Batalla de las Navas de Tolosa

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Saludos. generalinvierno ha escrito dos excelentes relatos sobre algunas batallas de la Reconquista. Lo publicamos aquí, porque son realmente buenos.
La semana que viene vendrá una nueva entrega de esta serie.

Por todos son bien conocidas las Cruzadas, el Papa Urbano, en 1095, llama a los fieles a recuperar los Santos Lugares. Durante 250 años la Cristianadad enviara 8 Cruzadas para cumplir tan “noble” proposito. Sin embargo hay otras cruzadas menos conocidas (como la de los Caballeros de la Espada contra los lituanos), y algunas de ellas, fundamentales en el devenir de la peninsula iberica.

A mediados del siglo XII, una nueva emigración del norte de Africa arroja a la peninsula a varias tribus recien islamizadas, conocidas por los cristianos como almohades. Con la fuerza de los iluminados, y la ortodoxia de los fanaticos, estos nuevos invasores pronto acaban y someten a los reinos andalusies, para ellos decadentes. El Islam, en sus aspectos más extremos se adueña de los prosperos reinos hispano-musulmanes. Solo el rey Lobo resiste en la zona de Levante, si bien no tarda en ser conquistado.

Los cristianos no permanecen ociosos, Alfonso VIII, el rey castellano de más largo reinado, les hace frente; en unión de leoneses combate en Alarcos (1195), posiblemente la mayor derrota cristiana del periodo. Rayando el nuevo siglo los musulmanes avanzan hacia Toledo ante la desunión de los reinos cristianos. Alfonso VIII ve amenazado su reino, con el transcurso de los años logrará el apoyo de otros reinos cristianos, y en 1211, gracias a los buenos oficios del Arzobispo de Rada, el propio papa Inocencio III declará una cruzada para expulsar a los mahometanos de la peninsula. El llamamiento tiene especial éxito entre las ciudades del norte de Italia y del sur de la Galia. Cientos de caballeros se reunen en Toledo, rememorando las pasadas cruzadas de oriente. De los reinos hispanicos solo falta el leonés, en disputa con Castilla. Incluso Sancho, rey de Navarra, promete acudir a pesar de sus pasadas querellas contra castellanos y aragoneses. Solo se hace acompañar de 200 lanzas (lo cual representaria una fuerza de unos 1.000 hombres), pero su valor es tal que cuenta como un pequeño ejército. A mediados de julio todo esta dispuesto, una multitud de 80.000 hombres (incluidos 20.000 guerreros ultramontanos) parte para la guerra, en cabeza figura un noble tenido en la corte como valiente entre valientes, el señor de Vizcaya Don Diego López de Haro.

El señor de Vizcaya tiene una deuda pendiente con los almohades, en Alarcos Don Diego se hace cargo de la retaguardia con 5.000 castellanos, pemitiendo escapar al rey y su sequito; su derroche de valor salvo la vida de muchos (incluida la de Alfonso VIII), pero numerosos caballeros de su hueste personal acabarán muertos o prisioneros. En esta ocasión, junto al contingente vizcaino, marchan las milicias concejiles de Castilla la Vetula (Vieja), de Valdivieso y Bureba, y los caballeros villanos o pardos de Burgos y de una pequeña villa de frontera, Madrid. Pronto los cruzados llegan a su primer objetivo, la villa fortificada de Malagon. Tras breve resistencia los ultramontanos entran a sangre y fuego, no respetan vidas, ni musulmana ni judia; los usos de la guerra en Oriente son distintos a los de Iberia. Aquí se respetan vidas; en ultramar al vencido le queda o muerte o esclavitud. Por eso cuando Alfonso reconquista la siguiente fortaleza, Calatrava, los ultramontanos entran en colera: ¿acaso un rey hispánico respeta la vida de los musulmanes? ¿y el botín? Alfonso deja paso libre a los derrotados defensores, que marchan hacia Cordoba. Ante esta decisión los cruzados europeos abandonan, regresan a sus hogares.

Esta deserción es en parte cubierta por el numeroso contingente aragones, aportado por Pedro el Ceremonioso, buen amigo del rey Alfonso. No llegan tarde los aragoneses y catalanes, la cruz roja de cruzada que portan estos ultimos es vitoreada por castellanos y aragoneses. Ilustres familias como los Moncada, marchan a la cabeza con el Rey Pedro. La flor y nata de Aragón esta empeñada contra el mahometano.

Los almohades han preparado su ejército, bajo mando de Muhammad An-Nasir, el Miramamolin de las Cronicas cristianas. Su propia llamada a la Yihad o guerra santa ha tenido un calido eco entre las tribus norteafricanas. Pastores, nomadas, guerreros, turcos, todos acuden desde sus pueblos, tierras o rapitas. Un gran ejercito espera masacrar a los infieles. Los cronistas exageran su tamaño, pero es probable que almohades superarán a cristianos 2 a 1.

El 16 de julio, de mañana, siguiendo el trazado de la calzada romana que une la Mancha con Andalucia, las tropas cristianas encuentran el gigantesco ejercito enemigo. Desde la Mesa del Rey, como se le conoce hoy en día, Lopez de Haro, quinto señor de Vizcaya, se dirige a los suyos: "Alfonso por Castilla" "Alfonso por Castilla" espuelas: y caballos al trote; espuelas: y caballos al galope corto. Espuelas: y al galope. Son jinetes no tan acorazados como los de ordenes o grandes nobles, sus caballos galopan, son ágiles, y sus jinetes diestros, capaces de manejar sus monturas con las rodillas, como hacen sus enemigos. Junto a sus vizcainos marchan pendones y escudos azules, con siete estrellas de plata, los caballeros villanos de Madrid (el oso y el madroño es posterior). Tras vanguardia el grueso, con caballeros aragoneses del Temple y castellanos de las ordenes de Calatrava y Santiago. A izquierda y derecha aragoneses y navarros, con sus respectivos reyes; y en la zaga Alfonso, con su guardia y sus nobles más fieles.

Los milites de López de Haro chocan con la vanguardia enemiga, posiblemente destacamentos tribales norteafricanos, tras ellos los andalusies. Los jinetes castellanos no tienen mucho problema en deshacerse de sus enemigos. La caballería cristiana a la carga es imparable, incluso los livianos caballeros pardos consiguen entrar en las filas tribales. Pero la caballería de Al-Andalus es otra cosa, flexible como el mar, evade a los agotados vizcainos, madrileños y burgaleses. Pronto quedan rodeados, cuesta arriba, con sus monturas reventadas. Nubes de flechas caen sobre ellos, enormes guerreros negros del Sudan se aproximan. Alfonso no deja solos a los hombres de Haro. Es el momento de la carga de las ordenes miltares, los guerreros de Dios, sus caballos y sus jinetes acorazados: “Por Santiago” “Por Alfonso” “Por Castilla”. La carga es irresistible. Los hábitos blancos con cruces rojas penetran profundamente entre las filas de los lanceros enemigos. Pendones guian a los deux milites, sin embargo sus enemigos no ceden, ¿para que rendirse si les espera el cielo? Otra vez se repite la historia de Alarcos, los grandes jinetes acorazados cristianos estan detenidos por las filas de la innumerable infantería enemiga mientras la caballería bereber y andalusi rodea a los cristianos. Alfonso el octavo observo la futura derrota; deseperado se vuelve al arzobispo de Rada: “Arzobispo, muranos aquí vos y yo” “que morir asi no es muerte deshonrosa”


Ambos hombres observan la lucha desesperada que hay a escasos metros del campamento real. Toda la nobleza castellana y gran parte de la aragonesa esta inmersa en un mar de banderas mahometanas: Gonzalo Nuñez de Lara con los calatravos; los hermanos Diaz de Camero con sus huestes; el Marques de Santillana con los castellanos del norte. Moncadas, de la casa de Aragón., Riveras.... Los flancos, cubiertos por las milicias concejiles, huyen de la batalla; dificil culparles, hombres venidos de toda Castilla, que dejan haciendas y vidas para seguir a su Rey. No son soldados profesionales como los guerreros de los nobles. Muchos, la mayoria, no han visto batalla más alla de un fugaz apellido o correria. No estan preparados para el sonido de los tambores moros; para ver extraños seres enormes como encinas, humanos de color negro. No estan equipados como los señores, con pesadas armaduras que les protejan de las flechas del enemigo. Son hombres libres. Libres tambien para huir.... ¡ Huid villanos !

A lo lejos se distingue al Miramamolin, enfundado en un habito verde, el color del Islam. En su mano derecha brilla un Corán, en la izquierda reluce la cimitarra. Junto a él una tropa de negros del Sudan, encadenados a su tienda como guardia personal, dispuestos a morir por el Califa y por Alá. Tiene la victoria a su alcance, los andalusies y almohades, con sus hábiles caballos, han rodeado a sus enemigos. Poco importan las 10.000 almas de sus tropas norteafricanas recolectadas para el cielo. La victoria será para más gloria de Dios, como cantan los imanes entre las incontables filas del agareno. Por fin, Ximenez de Rada, arzobispo de Toledo y hombre de toda confianza, se dirige a su Rey: “Hoy, con la gracia del Señor, nos ganaremos la Corona de la Victoria, pero si hemos de morir: lo haremos con vos” A una señal cae el rojo pendón de Castilla; en su lugar el alférez iza la bandera de la Cruz. La zaga se pone en movimiento, junto al Rey, aparte de Rada, las huestes de tres obispos, Guardia Real y del Conde de Garcia. No debia ser gran fuerza, pero si un espectaculo incomparable. Enormes caballos francos, capaces de soportar al blindado caballero, comienzan a trotar. No hay demasiado valor una vez comienza la carga, unicamente la primera espuela, más, dejarse llevar. El sudor de los caballos, sus relinchos, el golpeteo de los cascos; todo se conjura para que los animales entren en un frenesi que ni el mismo infierno puede parar. Los caballos de guerra, una vez en marcha solo paran cuando sus jinetes rompen lanzas, ni cielo ni tierra pararán la carga, que finalizara con las vidas de montura, jinete, enemigo o todos a la vez. Los jinetes: piernas rectas, estribos bajos, lanza en ristre. No pueden hacer nada más que mantenerse en sus monturas, primero al trote, luego, a escasos metros del enemigo picaran espuelas para el galope corto, el unico que pueden soportar los castigados caballos. Alfonso el octavo debio recordar situación parecida 17 años antes; en Alarcos no cargo, decidió huir, a instigación de sus nobles. De Haro se ofreció para cubrir la retirada. Pero hoy, lunes 16 de julio, el Rey tiene otra idea. No dejará a su suerte al Vizcaino. “Muramos, que morid asi no es muerte deshonrosa" En medio de la batalla pocos, de los 500 vizcainos, permanecen en pie. A su lado un puñado de gatos (madrileños), famosos por como trepan escalas y muros. Ahora combaten a pie, tinto el azul de sus paños, trocado por el rojo sangre de amigos y enemigos. Por allí, un grupo de la Bureba, en otros algún burgalés, pocos en total; ni siquiera un milite de orden se ve cerca. De Haro no es hombre de rezos en batalla; pero no queda mucho más.
Pintan bastos....

“Alfonso, Alfonso por Castilla” ¿Será posible?, llega el grito de Castilla; las filas se abren, aparece la cruz-espada de los caballeros de Santiago, y poco después, por un estrecho pasillo, el pendón con la cruz de Cristo, el Rey en persona. Le siguen las milicias concejiles, hombres libres, libres tambien, para luchar por el único señor al que deben obediencia, el Rey Alfonso VIII. Han vuelto de nuevo al campo de batalla atraidas por la cruz. Son villanos, pero no cobardes. La resistencia se desintegra, los cristianos penetran en el campamento almohade. La Guardia Negra sigue combatiendo; es dificil acercarse. Pero no para un Navarro; el Rey Sancho, hacha en mano, atraviesa las filas enemigas, se acerca a la tienda de Miramamolin y rompe la cadena en inmortal acto. Lo demás, es Historia . De Haro encontrará venganza dirigiendo la persecución; miles de agarenos caeran en esta jornada, muchos por sus manos. No todos los gatos volverán a Madrid, muchos quedan muertos en tierras de frontera. Pero han ganado el reconocimiento de su villa, de su Rey y de Castilla. Los gatos volverán a combatir,: el Salado, Nájera, Granada.... aunque no volverán a cruzar espada con vizcaínos, de los que estuvieron, por una vez, a sus ordenes.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífica y emotiva narración de esta importantísima batalla.

“Hoy, con la gracia del Señor, nos ganaremos la Corona de la Victoria, pero si hemos de morir: lo haremos con vos”