La guerra de los carros II: El imperio hitita.

jueves, 12 de junio de 2008

Saludos. Esta semana hablaremos de uno de los mayores imperios de la Antigüedad, cuya caía fue tan fulminante y su destrucción tan absoluta, que su memoria se perdió y hasta el siglo XX no se encontró el rastro de su paso por la Historia.

Antes de hablar del pueblo hitita, es preciso describir el entorno geográfico donde se desarrolló. En los primeros días de la Historia, allá por el año 3000 a.d.C., ya vimos como se habían desarrollado la cultura sumeria, egipcia y del valle del Indo, alrededor de grandes ríos, en terrenos favorables para la agricultura. Pues bien, nuestro escenario se la península de Anatolia, la actual Turquía, cuya geografía era muy distinta: montañas, colinas, algún valle, ríos cortos y veloces… En Anatolia la Historia surgió mucho más tarde. De hecho, durante la primera mitad del tercer milenio a.d.C., la población era escasa y se agrupaba en ciudades amuralladas, gobernados por aristócratas locales. Esta población parece proceder (aunque no está claro del todo) de la primera serie de invasiones indoeuropeas que se extendieron por el Mar Egeo). Estas ciudades, de carácter neolítico, comarciaban con los sumerios, suministrando algunos metales (la riqueza de la región estaba enterrada en el corazón de las colinas, ricas en todo tipo de metales, a diferencia de los valles de los grandes ríos Nilo, Tigris, Eúfrates e Indo), cerámicas, etc. Es aquí donde se funda Troya, es decir, el primer nivel de Troya (la de la Iliada es la VI fundación de la ciudad).

En la segunda mitad de este milenio, sobre el 2500 a.d.C., comienza la Edad del Bronce medio. Es entonces cuando en las orillas del río Halis, en el centro de Anatolia, y expandiéndose hacia el este (¡cuanta Historia ha cruzado este río, amigos!) apareció la cultura Hatti. Desarrollaron la artesanía con metales preciosos, que exportaron por el Egeo y por Mesopotamia. No eran indoeuropeos, sino que tenían una lengua propia no emparentada con ninguna otra. Su estilo era muy creativo y verdaderamente inconfundible. Sus ciudades mostraban hermosos bajorrelieves también muy característicos, con una rica profusión de imágenes humanas, celestiales y de dioses con forma de pájaros o, incluso humanos alados.
Alrededor de esta cultura, había otros muchos pueblos menos avanzados: los pelasgos y léleges (autóctonos de Anatolia, no invasores indoeuropeos), que vivieron en la parte occidental de Anatolia y la Grecia continental (las ciudades fundadas por los pelasgos acababan en –nthos o –assos, como, parece ser, Corinthos, o Sagalassos). También estaban nuestros conocidos hurritas, al sur de Anatolia, lindando con Mesopotamia. También llegaron embajadores asirios, que establecieron principados comerciales a partir del 2000 a.d.C., para favorecer los negocios entre los Hatti y Asiria. Estos asirios introdujeron la escritura en la península, y gracias a ellos se conoce. Y por último, procedentes del norte, se fue introduciendo un nuevo invasor indoeuropeo, cuya llegada no parece ser violenta, que terminaron convirtiéndose en los hititas.

Esta población indoeuropea había comenzado su penetración en la región a finales del tercer milenio a.d.C. Rápidamente reconocieron a los Hatti como una cultura superior, y de ellos absorbieron y aprendieron las nuevas artes y técnicas. Los hititas fundaron una serie de ciudades, cuyas formas de gobierno, a través de un Palacio arcaico (como las talasocracias minoicas y micénicas), fueron también copiadas de los Hatti.
De este modo, entre el 2000 y el 1800 a.d.C., coexistieron en Anatolia los pequeños reinos palaciegos hatti, hurritas e hititas, y principados comerciales asirios. Había numerosos intercambios comerciales. Las mercancías fluían. Olía a prosperidad y riquezas, focalizadas en los palacios. Y las riquezas son el motor que pone en marcha la conquista. En el 1800, en la ciudad hitita de Nesa, se supone que nació el primer poder hitita en Anatolia. La ciudad de Nesa era la capital del pequeño reino de Kütelpe. Sus habitantes eran hititas, es decir, de estirpe indoeuropea. El primer gran monarca hitita fue Anitta, que comenzó a conquistar ciudades vecinas, y a expandir su dominio a otras ciudades hurritas y hatti. Así, su reino englobó las ciudades de Kussara, Nesa, Hattusa (hatti), Mama (hurrita) , Taisama y Sibuha. Los monarcas hititas que sucedieron a Anitta asumieron nombres hatti, intentado ganarse el respeto y la simpatía de las nuevas poblaciones dominadas, y tomaron para sí todos los signos de poder hatti (entre los que se encontraban unos característicos estandartes: sobre cuernos de buey dispuestos horizontalmente, un disco solar metálico, con huesos de pájaro colgando, y figuras de ciervos y otros animales. Tal vez os suene de la imaginería de “Conan, el Bárbaro”, u otros estandartes de juegos de fantasía como Warhammer). La religión también mantuvo las características hatti. De hecho, los sacerdotes hititas hacían rituales pronunciando palabras antiguas hatti que no llegaban a entender completamente (algo así como nuestras ya extintas misas en latín, en la que los fieles repetían lo que decían los sacerdotes sin entender completamente el significado de las palabras).
En el 1660 a.d.C., subió al trono el rey Hattusili I (un rey de estirpe hitita pero con nombre hatti), que se extendió hacia el norte y el oeste, llegando al mar. El príncipe Mursil sucedió a su padre en el 1630 a.d.C. Su nombre ya nos es conocido: fue el rey Mursil el que conquistó Aleppo y saqueó Babilonia, poniendo fin a la dinastía de Hammurabi y abriendo el camino para los casitas en Mesopotamia.
Sin embargo, este primer reino hitita cayó tan rápido como había aparecido. Mursil fue asesinado, y sus sucesores no pudieron mantener sus nuevos dominios, que fueron independizándose o cayendo bajo dominio hurrita de los Mitanni o egipcio, con la dinastía XVIII al frente, expandiéndose por Palestina. En este periodo, en el que Mitanni y Egipto lucharon por la supremacía, cuando las reglas de la guerra cambiaron y aparecieron los ejércitos de nobles en carros, cuando el poder hitita quedó reducido a su origen, el reino de Nesa y Kussara.

Pero la historia hitita no quedó ahí. Dos siglos después, apareció un nuevo rey, llamado Suppiluliumas, en el 1380 a.d.C. Este gobernante comenzó siendo general del rey Tudhalilya II. Hábil y astuto, Suppiluliumas derrotó a una de las principales amenazas del reino: las tribus más primitivas de gasganos y Azzi-Hayyasa (respectivamente, al norte y al sur del reino hitita), que habitaban en las colinas, y amezaban las fronteras. Esto aumentó su prestigio, y al a muerte del rey Tudhaliya II, cuando la corona la heredó su hijo Tudhaliya III, Suppiluliumas lo ordenó asesinar, ascendiendo así al trono hitita. Comenzaba así la era de esplendor del imperio.
Suppiluliumas no perdió el tiempo. Hacia el sur, en Siria y Palestina, Mitanni y Egipto habían pactado y estaban aliadas en contra del poder que representaban los hititas en plena expansión. Pero los hititas no habían estado ociosos, y fueron estudiando a sus futuros enemigos. En esta época, los hititas adoptaron las nuevas tácticas y nuevos diseños de carros, preparándose para los nuevos tiempos. Pues bien, los hititas se lanzaron como un relámpago a por los reinos vasallos de los Mitanni, como Aleppo y otras ciudades de Siria, y las conquistaron. Esto hizo que Mitanni perdiera una gran fuerte de su poder. En inferioridad numérica, y como ya hemos visto, un debilitado reino Mitanni fue conquistado por los asirios, lo que eliminó una variable más de la ecuación, en el siglo siguiente.
Una vez debilitado Mitanni, Suppiluliumas centró su atención en Egipto. En ese momento, subió al poder un débil faraón llamado Akhenatón, que se embarcó en una reforma religiosa en Egipto, prestado poca atención a los asuntos fronterizos. El rey hitita aprovechó la situación. Se lanzó a por Siria y Canaán, conquistando numerosas ciudades bajo dominio egipcio. Las fronteras del faraón retrocedieron cientos de kilómetros.
Suppilulimas fue víctima de sus victorias. Entre los numerosos prisioneros egipcios capturados había una plaga, que se extendió al corazón del reino hitita. Suppiluliumas murió de esta extraña enfermedad, así como su hijo y sucesor, Arnuwanda II.

Tras estos hechos, el nuevo rey fue Mursil II. Al mismo tiempo, en Egipto ascendía el nuevo faraón Ramsés II. La tensión entre hititas y egipcios se hizo insostenible, y el conflicto desembocó en la terrible batalla de Qadesh, la mayor batalla de carros que hubo en la historia. Fue en esta batalla cuando los hititas introdujeron tácticas nuevas con los carros, aumentando el número de tripulantes y caballos, y buscando un choque frontal con el enemigo, a diferencia de los carros egipcios, que tendían más a buscar un hostigamiento con arcos y armas de proyectiles. A pesar de que Ramsés II se apresurara a volver a Egipto para describir su victoria en diversos monumentos, la verdad es que la victoria, aunque de manera marginal, fue para los hititas, ya que desde entones, los egipcios renunciaron a seguir expandiéndose por el Levante. Esto permitió que un ya anciano Ramsés II y el nuevo rey hitita, Hatussilli III, firmaran un tratado de paz en el 1269 a.d.C., y que desde ese momento, y durante casi un siglo, inició un periodo de paz nunca conocido antes en la región. Esta paz trajo prosperidad económica, pero también sirvió para que egipcios e hititas estancaran sus conocimientos militares.

Es entonces cuando se inicia a fuego y sangre la Edad de Hierro. Desde el 1200 a.d.C., Anatolia comienza a sufrir las invasiones de pueblos de la Europa oriental, tribus que de repente, se ponen en movimiento con todas sus mujeres e hijos, con carros tirados por bueyes, y equipados con armas de hierro. El hierro era ya conocido en Anatolia, siendo un metal precioso (en muchas ocasiones, los objetos se hacían con hierro meteórico, pues muchos pueblos no eran capaces de alcanzar en sus hornos la temperatura necesaria para hacer hierro, y les era más fácil utilizar el que cayera con cualquier meteorito), pero su uso en armamento requería la inclusión de carbono. Así nació el acero, y fueron estas tribus del este de Europa y algunas otras regiones menos civilizadas de Anatolia las que hicieron las primeras armas de este tipo. Estas tribus atravesaron el imperio hitita de una punta a la otra, de norte a sur, causando tal destrucción que hasta el siglo XX, los hititas fueron olvidados. Las ciudades ardieron y los ejércitos hititas fueron derrotados una y otra vez. Luego, estos invasores llegaron a Siria y Canaán (al mismo tiempo que otros invasores que conocían el hierro y el acero, los dorios, entraban en Grecia y barrían los reinos micénicos). Ugarit fue destruida bajo el fuego. Luego, siguieron hacia el sur.
Ramsés III, faraón de Egipto, tuvo noticias de estos pueblos, y supo que llegarían hasta Egipto. Los derrotó en dos batallas desesperadas, la segunda de las cuales fue una terrible batalla naval en la desembocadura del Nilo. Tras vencer, en los monumentos conmemorativos de su victoria denominó a estas tribus “Pueblos del Mar”, y con este nombre pasarían a la Historia.
El advenimiento de los Pueblos del Mar sumió el Mediterráneo en una época de oscuridad e ignorancia, pues una vez destruidos los palacios, todo órgano de poder desapareció.
Sin embargo, en el sureste de Anatolia y norte de Siria, donde no llegaron estas tribus, una pequeña llama de cultura hitita sobrevivió. Los restos del imperio subsistieron entre algunos núcleos de población hitita y otros pueblos dominados por ellos durante el imperio, como los arameos y los fenicios. Así, mientras las ciudades griegas nacían y enviaban colonias (siglos X-VII a.d.C.), en esta región, fenicios, neo-hititas y arameos aportaban elementos artísticos, culturales y mitológicos a estos griegos, y así llegaron hasta nosotros (como las figuras de leones y grifos, y otras criaturas aladas, que son de procedencia hatti e hitita).
Mientras, el vacío de poder en Anatolia lo llenaban los invasores indoeuropeos tracios, que fundaron el reino de Frigia, y los lidios, carios y licios, que, también con lenguas indoeuropeas, presentaban también rasgos culturales pre-indoeuropeos. Pero eso, es otra historia.

El imperio hitita tuvo éxitos notables en muchos campos. Para empezar, los hititas eran los mejores constructores de fortaleza de su época. En sus ciudades como Hattusa, se han encontrado grandes murallas ciclópeas, (es decir, hechas con grandes piedras, muy muy grandes, y sin argamasa, a diferencia de los muros de ladrillo o sillares de piedra), cuajadas de pasadizos que permitían atacar por sorpresa los flancos de los enemigos. También crearon maravillosas acrópolis, donde situaban los palacios, los centros administrativos y auténticos nodos del poder del imperio. También hicieron maravillosos templos para sus numerosísimos dioses, entre los que destacaban el dios de las Tormentas, Taru; su esposa, la deidad solar Arinna y el hijo de ambos, Samurru. (Estos dioses fueron la primera “trinidad” conocida en las religiones antiguas). Como características principales, se puede decir que los hititas no usaban columnas circulares, sino de bloques cúbicos o prismáticos, y su arquitectura buscaba insistentemente cierta asimetría muy característica.

En cuanto a las leyes, los hititas fueron muy originales y distintos de sus contemporáneos. En sus textos legales se encuentra muy valorado la vida del individuo. No existen los castigos humillantes ni deshonrosos como la mutilación, ni los empalamientos, ni se desollaban a los prisioneros. Incluso los esclavos tenían una serie de derechos recogidos en las leyes en cuanto al trato dado por sus amos.
El gobierno de los reyes hititas era de carácter “primero entre iguales”. Los nobles hititas gobernaban los nuevos territorios, y el rey no podía actuar contra ellos con su justicia, sino que existía un consejo especial para tratar esos asuntos entre aristócratas. Este modelo se vuelve a encontrar en la Edad Media europea. Los nobles poseían tierras, que eran feudos propios. Junto a ellos, estaban los gobernantes de las ciudades vasallas, que no tenían poder en estos feudos, sino que gobernaban en nombre del rey únicamente en estas ciudades. Por otro lado, los nobles sí tenían la obligación de aportar carros al ejército imperial, mientras que los gobernantes vasallos pagaban tributo al imperio, y aportaban el grueso de las tropas del ejército (infantería, no carros).
Las ciudades también tenían la obligación de mantener los caminos aptos para el movimiento del ejército y sus carros.
El resto de la sociedad era eminentemente campesina. Sin embargo, en las ciudades se practicaba el comercio, y había muchos funcionarios, pues los palacios centralizaban toda la administración, y se requería personal con un alto nivel cultural para gestionar los archivos y la información.
Se importaban tejidos y estaño y se exportaban todos los demás metales preciosos: oro, plata y cobre. También los hititas sabían usar el hierro en herramientas y otros objetos de carácter precioso, aunque todavía no sabían hacer acero.

En DBA encontramos diferentes listas que reflejan toda la evolución de los hititas:
- I/16: Reinos hititas Antiguo y Medio.- Esta lista representa el primer periodo de expansión hitita, que comienza con Hattusili I y termina con la ascensión de Suppiluliumas. Se recoge aquí la primera expansión hitita, con el saqueo de Babilonia ejecutado por Mursil, y luego la rápida decadencia retroceso de su poder.
El ejército se compone de un general en carro ligero y otra peana opcional del mismo tipo, que representa a los nobles. En esta época, sólo los gobernantes tenían el dinero para aportar carros, y la fuerza del ejército dependía más de la infantería. En este apartado, encontramos entre seis y ocho peanas de 3 lanceros, que representan a soldados regulares equipados con largas lanzas y escudo, y armaduras ligeras. También hay una peana opcional de Bd, que representan a un cuerpo de élite que escoltaba al rey. Por último, hay un par de peanas de Ps, que representan arqueros u honderos con funciones de exploración, y una opción de horda, que representa las levas que a veces se veían a organizar las ciudades, con artesanos y otros profesionales sin formación militar destacable, para aportar al ejército del rey

- I/24. Imperio hitita.- Esta lista representa el periodo desde Suppiluiumas hasta la caída de los hititas ante los Pueblos del Mar. El cambio es importante. Esta lista tiene dos variantes: antes de la batalla de Qadesh (opción a), y desde la batalla en adelante (opción b). En la lista anterior a Qadesh, encontramos cuatro peanas de carros ligeros, que representan a los nobles hititas y el nuevo arma del ejército, el carro ligero, copiado de Mitanni. El resto de las tropas son los lanceros hititas, los psilois y las levas.
Sin embargo, en la lista que va desde Qadesh en adelante, encontramos que tres de los carros ya son carros pesados (es decir, se comportan como Kn). El resto de la lista es idéntica a la anterior en cuanto a tropas de infantería. La peana de carros ligeros que no cambia representa a los súbditos cananitas y sirios, que seguían usando el guerrero tipo “maryannu” de los Mitanni.

- I/31.- Neo hititas y armenios tardíos. Esta lista representa el último reducto de la cultura hitita. Se ve un claro declive en cuanto a poder militar. El general va en carro, pero el resto de tropas son Ax y Ps, representando tropas irregulares procedentes de los terrenos montañosos a los que se vio relegada la civilización hitita.

Magíster Militum y Essex, que yo conozca, tienen gama de tropas hititas.

Nota: Las miniaturas de este artículo pertenecen a la colección de Buks.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Sara: me encanta el imperio hitita <3 muy bueno su texto