Campeonato DBA en Emen Corps

jueves, 27 de septiembre de 2007

El pasado 22 de Septiembre, en el madrileño barrio de Alcobendas, hemos tenido la primera edición del torneo de DBA de la mano del club Emen Corps.

Amablemente nos han cedido este video-resumen (gracias Tycho) para que podáis haceros una idea del ambiente que allí se vivió.



A la espera de la edición 2008 os dejamos los enlaces sobre tan magno evento al foro de Emen Corps y La Armada. En ellos podréis disfrutar de los análisis de los jugadores y de las fotografías del campeonato. Mucha atención a la estupenda regla de metacrilato diseñada por los EC.

Hijos de las llanuras II. Los sármatas.

Saludos. Curiosamente, recientes películas y libros han resucitado la leyenda de los caballeros del rey Arturo, dotándola de cierta componente histórica. En cuanto se analiza el origen en el imperio romano de Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda, rápidamente nos encontramos con el rastro de unos jinetes legendarios, los caballeros sármatas, al servicio del imperio romano, pero ¿quiénes eran esos sármatas? ¿De dónde venían? ¿Cómo luchaban? Sobre estas cuestiones hablaremos en este artículo.

En realidad, algunos sármatas ya son conocidos por nosotros. Si recordáis el artículo de los escitas, mencionamos que algunas tribus de las estepas se aliaron con ellos cuando los persas invadieron su territorio. Una de esas tribus eran los saurómatas. Pues los saurómatas son una de las grandes tribus que componían el pueblo sármata. Porque no podemos decir que los sármatas fueran un único pueblo. En realidad, el pueblo sármata era un conglomerado de distintas tribus que hablaban una lengua aria, emparentada con el persa, y que desde el siglo VII a.d.C. habitaban el mar de hierba que eran las llanuras de la estepa euroasiática. Si los escitas ocupaban el extremo europeo de la llanura, los sármatas habitaron muchos siglos al este del actual río Don. Entre las principales encontramos los saurómatas, los yazygos, los siracos, los orsos, los roxolanos y algunos también incluyen a los alanos (adapto los nombres desde el latín al castellano, espero no equivocarme mucho), aunque otros autores los distinguen como otro pueblo diferente.

Las costumbres de los sármatas no diferían mucho de las de otros pueblos esteparios. Vivían de sus rebaños, del que se abastecían de pieles, leche, hueso y cuerno.
Al igual que los escitas, la estructura social era enormemente igualitaria. Las mujeres y los hombres hacían las mismas tareas: cabalgaban, disparaban con arco, utilizaban el lazo como los jinetes sagartios (ver artículo de los persas)… De hecho, se piensa que las mujeres sármatas son el origen de la leyenda de las amazonas. Herodoto explica el origen del pueblo saurómata como si fueran los descendientes de mujeres amazonas que se unieron a escitas jóvenes, formando un grupo separado. Herodoto se basaba en las diferencias y similitudes de las lenguas de ambos pueblos, explicando que las amazonas nunca aprendieron correctamente el escita, y por eso los sármatas hablan distinto a ellos.

Cuando iban a la guerra, los sármatas utilizaban el mismo modo que todos los esteparios . El arquero a caballo y los jinentes laceros, caballerías ligeras, formaban buena parte de las tropas. Sin embargo, los sármatas habían ido un paso más allá que los escitas en el uso de la caballería pesada, continuando la evolución de éstos truncada por su desaparición. La imagen clásica del sármata es el lancero pesado a caballo. En realidad, el caballero pesado con armadura y lanza había aparecido en Asia para el siglo V a.d.C. Sin embargo, los sármatas y otras tribus como los partos empezaron a usar una lanza larguísima, llamada “Contos”, que se blandía con ambas manos. Se dice que dicha lanza fue desarrollada por los ejércitos de las satrapías orientales del imperio persa, que tuvieron que luchar contra Alejandro Magno y sus piqueros, aunque en realidad, el “contos” no daba para tanto. Más bien parece una adaptación de la larga lanza de caballería que usaban los jinetes de Alejandro. Dicha lanza, llamada “xyston”, fue modificada añadiendo más longitud y grosor para aguantar mejor. Si bien los sármatas usaron mucho tiempo una lanza normal, a partir de siglo I d.C., el “contos” manejado con las dos manos fue el arma principal de la caballería pesada sármata. Los nobles, además, se equiparon frecuentemente con pesadas armaduras de escamas, lo que les daba cierta apariencia de “lagarto”, o cotas de malla en periodos posteriores, tras copiar el diseño de los gálatas.
No obstante, el grueso de la caballería pesada sármata llevaba una armadura de cuero con escamas óseas hechas con cuerno y pezuñas de sus animales. Este tipo de caballero era más ligero que el típico catafracto parto (ya hablaremos de los partos en un próximo artículo), aunque sus cargas también solían ser temerarias siempre y devastadoras en ocasiones. Un autor clásico escribió, hablando de un noble de su época: “A pesar de ser sármata, era muy cabal”. Y es que los sármatas hacían un uso muy extendido de temerarias cargas frontales de caballeros con “contos”. Por otro lado, la ligera armadura de escamas córneas parece tener su explicación también en los primeros contactos con los hunos, cuyos arcos, más grandes que los de los sármatas, sí podían penetrar armaduras metálicas, lo que las hacía un peso inútil a lomos de sus caballos.

Los sármatas solían lucir largas barbas o bigotes, y eran aficionados a realizarse complicados tatuajes por todo el cuerpo. Hay pocas representaciones de ellos, pero en las mismas, suelen aparecer con la cabeza totalmente rapada. Producían toda su ropa, probablemente igual que los escitas, a partir de cáñamo, con pieles de sus rebaños y de la caza para abrigarse, aunque se han encontrado tumbas con numerosos objetos importados, sobre todo de los griegos, que llegaban a las llanuras a través de las polis del Mar Negro, importantes nodos comerciales con los pueblos errantes de las estepas. Solían llevar pantalones tanto amplios, al estilo parto, como más ajustados, y botas de cuero sujetas con correas atadas sobre los tobillos y bajo la suela.

Sármatas y escitas coexistieron pacíficamente, pero a partir del siglo III a.d.C. se produjo un desequilibro de poder que favoreció a los primeros. Los escitas habían comenzado su decadencia y los sármatas ocuparon su lugar. Fue un proceso lento y silenciado por el aislamiento geográfico que era la inmensa estepa. Sin embargo, cuando estuvieron listos, irrumpieron en la Historia a lomos de sus caballos.
En el siglo V y IV a.d.C., los sirocos se convirtieron en la vanguardia sármata en su movimiento hacia el oeste. Eran el grupo menos numeroso, pero avanzaron hasta el reino del Bósforo, un reino helenístico, en el que lucharon frente a los escitas en el conflicto sucesorio (ver Hijos de las llanuras I). Se asentaron allí y abandonaron su vida nómada: fueron el grupo que más se helenizó, y con el tiempo los nobles sármatas se hicieron con el poder del reino, y reformaron su ejército, incluyendo escuadrones de magníficos jinetes lanceros al estilo sármata.
Fueron seguidos por los orsos, un grupo muy numeroso y que es mencionado incluso por las crónicas del reino chino de Han. Los orsos irrumpieron en el oeste en el siglo I a.d.C., y contactaron con los romanos. De alguna manera, se aliaron con ellos y los ayudaron durante las guerras del Bósforo. Para el siglo I d.C. ya habían sido dominados por los alanos.
Sin embargo, los que avanzaron más hacia el oeste fueron los yazygos y los roxolanos. Roxolano proviene del término persa “raokshna”, que significa “blanco” o “claro”. Este adjetivo en Persia se asignaba a los pueblos occidentales. Por lo tanto, los roxolanos eran los sármatas más occidentales.

En el año 107 a.d.C., un ejército de 50.000 jinetes sármatas fue destrozado por Mitrídates del Ponto con apenas 6000 soldados. Los supervivientes se quedaron en dichas tierras y se enrolaron en el ejército de Mitrídates, y así contactaron con los romanos en las guerras del Ponto.

El resto de los roxolanos y los yazygos se asentaron alrededor del Danubio, y desde allí establecieron una belicosa relación fronteriza con el imperio romano que duraría tres siglos. Con frecuencia invadían el territorio de la provincia y arrasaban con todo. En otras ocasiones eran detenidos por los romanos. Los roxolanos se aliaron a los dacios durante segundo siglo de nuestra era contra Roma, que acababa de ocupar y asimilar el territorio, mientras los yazygos se aliaron con el imperio. Durante décadas, se produjo un tenso equilibrio de poder, y el continuo conflicto terminó por transformar a ambos contendientes: muchos sármatas, tanto yazygos como roxolanos, terminaron al servicio de los romanos como caballería, y los ejércitos del imperio tuvieron que evolucionar para hacer frente a los temibles ejércitos montados de los sármatas. De modo que fue a través de los contactos con estas tribus, y también con los peligrosos partos de la antigua Persia, como las legiones tuvieron que replantearse sus tácticas, aumentando la presencia de la caballería y de tropas especializadas para el combate contra montados.

Es especialmente relevante para nuestra cultura occidental el siguiente hecho: la leyenda del rey Arturo comenzó a gestarse en un gélido día del invierno del 173 d.C., sobre el hielo de la superficie helada del Danubio. En una épica batalla, el ejército romano Marco Aurelio “Sarmático” derrotó al rey Zántico de los yazygos y a sus poderosos jinetes. Los sármatas salieron tan mal parados que no se recuperaron, y a los dos años, los yázigos capitularon. Su rey entregó 8.000 valiosos jinetes sármatas a los romanos como rehenes de guerra, y éstos fueron utilizados como tropas en las filas romanas, atados por juramento. La mayoría fueron destinados a la provincia de Britania, donde nunca se habían visto jinetes lanceros del tipo sármata. Los sármatas causaron una profunda impresión en la cultura local, debido a sus exóticas armaduras, sus lanzas, sus terribles cargas, sus vistosos estandartes en forma de dragón y, sobre todo, su misterioso culto a la espada clavada en la tierra. Los sármatas, de manera similar a la escita, improvisaban altares sobre los que hacían juramentos con su sangre, en los que una espada se mantenía clavada en el suelo y alrededor de la cual vertían sangre de las víctimas de sus sacrificios.

A partir del siglo III d.C., aunque sármatas y romanos siguieron en guerra, la irrupción de los godos, que desde Germania atravesaron la actual Polonia y llegaron hasta la provincia de la Dacia, provocó que los romanos aceptaran que numerosos grupos de sármatas se asentaran en las fronteras del imperio. Los nobles recibieron la ciudadanía romana, y prestaron servicio defendiendo el imperio contra los godos.
Éstos, a su vez, también se fueron adaptando a los contactos con los sármatas. Un siglo después de los primeros contactos, los godos peleaban a caballo al modo sármata, y es un hecho que, una vez cayó el imperio romano y los germanos se expandieron por occidente, la figura del caballero que comenzó a surgir del sistema feudal directamente del dominio germánico post-romanos fue una adaptación de la panoplia sármata.

Las listas que representan a los sármatas son dos:
II/24 Sármatas roxolanos tempranos. Esta lista muestra el periodo inicial de adaptación de la caballería sármata hacia el lancero acorazado. El general es Kn, representando a los nobles, y otras tres peanas pueden ser Kn o Cv, representando otros nobles locales más o menos evolucionados. El resto del ejército está formado por caballería armada con lanza y arco y una peana de caballería ligera, representando a jinetes laceros. También hay una opción para meter psilois, que son escitas de los que se hicieron sedentarios, sometidos por los sármatas.
II/26 Siracos, Yazigos y sármatas roxolanos tardíos. Esta lista muestra el clásico ejército sármata enemigo de los romanos. 9 peanas (incluido el general) son obligatoriamente Kn, es decir, lanceros acorazados armados con “contos”. Luego hay opción para meter 2 psilois o dos Kn más, y un LH u otro Kn. Es decir, puedes hacer un ejercito con las 12 peanas de Kn. Es un ejército temible, aunque el hecho de que los caballeros sean impetuosos y siempre avancen tras eliminar al oponente puede hacer que tus líneas se desorganicen mucho. Bien empleado y en campo abierto, los sármatas son muy duros. En cambio, si hay mucho terreno difícil, tendrán que echar mano de los psilois para estar algo más protegidos de las tropas que avancen bien por el terreno difícil.
Muchas marcas tienen sármatas, ya que son un ejército muy atractivo: Essex, Donnintong y Chariot tienen miniaturas para sármatas, que yo sepa. Puede que haya más.
Nota de Endakil: Las miniaturas de la fotografía pertenecen a la fantástica colección de David Kuijit y son modelos de la marca Donnington. Las miniaturas a pie son de la marca Essex. Podéis ver la galería completa en la sección Eye Candy de Fanaticus.

Cayo Mario II. La amenaza perfecta.

Antes de seguir con nuestra narración, es preciso presentar a un importante personaje de esta historia. Se trata de Lucio Cornelio sila. Años después a los sucesos aquí narrados, Sila se erigiría dictador de Roma, entraría con su ejército en Roma y dirigiría la guerra contra Mitrídates del Ponto, pero, en estos momentos, era un joven senador patricio, con un pasado de pobreza y exceso, pero que había recibido por herencia la fortuna suficiente para llegar a senador. Sila se casó con otra nieta de Cayo Julio César “abuelo”, por lo que era cuñado de Mario. Éste lo atrajo a su bando, y Sila aprovechó la oportunidad para aprender sobre el poder y la guerra de un gran maestro como Mario. Además, Sila demostró estar a la altura. Fue Sila quien negoció la traición de Boco que permitió la captura de Yugurta, por ejemplo. En combate, Sila también demostró ser un líder valeroso e intuitivo, actuando con eficiencia bajo las órdenes de Mario. Tomará un papel muy relevante conforme avance esta narración.

Es necesario también resumir lo acontecido en Roma mientras Mario estaba en Numidia. Si recordáis, Quinto Cecilio Metelo, que en un arranque de desfachatez se había asignado el sobrenombre de “El Numídico”, como victorioso en esa tierra, había sacado su legión de estilo antiguo de Numidia, y la había mandado a la Galia, para enfrentarse a los germanos. Metelo perdió los poderes proconsulares y fue Quinto Cepio, otro patricio de rancio abolengo, el cónsul del año y el que tomó el mando de este ejército. Cuando terminó su año de consulado, Mario seguía en Numidia, y fueron elegidos dos nuevos senadores: Publio Rutilio Rufo, amigo y aliado de Mario, y Cneo Malio, del bando patricio, aunque de menor categoría que Cepio. Se supo entonces que los germanos volvían hacia el sur, así que el senado autorizó a Cneo Malio para que reclutara diez legiones del censo por cabezas, al nuevo estilo, y marchara al norte. Como Cneo Malio carecía de experiencia, el senado ordenó a Quinto Cepio que se pusiera a sus órdenes para asistirle, y entones comenzó el desastre…

Quinto Cepio se negó a subordinarse a alguien de inferior categoría, aunque ese alguien fuera el cónsul del año. Cepio no respondió a Cneo cuando éste le ordenó reunirse con él en la margen izquierda del Ródano. Por el contrario, Cepio subió al curso 20 millas y lo vadeó, acampando en una posición más adelantada que Cneo. Además, se había enviado una avanzadilla de caballería aun más adelantada, de manera que los romanos se dividieron en tres campamentos, uno detrás del otro, y demasiado separados como para apoyarse mutuamente. Mientras Cepio y Cneo se peleaban mediante mensajeros, los germanos aparecieron en el horizonte. Cepio quería toda la gloria de la victoria para él, y no se coordinó en ningún momento con Cneo. Tal vez os asombre, pero no fue la primera, ni sería la última vez, que la búsqueda de honor y privilegio personales causaron la muerte de miles de soldados y un gran daño a la causa a la que debían servir.
Alrededor de cien mil germanos pasaron por encima de la avanzadilla de caballería primero, del campamento de Cepio después (que estaba en franca inferioridad numérica) y llegaron al frente de batalla que sí había desplegado en campo abierto. No obstante, sus legiones eran muy inexpertas, y los gigantescos y brutales bárbaros los aplastaron con sus fieras cargas. Y luego, tan misteriosamente como vinieron, se giraron al norte y volvieron a desaparecer. En un par de días los romanos perdieron ochenta mil soldados.

Entre tanto, Mario había vuelto a Roma desde África con sus legiones, ahora convertidos en curtidos veteranos. Fue reelegido cónsul y marchó con ellas hacia las Galias, recorriendo la península itálica hacia el norte, estudiando mientras el estado de las carreteras y puentes que usaban, hasta llegar a la provincia de la Galia Transalpina. Acamparon cerca de Aquae Sextae, en una magnífica posición. Los germanos habían desaparecido, pero Mario se dispuso a esperarles hasta que volvieran, porque sabía que lo harían tarde o temprano, lo que ocurriría tres años más tarde. Durante ese periodo, Mario, conocedor de la naturaleza humana, sabiendo lo que el ocio podía hacer con sus soldados, procedentes de las capas más conflictivas de la socidad y entrenados para matar, dedicó sus tropas a arreglar carreteras y puentes, y a realizar algunas obras hidráulicas, y a entrenar, por supuesto. También rediseñó el pilum, aportándole una unión débil entre el asta metálica y el mango de madera. Esta unión se rompía tras el impacto, de manera que, una vez lanzada, ningún enemigo podía capturarla y lanzarla contra los propios romanos.
Nota: El pilum ya era anteriormente un arma magnífica. Su principales características eran el cuidado equilibrio, que permitía un lanzamiento muy efectivo, y la punta piramidal, de mayor sección que el asta metálica. Esta punta podía abrir un agujero en un escudo, por el que se colaría la fina asta metálica, permitiendo que la punta llegara incluso al cuerpo del enemigo a pesar de haber tropezado antes con el escudo.

Dicen que el aleteo de una mariposa en una isla del Pacífico puede provocar un ciclón en Europa. Tal vez fuera ése el motivo para que, veinte años atrás, los pueblos germánicos que habitaban las tierras bajas y llanas de la península de Jutlandia (la actual Dinamarca), viviendo del ganado que pastaba la fresca y nutritiva hierba que crecía allí, tuviera que abandonar sus tierras. Y es que una de las hipótesis que explica la súbita aparición de las caravanas de germanos apunta a un año de terribles tormentas e inundaciones, que elevó el nivel del mar, que invadió las llanuras, contaminando con sal la tierra donde la hierba dejó de crecer. Las tribus se pusieron en marcha con sus familias y los restos de sus ganados, con carros tirados por bueyes, y comenzaron a vagabundear durante al menos una generación. Marcharon al sureste, hasta el Danubio, y luego volvieron al suroeste, hasta que penetraron por primera vez en tierras romanas, hacía ya algunos años, y vencieron a los romanos. Y entonces descubrieron cosas nunca vistas por ellos: armas y armaduras magníficas, adornos, un pan blanco y tierno, vino… como pasó antes a los persas con los lidios, a los griegos con los persas, etc, los bárbaros comenzaron a admirar, envidiar y codiciar lo que sus nuevos enemigos poseían.

Sin embargo, los germanos no tenían en aquellos momentos iniciales ningún plan establecido. No se quedaban en un sitio si habían tenido que luchar por él. Por ello, aunque habían vencido varias veces a los romanos, siempre se volvían sobre sus pasos. Pero esto, en la época de Mario, iba a cambiar. Mario y sus tropas se estuvieron preparando durante tres años. Durante este tiempo, aunque no he podido contrastar este dato ni he encontrado referencias en otras fuentes, uno de los libros que he usado en este artículo, “El primer hombre de Roma”, de Coleen McCulough, propone que Sila se marcha a vivir con los germanos disfrazado de celta, para espiarlos y aprender cosas de ellos. Esto, insisto, no he podido encontrarlo en ninguna de las biografías de Sila que he hojeado, pero si es una licencia de la autora, debo decir que el relato de Sila a Mario de sus experiencias entre los germanos conforma algunas de las mejores páginas del libro. Mediante esta presunta “licencia”, la autora explica algunos aspectos de estas misteriosas tribus.

La invasión que se avecinaba estaba formada por cinco tribus: teutones y cimbrios, que son los germanos que habitaban originariamente el territorio de Dinamarca; queruscos, también germanos pero de la zona de la actual Alemania, que se unieron posteriormente, y marcomanos y tugurios, celtas, pero muy germanizados, también incorporados a la larga marcha recientemente. Habían avanzado todos hasta el Danubio, donde fueron rechazados por los celtas de la zona. Sus condiciones de vida eran muy duras, y no dudaban en eliminar a débiles, enfermos y mujeres sin compañero ni hijos adultos que las protegieran si no conseguían uno en el plazo de una estación. En combate eran terriblemente fieros, lanzándose casi sin protección contra las filas enemigas, formados en compactas filas de vociferantes guerreros, buscando romper al enemigo con el ímpetu de sus cargas. Habían vagado sin plan hasta que surgió de entre ellos un cimbro, Boiorix, que se erigió rey de todas las tribus de la caravana.
Boiorix era distinto: aprendió latín, estudió a los romanos torturando a los prisioneros, pactó con distintas tribus celtas un paso franco por sus tierras, y estaba convencido de que los romanos no podrían hacerles frente. Había elaborado un plan brillante. Sus efectivos llegaban ya al millón de personas, de modo que dividió el grupo en tres y cada uno tomó una ruta distinta a través de los Alpes para entrar en Italia. Así se abastecerían mejor del territorio, y también, obligarían a los romanos a dividir esfuerzos. Cada grupo tenía el tamaño justo para ser una amenaza terrible para un ejército romano, pero no tan grande que no pudieran aprovechar su superioridad numérica, ya que todos los pasos hacia Italia eran estrechos y dificultosos.

El efecto es que Roma debía mantener más de un ejército, en un esfuerzo supremo de supervivencia, para no desaparecer. Boiorix envió a los Teutones hacia el paso el oeste, de Italia, por Aquae Sextae, donde aguardaba Mario. Él mismo, dirigiendo a los cimbros, entraría en Italia por el norte, cerca de la actual Verona. El resto de tribus entraría por el paso de Tergeste, por las estribaciones orientales de los Alpes. En el año en que Mario era elegido por quinta vez Primer Cónsul, Quinto Lutacio Catulo, otro patricio, era elegido segundo cónsul. Mario le ordenó formar un nuevo ejército con el nuevo estilo de legiones, y marchar al norte para interceptar a los cimbros. Mario se quedaría a luchar contra los teutones. La esperanza romana era eliminar estas dos invasiones y luego marchar juntos a por la tercera, la más oriental. Además, Mario dudaba de la capacidad militar de Catulo, así que ordenó a Sila que lo acompañara, y que no dudara en tomar el mando si Catulo ponía en peligro el ejército.

El primer enfrentamiento fue con los cimbros. Catulo, como había previsto Mario, había llevado a su ejército a un enclavamiento pésimo: un estrecho valle, en Tridentum, donde sólo era cuestión de tiempo que los germanos pudieran rodearles por las estrechas veredas de las montañas. Cruzaron el río que recorría el valle por su único puente, y montaron el campamento. Sila promovió un motín entre los oficiales, y al final, Catulo entró en razón, y cedió, dando la orden de repliegue, justo cuando los exploradores daban aviso de la cercanía de los germanos. El ejército consular de Catulo bajo el mando de Sila hizo un repliegue impecable, cerrando huecos, cruzando el puente mientras los ingenieros serraban los maderos para dejarlo caer. Cuando sólo quedaba una legión de samnitas (aliados itálicos, antiguos y temibles oponentes de Roma antes de que conquistaran la península), los valientes jinetes cimbros de vanguardia irrumpieron en el valle, vociferantes, y cargaron contra el campamento a medio terminar donde estaban los samnitas. El ímpetu inicial les llevó a atravesar sus líneas, pero los samnitas se reagruparon al mismo tiempo que los jinetes germanos también se reorganizaban. En ese momento, la infantería de los cimbros entró en el valle. Los samnitas quedaron atrapados entre los jinetes, que obstaculizaban su paso hasta el puente, y los guerreros. Sin embargo, no se arredraron. Los jinetes cargaron de nuevo contra ellos para empujarles hacia los guerreros. Pero los samnitas, escudos en alto, lanzaron una brutal carga y terribles andanadas de jabalinas y pilums. Hay que tener en cuenta que los samnitas eran tradicionalmente los mejores lanzadores de toda Italia. Los jinetes cimbros retrocedieron, se reagruparon y cargaron de nuevo, pero los samnitas estaban decididos a vender caro su pellejo. Nuevas andanadas de proyectiles pusieron en fuga a la caballería cimbra, y los samnitas cerraron más su formación para, siguiendo a la carrera, cruzar el puente, con los guerreros pisándoles los talones. Cuando cruzaron, los bueyes atados a los pilares del puente tiraron y lo derribaron, dejando a los germanos momentáneamente aislados.

Tridentum estaba perdido, pero los romanos tuvieron muy pocas bajas, salvándose del desastre. Los cimbros habían conseguido colarse en Italia. Pero Sila tenía un plan muy astuto. Mientras los germanos seguían descendiendo por el valle hacia los llanos del Padus, Sila ordenó la evacuación del territorio. Los romanos cedieron terreno a los germanos, pero con la intención de que las tribus se sintieran tentadas de quedarse en aquellas fértiles tierras, y así, ganar tiempo. Tiempo para que Mario aplastara a los teutones en el oeste y se reuniera con ellos, para vencer a los cimbros. Y el plan funcionó inicialmente. Los cimbros se detuvieron. De cómo Mario se enfrentó a los teutones y de la lucha final contra los cimbros, tratará el próximo y último capítulo de esta historia.

La lista de DBA para representar las invasiones germanas es la II/47, en su variante a), Cimbros y Teutones. Esta lista dura además hasta la victoria de Mario sobre ellos, en el 102, con lo que es especialmente fiel. Vemos dos elementos de Cv, uno de ellos como general, como los que aparecieron en Tridentum. Luego hay una plaqueta de Ps, que representan a los exploradores germanos, y el resto de ejército, formado por temibles Wb. Las Wb matan al simple a toda la infantería pesada, aunque para que sea más efectiva deben formarse con dos peanas de profundidad. Son un terrible ejército de choque, y si no hay espacio para maniobrar, las Wb son muy rápidas y pueden efectuar terribles ataques en puntos débiles de la línea enemiga. Recuerda que las Wb pueden mover dos veces si la segunda acaban en contacto con el enemigo. Sin embargo, si el combate se prolonga, pueden ser eliminadas. Tienes que elegir bien dónde van a atacar, y protegerles de la caballería enemiga con tu propia Cv. Yo he visto germanos de Essex y están francamente bien. También podrías usar, con menos rigor, celtas de Corvus Belli, por ejemplo, pintando los ropajes con colores oscuros, no como los brillantes tejidos de los celtas
Nota de Endakil: Las miniaturas de la imagen pertenecen a la colección particular de Michael Sng Woei Shyong. Son una mezcla de modelos de Essex, Charito y Corvus Belli. Podéis ver la galería al completo en su página personal.

Los Pueblos del Mar: la primera Edad Oscura

jueves, 20 de septiembre de 2007

Alrededor del año 1200 a.d.C., tras la caída de Troya, todos los registros de las civilizaciones principales de la Edad de Bronce, a excepción de los egipcios, desaparecieron súbitamente. Micénicos, hititas, el reino Mitani, Ugarit… En no más de una generación de hombres simplemente parecieron evaporarse del Mediterráneo y Asia Menor. De repente, los ricos asentamientos mediterráneos, las populosas ciudades, fueron abandonadas, y una población drásticamente menguada decidió buscar nuevos asentamientos en las montañas de las islas, en lugares accesibles desde el interior, pero terriblemente inaccesibles viniendo desde el mar, y fácilmente defendibles por un puñado de hombres.

Durante años, este cambio en los registros arqueológicos fue un misterio, hasta que se puso en relación con los textos tallados en las paredes del templo egipcio de Medinet Habu. En él, se encontraron una serie de bajorrelieves y textos conmemorativos, que contaban una terrible historia. En ellos se vieron representados unos extraños guerreros con exóticos cascos y armaduras, escudos redondos y pequeños y largas espadas, demasiado largas para ser de bronce. Estos guerreros atacaron Egipto desde Libia, aliándose con ellos, y desde el mar, pero ya habían pasado por toda la costa de las islas griegas, Asia Menor y Siria, y parecía que habían ido destruyendo todo a su paso. Estos guerreros, en realidad una confederación de tribus, enumeradas en los textos de Medinet Habu, fueron bautizadas por el único pueblo que resistió su poderoso embate, aunque a duras penas. Fueron llamados los Pueblos del Mar.

En realidad sabemos muy poco de estas tribus, salvo que establecieron una coalición temporal. Entre las tribus encontramos los Sherden, los Lukka, los Peleset, etc. En algunas fuentes he encontrado unidas también los dorios, que invadieron Grecia por esta época, llegando hasta el Peloponeso (los espartanos de la época clásica eran estos dorios invasores), pero los dorios recorrieron otra ruta, quedándose como decía en el Peloponeso y algunas islas cercanas. Pues bien, los pueblos del mar surgieron, aparentemente, de algún lugar de Anatolia, y no se sabe si fueron los causantes o bien la consecuencia de la caía de los pueblos hititas y el reino de Troya. En algún momento aprendieron, al parecer de los propios hititas, la metalurgia del hierro, que exigía más calor que la del bronce. Con estos conocimientos, los pueblos del mar se equiparon de una manera para la el resto de civilizaciones no estaba preparada. En efecto, la guerra típica de la época se luchaba básicamente sobre carros ligeros, con apoyo de infantería poco entrenada. Las tácticas de los pueblos del mar, si bien incluían cierto número de carros, se basó en un soldado de infantería bien equipado con armadura de cuero, cascos con cuernos o un llamativo tocado de cuero vuelto hacia arriba, escudos redondos, dos jabalinas y espadas largas de acero. Este tipo de tropa tenía cierta libertad de movimientos para absorber las cargas de los carros, y al mismo tiempo, una potencia en combate cerrado que las armas de bronce no podían batir. El bronce simplemente se quebraba si era golpeado por las armas de acero. Con el carro trabado en combate, el auriga, siempre fuertemente acorazado pero sin libertad de movimientos, era presa fácil de estos guerreros.

Una vez establecida la coalición, las tribus se pusieron en marcha llevando todas sus pertenencias y familias con ellos, en grandes carromatos tirados por bueyes, buscando nuevos territorios donde asentarse. Por lo tanto, los grandes ejércitos basados en carros fueron vencidos con facilidad. Además, los pueblos del mar destruyeron importantes ciudades, y se piensa que desarrollaron una tecnología verdaderamente avanzada en los asedios. En un momento dado, se echaron al mar y avanzaron de isla en isla, destruyendo ciudades y palacios. Se piensa que en Creta establecieron una pequeña ciudad, una vez que los pobladores micénicos se refugiaron en las montañas de la isla. Como testimonio del terror que llegaron a causar, debe citarse el texto encontrado en una tablilla de arcilla, escrito por un joven rey de Ugarit, pidiendo ayuda a su padre: “Padre mío, siete naves han sido avistadas, y ya han causado grave daño a los míos. Os ruego me asistáis en esta hora funesta”. La tablilla se encontró en un horno de arcilla donde se cocía, y de donde no llegó a salir, ya que el palacio fue destruido en un ataque de los pueblos del mar antes de que el mensaje pudiera ser enviado. Mientras, en Egipto, un joven y valiente rey llamado Ramsés III comenzaba a escuchar preocupantes noticias.

Poco a poco se perdía contacto con las antiguas ciudades y civilizaciones micénicas, hititas. Los enclaves comerciales desaparecían, y había rumores: rumores de unos temibles y extraños guerreros que destruían todo a su paso. Rumores de unas tribus extranjeras, embajadoras de una nueva época de oscuridad. Y Ramsés supo prever que tarde o temprano, su propio pueblo se vería sometido a una dura prueba, porque la ruta llevada hasta entonces por las tribus las acabaría llevando hasta Egipto. El primer contacto con dichos pueblos fue con la tribu de los Sherden. Éstos se adelantaron al resto de las tribus y navegaron hasta Libia, donde fueron contratados como mercenarios en el ejército libio para atacar Egipto, en el 1179 a.d.C. Ramsés III reunió el mayor ejército que pudo, y les presentó batalla con lo que tenía. Los libios habían sido vencidos anteriormente, pero los Sherden inflingieron un duro castigo a los egipcios. Sin embargo, los números se impusieron, y, aunque con grandes bajas, Ramsés ganó la batalla. Pero supo que frente a un número mayor de enemigos, estaría perdido. Aquel extraño metal de sus espadas simplemente era demasiado para sus tropas. El faraón, no obstante, no se amilanó, y, previendo una futura invasión por mar, se preparó para elegir él su mejor campo de batalla. La decisión de Ramsés fue crucial. Sabía que en batalla campal estaría perdido, pero para que se produjera dicha batalla, los pueblos del mar debían desembarcar. Y Egipto tenía muchos barcos. Finalmente, la batalla tuvo lugar en el 1176 a.d.C.

En mi opinión, la batalla contra los pueblos del mar en la desembocadura del Nilo fue el épico fin de una edad. Fue una batalla desesperada en la que la última gran civilización mediterránea se jugó su existencia y su historia. No debemos olvidar, que, por ejemplo, la caída de los hititas fue tan brutal que no se encontraron restos de ellos hasta el siglo XX. Las patrullas marítimas egipcias avistaron la gran flota de los pueblos del mar y dieron la voz de alarma. El resto de la flota egipcia navegó con presteza por entre los múltiples canales de las bocas del Nilo. Los pueblos del mar no era navegantes expertos, y la guerra marítima les era ajena. Siendo navegantes más experimentados, a los egipcios no les fue difícil maniobrar entre sus naves y comenzar a lanzar andanada tras andanada de flechas con sus excelentes arqueros embarcados para diezmar a las tripulaciones enemigas antes de que tocaran tierra. El ataque fue tan furioso y cogió a los pueblos del mar tan de improviso que sus barcos se fueron quedando aislados rodeados de enemigos, y pocos llegaron a desembarcar. Ramsés III eligió correctamente el terreno de la batalla y triunfó.

En las escenas del temblo de Medinet Habu se ve a los soldados enemigos saltar al agua atravesados con flechas, o hundirse con sus barcos y su equipo. Los pocos que llegaban a la orilla eran rápidamente capturados. La derrota fue tan total que la coalición de tribus desapareció, y la amenaza de los pueblos del mar se extinguió para siempre, ahogada en la mezcla de agua, sedimentos y sangre de las bocas del Nilo. Egipto esclavizó y utilizó a los soldados capturados como guardianes para sus fronteras. Así, los Peleset, por ejemplo, fueron asentados en Palestina. Algunos años después, con Egipto en plena crisis, se independizaron establecieron un reino propio, que tal vez os suene más: se les llamó filisteos, los de la Biblia.

Aunque la amenaza despareció, el mundo ya había cambiado. Las civilizaciones de los palacios, es decir, micénicos e hititas, así como Ugarit, desaparecieron. En efecto, el palacio era en centro de la vida y del gobierno. Con los palacios destruidos, los reinos de desarticularon. Aunque surgieron nuevos reinos, fueron pequeños y en cierta medida miserables comparados con los anteriores. Además, se habían perdido muchos conocimientos, y comenzó por lo tanto una primera Época Oscura, que duraría hasta el siglo VII a.d.C., con el resurgir de las polis griegas y las grandes civilizaciones de oriente (medos, asirios y posteriormente, persas). Por otro lado, la guerra también cambió, comenzando a evolucionar hacia una guerra en la que predominaba el soldado de infantería sobre la lucha desde carros, que quedó prácticamente abandonada. Por otro lado, la tecnología del acero comenzó a extenderse, eliminando a las antiguas armas de bronce.

La lista de DBA que representa a los pueblos del mar es la I/28. En ella se ve el general, que puede ir en carro o a pie, como Bd (soldados preparados para luchar con armas de mano y escudos). Tened en cuenta que un general Bd lucha con un +6/+4, ya que suma +1 al resultado del combate. Es un auténtico carnicero. Luego hay ocho elementos más de Bd. Es decir, de 12 peanas, 9 pueden ser Bd, que son la infantería más bestia del juego. Luego hay una opción para meter auxiliares o psilois. Este ejército se considera uno de los más duros de pelar de DBA. Contra infantería no tienen rival, y contra caballería, pueden disponer de algunos psilois que apoyen a los Bd frente a dichas tropas montadas. En dicha lista podemos ver a los enemigos que hemos nombrado en este artículo: I/26, micénicos tardios; I/24, Imperio Hititia; I/22, Nuevo imperio Egipcio (el de Ramsés III), y I/20, tropas sirio cananitas y ugaríticas. Todos estos fueron los ejércitos contra los que lucharon los pueblos del mar. Se pueden encontrar minis para este ejército en los catálogos de Venexia miniaturas y Magister Militum, que yo sepa. Las de Magister militum son bonitas. Las otras, a mí no me parecen malas, pero he leído a gente que las tiene y dicen que son algo feas.

Cayo Mario I. Las nuevas legiones y la campaña de Numidia

A finales del siglo I a.d.C, el senado y el pueblo romano no parecía pasar graves apuros que amenazaran su supervivencia. Cartago había sido destruida hacía 30 años por Escipión Emiliano, al igual que Numancia, el último bastión de resistencia celtíbera. Las fronteras de la Galias, que mantenían una franja de territorio costero suficiente para comunicar por tierra la península itálica con la hispánica parecían estables y los pactos con los restantes pueblos itálicos eran respetados. Sin embargo, dos nuevos frentes a los que no se prestaba demasiada atención atenazaban a Roma, poniéndola al borde de su destrucción: por un lado, el conflicto sucesorio de Numidia, reino vecino de la provincia africana romana, y por otro, un misterioso pueblo que apareció de la nada desde el norte de Europa, llamados germanos.

En el reino de Numidia, que se había formado al haber sido destruida Cartago, con ayuda de Roma, se planteaba una disputa sucesoria entre los descendientes legítimos del primer rey númida Masinisa, y su nieto bastardo, el brillante Yugurta, que se las había apañado para conseguir el trono. Los demás herederos habían viajado a Roma y, sobornando a los senadores adecuados, habían conseguido que el senado se inmiscuyera en la cuestión sucesoria. Yugurta había viajado a Roma también, pero no consiguió sobornar a los adecuados, así que tuvo que huir rápidamente de vuelta a su país, y comenzó a preparar su ejército, ya que el Senado Romano le declaró la guerra. Pero esta vez, habiendo luchado codo con codo con Roma contra los celtíberos, comenzó a preparar sus númidas con tácticas y equipos al modo de las legiones, dispuesto a no ceder fácilmente y a vender caro su pellejo. Además, buscó ayuda de su suegro, el rey Boco o Bogus, de los mauritanos (lo que es actualmente Marruecos).

Los germanos ya habían destruido dos enormes ejércitos romanos. Estos ejércitos, formados por legiones tradicionales, se organizaban a partir de reclutamiento de propietarios romanos y de los aliados itálicos, pues eran los únicos con dinero suficiente para pagarse el equipo de soldado de la época, que consistía en sandalias, cota de maya, casco, un escudo grande y oval, lanza y/o gladius más una jabalina arrojadiza llamada “hasta” (que daba nombre a un cuerpo del ejército, los hastatii). Estos ejércitos, por lo tanto, se nutrían de un estrato social sumamente productivo, que mientras durara la campaña, dejaban de trabajar en sus negocios. Sorprendentemente, los germanos giraron grupas y retrocedieron después de destrozar a cada ejército, por lo que no parecían una amenaza inmediata. Al menos, eso pensaba la mayoría de los senadores, y, sobre todo, los patricios del senado, los nobles, que nunca llegaron a apreciar el terrible daño que la pérdida de cientos de miles de propietarios plebeyos suponía para Roma. Sin embargo, en el senado había un senador de origen plebeyo, pero muy rico, proveniente de los territorios itálicos, al que parecía haber pasado la edad para ser nombrado uno de los cónsules que se elegían cada año y dirigir ejércitos. Se llamaba Cayo Mario, y aunque ya había demostrado ser uno de los mejores soldados y líderes militares de Roma a lo largo de una vida dedicada al ejército, su falta de sangre patricia le había mantenido apartado de los principales puestos políticos.

Pero Cayo Mario sí vio el peligro que amenazaba a Roma. En el peor momento, tras perder cientos de soldados y equipos, dos frentes simultáneos se abrían. Cayo Mario se casó en segundas nupcias con una hija de Cayo Julio César, (el abuelo de “la criatura”, no el Julio César que todos conocemos) y así, consiguió ser incluido en el ejército del cónsul Quinto Cecilio Metelo, un patricio enemigo de Mario, que reunió tropas de propietarios suficientes para embarcarse hacia Numidia. Mario se encargaría de funciones logísticas, lo que se le daba muy bien. Además, contó con la ayuda de su amigo Publio Rutilio Rufo, también asignado a la campaña númida. Metelo comenzó la campaña pero pronto demostró no estar a la altura de Yugurta, cuyos movimientos siempre fueron por delante de él, y sólo la presencia de Mario y Rufo evitó el desastre del ejército consular. La guerra se estancó y Metelo pidió los poderes proconsulares para el año siguiente, ya que su mandato de cónsul terminaba en pocos meses. Mientras, en Roma, apoyado por la facción de Julio César, el nombre de Mario comenzó a sonar con fuerza para ser elegido cónsul el siguiente año. Metelo se enteró, y trató de retener a Mario en Numidia el tiempo suficiente para no llegar a presentar su candidatura, aunque no lo consiguió.

Mario fue elegido cónsul, y en una maniobra sin precedentes, consiguió que la Asamblea de la Plebe (el otro organismo que regía Roma, contrapuesto al Senado) censurara el mandato de Metelo al frente del ejército. Esto era grave, ya que normalmente el Senado se reservaba los poderes sobre las guerras externas. Metelo tuvo que volver a regañadientes, pero trató de fastidiar a Mario. Como las levas estaban a su nombre, tenía derecho a traer el ejército consular de vuelta a Roma, con lo que Mario, que pretendía seguir la campaña y terminarla rápidamente, se vio de súbito sin tropas que comandar. El ejército de Metelo fue reasignado a la defensa de las fronteras del norte, contra otra posible invasión germana. Sin embargo, Mario era un tipo muy especial. Todo esto ya había sido previsto por él. Conocedor de que ya no había propietarios suficientes en toda la península para organizar más legiones, comenzó una reforma histórica que levantaría ampollas entre los patricios, pero que salvaría a Roma e iniciaría el camino que conduciría a Roma a la conquista del mundo. Lo primero que hizo fue enrolar no a propietarios, sino a la clase más baja, improductiva y despreciada de Roma, el censo por cabezas (o proletarios, aunque no lo confundáis con “proletario” en su sentido actual): chulos, matones, bandidos, ociosos, aventureros… Malvivían en los arrabales y barrios populares de Roma de las migajas que el senado les daba, y sólo eran tenidos en cuenta cuando faltaba trigo, pues los senadores sabían que eran capaces de formar terribles revueltas, porque eran decenas de miles. Imaginaos la que se formó en el Senado cuando Mario reveló sus intenciones. Como esta clase no tenía dinero para pagarse el equipo, Mario aprovechó el tesoro de Roma para comprarlo y entregarlo a los soldados, junto a una paga como soldados profesionales, de la que se descontaba poco a poco el equipo suministrado.

El equipo, además, se estandarizó para toda las legiones. Desaparecieron los Princeps y triarii como cuerpo de lanceros. Todos los legionarios se equiparon con casco, cota de malla, gladius, escudo, pilum, puñal y capa para la lluvia. Es decir, Mario creó la figura del legionario profesional. Además, tendrían derecho a una parte el botín que se capturara. Y por si no fuera poco, el ejército se hacía cargo, mediante un fondo de compensación que salía de las pagas de los soldados, de los funerales de legionarios no muertos en batalla. Por lo tanto, Mario consiguió que enrolarse fuera atractivo, de modo que en un tiempo récord, consiguió reunir y entrenar a seis legiones totalmente nuevas.

También aprovechó la inexperiencia de los soldados para cambiar la estructura de mando. El manípulo, formado por dos centurias, se había quedado demasiado pequeño para ser efectivo contra la masa enloquecida y compacta de tribus bárbaras celtas y germanas, que habían sido los últimos enemigos de Roma, y desapareció, quedando como unidad táctica la cohorte, formada por seis centurias. Los mandos de adaptaron a esta nueva estructura. Las señales de mando tuvieron que ser modificadas, porque la mayoría de legionarios no sabían leer ni reconocer números, y se simplificaron. Además, Mario en persona diseño un estandarte que serviría de punto de reunión, portado por el mejor soldado del grupo: un águila de plata, (a que os suena), portada por el “aquilifer”. Por otro lado, Mario también previó el tipo de guerra que tendría que luchar en Numidia, una guerra de movilidad en un territorio inmenso, en el que Yugurta no sería encontrado si no deseaba serlo. Sistematizó la logística de su ejército, de manera que, si era necesario, las legiones podían organizarse de manera especial para marchar ligero. Cuando tal cosa ocurría, cada soldado cargaba con su cota, colgando de la cintura para distribuir su peso en la cadera; su gladius y puñal; el casco, que se había simplificado eliminando el penacho de crines de caballo; el escudo, que seguía siendo oval pero se había acortado hasta medir alrededor de un metro, con el único fin de poder cargarlo a la espalda y que no estorbara en los pies ni las piernas, y un palo con un hatillo en el que se disponían raciones para tres días de camino, productos para el cuidado de las armas y algunas herramientas. Los legionarios iban cargados pero el peso iba bien distribuido. Entre ellos, comenzaron a llamarse “las mulas de Mario”. Además, a cada grupo de ocho hombres se le asignó una mula, en la que llevaban los pila, más raciones de comida y ocho estacas, una de cada soldado, ya cortada y afilada para preparar el campamento cada noche. Además, cada centuria (ochenta combatienes y veinte no combatientes) recibió un carro de mulas con más equipo: tiendas, etc. Esta estructura dotó a la legión de una movilidad de la que carecía antes, ya que el transporte, al no estar organizado, dependía mucho de los medios personales que cada legionario pudiera aportar.

Por fin Mario invadió Numidia. Yugurta lo conocía bien y sabía que en una batalla campal no podría vencerle, así que, contando con la excelente caballería ligera de los gétulos, se dedicó a lanzar ataques sorpresas a las zonas habitadas donde los romanos pudieran abastecerse. Mario, a su vez, también fue atacando las ciudades númidas que fueran reservas de grano para el ejército de Yugurta. Los esfuerzos tácticos, políticos y estratégicos de Mario tuvieron como objetivo que el rey Boco de Mauritania se aliara con Yugurta. Aunque parezca absurdo, sólo esta alianza daría suficiente confianza a Yugurta para presentar batalla campal, el tipo de batalla rápida y definitiva que precisaba Mario. Al fin, Boco traicionó a Roma y se alió con Yugurta, y la batalla tuvo lugar. Las legiones marchaban hacia Cirta. Había anochecido y los romanos estaban terminando de construir su campamento, y de la nada surgieron Yugurta y Boco con sus terribles jinetes, que no usaban silla siquiera, y cargaron con sus jabalinas y largas y finas espadas, y asaltaron el campamento. Al principio, la batalla fue desfavorable para los romanos, pero una vez se hicieron con suficientes teas, la organización romana permitió reagrupar filas y cerrar huecos, y luego contraatacar. Al amanecer, los númidas se retiraron con bastantes bajas, pero sin perder el orden. Mario había sufrido muy pocas bajas, no obstante. Cuatro días después, volvieron a atacar por sorpresa, pero esta vez Mario ya lo esperaba. Ejecutando un despliegue de filas impecable a partir de una formación defensiva en cuadro, los romanos presentaron un formidable frente contra el que se estrellaron los númidas. Yugurta, desesperado, trató de mantener el combate más tiempo del adecuado antes de dar orden de retirada, y su ejército fue destruido, aunque Yugurta y Boco huyeron.
Desde ese momento, Mario, que había evaluado correctamente a Boco, contactó con él para que le entregara a Yugurta a cambio un tratado de paz con él. Boco accedió, y traicionó al rey númida, que terminó encadenado destino a Roma. Mario llegó a Roma victorioso, pero su mandato como cónsul no sería más que el primero de siete.

Sobre como Mario tuvo que marchar al norte a luchar contra los germanos tratará la segunda parte de este artículo.

Los ejércitos descritos en esta historia son: II/40 Númidas y moros tempranos, y la II/49, Romanos de Mario (nunca mejor dicho). La lista de Numidia consta de un gran número de elementos de caballería ligera, incluso para el general., y luego tropas ligeras armadas con jabalinas, que pueden ser representados por Ax o bien por Ps. Por último, hay una opción para incluir 1 elefante, y también un Bd. Esta peana representan los esfuerzos de Yugurta por entrenar en el modo romano a su ejército. Es un ejército de baja agresividad y terreno montañoso. Con los Ax puede dominar un campo con mucho terreno difícil, y la LH puede aprovechar los espacios abiertos que haya. Es un ejército muy bonito para pintar y jugar con él, por su alta movilidad. La lista de Mario es muy interesante si se compara con los ejércitos anteriores romanos, los Polybian Roman (II/33). Lo que vemos es que los Sp del polibian han desaparecido. Todos los legionarios de Mario son Bd. Por cierto, estas tropas lanzaban el pilum al enemigo antes de cargar con las espadas. Por ellos, las miniaturas podemos encontrarlas con pilum o gladius, pero tened en cuenta que los legionarios con pilum no se consideran Sp, sino Bd, su arma principal. Por otro lado, los equites alares (Cv) sigue estando presente, así como los Ps. Sin embargo, existe la opción para formar al general como Bd (un Bd general tiene +6/+4, una máquina de matar), y además puedes meter caballería ligera, que puede representar a aliados africanos en una época posterior a la campaña de Numidia. El alto número de Bd hace de este ejército una apisonadora, aunque contra ejércitos de mucha caballería y elefantes, puede llegar a pasarlo mal, ya que no es muy móvil. No obstante, cuanta con algunos Ps para apoyar a los Bd frente a montados enemigos. Corvus Belli tiene una gama EXCELENTE de miniaturas para representar a estos ejércitos. Y además, los soldados “Marian Roman” existen como tales, en una gama distinta a los Early Imperial Roman. Para que los reconozcáis, los Marian roman llevan cotas de malla y escudos ovalados

Batalla por Delfos

lunes, 17 de septiembre de 2007

Corre el año 279 a.C. y toda Grecia contiene el aliento.
El año pasado los celtas asentados en la zona de los Balcanes han sometido a los panonios y los dárdanos y han matado en batalla a dos reyes macedonios: Ptolomeo Keraunos y, más tarde, el héroe Sóstenes.
No contentos con estas hazañas han continuado su implacable avance derrotando a los tracios, los getas y los tribalos.

Los griegos toman conciencia de la terrible amenaza que se cierne sobre ellos y se preparan para detener al invasor, una vez más, en el legendario paso de las Termópilas. Allí se reúne una alianza de Beocia, Focidia, Megara, Etolia y Atenas junto a contingentes mercenarios macedonios y seleucidas. Los helenos, apoyados desde el mar por la flota ateniense, actúan con heroísmo y consiguen poner en desbandada a los celtas. Ante esta situación Breno, el general celta, pretende repetir la artimaña de rodear a las tropas griegas a través de un paso de montaña pero, en esta ocasión, los helenos se han cubierto las espaldas poniendo en guardia una guarnición de 500 hombres bajo el mando del seleucida Telesarco que consigue frustar los planes de los invasores, aunque el propio Telesarco fallece en la escaramuza luchando con bravura.

Escamado con la inquebrantable situación Breno decide enviar un poderoso contingente para atacar a la Liga Etolia, con la esperanza de que estos retiren sus tropas de la alianza para defender sus propios territorios.
El plan tiene éxito en un primer momento, las tropas celtas arrasan la región cometiendo horribles crímenes y destrozos, pero las fuerzas etolias consiguen regresar y enfrentarse al invasor con éxito. Los celtas se repliegan a sus posiciones iniciales pero la población etolia, llena de odio a causa de las atrocidades cometidas por los invasores, atacan masivamente a los hombres en retirada diezmándolos y obligándolos a huir a la desesperada.

Al mismo tiempo que esto sucedía Breno vuelve a intentar la treta de rodear a los griegos de las Termópilas aprovechando una densa niebla. Esta vez el plan tiene más éxito y consiguen desbordar a un pequeño contingente focidio. Superados ampliamente en número los hombres de Focidia, tras una desesperada defensa, no tienen otra opción que descender a la carrera y avisar a los aliados de lo que se les viene encima. Por fortuna la flota ateniense consigue embarcar a los hombres a tiempo pero ahora, asustados con lo alarmante de la situación, cada contingente pide ser devuelto a su polis para ocuparse de su propia defensa.

Frustrado por la huida de los griegos Breno decide aprovechar la situación y dirigir a sus hombres contra el santuario de Delfos, rebosante de riquezas aportadas durante siglos por las polis helenas y, últimamente, por los diádocos europeos y asiáticos. La perspectiva debía ser indescriptiblemente seductora para los bárbaros y no se lo piensan dos veces.
Los focidios se dan cuenta de que la situación es ahora realmente desesperada y reunen cuantas tropas pueden para la protección del santuario. Allí llegaron hombres de todas las polis de la liga encontrándose con unos cuantos etolios y unos 400 hoplitas de Amphisa.

Cuando contaron sus efectivos una desagradable sensación debió extenderse entre los griegos; había allí alrededor de 40.000 hombres de la liga viendo acercarse a unos 100.000 celtas entre infantes y jinetes. Pero entonces sucedió el milagro.
Era un crudo invierno, las laderas del monte estaban cubiertas de nieve, soplaba un fuerte viento y amenazaba tormenta cuando, de pronto, se desencadenó un pequeño terremoto al mismo tiempo que una fuerte tormenta eléctrica se desataba sobre Delfos. Los celtas detuvieron su avance asustados... estaba sucediendo lo único que temían: ¡el cielo se caía sobre sus cabezas!
Por su parte, los griegos también interpretaron rápidamente el prodigio: ¡los dioses se ponían de su parte, Apolo defendía su templo y Zeus lanzaba sus rayos sobre los invasores!
La convergencia de ambas interpretaciones dio lugar a una situación asombrosa: los celtas se retiraban horrorizados ante la mayor de sus pesadillas mientras los griegos se lanzaban montaña abajo henchidos de fe y arrojo realizando actos de increíble heroísmo.
Por aquel entonces Filomelo y 1.500 refuerzos etolios llegaban a tiempo para presenciar aquel asombroso espectáculo no pudiendo hacer más que quedarse fascinados ante la épica escena que tenía lugar ante ellos.

Los celtas, más mal que bien, consiguieron replegarse hasta su campamento pero, al llegar la mañana, la situación se les había vuelto totalmente en contra. Ahora estaban rodeados por los exultantes defensores de Delfos y por las tropas ligeras que ocupaban el monte Parnaso.
A un tiempo las tropas del santuario cargaron contra ellos mientras los peltastas y psilois de su retaguardia los castigaban terriblemente con proyectiles de todo tipo. Los celtas intentaron presentar una defensa pero, tras resultar herido el propio Breno en combate, se batieron en una huida caótica mientras los etolios los cazaban como animales. Sólo la noche salvó a los invasores de la total aniquilación.

Inspiradas por los gloriosos hechos acontecidos todas las polis griegas enviaron cuantas tropas pudieron para enfrentarse a los hombres de Breno que, junto a las fuerzas de otro chieftain celta de nombre Acicorio, abandonaban a toda prisa sus posiciones en Heraclea y se disponían a cruzar el Esperqueo. Cual sería su sorpresa al descubrir que melios y tesalios defendían la otra orilla. La batalla fue una auténtica masacre y tan solo unos cuantos lograron sobrevivir.

Años más tarde, lo que quedaba de la población celta en la región de Peonia se dividió y, mientras unos se asentaban en Tracia y otros cuantos conseguían regresar hasta la Galia, una parte de ellos cruzaron a Asía, se adentraron en Anatolia y fundaron un reino llamado Galatia. Aquellos hombres vivieron allí durante largos años, realizaron hazañas asombrosas y llegaron a servir como mercenarios en el lejano Egipto de los Ptolomeos, pero eso ya es otra historia...


La Batalla de Delfos en DBA

Orden de Batalla
- II/5 (f) Hoplitas Griegos Tardíos. Focenses.
- II/31 (a) Gálatas.

Terreno
Para simular la escabrosa región de Delfos deberán situarse tres colinas en el campo de batalla. Esos serán los únicos elementos de escenografía ocupando cada una un cuadrante hasta tener tres cubiertos (el cuadrante libre representará la llanura hacia la Argólida). Una de esas colinas será escarpada, deberá situarse un templo sobre ella y será el campamento griego. Los celtas deberán tener una colina detrás de su propio campamento.

Despliegue
Los celtas despliegan en un segmento de formado por una superficie rectangular de 600 y 800 pasos desde su borde del tablero, con una colina a sus espaldas.
Los griegos despliegan con normalidad en la zona de la colina escarpada con el templo, que será su campamento. Pero, además, pueden situar hasta dos elementos de psiloi o auxilia en la colina tras los celtas.

Reglas Especiales
Los griegos piensan que los dioses luchan a su lado, cualquier resultado de "huida" se sustituirá por un "retroceso".
Los celtas creen que el cielo se cae sobre sus cabezas, cualquier tropa que que se vea forzada a "huir" deberá retirarse y considerarse una baja más, ya que estos hombres habrán escapado como puedan del campo de batalla.

Pasajes de la Guerra del Peloponeso III. El asedio de Siracusa

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Saludos. Continuamos aquí el relato iniciado en el episodio anterior. Recordemos que, tras un intento infructuoso de atacar Siracusa desde el Olimpeio, al sur de la ciudad, los atenienses decidieron probar suerte desde las Epípolas, la elevación al norte de Siracusa. Habíamos dejado a los atenienses en la cima de las Epípolas, observando la ciudad. Pues bien, lo primero que hicieron los atenienses a continuación fue construir una serie de fortificaciones: el fuerte de Lábdalo al norte de las Epípolas, y un fuerte circular en el lado sur, en un emplazamiento llamado Sica.



La construcción de realizó en muy pocos días, de modo que aunque desde Siracusa se intentó asaltar Sica pronto, los atenienses estaban listos para rechazarlos. Entonces, Nicias y Lámaco pudieron desarrollar la estrategia de asedio ateniense clásica: la circunvolución de ciudades enemigas. El objetivo de dicha estrategia era aislar al enemigo en su ciudad cortando sus vías de aprovisionamiento. Combinando esto con el uso de la flota ateniense, confiaban en que Siracusa no tardaría en caer. Dice Tucídides que además, localizaron y destruyeron los conductos de abastecimiento de agua subterráneos que llegaban a Siracusa (al loro con el equipamiento de las polis griegas de la época).
El caso es de desde el fuerte circular de Sica, los atenienses comenzaron a construir un muro doble (es decir, por un lado se encaraba a Siracusa, y por el otro se encaraba a cualquier intento de ayuda exterior que intentara entrar en Siracusa), ambos hacia el sur. Con los artesanos y constructores que habían llevado los atenienses a la expedición, los muros avanzaban rápidamente.


La respuesta siracusana fue trazar a su vez una empalizada de contrabloqueo hacia el oeste, transversal a los muros atenienses, de modo que si rebasaban a los atenienses, éstos ya no podrían cerrar el paso a la ciudad. Como el muro avanzaba por el llano, lo construyeron más rápido que el ateniense. Una vez acabado dispusieron una guarnición. Pero los atenienses observaron durante algunos días el movimiento de las tropas que protegían el muro, y a su debido momento, escogieron 300 hoplitas (es un número épico) y se lanzaron a la carrera contra el muro, cogiendo a los siracusanos por sorpresa. Antes de que pudieran responder, ya estaban trepando por encima y lanzándose contra los defensores, poniéndolos en fuga. Luego, demolieron el muro y se llevaron numerosas estacas de madera y otros materiales para su propio muro en construcción.

Los siracusanos no se rindieron de todas maneras. Al día siguiente iniciaron otra empalizada que atravesaba las tierras pantanosas al sur de Siracusa, transversal a los muros atenienses. Además, cavaron en paralelo un foso delante de la empalizada, para dificultar otro asalto. Pero también los atenienses respondieron: mientras construían el muro de contrabloqueo siracusano, los atenienses localizaban los pasos más firmes a través del pantano. Coordinando un ataque de la flota, de madrugada, los trescientos hoplitas atenienses descendieron de las Epípolas al pantano y con puertas y pasarelas y construyeron un camino firme por el pantano mientras avanzaban. Al amanecer se lanzaron contra el segundo muro. Esta vez los siracusanos sí respondieron mejor, y habían reunido suficientes tropas para hacer frente a los atenienses. La batalla que tuvo lugar fue corta y desesperada. Sin espacio para maniobrar, a lo largo del foso y la empalizada, los trescientos atenienses se batieron con furia contra un enemigo más numeroso, y lo puso de nuevo en fuga. La mitad de los siracusanos corrió hacia la ciudad, y la otra mitad a lo largo del río Anapo, hacia un puente que les permitiría cruzar hacia el campamento del Olimpeio, donde los siracusanos habían plantado a su caballería.


Como los atenienses intentaron cortar el paso del puente a los siracusanos, la caballería del Olimpeio se lanzó contra ellos, y esta vez fue la línea ateniense, formada a toda prisa, la que cedió. Lámaco, desde la recién tomada empalizada, vio lo que pasaba y tomando un puñado de hoplitas árgivos y algunos arqueros trató de llegar hacia la desesperada posición ateniense, pero la tragedia se cebó sobre este valiente guerrero. Quedó atrapado en el fondo el foso y aislado con otros seis hoplitas, y allí, rodeado de enemigos, se batió con fiereza hasta que, sangrando por numerosas heridas, se desplomó muerto.

Como la batalla se complicaba en la empalizada y se extendía a todo el llano ante Siracusa, el resto de los atenienses descendió de las Epípolas hacia la empalizada de contrabloqueo, y los siracusanos que acababan de llegar a la polis tras huir de la empalizada, animados por el aparente cambio en los acontecimientos, esperaron a que bajaran todos los atenienses y se lanzaron contra el casi vacío fuerte de Sica, donde Nicias, que ya había caído enfermo, y un puñado de guerreros y sirvientes, tuvo una idea desesperada. Lanzaron toda la madera disponible (escalas, antorchas, estacas, etc.) que tenían en el fuerte hacia fuera, y le prendieron fuego. Los siracusanos tuvieron que detenerse al llegar allí. Esto dio tiempo al resto del ejército ateniense, ya reagrupado, para subir hacia el fuerte y atacar a los siracusanos. En ese momento, la flota ateniense, según el plan, hizo su aparición en el Puerto Grande y lanzó un ataque de distracción. Los siracusanos que estaban en las Epípolas lo vieron, y tuvieron que bajar a toda prisa hacia la ciudad. De este modo, los atenienses tomaron la segunda empalizada, y la demolieron. Los siracusanos salieron tan mal parados que ya no pudieron lanzar más ataques a los muros atenienses, que en los días siguientes cruzaron el pantano y llegaron hasta el mar. Ahora sólo les quedaba cerrar el cerco con un muro desde Sica hacia el norte. Los estrategos de Siracusa fueron destituidos, pero el principal problema es que no tenían a nadie mejor para sustituirlos. La misma mañana en la que la asamblea de Siracusa se reunía para decidir la manera de poner fin a la guerra, una rápida trirreme adornada con los emblemas de la flota corintia se coló en el puerto pequeño. Su trierarco bajó llevando un mensaje a la asamblea: “Resistid.- dijo.- Gilipo de Esparta está en camino.”.

Gilipo había llegado a Sicilia algunas semanas antes con sus cuatro naves, y había invertido el tiempo en recabar más tropas aliadas y más equipo tanto en la Magna Grecia como en otras ciudades de Sicilia, armando a todos los tripulantes de sus barcos, reuniendo unos 800 guerreros en total. De camino a Siracusa tomó algunas fortalezas de los sículos, aliados de los atenienses, y por fin, tras fijar el día e informar a los siracusanos, éstos hicieron una salida hacia el muro norte de los atenienses, que iba de Sica hacia Trógilo, todavía inacabado, al mismo tiempo que aparecía en las Epípolas Gilipo y sus tropas, por el ascenso del Eurelio, el mismo punto por donde subieron los atenienses. Gilipo cruzó rápidamente el muro inacabado para reunirse con los siracusanos, y trató de negociar con los atenienses su retirada de Siracusa, afirmando que aquella era su última oportunidad para irse en paz, pero no obtuvo respuesta. Entonces, Gilipo organizó el ejército siracusano y el resto de las tropas frente al incompleto muro ateniense, para evitar que pudieran salir. Mientras, envió un destacamento al fuerte ateniense de Lábdalo, tomándolo rápidamente, mientras estaban fuera de la vista de los atenienses. Las cosas de repente empezaron a cambiar, porque Gilipo demostró estar a la altura de los estrategos atenienses, y pronto se hizo con el fervor y la admiración de los siracusanos, que aprendieron a ver en él el líder que les faltaba.

De modo que al día siguiente de estos hechos, Gilipo dio instrucciones para que los siracusanos comenzaran un tercer muro de contrabloqueo hacia el norte, paralelo al muro de los atenienses, que todavía no habían acabado el cerco de Siracusa. El retraso de los atenienses les costaría muy muy caro.


Nicias empeoró. Su enfermedad hizo salir las mayores debilidades de su carácter. El súbito cambio en el curso de los acontecimientos le fue sumiendo en un lento proceso depresivo que fue haciendo desaparecer la iniciativa del ejército ateniense.. No obstante, ordenó fortificar el Plemirio, desembarcando allí muchos pertrechos, que con la flota ateniense serían sencillos de llevar al fuerte de Sica. Mientras, ambos muros crecían en paralelo, pero Gilipo observaba atentamente a los atenienses y atacaba los puntos débiles, distrayéndolos. Finalmente lanzó a los siracusanos a una primera batalla, pero el reducido espacio entre ambos muros, la experiencia de la falange ateniense se impuso. No obstante, en una segunda intentona, la caballería y las tropas ligeras siracusanas sobrepasaron la línea ateniense por el borde. Los atenienses se vieron obligados a retroceder y entonces, Gilipo derribó lo que estaba construido del muro ateniense, y se llevó todos los materiales apilados para el muro ateniense para completar el siracusano. Esa noche, el tercer muro de contrabloqueo siracusano sobrepasó al ateniense, y así se esfumaba la última oportunidad de Nicias de cercar Siracusa. Con sólo unos días más lo hubiera conseguido, pero la falta de iniciativa de Nicias en los momentos cruciales provocó el cambio de su expedición. El resultado fue que, al empezar el invierno del 414 a.d.C., el ataque a Siracusa se estancó. Siracusa estaba segura, pero los atenienses contaban con buenas fortificaciones para resistir. Nicias escribió una carta contando sus dificultades. Mientras, ambos bandos hicieron sus preparativos para la siguiente primavera. Cuando llegó la carta a Atenas, decidieron enviar a Demóstenes con otra gran expedición (sólo un poco más pequeña que la primera), y a dos estrategos más, para relevar a un Nicias enfermo y agotado.

En marzo de 413 a.d.C., con los refuerzos atenienses en camino, Gilipo decidió una nueva intentona por mar y tierra. La flota distraería a los barcos atenienses y a las tropas de los fuertes del Plemirio, y mientras, él se acercaría a los mismos desde el sur, para tomarlos por sorpresa. La flota de Siracusa fue derrotada (las tácticas atenienses para batallas navales merecen un artículo exclusivo sobre el tema), pero los fuertes del Plemirio cayeron rápidamente, y con ellos gran parte del bagage ateniense: armas, provisiones, aparejos, etc. Hay que tener en cuenta que en Plemirio se almacenaban los suministros que enviaban los aliados sicilianos. Desde aquel día, todos los suministros tenían que entrar en la bahía por barco, y nunca llegó uno sin que los barcos tuvieran que luchar contra los siracusanos. Gilipo demostró así tener una cualidad importantísima: la paciencia. Sabía que los atenienses eran todavía muy fuertes, así que su estrategia consistió en dar pasos pequeños estratégicos hasta que la balanza se inclinara a su favor. Y la pérdida del Plemirio fue un golpe muy fuerte para los atenienses, cuya moral empezó a flaquear.

Dos meses más tarde, las noticias de que los refuerzos atenienses ya habían llegado al sur de Italia y estaban a punto de llegar. Gilipo intentó otra batalla naval y terrestre, aunque esta vez el ataque por tierra era el de distracción, ya que así los atenienses no pudieron equipar los barcos con muchos hoplitas al estar en los muros, haciendo frente a los asaltos siracusanos. Además, Gilipo equipó a los barcos siracusanos para el combate naval en espacios reducidos, es decir, reforzando la proa para embestir. Las tácticas navales atenienses se valían de la mayor velocidad y maniobrabilidad de sus trirremes, pero Gilipo consiguió que la batalla tuviera lugar en el reducido espacio de la bahía. Conforme las naves siracusanas fueron embistiendo a las atenienses, los epibatai u hoplitas embarcados abordaban los barcos, y la lucha en las cubiertas fue larga y sangrienta. Finalmente, vencieron, averiando muchas naves atenienses. A cada ataque, los atenienses se debilitaban más, mientras que los siracusanos salían fortalecidos.
Por fin hizo su entrada la flota de Demóstenes en la bahía del Puerto Grande, aunque los extremos de la bahía (Siracusa al norte y el Plemirio al sur) estaban en manos enemigas. La entrada tenía un kilómetro y medio, de modo que pudieron pasar sin problemas. Sus setenta y tres barcos y más de seis mil nuevos guerreros sorprendieron incluso a Gilipo. Atenas parecía no agotarse nunca. Demóstenes, a quien ya conocimos durante los sucesos de Esfacteria, era consciente de todas maneras de la difícil posición ateniense, de modo que elaboró un plan sencillo: esa misma noche, aprovechando la sorpresa en el bando siracusano, atacarían el tercer muro de contrabloqueo para poder cerrar el asedio a Siracusa. Si aquello salía mal, sería el momento de salir de allí, puesto que, debido a las nuevas naves, volvían a tener la supremacía naval.

Los atenienses aguardaron a la noche y salieron de los muros hacia el oeste, para rodear las Epípolas y subir por el Aurelio. Aquella fue la batalla nocturna más grande de toda la guerra. Los atenienses subieron a la carrera, asaltando y tomando las pequeñas fortificaciones que habían hecho los siracusanos, y luego se dirigieron con el mismo ímpetu hacia el muro. Tomados por sorpresa, los siracusanos retrocedieron, y los atenienses comenzaron a demoler el muro. Sin embargo, lo que pasó después no está claro. Parece que los atenienses se desorganizaron, y como había muchos aliados entre ellos, tuvieron dificultad en reconocerse. Los siracusanos se rehicieron y fueron aislando a grupos de enemigos. Los hoplitas atenienses que vencían avanzaban, sin saber que estaban rodeados. Los que huían se topaban con amigos que los confundían y los atacaban. Al final, cuando los siracusanos se enteraron del santo y seña ateniense, les causaron mucho daño, y éstos tuvieron que retirarse. La última oportunidad ateniense se había evaporado en unas pocas horas.
Los estrategos atenienses se reunieron. Demóstenes, el más inteligente de todos ellos, abogó por la retirada. Sin embargo, Nicias, había estado manteniendo contactos con disidentes dentro de Siracusa, y todavía quiso aguantar, esperando que Siracusa fuera entregada por estos traidores. A los pocos días, tras nuevos ataques, cambiaron de opinión y Nicias aceptó la retirada, pero esa noche hubo un eclipse de luna. Nicias era muy supersticioso, y consideró que no debían retirarse hasta pasados tres veces nueve días. Fueron estos veintisiete días los que sellaron el destino de los atenienses.

Gilipo fue dirigiendo ataque tras ataque sin dar cuartel a los atenienses. No pudieron así aprovechar su momentánea ventaja naval, que fue poco a poco desintegrada. Entonces, llegó el momento decisivo. Los siracusanos bloquearon la entrada de la bahía, con la intención de hacer prisioneros a todos los atenienses. Ahora que éstos habían decidido embarcar y salir de allí, tendría lugar la última batalla, la más desesperada, y todos los atenienses lo sabían.
Demóstenes dejó a todos los heridos en la fortaleza, y con el resto consiguió equipar ciento diez trirremes, tanto con hoplitas como con arqueros y lanzadores de jabalinas. Los siracusanos equiparon otras tantas, y además, uniendo mercantes con cadenas, cerraron la entrada de la bahía. La flota ateniense tenía que romper el cerco para poder escapar.
Sin espacio para maniobrar, la batalla comenzó rápidamente. Las dos flotas se lanzaron en línea una contra la otra, y se produjeron numerosas y terribles embestidas. Con frecuencia una nave que embestía era embestida por otra a continuación, y poco a poco se formó una gran masa de barcos trabados unos con otros. El combate que se luchó sobre ellos fue terriblemente desesperado. Sin orden, las tropas de ambos bandos abordaban barcos enemigos y luego retrocedían para repeler otros abordajes, El aire se llenó con el zumbido de los proyectiles y los gritos de los heridos. Los hoplitas y epibatai tropezaban con los bancos y los remos, o resbalaban sobre las maderas llenas de sangre y vísceras. El mar se tiñó de sangre y los golpes de los remos parecían hacerlo hervir con espumas y burbujas sanguinolentas, entre las que flotaban los cadáveres. Finalmente, agotados y vencidos, los atenienses tuvieron que retroceder. Su última oportunidad se había perdido. Atenas había perdido.

Lo que queda de esta historia es como sigue: los atenienses se retiraron por tierra hacia las polis sicilianas aliadas, pero los siracusanos habían bloqueado el camino en numerosos puntos. Derrotados, desanimados y hambrientos, los atenienses sufrieron muchas emboscadas, y finalmente, dividieron su ejército por la mitad, cada una al mando de Demóstenes y Nicias, respectivamente. Demóstenes fue rodeado y capituló para evitar la matanza de sus hoplitas, quienes fueron llevados a Siracusa como prisioneros. Pero con Nicias, los siracusanos se cebaron. Fue atrapado en el río Asínaro y rodeado, y hubo una gran matanza. Finalmente Nicias se rindió. Demóstenes y Nicias fueron ejecutados en Siracusa a los pocos días. Los pocos soldados supervivientes fueron hacinados en una estrecha prisión: el sol los quemaba y de noche se helaban. En terribles condiciones higiénicas, sus deposiciones, los heridos, los cadáveres de los que morían y los que seguían vivos coexistieron durante setenta infernales días. Luego, los supervivientes fueron vendidos. Sólo un puñado de los que salieron el Piero volvieron a casa años después.

Atenas ya no se recuperó de este desastre humano, económico y militar. Fortalecidos y aliados con los siracusanos, los espartanos rompieron la tregua con la extremadamente debilitada Atenas y atacaron sin cesar, hasta que pocos años después consiguieron tomar los muros largos de la polis, poniendo fin momentáneamente a las Guerras del Peloponeso. No obstante, la hegemonía espartana no duró mucho. Las polis se enzarzaron en cruentas guerras en las que el poder fue tomado por unas u otras sucesivamente: Focea, Tebas, etc, a lo largo la primera mitad del siglo IV a.d.C.. Serían Filipo II y su hijo Alejandro, de Macedonia, los que finalmente de impondrían, tomando las riendas de la política de las polis griegas. Pero eso, como suele decirse, es otra historia.

Pasajes de la Guerra del Peloponeso II. La invasión ateniense de Sicilia.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Invierno del año 416 a.d.C. Han pasado siete años desde los acontecimientos de Esfacteria. Atenas y Esparta llevan cinco años en paz, desde la firma de la llamada Paz de Nicias, o la Falsa Paz que dio a ambos contendientes un necesario respiro en la guerra para poner en orden sus propios asuntos internos. Atenas intentó una invasión de Sicilia durante los primeros años de la guerra, pero fallaron. Ahora, con sus territorios más o menos pacificados y bastante recuperados de la guerra con Esparta, los atenienses fijan su atención de nuevo en la isla. Sicilia, aunque lejana, estaba llena de recursos tanto materiales como humanos. Además, los atenienses planeaban su ataque como el primero de una larga serie, que permitiría, con el tiempo, atacar desde allí Cartago y llegar hasta Hispania. En aquella época, Sicilia tenía ciudades helenas tanto dorias (Siracusa, por ejemplo) como de helenos procedente de Calcidea y Eubea. También había tribus bárbaras autóctonas.
El hecho que desencadenó el ataque fue la visita de los emisarios de Egesta, una de las polis de griegos calcídeos que se alió con Atenas en la primera invasión. Los egesteos pidieron una flota a Atenas y tropas de tierra para que los asistieran en su guerra contra los selinuntios, aliados de los siracusanos. Los egesteos argumentaron frente a la Asamblea ateniense que si los siracusanos, que eran dorios, se imponían junto a los selinuntios y llegaban a imperar en toda la isla, se aliarían con los espartanos, también dorios, aportando barcos y guerreros que permitirían al enemigo de Atenas imponerse finalmente. Además, los egesteos afirmaron tener suficiente dinero para costear la expedición de los atenienses. Éstos enviaron emisarios a Egesta para que se aseguraran de que el tesoro existía. Volvieron afirmando que así era, de modo que la Asamblea rápidamente votó iniciar la expedición, nombrando como estrategos a Lámaco, un magnífico militar; Alcibíades, un rico aristócrata ateniense a quien no le faltaban enemigos que lo acusaran de aspirar a la tiranía, y Nicias, el veterano estratego que había conseguido el tratado de paz con Esparta cinco años atrás.

El entusiasmo de los emprendedores atenienses parecía cegarles, o eso pensaba Nicias, el más experimentado y prudente de todos, y tomó la palabra para intentar que la Asamblea reconsiderara la decisión. Argumentaba que los atenienses estaban demasiado seguros de la paz con Esparta, y les recordó que si los lacedemonios se habían visto obligados a firmar la paz con Atenas había sido por necesidad y porque la situación les era muy desfavorable. Pero si Atenas se exponía a quedar desprotegida alejando sus tropas y gastando sus recursos en una guerra lejana, sus enemigos, que eran muchos, romperían el tratado y les atacarían. Demás, según él, las sesenta trirremes serían insuficientes. Necesitarían además de hoplitas, albañiles, cocineros, carpinteros. Si les iba mal, sería muy difícil enviar refuerzos o comunicarse siquiera con Atenas. Además, aprovechó para atacar a Alcibíades, a quien acusó veladamente de tener intereses personales en la expedición.
Alcibíades se levantó entonces y argumentó brillantemente en sentido contrario. Además, aprovechó el espíritu emprendedor que dominaba la polis ateniense. Lejos de arredrarse con las dificultades, los atenienses se animaron más aun. Finalmente, decidieron reunir cuarenta trirremes más con impedimenta, trabajadores no combatientes, etc. Las trirremes más anticuadas se reformaron para poder transportar más soldados. Y se pidió a los aliados que enviaran más barcos y tropas.
Se consiguió así reunir una cantidad de medios nunca vista antes entre los griegos de aquella guerra: 100 trirremes atenienses (60 de combate y 40 de transporte de tropas) y 34 quíotas y lesbias más dos pentecónteros rodios; 5100 hoplitas (2000 atenienses y el resto aliados, entre los que había 500 argivos y 250 de Mantinea) y 600 epibatai (hoplitas “de marina”, en número de 10 por cada trireme de combate); 30 jinetes (los caballos los conseguirían en Sicilia de sus aliados); 480 arqueros,80 de los cuales eran mercenarios cretenses; setecientos honderos rodios y otros 120 megareos otras armas ligeras, además de cocineros, albañiles, carpinteros. Para los pueblos de la Hélade, el esfuerzo de planificación y logística no dejó de causar admiración en unos, y preocupación entre otros, porque una expedición así estaba fuera del alcance de cualquier otra polis. Debemos tener en cuenta que este tipo de guerra de invasión y ocupación a través del mar era algo novedoso para los griegos. Así que a su debido momento, la flota ateniense fue despedida por miles de emocionados ciudadanos reunidos en el puerto del Pireo. Atenas envió lo mejor que tenía a una de las acciones más audaces de su época, y cuyo resultado sería decisivo en la última fase de la guerra de Atenas y Esparta.

Los rumores volaron sobre las olas del Mediterráneo y llegaron a Siracusa. Se producían debates en la Asamblea que no llegaban a ninguna decisión firme. Por un lado, Hermócrates de Siracusa fue el más previsor y el que más crédito otorgó a los rumores, y se esforzó por que sus conciudadanos se preparasen. Cuando las primeras naves atenienses fueron avistadas en la costa sur de la Magna Grecia (el sur de Italia), ya no pudieron seguir con los ojos cerrados, de modo que se prepararon para lo peor, pero no sabían cuánto tiempo tendrían antes de que los atenienses se les echaran encima.

La flota ateniense se encontró pronto con las primeras dificultades. Habían enviado una avanzadilla de tres naves que llegaron a Egesta y regresaron con la noticia de que el tesoro que los egesteos les habían prometido para costear la expedición no existía. Los emisarios atenienses habían sido víctimas de una simplísima estafa. Entonces, los estrategos deliberaron: Nicias propuso forzar a Egesta y a los leontinos a firmar la paz, ya que en teoría, ése era el motivo de su expedición, y a regresar cuanto antes para que Atenas no se arruinara. Lámaco propuso atacar inmediatamente Siracusa antes de que se prepararan. Alcibíades, en cambio, abogó por solicitar ayuda y buscar aliados entre los pueblos de Sicilia para reunir más fuerzas y entonces, atacar Siracusa. Lámaco se unió al final a esta opinión, y Nicias tuvo que resignarse. Entonces llegó una nave de Atenas reclamando la presencia de Alcibíades para ser juzgado en la ciudad, acusado de sacrilegio cometido contra unas estatuas de Hermes. Alcibíades había dejado muchos enemigos en Atenas y exigió regresar en su propio barco, abandonando la expedición. Por supuesto, sabiendo lo que le esperaba en Atenas, en cuanto pudo despistó a su escolta ateniense y dirigió su trirreme hacia el Peloponeso, donde los espartanos, los enemigos de su ciudad, le esperaban ya con los brazos abiertos.

Mientras, la flota ateniense ignoraba el destino de Alcibíades, y prosiguieron camino hacia Sicilia. Según su plan, pasaron por Egesta y comenzaron a recorrer en barco polis tras polis, buscando apoyos. Unas les cerraban las puertas y sólo les dieron aguada para sus naves. Otras, deseosas de imperar sobre los siracusanos, les apoyaban con tropas y caballos. Por su ubicación costera al norte de Siracusa, el aliado más importante de los atenienses fueron los de los habitantes de Catana. Tras un periplo de algunas semanas, los atenienses reunieron sus fuerzas en la costa de esta polis, y trazaron un plan para atacar ya directamente a Siracusa.

Durante este periodo, los siracusanos se sintieron muy asustados al principio, pero al ver que no les atacaban, cobraron ánimos, y, guiados por Hermócrates, comenzaron también a buscar aliados contra Atenas, consiguiendo muchos apoyos. Cada vez se sentían más optimistas, y así, como si el destino les confirmara que Siracusa prevalecería, entró en la ciudad uno de los ciudadanos notables de Catana, conocido entre los siracusanos. Pidió ser recibido por Hermócrates, y le informó de que representaba a un grupo de ciudadanos de Catana que estaba en contra de los atenienses, y que venía a darle una valiosa información: los atenienses pasarían la noche en la ciudad, y dejarían su campamento con una guarnición reducida. Si los siracusanos salían a amanecer, el emisario y sus amigos se comprometían a cerrar las puertas de la ciudad encerrando a los atenienses y a quemar sus naves en el puerto, lo que daría tiempo a los siracusanos de tomar el campamento. Los siracusanos aceptaron la propuesta de los disidentes cataneos, e hicieron los preparativos para salir al amanecer.
El ejército se puso en marcha antes de que saliera el sol. Salieron en columna a paso rápido, pues no tenían que cargar con ninguna impedimenta. Además, se envió a la caballería por delante para que observara las posiciones atenienses. Los generales siracusanos, que en aquel momento eran muchos, ya que el mando estaba muy fragmentado, siguieron dirigiendo sus tropas hasta que poco antes del mediodía, cuando ya estaban cerca de Catana, un jinete se acercó al galope, bajó del caballo de un salto y como un relámpago buscó a los estrategos siracusanos. Portaba importantes noticias: los atenienses no estaban allí.

Nicias y Lámaco reían desde su barco imaginando la cara de los siracusanos al enterarse del engaño. No había ningún grupo de disidentes en Catana. El supuesto emisario era un fiel ciudadano de Catana que había convencido a los estrategos de que sacara a todo el ejército de Siracusa y se dirigieran al norte. Mientras, la flota ateniense en su totalidad había embarcado en Catana, y navegaba hacia el sur, hacia Siracusa. Habían localizado un lugar óptimo para establecer un campamento muy cerca de los muros de la ciudad, el Olimpeio, bien protegido por accidentes de terreno para que la caballería siracusana, su principal preocupación, no pudiera amenazarles. Estableciendo la cabeza de playa en el Olimpeio podrían lanzar ataque tras ataque a Siracusa y siempre resguardarse a salvo. El plan había salido a la perfección.
Mientras los siracusanos se daban cuenta y regresaban a toma marcha, los atenienses tuvieron tiempo para desembarcar y fortificar una zona de playa para proteger sus barcos. Pero por fin las tropas de Hermócrates regresaron a su ciudad, para encontrar con sorpresa que los atenienses les esperaban formados en falange. Los siracusanos nunca habían visto una acción tan audaz. No tenían tanta experiencia en la guerra como los atenienses. Incluso sus hoplitas tenían problemas a veces para mantener la formación. Y ahora habían sido engañados. Comenzaba así la batalla del Olimpeio.

La mitad de los atenienses formó de a ocho. Los argivos y manteneos en el ala derecha, los atenienses en el centro y el resto de aliados en la izquierda. La otra mitad del ejército formó un cuadro con el bagaje en el centro, protegiéndolo de cualquier ataque relámpago de la caballería siracusana. Éstos, mientras, habían formado con 16 de fondo. Los hoplitas en el centro y ala izquierda, y la caballería y tropas ligeras en el ala derecha siracusana. La batalla comenzó con las habituales escaramuzas de las tropas ligeras, que sin decidirse terminaron bruscamente.
De repente, el frío viento del este arreció, el cielo se nubló, los truenos retumbaron sobre las cabezas de los guerreros y la lluvia comenzó a repiquetear violentamente sobre los yelmos y escudos de bronce. Estalló una terrible tormenta que atenazó aun más los corazones de los bisoños hoplitas siracusanos. Con la lluvia deslizando en cascadas por sus yelmos, los estrategos atenienses ordenaron cargar a sus hoplitas. Los relámpagos iluminaban el campo de batalla mientras la veterana falange tomaba velocidad manteniendo el orden. Los siracusanos cerraron filas, pero mantuvieron muy a duras penas su formación. El rugido de las gargantas de los hoplitas por encima de los relámpagos precedió al terrible choque de las falanges. Luego hubo gritos, escudos que se abollaban, guerreros aplastados y lanzas que se quebraban, y las filas de guerreros que se curvaban y se retorcían con los empujes en ambas direcciones. Los aliados argivos del flanco derecho ateniense hicieron retroceder a la falange siracusana, y los atenienses hicieron lo propio en el centro, y así se rompió el ejército de Hermócrates. Las filas posteriores huyeron y la falange se desintegraba rápidamente mientras los atenienses comenzaban la persecución. Lo único que les salvó de la aniquilación total fue la reacción de la caballería siracusana, que se dedicó a atacar a los perseguidores que se iban separando del resto de las tropas. De este modo, el bando ateniense tuvo que detener la persecución y reagruparse. Nicias y Lámaco ordenaron entonces retroceder ordenadamente hacia el campamento.
Los siracusanos habían sido vencidos, pero los peores temores de los estrategos se habían hecho realidad. La caballería siracusana era como una espada de Damocles sobre sus cabezas, y no tenían nada para hacerle frente. Aunque en el Olimpeio podrían aguardar, no podrían salir a campo abierto cuando marcharan hacia Siracusa. Por lo tanto, esa misma noche los atenienses volvieron a embarcar hacia Naxos, dispuestos a pasar en invierno allí.

La batalla del Olimpeio tuvo importantes consecuencias. Los siracusanos decidieron reestructurar su ejército reduciendo los mandos. Además, solicitaron ayuda a otras ciudades, y enviaron un emisario a Esparta. Los espartanos eran hermanos de raza doria de los de Siracusa, y enviaron una propuesta para que les ayudaran contra los atenienses. A cambio, los siracusanos aportarían sus tropas para continuar la guerra contra Atenas en Grecia una vez fueran vencidos en Sicilia. Los espartanos se mostraron reacios, pero Alcibíades tomó la palabra e informó con pelos y detalles de los planes de Atenas de usar Sicilia como base para lanzarse después contra Cartago e Ibera, y por fin, contra Esparta, con una fuerza incontestable. Argumentó también que si Esparta conseguía destruir el ejército ateniense en Sicilia, Atenas quedaría prácticamente a merced de Esparta. De modo que los espartanos reconsideraron la situación y decidieron enviar un ejército al mando de Gilipo, con fuerzas combinadas de Esparta y Corinto, y barcos corintios.
Mientras, los atenienses pidieron refuerzos: jinetes a Atenas y caballos para ellos a los aliados sicilianos, amén de más dinero para seguir costeando la expedición. Y así pasó el invierno.

A la primavera siguiente, los atenienses se sentían con fuerza para atacar de nuevo Siracusa, esta vez con la intención de someterla a asedio. Los siracusanos, mientras, habían preparado también las defensas. No obstante, no pensaron en un asedio. Existía al noreste de Siracusa una meseta elevada unos 60 metros sobre el nivel del mar, llamada las Epípolas. Dicho promontorio sólo era accesible desde el norte y el oeste, pues era muy escarpado en la cara que miraba a Siracusa. Gracias a las Epípolas, los siracusanos pensaban que cercar la ciudad sería imposible. No obstante, destacaron 600 hoplitas para vigilar la zona.
Pero desde luego no contaban con la audacia ateniense. Los atenienses embarcaron de nuevo y desembarcaron en una pequeña península al norte de Siracusa, cerca de las Epípolas. Fortificando la península para proteger los barcos, la fuerza de hoplitas comenzó un rápido avance rodeando las Epípolas por el norte, en dirección al oeste, hacia el mejor ascenso a su cima. Mientras el destacamento siracusano hacía maniobras en un prado cercano, los hoplitas atenienses se lanzaron a la carrera (pero con equipo completo, por supuesto) durante unos kilómetros fuera de su vista, y ascendieron a las Epípolas, posición independida en aquellos momentos. Cuando los siracusanos vieron a las tropas atenienses, ya era tarde. Estaban lejos del camino de ascenso, y desesperaron. Aun así, reunieron arrestos suficientes para seguir subiendo y atacar sin llegar a formar la falange, en un desesperado y futil intento, pero fueron fácilmente derrotados.
Desde la retaguardia, Nicias y Lámaco avanzaron entre sus soldados hasta quedar al borde de la meseta, y observaron en silencio. Siracusa se extendía al pie de las Epípolas, hacia el sureste, a sus pies. Observaron la disposición de sus calles y sus murallas. Observaron el puerto Grande y el Puerto Chico, uno a cada lado de la ciudad. Abajo, un grupo de soldados vencidos corría en desorden buscando protección tras los muros de su ciudad. Los estrategos se miraron, y supieron que ambos pensaban lo mismo: nada podía pararles.

De cómo tuvo lugar el asedio de Siracusa y del destino de la expedión ateniense tratará el siguiente capítulo de esta serie.

Los ejércitos implicados en esta fase son, en teoría, los II/9 Later Hoplite, en su variante ateniense y la Italiota/Siciliota. Sin embargo, en las operaciones iniciales los atenienses no contaban con caballería, de manera que están mucho mejor representados por la II/52 en su variante ateniense temprana, donde aparece incluso una peana de Bw.
Nótese que aunque Siracusa posee una lista propia, estos acontecimientos tienen lugar a finales del siglo V a.d.C., periodo incluido en la lista II/9. Siracusa no tiene la importancia ni la capacidad de influencia que tendría más tarde, a partir del siglo III a.d.C., periodo en el que sí desarrolla su propia lista de ejército.