Cayo Mario III. El mundo para el vencedor

jueves, 4 de octubre de 2007

Bien. Los cimbros se enfrentaban a Catulo y Sila en Tridentum, mientras los teutones, dirigidos por Teutobodo, bajaban por el curso del Ródano, habiendo decidido saquear Massilia por el camino, la segunda ciudad más grande después de Roma, antes de llegar a Italia. Pero Mario le aguardaba en su colina fuertemente fortificada. Los teutones aparecieron. Eran alrededor de un cuarto de millón, y rodearon por completo la colina. Se hizo el silencio, y, de repente, comenzaron a gritar y a golpear sus armas, pero los romanos se limitaron a observarlos en silencio. Luego, los teutones hicieron desfilar prisioneros romanos y los torturaron a la vista de los romanos.
Maldiciendo en silencio, la guarnición de la colina siguió resguardada. Los teutones, finalmente, decidieron lanzar una tímida ofensiva colina arriba para asaltar la posición, pero desde el interior fueron fácilmente rechazados. Entonces, Teutobodo, dadas las circunstancias, decidió alejarse y seguir su camino, juzgando equivocadamente, en mi opinión, las intenciones de los romanos. Posiblemente pensara que los de dentro estaban demasiado asustados para intentar algo contra ellos.

Los romanos los vieron marchar alejándose durante horas, con su paso lento debido a alto número de carromatos e impedimenta. Mario aguardó pacientemente hasta que se perdieron de vista, y entonces ordenó que sus legiones salieran prestas y en silencio. Formó una columna para marchar más rápido, y sus entrenados soldados adelantaron a la larga caravana germana, marchando a su derecha, lo suficientemente lejos para no ser detectados. Cruzaron el vado del río Ars con el tiempo suficiente para montar un campamento de campaña, sobre un óptimo terreno ligeramente elevado. Pronto, la vanguardia de los teutones, compuesta por una de las ramas de esta tribu, los ambrones, llegó a caballo al vado, para encontrar que los romanos a los que creían asustados les bloqueaban el camino. No obstante, viendo el campamento, pensaron que no era nada invulnerable, y se lanzaron a la carga. Mario sacó algunas cohortes y las formó listas para resistir. Cerraron escudos y comenzaron las descargas de pilums. Los escasos ambrones que pudieron llegar a la línea de soldados fueron metódicamente despachados. Pronto hubo una barrera de 30.000 cadáveres germanos al pie de la ladera. Cuiando llegó el resto de los germanos, los legionarios se retiraron ordenadamente al interior del campamento, y, ante los desconcertados teutones, comenzaron a burlarse de ellos y a incitarles a otro ataque. Mario había evaluado bien el riesgo, y con este combate preliminar había dado a probar la sangre germana a sus soldados, que, ahora, henchidos de orgullo y confianza, querían más.
Teutobodo refrenó a sus guerreros. Con los cadáveres en el camino, perdería mucho ímpetu asaltando el campamento, así que decidió acampar mientras pensaba cómo eliminar a esos molestos legionarios.

Se hizo la noche y Mario envió tres mil soldados río abajo, con la orden de cruzar y volver para atacar la retaguardia germana al día siguiente, a las órdenes de Manio Aquilio. Cuando llegó el día, Mario, buscando un enfrentamiento directo y decisivo, salió del campamento y formó sus seis legiones. La visión del ejército romano burlándose de los germanos y provocándoles fue demasiado para ellos. Teutobodo dirigió un asalto frontal a través del vado. Mario arengaba a sus soldados. Cuando los germanos ya habían sorteado los cadáveres de sus guerreros muertos del día anterior y llegaban a los romanos, el aire se llenó con el silbido de miles de pilums vibrando en el aire. Los guerreros de vanguardia cayeron, pero los de atrás les pasaron por encima, y por fin contactaron ambas líneas. El choque hizo retroceder a la primera fila romana colina arriba, pero mantuvieron la formación, y respondieron con orden, disciplina y maestría. Mario contemplaba las líneas y daba órdenes, enviando refuerzos a los puntos más débiles. Pero el método romano se imponía. Las estocadas altas de gladius por encima del escudo, buscando la base del cuello, y las bajas, asomando bajo el escudo, buscando las arterias femorales de los germanos, causaban estragos. Entonces llegó Manio Aquilio por la retaguardia, y la batalla terminó de decidirse. Los teutones fueron totalmente masacrados. Hacia el final de la batalla, los romanos resbalaban sobre sangre germana mientras acababan con los últimos grupos de resistencia.

La noticia llegó pronto a Roma, y todos respiraron aliviados, pero todavía quedaban los cimbros en las llanuras del Padus. Sila no se había equivocado. El acceso desde el Padus hacia el sur no era sencillo, y las fértiles tierras cargadas de frutos y cosechas distrajeron al pueblo de Boiorix. Se dispersaron, y les llegaron noticias de que la tercera invasión, la de queruscos y marcomanos, se había dado la vuelta antes de entrar en Italia por el este. El plan de Boiorix se deshacía debido a la disciplina romana y a la carencia de ella de los germanos. No obstante, Boiorix tenía paciencia, y estaba convencido de que se bastaba para conquistar Italia él solo. Esperó hasta que los cimbros agotaron las reservas, y se puso de nuevo en movimiento, curiosamente hacia el oeste, no hacia el sur. Se supone que los cimbros se mostraban reticentes a luchar contra los romanos, y querían volver al norte, por lo que su líder sólo podía “convencerles” si los llevaba hacia el oeste a la espera de que llegara el invierno y se cerraran los pasos de los Alpes, poniéndoles entonces en la disyuntiva de luchar contra Roma o exponerse a morir de hambre.

Pero los romanos les habían estado observando, y Mario, junto a Sila y el segundo cónsul del año, Catulo César, les esperaban en Vercillae. Cayo Mario sumó 15000 de sus legionarios a los 24.000 de Catulo, y formaron. Antes del combate, Boiorix y Mario se entrevistaron, pero se despidieron sin prestar mucha atención a lo que decía el otro. Mario, después de todo, no podía permitir dejar marchar en paz a los germanos, sino que debía aplastarlos para siempre. Y Boiorix lo sabía, y tampoco pensaba marcharse sin luchar. Mario colocó sus tropas mirando al oeste, buscando que la batalla se celebrara antes del mediodía, y así los germanos estuvieran cegados por el sol. También era un asfixiante día de verano, y ya sabéis lo que les pasa a los guiris con el sol: se tuestan. Los romanos colocaron su escasa caballería en ambos flancos, y la infantería en el centro, dividida en tres alas: Mario a la izquierda, Catulo en el centro y Sila en la derecha. Mientras, los germanos colocaron su caballería en vanguardia, seguidos por su numerosa y fiera infantería. Boiorix demostró una vez más ser astuto. La caballería germana cargó contra el centro romano, pero con una trayectoria oblícua hacia la izquiera de los romanos, con la intención de obligarlos a desplazarse lateralmente hacia ese lado, y así abrir un hueco en el lado derecho de Sila por donde sobrepasar a los romanos, colarse y envolver la línea. Y a pesar de las condiciones adversas, la fiereza de los germanos casi se impuso. Sila y Mario tuvieron que emplearse a fondo, alentando a las cohortes, reagrupando las filas que más sufrían el embate. Los germanos cargaban una y otra vez, y los romanos volvían a presentar escudos, resistían y asestaban estocadas, haciéndoles retroceder de nuevo. El aire se llenó de polvo y de sangre. A mediodía, los germanos estaban siendo derrotados, pero tuvieron que matarlos a todos, porque no se rendían, ni se retiraban, sino que, cuando se veían vencidos y heridos, todavía sacaban fuerzas para una última carga suicida. Sencillamente no concebían la idea de la retirada. Vercillae fue una terrible matanza, pero la amenaza cimbra, el último invasor germano, se desvaneció como humo en el aire.

Mario volvió victorioso a Roma una vez más. Poco después aprobaba leyes agrarias que permitirían dar a los legionarios veteranos licenciados, tierras de los nuevos territorios conquistados como recompensa a los servicios prestados, y, de paso, formar una base para formar pequeños ejércitos rápidamente en las provincias nuevas por si fueran necesarios. Si recordáis, hay un cómic de Astérix que comienza con César dando los lotes de tierra a los legionarios veteranos. Creo que era “La espada y la rosa”, o algo así. Luego, sufrió un infarto y una apoplejía, pero incluso con medio cuerpo paralizado pudo gestionar la revuelta de esclavos de Sicilia, aplacar una revuelta en Roma por la escasez de grano y ser elegido todavía cónsul por séptima vez. Se ganó merecidamente el título de Tercer Fundador de Roma (el Segundo lo ganó Camilo, el de “Camilian Roman”, pero eso es otra historia).

Tal vez sin saberlo, Mario con sus reformas dotó a la República de la herramienta que le permitiría expandir el dominio romano a casi todo el mundo conocido: la legión profesional. Al formar el ejército con un tejido social no productivo, se liberó a la parte de la sociedad que trabajaba en los sectores primario y secundario. Los soldados profesionales no tenían que volver a casa para la cosecha. Sencillamente, se podían mantener los ejércitos indefinidamente, lo que permitía acometer conquistas lejanas. Con los ejércitos diseñados por Mario se conquistó el Ponto y se llegó hasta oriente. Fueron éstos los ejércitos que dirigió Julio César en su conquista de las Galias, y los que conquistaron la actual Gran Bretaña. Además, las condiciones “laborales” eran lo suficientemente atractivas para que no hubiera escasez de legionarios durante mucho tiempo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

¡hola!Ante todo agradecerte el haberme aclarado un poco quiénes eran los Emishi.Tambien quería decir que el protagonista de la serie manga a la que haces referencia(que en España se llama "Rurouni Kenshin/El guerrero samurái/El samurai vagabundo",madre mia la de nombres q tiene...) se llama Kenshin o Shinta y se basa en el personaje real Kawakami Gensai y que en realidad,Kenji es su hijo.La verdad es que son clavados.¡jajaja!sólo eso,¡muchas gracias por este blog cultural!