Grandes Batallas I. Carrhae, 53 a.d.C.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Saludos. Iniciamos aquí una nueva serie en la que analizaremos con más detalle algunas batallas de la Antigüedad. Hoy comenzaremos con la batalla de Carrhae, que enfrentó a romanos y partos en el año 53 a.d.C. Empezaremos por analizar los acontecimientos que derivaron en esta terrible batalla.

En Roma estaba en vigor el primer triunvirato, con tres cabezas visibles: Julio César, Pompeyo, y Marco Licinio Craso. Sin ánimo de ser exhaustivo, podemos decir que estos tres senadores se repartieron los poderes proconsulares en las provincias romanas por sorteo. Julio César siguió en la Galia, donde ya había triunfado, cubriéndose de gloria. Pompeyo recibió la autoridad sobre Hispania (es decir, todas las provincias peninsulares), y Marco Licinio Craso, la provincia de Siria. Sobre la personalidad de Craso cabe destacar sus desmedidas ambición y avaricia. Cuando fue nombrado procónsul de Siria, enroló un número enorme de soldados y tropas de diferente procedencia. Era obvio que planeaba algo más que quedarse en Siria y explotar la región, pero en el Senado no se hablaba de ningún plan de invasión de las tierras del imperio parto. La postura oficial de Roma era de neutralidad hacia ellos, ya que Sila, hacía algo más de 30 años que había firmado un tratado de paz con ellos, fijando el Eúfrates como frontera natural entre los dos imperios. Los partos habían respetado escrupulosamente aquel tratado, al igual que los romanos, hasta que Craso llegó a Siria. Sin embargo, en el Senado se comenzó a sospechar de Craso, y, aunque sin éxito, Craso salió de Roma con la oposición de éste. Incluso un tribuno de la plebe lo maldijo.

Craso, que se veía a sí mismo como un nuevo Alejandro Magno, había hecho planes para invadir Oriente. Llegó con sus tropas a finales del 54 a.d.C., y, utilizando la sorpresa, cruzó el Eúfrates y avanzó rápidamente por Mesopotamia. Tomó algunas ciudades prácticamente sin lucha, ya que no se esperaba guerra con Roma. Sólo en Zenodocia, una pequeña ciudad, encontró resistencia, pero sus habitantes fueron vencidos y vendidos como esclavos.
Luego, tras esta primera incursión, volvió sobre sus pasos, dejando pequeñas guarniciones en las ciudades tomadas (siete mil infantes y mil jinetes en total), dirigiéndose de nuevo a Siria para pasar el invierno.
Aquel invierno se dedicó a recaudar impuestos y enrolar efectivos locales (arqueros sirios, por ejemplo). Sus métodos hicieron que la población local lo odiara, y Craso encontró una fuerte oposición. No obstante, se alió con el rey armenio Artabaces, que prometió a Craso 30.000 soldados de infantería y 6.000 jinetes (muchos de ellos del tipo catafracto).

Mientras, el rey parto Osroes no perdió el tiempo. Craso, con su pésimo plan, había mostrado sus intenciones hostiles y luego se había retirado, dando tiempo a los partos para reorganizarse y recuperarse de la sorpresa. Osroes tenía un valioso general, muy joven, pero extremadamente hábil, llamado Surena. Entre los dos prepararon la estrategia defensiva. Mientras, Osroes también intentó una salida diplomática en paralelo. Envió un embajador a Craso, indicando que si la invasión era iniciativa de una sola persona y no del Senado, la retirada de las guarniciones de las ciudades recién ocupadas sería respetada por los partos. Podrían irse en paz. Craso, torpemente, reveló sus intenciones contestando con mucha prepotencia. Ya nada podía evitar la confrontación.

Craso recibió sus últimos refuerzos: 1000 jinetes eduos (celtas) enviados por César, al mando de Publio, hijo del propio Craso. Partió de nuevo hacia las tierras de los partos con siete legiones, 4000 jinetes y 4000 tropas de apoyo locales, principalmente arqueros sirios. Artabaces se presentó con una vanguardia de 1000 soldados, y planearon la ruta de avance. Artabaces, juiciosamente, indicó a Craso que debía marchar por el sur de Armenia, con los flancos protegidos por las colinas y terreno difícil que allí había. Este territorio dificultaría mucho el modo de combate parto, y además, estaba bien provisto, por lo que a sus legiones no les faltaría nada.
Sin embargo, Craso, con el juicio cegado por su ambición, sabía que si hacía caso a Artabaces, éste tendría que recibir una buena recompensa por los servicios prestados. De hecho, Artabaces intentaba simplemente aprovechar la conquista romana para su propio lucro y para aumentar sus territorios. Por ello, Craso decidió avanzar por Mesopotamia, un terreno árido, desértico y llano, totalmente abierto, lo que favorecía a los partos. Artabaces, que era lo suficientemente inteligente para olfatear el desastre al que un general con tan poco juicio como Craso podía dirigir a sus tropas, se retiró de la partida. Amablemente, indicó que como Craso se dirigía al sur, la ruta de entrada a Armenia quedaría abierta para los partos, por lo que no podría marchar junto a Craso. Retiró sus tropas hacia Armenia, previendo el contraataque de Osroes.

Cuando estas noticias llegaron al rey parto, terminó de perfilar su estrategia. Sin terminar de creerse la buena suerte que tenían, Osroes dividió su ejército. Él se quedó con toda la infantería (tropas ligeras básicamente) y algo de caballería. Su intención era penetrar en Armenia para cortar cualquier apoyo que Artabaces pudiera enviar a Craso. Mientras, Surena, con un ejército de 10.000 arqueros a caballo y 1.000 catafractos, se encargaría del incauto Craso en las abiertas llanuras. Luego, Osroes envió un mensajero a cierto individuo. Si el mensaje era entregado con éxito, los romanos caerían en sus manos.

Craso cruzó el Eúfrates a toda prisa bajo una terrible tormenta, con el río amenazando desbordarse, y con una colección de terribles presagios acompañando su marcha (relámpagos que caían en las zonas elegidas para acampar, estandartes que se giraban con el viento, etc.). Envió una avanzadilla a explorar, que, a su regreso, informó que lo que les aguardaba era terreno baldío, y que habían detectado huellas de una importante fuerza de caballería que se retiraba. Craso interpretó que los partos huían. En esto, apareció en el campamento un rey nabateo llamado Akbaro. Había servido con anterioridad a Pompeyo, y Craso confió en él. Lo que no sabía es que Akbaro era el destinatario del mensaje enviado por Osroes. Akbaro estaba interesado en una derrota romana, pues la presión fiscal sobre sus ciudades por parte de los gobernadores romanos comenzaba a hacerse agobiante.
Akbaro, con una escolta de 1.000 jinetes, convenció a Craso de que marchara hacia el sureste, a través del desierto, hacia la ciudad de Nicéforo. Despistó a Craso informándole erróneamente de que no había ningún ejército parto tan al norte: que Osroes estaba desaparecido (cuando en realidad estaba entrando en Armenia), y que Surena trataba desesperadamente de organizar una precaria defensa. Si atravesaban el desierto en esa dirección, Craso se ahorraría algunos días de marcha, y que, debido a la sorpresa, podría derrotar a Surena fácilmente. Y el procónsul romano, que ya se veía victorioso, mordió el anzuelo.
Craso ignoraba casi todo acerca del modo de batalla parto. Sin saberlo, entraba en un territorio totalmente favorable a las tropas montadas de Surena. Ansioso por llegar a Nicéforo, ordenó a sus tropas marchar al paso de la caballería. A través del desierto, esta orden equivalía casi a un suicidio. Cuando se adentraron lo suficiente en el desierto para que Craso estuviera aislado de recursos y de zonas donde guarecerse, Akbaro, argumentando que iría de avanzadilla para proteger la ruta de los romanos, se largó con sus jinetes. Por supuesto, no volvieron a verles. Craso ni siquiera entonces creyó que había sido engañado.
No obstante, los exploradores romanos dieron informes de huellas de caballos, demasiado cerca ya de los romanos. Craso tuvo que poner los pies en la tierra bruscamente, y ordenó el despliegue de su ejército. Sin embargo, sus órdenes fueron torpes y contradictorias: primero ordeno un despliegue en línea, con las legiones en el centro y la caballería en los flancos. Luego, cuando los movimientos estaban siendo ejecutados, cambió de idea y ordenó un cuadro defensivo, de doce cohortes de lado. Ésta era la formación clásica romana para lucha contra caballería en campo abierto. Así formados, avanzaron los romanos por el trayecto hasta llegar al río Balisso. Sabiendo que ya los partos estaban muy cerca, y como muestra última de su escaso juicio, Craso cedió a las presiones de su hijo Publio, que deseaba entrar en combate cuanto antes, y no permitió que sus tropas levantaran un campamento y descansaran, sino que ordenó que comieran rápidamente en formación y siguieran hasta trabar a los partos. La mayoría de soldados ni siquiera había terminado cuando Craso ordenó avanzar hasta la llanura donde aguardaban los partos.

Al principio, Craso no se asustó. Los partos no parecían muchos. Surena había desplegado la mayoría de sus tropas detrás de una escasa avanzadilla. Cuando los romanos, cansados y hambrientos, detuvieron su avance frente a ellos, Surena dio una orden y los terribles timbales y cuernos de guerra partos sonaron con su estridente sonido. Como por arte de magia, miles de arqueros a caballo se desplegaron hacia los flancos partos, y en el centro, una masa de jinetes dejó caer las capas y mantas que los cubrían, dejando ver el brillo de sus impresionantes armaduras de catafractos. Aquello fue una desagradable sorpresa que minó aun más la moral de los romanos.

El primer movimiento de Surena fue lanzar a sus catafractos hacia el frente del cuadro romano. Una carga de catafractos hacía temblar el suelo. Los jinetes iban tan juntos que sus botas chocaban unas con otras. Todo lo que se vía era un muro de acero y lanzas que se dirigía hacía los agotados y descorazonados romanos. Estos apretaron los dientes y cerraron la formación, aferrando con fuerza los pilums preparados para la descarga. Cuando el impacto parecía inminente, los catafractos se detuvieron y dieron media vuelta, alejándose prudentemente de la batalla. Los legionarios romanos quedaron desconcertados, pero entonces comenzaron a oír gritos a ambos lados de la formación. Mientras los catafractos avanzaban atrayendo a atención de los legionarios, Surena había ordenado a sus arqueros a caballo rodear el cuadro y comenzar el ataque. Craso ordenó entonces a las tropas ligeras que salieran del cuadro por ambos flancos a enfrentarse con la primera oleada parta. Pero rápidamente, los precisos arqueros a caballo los obligaron a retroceder al interior, y entonces, los partos tuvieron a los romanos a su merced. A salvo desde la distancia que sus veloces caballos les permitían mantener, los partos recorrían el frente romano en paralelo lanzando flechas sin cesar. Sus arcos de gran calidad permitían que las flechas atravesaran los escudos y las cotas de malla romanas con relativa facilidad. Cuando los romanos intentaban adelantarse, los partos daban media vuelta y se alejaban. Muchos romanos cayeron atravesados por flechas disparadas por arqueros partos que fingían huir y en un abrir y cerrar de ojos tensaban el arco y disparaban hacia atrás, por encima de las grupas de los caballos, con una precisión extraordinaria. La compacta formación romana ofrecía además un excelente blanco.
Craso no desesperó. Pensaba que aquello acabaría cuando los partos se quedaran sin flechas, pero Surena había enviado una caravana de camellos llena de carcajs. Los partos sólo tenían que retroceder por grupos para reaprovisionarse.
Cuando los romanos se dieron cuenta de aquello ya llevaban un buen rato sufriendo terriblemente. Craso ordenó un rápido contraataque. Publio, con sus 1000 jinetes eduos, 300 arqueros sirios y 8 cohortes de legionarios, se abrió paso a través del cuadro, cargando rápidamente hacia los partos. Surena había dado unas directrices muy claras. Cuando la avanzadilla romana cargó, los arqueros a caballo se retiraron fingiendo otra huida, sólo que esta vez, fueron seguidos por las tropas de Publio. Craso y sus tropas se quedaron de repente solos cuando perdieron de vista al último de los soldados de Publio. Se hizo el silencio.
Durante un buen rato, no supieron nada de aquella avanzadilla. Craso aprovechó aquel tiempo para ordenar un repliegue, hasta la posición junto al río Balisso, donde habían pensado acampar antes de que Craso ordenara su insensato avance. Allí esperaron noticias. De repente, un jinete romano apareció en el horizonte. Cabalgó lo más rápido que pudo hacia Craso, y le entregó un mensaje: si no enviaba refuerzos a Publio, su hijo y sus tropas estarían perdidas. Lo que no sabían ni el mensajero ni el propio Craso, es que en aquel momento, ya no quedaba ningún romano a las órdenes de Publio a quien asistir.

Publio y sus tropas habían avanzado persiguiendo a los partos, hasta que se toparon con el frente de catafractos partos. Publio, temiendo que su carga les pillara desorganizados, había ordenado que se detuvieran los legionarios y cerraran la formación. Pero los catafractos no cargaron. Se limitaron a galopar hacia ellos levantando una densa nube de polvo que el viento arrastró hacia los romanos. Esto terminó de desorientar a los romanos, y entonces, los jinetes con arco volvieron. Rodearon a Publio por todos lados y volvieron a acribillarlos con sus flechas. Ante cada carga romana, se replegaban y disparaban. Por fin, Publio sólo pudo ordenar una última carga con la que esperaba espantar a los partos. Los 1.000 feroces eduos se lanzaron a la desperada contra los catafractos partos. Aunque se batieron con fiereza, los celtas no tuvieron mucho que hacer. Tras el primer impacto se dieron cuenta de que no conseguirían atravesar las armaduras de los catafractos, de modo que se lanzaron temerariamente una y otra vez con diferentes ardides, contra los partos. Algunos lanzaban sus caballos contra los catafractos mientras ellos saltaban hacia el jinete enemigo. Otros desmontaron e intentaron destripar a los caballos enemigos deslizándose bajo ellos. Los últimos, vencidos ya, se empotraron contra las lanzas partas buscando una muerte rápida y honorable.

Poco después de que el mensajero llegara hasta Craso, el ejército parto volvió a aparecer. Un jinete se adelantó y mostró una lanza a los romanos, con la cabeza de Publio ensartada en ella. Esto terminó por romper la moral de los romanos. Craso no fue capaz de alentarlos, y Surena reinició el ataque. Lanzó a los catafractos contra los romanos de nuevo, pero no llegó al contacto. Los romanos cerraron filas, y entonces, los arqueros a caballo retomaron su temible rutina de ataque-retirada y su letal lluvia de proyectiles. Allí donde el frente romano se descomponía, Surena lanzaba sus catafractos para que los romanos volviesen a apretar la formación, y luego, enviaba a los arqueros a caballo para que siguieran dando buena cuenta de ellos.
Sólo la puesta de sol salvó a los romanos de la aniquilación. Los partos no solían combatir de noche, y según sus costumbres, se retiraron.

Así comenzó la noche más terrorífica para las tropas de Craso. Ignorando que los partos se habían retirado completamente, Craso ordenó la retirada nocturna hacia la ciudad de Carrhae, donde había guarnición romana. La retirada se convirtió en un caos. Los heridos fueron abandonados en el campamento. Los jinetes romanos se adelantaron hacia Carrhae para informar, pero para lo que quedaba de las legiones, aquella marcha fue infernal. El ejército se desorganizó. Muchas cohortes se perdieron y se desorientaron, e incluso retrocedieron en formación hacia el lugar de la batalla, creyendo que avanzaban hacia Carrhae. Cada sonido nocturno era interpretado como un nuevo ataque parto, y el pánico cundía entre los soldados. El miedo se apoderó de ellos.

A la mañana siguiente, los partos iniciaron la persecución. Primero mataron a los heridos abandonados por los romanos. Luego, conforme encontraban distintos destacamentos romanos perdidos durante la noche, los fueron acorralando y eliminando uno a uno.

Lo que resta de esta historia es como sigue: Craso llegó a Carrhae y Surena se enteró. Llegó a las murallas de la ciudad y solicitó a los legionarios que le entregaran a su general. Éstos se negaron, y guiados por Craso y por un nuevo guía llamado Andrómaco, abandonaron Carrhae durante la noche. Andrómaco también estaba a sueldo de los partos, y no tardó en meter a Craso en una zona pantanosa, que detuvo su avance, para que fueran de nuevo alcanzados por los partos. Algunos oficiales romanos comenzaron a desertar al ver que Andrómaco los llevaba por aquellos caminos, y al final, Craso sólo pudo retener cuatro cohortes y una escasísima caballería. No obstante, consiguió sacarlos del pantano y llevarlos hasta las colinas, donde Surena sabía que no podría vencerles. De modo que el astuto parto intentó que Craso capitulara. Sus tropas, agotadas, obligaron a Craso a parlamentar con Surena, amenazándolo con las armas. Craso fue a parlamentar con una reducida escolta con la delegación parta. Tras unos insultos, la situación llegó a las manos y en la pelea, Craso fue apuñalado. Así, en una simple reyerta, falleció Marco Licinio Craso, víctima de su propia incompetencia. Sus soldados tuvieron diferentes destinos: algunos huyeron y fueron capturados y asesinados por los árabes nabateos. Otros consiguieron llegar hasta Siria. Otros se entregaron a Surena. Y, ¿sabéis qué? Este parece ser el origen de la legendaria “Legión Perdida” romana. Es posible que Osroes deportara a los romanos hasta las fronteras orientales del imperio parto. Allí, algunos legionaros pudieron huir hasta China, donde se asentaron en una ciudad, y se mezclaron con la población local. Según algunas crónicas, los hunos encontraron en China unos bárbaros de piel clara, que habían levantado una fortificación de aspecto extranjero, y que podían luchar en extrañas formaciones parecidas a tortugas, en la que cada soldado posicionaba su escudo de determinada manera, cerrando todos los huecos.

LA BATALLA DE CARRHAE PARA DBA.
Sugiero aquí una reconstrucción de la batalla de Carrhae para DBA. Esta batalla debe jugarse con los ejércitos II/37, Partos, y el II/49, romanos de Mario. Estableceremos algunas sugerencias opcionales para tratar de simular esta batalla lo más exactamente posible.
El ejército parto no debería tener ninguna tropa de infantería. Como mucho, una única peana, además de la del general, debería ser Kn (catafractos). El resto de opciones deben ser LH.
El ejército romano debería tener una de las peanas de Cv de jinetes celtas, y dos peanas de Ps mostrando arqueros sirios (una es obligatoria, pero la otra es opcional son 3 ó 4 Aux. Habría que escoger la opción de Ps).
El general romano debería ser la opción de Bd, ya que Craso tuvo muy poca caballería en esta batalla.

Los partos serán automáticamente los defensores. En cuanto al terreno, sólo podrán poner el mínimo posible según las reglas habituales. Además, el lado romano se elegirá de forma distinta: el jugador romano asignará a cada lado un número del 1 al 4. Si sale 5 ó 6, los partos elegirán el lado por donde entran los romanos. Esto representa que los romanos han sido guiados según las órdenes de los partos por Akbaro.

En cuanto al desarrollo de la batalla, sugiero las siguientes reglas especiales, además de todas las reglas habituales:
a) Tropas agotadas: los romanos están agotados, hambrientos y desmoralizados. Cada turno en el que saquen 1 en la tirada de PIP´s, los romanos tendrán un (-1) en todos los combates de ese turno.
b) Victoria segura: Surena y los partos lo tienen todo a su favor y no creen posible una derrota. Por lo tanto, no aceptarán bien un revés. Si al final de cualquier turno, el número de bajas partas es dos peanas mayor que el número de bajas romanas (es decir, 0-2, 1-3 a favor de los romanos), los partos perderán. Además, la pérdida del general parto supondrá una derrota automática, independientemente del número de bajas que lleve cada bando.
c) Catafractos ocultos. Los partos pueden desplegar inicialmente 12 peanas de LH. Dos de ellas son en realidad catafractos. Dichas peanas deben ir marcadas donde no se note (por ejemplo, bajo la base).Una de ellas además será la del general. En la primera fase de movimiento de los partos, el jugador enseñará las marcas en las peanas, y pondrá las peanas de catafractos en su lugar, sustituyendo a las marcadas. Esto representa a Surena revelando la posición de los catafractos por sorpresa, para asustar a los romanos.

2 comentarios:

Isildur dijo...

Estupenda narración. Yo también juego, pero a WAB en 28mm. He publicado una síntesis de la batalla en Facebook, y voy a intentar jugarla este verano.
http://www.facebook.com/note.php?note_id=117266792702&id=1484646607&ref=nf

Un saludo

Isildur

Endakil dijo...

Me habría gustado echarle un ojo pero, ¡ouch!, no tengo cuenta de Facebook :(