él, que no piensa engañarles: auténtico carácter “mediterráneo”, oiga.

Sin embargo, conforme el camino avanza, todos se van dando cuenta. ¿Cómo consiguió Ciro que su ejército no desertase? La respuesta es sencilla: carisma. Ciro era un gran guerrero y político. Se rodeó de los mejores profesionales, los mejores colaboradores. Los agasajaba, se portaba honradamente con ellos. Cumplía con la palabra que daba. Muchos espías de Artajerjes habían sido “convertidos” por la astucia y el buen hacer de Ciro. Así, cuando llegó el momento de la verdad, Ciro no les ocultó sus planes por más tiempo, les pidió su ayuda y les prometió enormes recompensas. Luego les dio libertad para elegir. Y ellos le creyeron: porque si había alguien capaz de triunfar en aquella aventura tan audaz y peligrosa, era aquel persa. El resultado: griegos y bárbaros de su ejército se peleaban por el honor de cruzar el Eúfrates en primer lugar.

Artajerjes, informado por Tisafernes, no se mantuvo ocioso, y reunió un ejército ENORME. Decidió esperar a su hermano en Cunaxa.

Formaron en la llanura. Los mercenarios griegos ocuparon el flanco derecho de Ciro, junto al río Eúfrates. La caballería paflagonia protegía el extremo de la línea. A la izquiera, se puso Arieo, un ayudante de Ciro, con las tropas bárbaras de frigios y misios. En el centro, una veintena de carros falcados y Ciro, con sus seiscientos jinetes: la élite de la caballería persa: los mejores caballos, las mejores armas y armaduras...

Pero el ejército de Artajertes era tan grande que el centro de su línea, donde estaba él mismo, desbordaba el ala izquierda de Ciro, cuya línea era mucho menor. Miles de jinetes en el flanco izquierdo (frente a los griegos), dirigidos por Tisafernes. Un enorme centro con arqueros persas, lanceros egipcios, montañeses kurdos, soldados takabara, más arqueros. Entre ellos, Artajerjes con su caballería, todos con armaduras teñidas de blanco: seis mil expertos jinetes bien equipados y entrenados... Organizado por tribus, cada componente del ejército estaba formado en un denso cuadro. Por delante de ellos, cientos de brutales carros falcados, diseñados para destrozar a los soldados de las falanges... El mayor ejército jamás visto desde Jerjes I invadiera Grecia. Su visión sobrecogió al ejército rebelde. Se hizo el silencio.

Entonces, Ciro, arrojando su yelmo, se situó al frente de sus líneas y arengó a sus tropas. “Seguidme”, les dijo, “si vencemos aquí, estará todo hecho”. Y aquel cúmulo de hombres de distintas naciones, con distintas lenguas, creyó sus palabras, rugió, y se lanzó al ataque.

Una gran nube de polvo se levantó cuando los carros falcados de Artajerjes se lanzaron contra las líneas de hoplitas. No vacilaron. Ciro había enseñado bien a Clearco, y éste había adiestrado a sus hombres: cuando los carros les alcanzaron, los griegos abrieron pasillos entre sus filas, y las terribles máquinas pasaron entre ellos casi sin hacerles daño. Los peltastas dieron buena cuenta de ellos. Entonces, los hoplitas, a doscientos metros de distancia de los enemigos, entonaron el peán, y lanzaron el grito en honor del Einalio. Cargaron contra la caballería de Tisafernes y la infantería bárbara, golpeando lanzas contra escudos para espantar a los caballos. Como una marea imparable, los diez mil mercenarios ganaron impulso. Y sus enemigos no pudieron soportarlo. Tisafernes ordenó una retirada hacia el río, dejando descubierta a la infantería. Éstos, takabara casi todos, tampoco presentaron resistencia: huyeron. Como un inmenso dominó, el flanco izquierdo de Artajerjes se deshacía ante el empuje de los mercenarios.

Los generales felicitaban a Ciro. Los más entusiastas ya le jaleaban como Gran Rey mientras veían desintegrarse el ejército enemigo. Sin embargo, no se dejó llevar por el entusiasmo. Vigilaba a su hermano. Intentaba localizarle. Así pudo ver que el centro del ejército de Artajerjes comenzaba a pivotar hacia el flanco izquierdo de los griegos, que, al haberse adelantado, quedaba expuesto. Entonces supo lo que tenía que hacer. Llamando a sus jinetes, Ciro y su escolta salieron disparados hacia los seis mil jinetes que acompañaban a Artajerjes. Debía proteger a los griegos, y debía matar al Rey. Sabía que no había otra manera. Aunque ganara la batalla, no había sitio en Asia para dos reyes. Artajerjes no debía abandonar con vida el campo de batalla.

Los hombres de Ciro, vestidos de rojo, se lanzaron contra los jinetes de Artajerjes, con las armaduras pintadas de blanco. Como un relámpago, Ciro y sus jinetes acorazados rompieron sus líneas. Fue un choque brutal, precedido por el vuelo mortal de las jabalinas. Cuando éstas se agotaron o se rompieron, los jinetes tiraron de cuchillo. Fue tal su empuje que toda la caballería de Artajerjes, aunque muy superior en número, no aguantó y se dio a la fuga, perseguidas por la escolta del joven sátrapa. Fue entonces, cuando en la confusión, Ciro distinguió a su hermano. “Veo al hombre”- exclamó a sus fieles, y sin darles tiempo para que le protegieran, espoleó a su caballo hacia él.

Para Artajerjes, el tiempo debió detenerse. Entre el polvo y los jinetes en retirada, los gritos de los heridos y los relinchos de los caballos, cubierto de sangre de sus enemigos, Ciro emergió como una terrible aparición, lanzado hacia él. Sólo tuvo tiempo de que un escalofrío recorriera su espalda cuando su hermano le acometió empuñando su corta lanza. Luego, un impacto, y algo húmedo y caliente, sangre del Rey de Reyes que manaba desde dentro de la coraza real. ¡Estaba herido! Luego, un grito, un pestañeo, y algo que pasaba velozmente junto a su cabeza e impactaba en el hermano rebelde.

Transcurrió un segundo, y Artajerjes se vio sobre su caballo. Sin embargo, la montura de su hermano estaba vacía. Ciro el Joven, admirado y querido por sus amigos, y temido por sus enemigos, agonizaba en el suelo con el penacho de una flecha asomando por su ojo. Antes de que pudiera ordenar nada, los “comensales” de Ciro, los siete persas de máxima confianza, se abrieron paso y rodearon el cuerpo, defendiéndolo hasta su último aliento. Uno a uno, cayeron junto a su líder, hasta que el último, Artapetes, pie en tierra y manteniendo a raya a sus enemigos, sintiéndose ya agotado, se arrodilló junto a Ciro y se degolló con su propia espada.

Sólo uno de ellos no murió allí. Se llamaba Arieo, y al ver morir a Ciro, huyó junto algunos de sus hombres.

Allí murió Ciro el Joven, un hombre que causó verdadera impresión en Jenofonte, que lo tomó como modelo de virtudes y ejemplo de ética y de gobernante, como podemos leer en la Anábisis. La sombra de Ciro el Joven planea sobre la imagen de Ciro el Grande, creador del imperio persa, que Jenofonte describió en otra de sus obras: “La educación de Ciro” (o “Ciropedia”). Pero volvamos a Cunaxa.

Los mercenarios seguían avanzando sin saber que Ciro había muerto. Dejaron la batalla atrás y se lanzaron contra el campamento del Gran Rey. Éste, mientras, puso en fuga al resto del ejeŕcito de Ciro, y también se lanzó contra el campamento rebelde.

Los griegos vieron entonces que sus enemigos estaban a sus espaldas, y que podían cargarles por la retaguardia. Dieron media vuelta, y tomaron el camino de su campamento. Toda sus provisiones estaban allí, y sin ellas, estarían perdidos.

Tisafernes se reunió con Artajerjes, y decidieron no cargar de frente contra los griegos. Deshicieron el camino que habían hecho, hasta quedar frente al flanco derecho de los griegos. Clearco ordenó desplegar el ala, y así formaron una nueva línea, pero con el río a sus espaldas. Una vez ejecutada la maniobra, de nuevo cargaron, y pusieron de fuga otra vez a sus enemigos. Ni caballería ni infantería se les opuso. Entonces, después de todo un día de batalla, los griegos invictos, regresaron sin oposición a su campamento, esperando reunirse con Ciro victorioso. Allí pasaron la noche.

Pero Ciro no llegó. La primera noticia les llegó de parte de Arieo. Ciro estaba muerto. Él había retrocedido hasta el campamento anterior al de la batalla. Les informó de que les aguardaría un día, y luego tomaría el camino de regreso a Jonia. Entonces, los griegos se dieron cuenta de la verdadera situación: eran diez mil mercenarios en una tierra extraña y desconocida, a miles de kilómetros de sus hogares, rodeados de enemigos. Su campamento y sus bagajes habían sido saqueados y apenas tenían provisiones. El hombre que les había llevado hasta allí, el único que había mostrado su afecto, respeto y admiración hacia ellos, el que había sabido sacar lo mejor de cada uno, estaba muerto. Muchos pensaron que pronto le harían compañía.

Poco después, el Rey comenzó a enviar emisarios. Siguieron unos días de terrible incertidumbre para los griegos. Para empezar, había un conflicto cultural. Los griegos habían ganado la batalla. Según su punto de vista, el campo les correspondía, y si Ciro había muerto, Arieo debía ser el nuevo rey. Incluso enviaron un emisario al campamento de Arieo proponiéndole que volviera y tomara la corona. Imaginad la sorpresa del persa al darse cuenta de lo ciegos que estaban los griegos. Por supuesto, les respondió que ningún noble persa le seguiría, de modo que rechazaba la oferta. Sin embargo, bajo el punto de vista persa, una vez muerto el sátrapa rebelde, Artajerjes era el vencedor, sin importar lo que ocurriera en los combates. Por lo tanto, el primer mensaje del Gran Rey fue: “He vencido. Entregadme las armas”. Por supuesto, Clearco respondió lo que todo general griego ansiaba poder decir algún día: “Si quieres nuestras armas, ven a quitárnoslas”.

Pero el caso es que Clearco sabía que no tenía más provisiones, y que habían consumido todas la que habían encontrado en su camino, de modo que no podía regresar a Grecia por la misma ruta. Y tampoco tenía guías para buscar otra. De modo que hizo una oferta a los persas: si con el dinero de Ciro habían hecho frente a Artajerjes, con el dinero de Artajerjes podían hacer frente a los egipcios, que se habían rebelado de nuevo recientemente. En principio, parecía un buen trato. Pero aun así, griegos y bárbaros no confiaban en solucionar así las cosas. Porque aquellos mercenarios habían humillado al ejército del Gran Rey. Eran una afrenta que no podía permitirse un persa. Si Artajerjes dejaba escapar con vida a aquellos hombres, posiblemente debilitara su posición entre otros persas, ya que podría interpretarse como un signo de su debilidad. No pocos nobles simpatizaban en secreto con Ciro, y le veían mucho más capaz que a Artajerjes.

Artajerjes parecía dudar. Perdonó a Arieo y le pidió que mediara con los griegos. Mantuvieron todos una tregua mientras los griegos comenzaron a avanzar. Luego, intentó otro acuerdo, y Clearco soltó otra de sus grandes frases: “Di a tu rey que todavía no hemos almorzado, y por los dioses juro que los griegos no negociaremos con el estómago vacío”. Los persas les llevaron a unas aldeas llenas de provisiones, y les proporcionaron guías. Arieo y sus tropas marchaban cerca de ellos. Por un par de días, todo pareció ir bien.

Sin embargo, la creciente buenas relaciones entre Arieo y Artajerjes pronto levantaron sospechas entre los griegos. Cada vez se dejaba ver menos por el campamento griego, y sus hombres se portaban cada vez con más altivez e insolencia. Hubo algunas trifulcas entre persas y griegos. Hubo misteriosos mensajeros que avisaban a los centinelas griegos de un ataque persa al amanecer. Hubo mucho insomnio. Esto hizo sospechar a muchos. Podría estar gestándose una traición. ¿Acaso eran necios al pensar que el Rey les dejaría marchar indemnes? Los griegos se reunían con los embajadores, y cada vez obtenían más promesas y garantías… Pero cada vez sentían también más miedo. Eran demasiadas promesas. Todo era demasiado fácil.

Sin duda, Artajerjes no sabía como gestionar aquella crisis. Los griegos eran muy poderosos, y no se sentía con fuerza para atacarles en batalla campal. Dejarles marchar era lo más fácil, pero el orgullo le escocía allí donde no es posible rascarse. Seguramente cambió de idea muchas veces, hasta que al final, confiando en sus consejeros, convocó a los generales mercenarios y a los capitanes. Se presentaron con un pequeño destacamento. Una vez en su tienda, los capturó a traición y los decapitó. Unos jinetes se lanzaron sobre la escolta de los griegos, y éstos se dieron a la huía. Allí murieron no sólo Clearco, a quien sus hombres temían más que al enemigo, sino también otros generales: Próxeno de Beocia, Menón de Tesalia, el infame, etc. Jenofonte hace un interesante retrato de estos personajes con unas pocas frases al final del capítulo II.

Sólo uno de ellos llegó al campamento griego, sujetándose las tripas con las manos. Agonizando les contó lo que había ocurrido. Entonces se presentó Tisarfernes, y dijo a los griegos que Clearco había muerto por faltar a sus juramentos. Los soldados preguntaron entonces por los demás generales, pero Tisafernes dio media vuelta sin aclarar nada más.

Para muchos, aquello significaba el fin. El Rey había decidido. Iban a morir allí.

Aquella noche fue la más terrible. No sabían qué iba a pasar. No tenían mandos. No tenían comida ni dinero. Sólo tenían miedo.

Sin embargo, aquella noche, uno de los capitanes, un ateniense llamado Jenofonte, dio una cabezada, y en sus sueños, oyó retumbar el trueno de Zeus. Entonces despertó de un salto, inspirado por su visión.

De cómo los griegos iniciaron su larga retirada versará el siguiente capítulo de esta serie.


BATALLA DE CUNAXA PARA DBA.

Bueno, Cunaxa tiene sin duda el principal hándicap para representarse en DBA: la enorme desigualdad numérica de ambos ejécitos. Sin embargo, creo que merece la pena hacer un experimento “arriesgado”.

Ejércitos

El jugador que lleve a Artajerjes jugará con la lista II/7, persas queménidas tardíos. En las opciones, sólo podrá llevar una peana de lanceros. El resto de las opcionales serán Ax.

El jugador que lleve a Ciro, también llevará persas aqueménidas tardíos, pero TENDRÁ SÓLO SEIS PEANAS: Cv(gen), que será Ciro; 3 Sp, que serán los mercenarios griegos, 1 LH (jinetes paflagonios) y 1 Ps (peltastas griegos).

Escenografía

No habrá tirada para escoger lado. En uno de los flancos, y perpendicular a las zonas de despliegue de cada jugador, se dispondrá un río (el Eúfrates), lo más próximo al borde lateral que permitan las reglas. En esta región, el Eúfrates alimentaba muchos canales, y era vadeable en algunas zonas, por lo que no puede considerarse un WW.

Además, se dispondrán un par de colinas fáciles y una difícil, de tamaño medio y a no más de 200 pasos de cualquier borde del tablero. Cunaxa era una llanura escogida por Artajerjes para la lucha a campo abierto.

Reglas especiales

Se usarán las reglas habituales de desarrollo de la partida, con las siguientes variaciones.

a) Artajerjes, el Indeciso.- Artajerjes no es demasiado bueno como general. Por ello, su radio de mando será de sólo 600 pasos en cualquier circunstancia.

b) Las negociaciones de Ciro: Ciro se ha ganado la simpatías de muchos nobles persas, incluso dentro del círculo de confianza de Artajerjes. Por ello, el jugador que lleva a Ciro obtiene un 6 en la tirada de PIPs, una unidad de Cv enemiga que no haya combatido todavía, y que no sea la del general, pasará a su bando. En ese mismo turno, podrá gastar PIPs en empezar a moverlo según sus intereses.

c) “Veo al hombre”.- Ciro y sus hombres son los mejores jinetes del imperio. Su maestría y determinación le hacen verdaderamente temible. La peana de Ciro sumará +2, en lugar de +1, cuando luche contra alguna peana de Cv enemiga.

Condiciones de victoria

Artajerjes ganará aplicando las condiciones de victoria habituales. Ciro, también, pero, además, si muere Artajerjes, ganará independientemente del número de bajas que lleve.

Una Edad Oscura V: La gran Babilonia

lunes, 3 de noviembre de 2008

Saludos. Esta semana cerraremos esta serie dedicada a la primera mitad del primer milenio a.d.C. En esta ocasión trataremos de posiblemente la ciudad más mítica de toda la Historia, epicentro del mundo antiguo, y cuyo esplendor tiñó los sueños de generaciones enteras. Visitaremos la Babilonia imperial.
Si recordamos lo que leímos en el artículo de Sumer y Acad, habíamos dejado a Babilonia, en el siglo XV a.d.C., como capital de un amplio territorio en la mitad norte del valle del Tigris y el Eúfrates, dominada por las dinastías casitas que irrumpieron en Mesopotamia. La antigua Sumer quedaba pues bajo el dominio de los Reyes del País del Mar. Pasaremos rápido por este periodo. Baste mencionar que durante los años en los que Mitanni, Egipto y el imperio hitita luchaba por el control de Siria y Palestina, los reyes casitas de Babilonia se limitaron a observar y mediar diplomáticamente con la intención de que ningún bando prevaleciera claramente sobre los demás. Sin embargo, el nuevo poder asirio que emergió en el siglo XIII a.d.C., y que tenía frontera al sur con Babilonia, obligó a centrar en ellos la política casita. Hubo numerosos enfrentamientos fronterizos entre ellos. Reyes de ambos bandos fueron asesinados, y otros ascendieron a sus respectivos tronos con la ayuda de sus enemigos. Las fronteras se movieron mucho.
También afectó a Babilonia las intromisiones del imperio elamita. Este pueblo era autóctono de lo que sería Persia, mucho antes de la llegada de medos y persas y los demás indoeuropeos. Los elamitas hicieron frecuentes incursiones, y fueron ellos los que en el siglo XII a.d.C. consiguieron derrocar al último rey casita. En este momento, recordemos que Asiria ha entrado en una cierta decadencia, y Siria y Palestina están siendo invadidas por los Pueblos del Mar. Los grandes imperios hitita y egipcio desaparecen de esta región, y nacen en su lugar pequeños reinos arameos, fenicios y neo-hititas.
Es en este momento, en las puertas del primer milenio a.d.C., cuando comienza a gestarse muy lentamente un nuevo poder babilónico. Desde Arabia y el Levante, comienzan a llegar a la región de Babilonia algunas tribus semitas, entre las que destacaron los arameos y los caldeos.
En principio, estas tribus aprovecharon el vacío de poder, y se asentaron en lugares poco protegidos. Los arameos, nómadas y organizados en grandes clanes, formaron un grupo diferenciado culturalmente en las regiones más septentrionales del territorio babilonio, en la frontera contra asiria. La presencia aramea fue tan importante y tan ubicua que su idioma comenzó a extenderse y a ser utilizado, con el paso de los siglos, por la mayor parte del pueblo como “lengua franca”. El arameo fue la lengua en la que se escribió la Biblia. La hablaban los judios, y la tomaron los persas como lengua común de su imperio.
Los caldeos fueron más sutiles. Consiguieron integrarse en la vida de la capital, e introducirse en los círculos de poder.

La presión de los arameos asfixió a los asirios hasta que se recuperaron en el siglo X a.d.C. Pero a Babilonia, esta presencia le fue mucho peor. Tras la caída de la dinastía casita, nació una nueva dinastía autóctona de Isin II. A pesar de que su cuarto rey, Nabucodonosor I venció a los elamitas e hizo retroceder a arameos, asirios y pueblos de las montañas, sus sucesores no pudieron mantener su poder. El reino se despedazaba entre los poderes vecinos. Aunque la dinastía siguió existiendo, su papel fue más representativo. Cuando Asiria comenzó a recuperarse en el siglo X a.d.C., avanzó sobre el territorio de Babilonia, y éstos fueron incapaces de responder. El norte cayó, y los babilonios sólo conservaron el control de su capital y de los territorios del sur. Allí es donde habitaban la mayoría de los caldeos. Su hora se acercaba
Entre el siglo X y el VII a.d.C., Asiria llega a la cima de su poder. En el 690 a.d.C., el rey Teglatfalas toma Babilonia. De este modo, el reino pasa de ser “dependiente” de Asiria a pertenecer en su totalidad al rey de los Asirios. Es un cambio fundamental en sus estamentos.
Este rey modificó el sistema de campañas militares, reorganizando el modo en que los asirios mantenían el control de sus territorios conquistados, como pudimos leer en el excelente trabajo de Xoso. Sin embargo, las regiones súbditas de Asiria no cesaban de conspirar para su liberación. En Babilonia hubo algunos intentos que fueron sangrientamente frustrados. Pero desde el siglo VIII a.d.C., los pueblos iranios comienzan a despuntar al este de Asiria, como vimos en el artículo de los medos. Babilonia observa con atención como los medos se van haciendo con el control de los pueblos de alrededor. Se convierten en la gran amenaza para sus dominadores.
En el año 627 a.d.C., Asiria está gobernada por el genial Assurbanipal, y Babilonia está bajo reinado de su protegido, Kandalanu. Ciaxares es ya rey de los medos. En ese momento, mueren los dos primeros, creando un pequeño vacío de poder en Asiria, ya que los sucesores de Assurbanipal no están a su altura. Entonces es cuando los caldeos, apoyados por numerosas facciones babilónicas antiasirias, toman el poder en la ciudad. Nabopolasar se declara rey de Babilonia, y se convierte en el primer miembro de la dinastía caldea.
Nabopolasar se alió con Ciaxares, y ese mismo año, la alianza tomó Assur. En el 612 a.d.C., Nínive es demolida. Los últimos focos de resistencia son aplastados en el 609 por Nabopolasar, y los asirios desaparecen así de la Historia. En este momento, la dinastía caldea tiene la habilidad diplomática y el poder militar, cuya estructura básica ha heredado de los asirios, para tener todo el futuro a sus pies. Tienen una tradición milenaria de conocimientos astronómicos y matemáticos, y nuevas estructuras gubernamentales también inspiradas por el imperio asirio.
Medos y babilonios se toman un respiro y se reparten oriente. Los medos avanzan hacia el reino lidio, dejando la costa del Mediterráneo para los babilonios. Egipto, que había sido dominada también por los asirios, parece presa fácil. Sin embargo, a la muerte de Nabopolasar, en el 610 a.d.C., las campañas contra ellos han fracasado. Sin embargo, las luchas entre egipcios y babilonios por el control de Siria y Palestina continuaron.
Nabopolasar murió en el año 605, pero vivió lo suficiente como para asistir a la gran batalla de su época: la batalla de Karkemish contra los egipcios, en la que el control del Levante estaba en juego. Acudió a la batalla junto a su hijo, Nabucodonosor. Tres meses después de la victoria, Nabopolasar expiró, y el joven príncipe subió al trono con el nombre de Nabucodonosor II. Éste Nabucodonosor es la figura de la obra “Nabuco” de Verdi, como veremos más adelante. Por cierto, Nabucodonosor es el nombre “latinizado”. En arameo, su nombre sonaba algo así como Nebucanedzar. Sí, en efecto. Es el nombre de la nave de Morfeo, en “Mátrix”.
El reinado de Nabucodonosor II comienza de este modo tan favorable: Siria y Palestina están a sus pies. Avanza imparable sobre los reinos judíos de Israel y Judea. En el 597 capturó Jerusalén por primera vez, pero los egipcios siguieron instigando junto a los judíos para que se rebelaran contra el poder babilonio. Por lo tanto, hubo una larga guerra que terminó en el 587, con la nueva toma de Jerusalén, y, atentos a este hecho, la deportación masiva, al más puro estilo asirio, de judíos a Babilonia. La añoranza de este pueblo hacia su tierra es el tema central del coro más conocido de “Nabuco” de Verdi, ya sabéis, el “Ma pensiero…”.
También llegó a dominar a gran parte de las ciudades fenicias, magníficos comerciantes rápidamente entendieron que la nueva situación podía ser extremadamente ventajosa para sus negocios.
Pero Nabucodonosor no sólo fue un rey guerrero. Bajo su dominio, Babilonia llegó a ser la ciudad por la que los persas y luego, Alejandro Magno, suspirarían. Para empezar, realizó una enorme campaña de reconstrucción de su reino, que estaba bastante destrozado después de siglos de guerra. En este momento, los grandes templos fueron restaurados, y se terminó un inmenso zigurat de siete niveles, que los judíos plasmaron en la Biblia como la Torre de Babel. El rey, además, se casó con una princesa meda, Amitis, que añoraba las floridas laderas de su tierra. Por amor, el rey le construyó una de las maravillas del mundo: los jardines colgantes de Babilonia. Se reconstruyeron también tres cinturones de murallas alrededor de la ciudad, y se construyeron nuevos puentes sobre el Eúfrates, que unían los dos barrios de la ciudad. Herodoto nos dice que los estribos eran de ladrillo y asfalto, pero que las pasarelas eran de madera y se recogían por la noche. También construyó un puerto en el Golfo Pérsico, y una línea de murallas, al norte de Babilonia, que protegían la tierra entre el Tigris y el Eúfrates de cualquier invasor que entrara en Mesopotamia desde el norte. Esta muralla es la que menciona Jenofontes en el libro III de la “Anábasis”, cuando los griegos avanzan hacia el norte, buscando un vado para cruzar el Eúfrates. Por todo el territorio de Babilonia aparecen las nuevas construcciones del rey, levantadas con el esfuerzo de los numerosísimos esclavos que sus recientes conquistas habían aportado.

Nabucodonosor II reinó durante 43 prósperos y brillantes años. A su muerte, en el 562 a.d.C., no hubo herederos a su altura. Durante doce turbulentos años, ascendió al trono el último rey caldeo, Nabónides. Con este rey, la expansión babilonia se detendría tras la conquista del último territorio, el oasis arábigo de Teima, que permitió controlar todas las caravanas comerciales en dirección a Egipto. Luego, llegaría la revolución religiosa. Nabónides quiso apoyar su poder en la facción aramea que había en su reino. Por ello, propugnó una reforma que trataba de eliminar el antiguo culto de Istar y Marduk por el de la nueva diosa lunar Sin, de origen arameo. No hace falta decir que a los sacerdotes principales de Babilonia, aquello no les hizo mucha gracia. La situación se deterioró y el rey veía que su autoridad se debilitaba. Tomó entonces la valiente decisión de abdicar a favor de su hijo Baltasar. Nabónides se retiró entonces a su oasis, donde permaneció durante diez años.
En este periodo, en Persia, el hijo de Cambises y Mandane, Ciro el Grande, se rebeló contra los medos y los conquistó. Creso, rey de los lidios, los atacó y fue derrotado, y Ciro se lanzó contra Lidia. Después, el Gran Rey puso sus ojos en Babilonia.
Nabónides, informado de los últimos acontecimientos, y consciente de que su sucesor no estaba preparado para hacer frente a Ciro, volvió una última vez a la ciudad para intentar hacer frente a los persas. Babilonia acaparó armas y provisiones para resistir años de asedio. Sus muros eran altos y tan anchos que dos carros podían cruzarse sin chocar. Si no hubiera sido por las artimañas de Ciro, los persas no hubieran podido tomar la ciudad. Sin embargo, cuando llegó el momento de asediar la ciudad, Ciro consiguió desviar parte del Eúfrates, permitiendo que su ejército penetrara por el cauce del río bajo, y luego atacaran los dos barrios de la ciudad desde el interior. Así cayó Babilonia bajo el poder del naciente imperio persa. Como primera medida, Ciro ordenó fortificar las puertas de los extremos de los puentes, por las que los persas penetraron desde el Eúfrates, para que no les pasara igual en el futuro.

El reino de Babilonia englobaba numerosas tierras y ciudades. La actividad económica y productiva fue muy intensa, y es bien conocida porque ni los persas ni Alejandro la destruyeron. En la sociedad, se distinguían tres estamentos: los ricos propietarios, los hombres libres o “semidependientes” y los esclavos. Los esclavos eran una minoría, y la mayor parte de las labores productivas eran llevadas a cabo por hombres libres.
La fuente principal de la riqueza era la agricultura en las tierras mesopotámicas. Encontramos un interesante retrato de la disposición de este territorio en la Anábasis. Los Diez Mil, en su retirada hacia el norte, se ven obligados a cruzar numerosísimos canales, y cada día llegan a distintas aldeas, de reducido tamaño, pero con grandes reservas de provisiones. La feracidad del suelo, y lo avanzado del sistema de regadío por canales sólo era comparable con Egipto y las tierras regadas por el Nilo.
El suelo era casi totalmente propiedad del Estado, de templos o de nobles propietarios. Todos solían arrendar las tierras a hombres libres. Como la tierra era muy cara, la agricultura de huerta intensiva era bastante común. Aun así, existían pequeñas propiedades en manos de hombres libres, con un tamaño aproximado de una hectárea. Un cuadrado de 100x100 metros daba un rendimiento asombroso para aquella época.
Pero el reino también destacó por su intensa actividad comercial. Con acceso a los puertos fenicios del Mediterráneo y a las tierras del este, en manos de elamitas, persas y medos, los babilonios explotaron las redes comerciales mediante numerosas caravanas. Materias primas como la madera, el hierro, el oro, el hierro o el bronce eran transportadas de un extremo al otro de Asia. Además, exportaban exquisitos tejidos, y las factorías de lana babilonias eran muy reputadas. La actividad comercial creció enormemente, e hicieron su aparición las primeras familias de banqueros, como los Egibi, que financiaban las empresas, y que tenían agentes en La India, China, Egipto y Asia Menor.
Bajo el reinado de la dinastía caldea, Babilonia se convirtió en una ciudad esplendorosa y poderosa. Su exuberancia era conocida por todos los pueblos. Herodoto dedica algunos párrafos a las costumbres de los babilonios durante esta época, como la subasta de doncellas en edad de casarse, y otra costumbre todavía más “escandalosa”: la prostitución sagrada. Antes de casarse, toda mujer debía ingresar en el gran templo de Inana (también llamada Istar, equivalente a la Afrodita de los griegos o a la Anahíta de los persas y medos), y no podían salir de allí hasta que algún extranjero entrara en el templo, y dejando cualquier cantidad de dinero a sus pies, pronunciara una plegaria a Istar y yaciera con ellas fuera del templo. Herodoto dice que las más hermosas se veían “liberadas” en pocos días, mientras que las menos agraciadas podían pasar hasta tres o cuatro años allí en el templo. También había otra clase de sacerdotisas, llamadas hieródulas, que eran prostitutas sagradas, que se entregaban según las instrucciones de los sacerdotes. La más famosa de las hieródulas es sin duda el personaje de Samkat, del poema “Gilgamesh”. Aunque este poema fue escrito dos mil años antes del periodo que nos atañe, indica que el culto a la diosa Inana es extremadamente antiguo. Samkat es la hieródula que seduce al bárbaro Enkidu, que vivía entre las bestas “y con ellas se satisfacía”, y lo convence para que rete a Gilgamesh. Poco después de combatir, se hacen amigos, y viven muchas aventuras.
En el zigurat del culto a Marduk, cada noche, una de las hieródulas era elegida para subir a la habitación más alta del templo y allí unirse “al dios”, que “casualmente”, tomaba el aspecto de los sacerdotes.
En nuestra cultura judeo-cristiana, tenemos dos referencias muy distintas de Babilonia. Por un lado, la tradición helenística nos la muestra como una ciudad maravillosa y llena de encantos, y a su vez, poseedora de una gran tradición científica. Sin embargo, para la tradición judia, Babilonia es un nido de pecado y lujuria. Debemos entender que los judíos allí deportados tras ser derrotados por Nabucodonosor, verían pronto con preocupación que una nueva generación de su pueblo iba a crecer en aquella cultura, tan diferente a la suya, y que podrían adoptar cultos politeístas o cometer idolatría. Más allá de las implicaciones religiosas, que no son tema de este artículo, el efecto de esto hubiera sido la pérdida de su identidad como pueblo. Es por ello por lo que la tradición judía muestra una imagen tan negativa del estilo de vida de los babilonios.

En fin, vamos ahora con el ejército. La lista de DBA que representa a Babilonia en este periodo es la I/44, Neo-babilonios.
La variante a) comienza en el momento en que Babilonia se convirtió en parte de la corona Asiria. Esto se debe a que fue en ese momento cuando la ciudad adquirió una nueva estructura en su ejército, obviamente influenciada por este imperio. La lista se compone de un núcleo de soldados estatales ( 1 general en carro pesado, otro carro pesado, dos peanas de caballería y una de Ax) profesionales, a imagen y semejanza del ejército asirio. Está complementado por siete peanas de arqueros, que representan a las levas organizadas entre las distintas tribus de Babilonia, sobre todo arameos y caldeos.
La variante b) comienza con la subida de Nabopolasar al trono. Los reyes caldeos mantuvieron un núcleo de soldados al estilo asirio, aunque más reducido, al tiempo que incorporaban tropas de los nuevos territorios conquistasdos. El general va en carro pesado, y hay otra peana del mismo tipo. Luego, una peana de caballería estatal. También hay cuatro peanas de 8 Bw, que representan a guerreros arameos y caldeos, cuyas tácticas de arqueros mejoraron, a imagen y semejanza del modelo elamita (que también acabaría influenciando a los sparabara persas). Una peana de Sp representa a hoplitas mercenarios carios, jonios o incluso lidios. El resto del ejército son levas más o menos forzosas: una peana de camellería procedente de los territorios de Arabia, dos peanas de hordas procedentes de todo el territorio babilonio, y una peana de Ps, que representa también a exploradores de distintas regiones.

Chariot tiene una gama maravillosa de babilonios. La de Essex tampoco está nada mal, no obstante.