Pasajes de las Guerras del Peloponeso I. Pilos y el desastre de Esfacteria.

jueves, 23 de agosto de 2007

Saludos. Inauguramos una serie sobre algunas operaciones de la guerra del Peloponeso. Estas guerras fueron tratadas por Tucídides en una obra magistral, que combina temas historiográficos con una profunda reflexión ética, política y militar, y todo ello en un texto muy accesible y atractivo, perfectamente actual, y que, si lo leéis, seguramente os parecerá escrito hace algunos días, en lugar de hacer 2400 años de su creación. Yo tengo, gracias a un oportuno mensaje de Endakil en La Armada, la edición de Gredos, profusamente anotada con exquisito detalle (la nota que describe con diagramas el mecanismo de cierre de una puerta mencionada de pasada por el texto de Tucídides me dejó atónito).


Para empezar nos ocuparemos de la campaña ateniense en Pilos y el desastre espartano de Esfacteria. He elegido este pasaje porque creo que refleja muy bien el carácter de esta guerra: comienza con una audaz improvisación, que llevó a la temeridad, que llevó al despropósito y al desastre, que pudo traer la paz pero que terminó provocando una terrible y premeditada matanza.

Para resumir la situación anterior, os diré que estamos en el 425 a.d.C., el séptimo año de la guerra iniciada entre Atenas y Esparta. Las primeras invasiones espartanas en el Ática, la región controlada por Atenas, no hacen mucho daño, ya que los atenientes, guiados por Pericles, se volcaron en la guerra marítima, apoyándose en su magnífica flota para abastecerse y atacar en lugares estratégicos. No obstante, en Atenas se declara una peste allá por el tercer año de la guerra, y se debilita. Además, los espartanos se hacen con una flota apoyados por los corintios. Las polis se organizan en dos bandos, aliados con Atenas o Esparta y la guerra se extiende a muchos escenarios distintos.
Corcira, polis situada en la actual isla de Corfú, sufre una rebelión. El bando que apoyaba a los atenienses cerca de un grupo de aristócratas proespartanos. Esparta despacha una flota hacia Corcira, y Atenas envía otra flota, comandada por Demóstenes, para ayudar a los corcíreos, y luego marchar a invadir Sicilia. En esto, cuando la flota ateniente está en el extremo suroeste del Peloponeso, encuentran los acantilados abandonados de Pilos. Una tempestad obliga a la flota a guarecerse en la bahía dominada por Pilos y protegida por la isla de Esfacteria. Demóstenes estudia el lugar y decide que es un lugar magnífico para establecer una base. Esparta quedaba sólo a unos 75 km hacia el noreste.


Pilos fue un asentamiento muy importante durante la era de los pueblos micénicos. Néstor, el viejo que aburría a los héroes de Troya con sus batallitas, fue el rey de Pilos. Desde que los dorios invadieron el Peloponeso sometiendo a los mesenios, Pilos estaba abandonado. Demóstenes, además, sabía que el grueso del ejército espartano estaba invadiendo el Ática, y contaba con que el conocimiento del terreno de los mesenios expatriados a Naupacto, base ateniense del golfo de Corinto, por los espartanos (novela relacionada: Talos de Esparta, de Manfredi), les sería muy útil.
De los sesenta barcos de Demóstenes, cinco se quedaron con él para fortificar la zona. El resto se dirigió hacia Corcira y Sicilia, según el plan original. Demóstenes contaba con alrededor de 100 hoplitas y algunas decenas de marineros armados muy a la ligera, improvisando escudos de mimbre. Con piedras y mortero, fortificaron el pétreo acantilado de Pilos (ver mapa, posición 2) en una semana, y se dedicaron a esperar, por si los espartanos los atacaban.
En pocos días, la expedición espartana al Ática regresó, y los peloponesios empezaron de verdad a preocuparse por la base que estaban construyendo los atenienses en su territorio, y organizaron un espectacular asalto por tierra y por mar. Hicieron volverse a la flota espartana que iba hacia Corcira, y las tropas de tierra se dirigieron hacia la bahía. Demóstenes se enteró de los preparativos, tal vez mediante espías mesenios, y consiguió enviar dos naves en busca de la flota ateniense para pedir refuerzos.
Mientras los atenienses regresaban, los espartanos llegaron primero, y tomaron posiciones a lo largo de toda la costa antes de lanzar su asalto. Además, destacaron unos 420 hoplitas al mando de Epitadas, con sus respectivos hilotas, a la boscosa isla de Esfacteria, que protegía la bahía. El fin era impedir que los atenienses se reubicaran ahí. Además, Esfacteria hacía que las entradas a la bahía fueran estrechas y fácilmente defendibles para una flota que bloqueara el acceso a la bahía. Los espartanos pensaron que si, por casualidad, los atenienses intentaran un rescate por mar, la flota ática no podría entrar en la bahía y tendrían que buscar otro refugio, lo que les impediría mantener una batalla naval mucho tiempo.

Observando los preparativos espartanos desde su privilegiada situación, Demóstenes organizó la defensa. Las tropas peor armadas y cuarenta hoplitas fueron desplegados en la muralla que daba al estrecho brazo de tierra que unía la roca de Pilos al continente. Además, otros sesenta hoplitas se desplegaron en la estrecha playa que daba el mar, en un sitio que había sido peor fortificado por haber estimado que era demasiado difícil de asaltar desde el mar. No obstante, Demóstenes demostró prudencia y sabiduría desplegando sus hoplitas ahí. Luego, apretaron los dientes prestos a resistir. El asalto no se hizo esperar mucho. Por mar, la flota de sesenta naves se organizó para, por turnos, acercarse a la playa lo suficiente para desembarcar. Por tierra, los hoplitas espartanos se lanzaron contra las defensas recién levantadas. Este asalto fue el más fácil de detener. Los atenienses, aunque habían tenido poco tiempo, habían hecho un buen trabajo, y los espartanos, en su precipitación, ni siguiera disponían de escaleras para asaltar el muro. Los pocos hoplitas y las tropas peor armadas no tuvieron mucha dificultad en hacer retroceder una y otra vez a los espartanos.
Por mar, sin embargo, la cosa era muy distinta. Los barcos espartanos, aunque maniobrando con dificultad, trataban de arrimarse a la playa y a las rocas cercanas y, lanzando pasarelas, desembarcar. Los hoplitas atenienses tuvieron que resistir saltando de roca en roca, empujando cada pasarela, impidiendo que los espartanos descendieran de los barcos, y, mientras, esquivando los proyectiles que les lanzaban desde los barcos. Aun así, peleaban con bravura y mantuvieron la posición. Entonces se distinguió un valiente capitán espartano, Brásidas, valiente guerrero que en su tiempo fue comparado en fiereza y maestría al mismísimo Aquiles. Brásidas, irritado por el cuidado que los capitanes de los barcos ponían en sus maniobras, obligó a su tripulación a lanzarse hacia las rocas a la máxima velocidad posible. Los hoplitas atenienses que estaban en su camino, con el agua por la cintura, apenas pudieron apartarse a tiempo. Con un terrible crujido, la nave de Brásidas se encalló en la playa. Se lanzaron las pasarelas y con un terrible grito de guerra, el mismo Brásidas encabezó el desembarco. Mas Demóstenes mantuvo el orden. Los espartanos no pudieron mantener su precaria cabeza de playa. Brásidas fue herido numerosas veces, y tuvo que retirarse, perdiendo su escudo en el camino. Los atenienses le hostigaron hasta que el agua fue demasiado profunda para seguir luchando. Los demás barcos espartanos tuvieron que arrastrar la nave de Brásidas, averiada aunque no destruida, y por aquel día tuvieron que retirarse.
Los atenienses tuvieron que soportar estoicamente dos días más de asedio, hasta que al atardecer del tercer día, los espartanos de tierra se retiraron en busca de madera para construir ingenios (concepto que para los poco imaginativos espartanos quería decir “escalas”). La flota mientras entró en la bahía. Sin embargo, nadie pareció darse cuenta de que la avanzadilla de la flota ateniense se había acercado por la costa, observando la batalla. Volvieron para informar, y los estrategos decidieron pasar la noche en una isla cercana y al día siguiente, muy temprano, trabar a la flota espartana.
Imagino que, siendo de noche, los vigías de Epitadas, en Esfacteria, serían capaces de oír el chapoteo de los cientos de remos de las trirremes atenientes, rodeando la isla y dividiéndose para entrar en la bahía por los dos canales a ambos lados de Esfacteria. Conforme apareciera el sol, irían haciéndose visibles los magníficos cascos de las naves deslizándose sobre el agua casi sin hacer turbulencias, junto con la espuma que brotaba alrededor de los remos, y los reflejos broncíneos de los yelmos y escudos de los hoplitas dispuestos en las cubiertas. Imagino que los vigías despertarían a todos los espartanos de Esfacteria, e imagino que tratarían de comunicarse con tierra, a cuatro kilómetros, y también imagino el miedo y el estupor los embargaría, porque la flota espartana seguía en tierra.
En una terrible negligencia, los espartanos habían descuidado el plan original de proteger con sus barcos la entrada de la bahía por si contraatacaban los atenienses, y el error les costó terriblemente caro. Cuando vieron los fuegos de Esfacteria y los primeros barcos atenienses asomando por los canales de entrada a la bahía, los espartanos comenzaron a correr como locos. Algunos se estaban preparando para embarcar, mientras que otras tripulaciones no estaban listas, pero para cuando pudieron salir los primeros barcos, la flota ateniense se había desplegado con una inigualable precisión por toda la bahía. Cundió el desorden en tierra. Las trirremes espartanas salían sin orden ni formación, sino tan pronto como estaban listas, mientras que los atenienses ya habían formado en orden de batalla. En un abrir y cerrar de ojos trabaron cinco trirremes espartanas y los hoplitas atenienses se lanzaron por las pasarelas de abordaje, siendo capturadas casi sin lucha. Otras dos trirremes fueron averiadas, y ya no salió ninguna más. Los atenienses se acercaron más a la costa y lanzaron cabos desde sus barcos a los del enemigo, y comenzaron a remar hacia atrás, remolcando a todos los barcos enemigos casi vacíos. Los espartanos comenzaron a desesperar. El caos que tuvo lugar lo resume perfectamente Tucídides: “Todos creían que nada estaba bien hecho si no intervenía ellos personalmente”. Presos de desesperación, algunos hoplitas se lanzaron al agua, aferrados a los pocos cabos que las naves espartanas habían tenido unidos a la orilla. Con gran esfuerzo, treparon hasta sus barcos, mientras otros, con el agua al cuello, sostenían los cabos y tiraban de los barcos hacia tierra, gimiendo del esfuerzo y la desesperación. Mientras, en las cubiertas, se luchaba una batalla terrible y desigual, con gran superioridad numérica y mayor veteranía en el mar de los atenienses. Pronto los espartanos perdieron sus barcos. Se les podía ver gritando y llorando en la orilla, con las manos en la cabeza en un gesto de desesperación. Seguramente Epitadas y sus guerreros estarían tensos y silenciosos observando la batalla desde la isla. Cuando se produjo la victoria ateniense, seguro que ninguno de aquellos guerreros dijo nada. No hacía falta. Porque, la terrible consecuencia del exitoso ataque ateniense, era que ahora, había 420 insustituibles hoplitas, auténticos ciudadanos de Esparta, los mejores guerreros de toda Grecia, atrapados sin posibilidad de abastecerse, en una isla a 4 kilómetros de la orilla, rodeados por la mejor flota del mundo antiguo.

El desastre era enorme para el orgullo espartano. Debemos entender que los dorios se consideraban a sí mismos como los mejores guerreros. En las tradiciones espartanas, rendirse era un deshonor; entregar las armas sin lucha, impensable. Temían por encima de todo, que los atenienses obligaran a los de la isla a entregarse sin lucha. Y la alternativa a eso era morir allí. Teniendo en cuenta la demografía de las polis, 420 hoplitas era un número de auténticos ciudadanos de Esparta que no podían permitirse perder de aquella manera.

Los atenienses no habían asumido todavía el éxito a media mañana, cuando una embajada lacedemonia se presentó ante la fortificación de Pilos para negociar. Demóstenes aceptó mantener un bloqueo sin atacar Esfacteria mientras Esparta enviaba una misión diplomática a Atenas para negociar la entrega de los soldados. Se pactó que los barcos espartanos quedarían bajo custodia ateniense, y mientras, se permitiría llegar pequeñas embarcaciones a Esfacteria para aprovisionar a los soldados de Epitadas.
En Atenas tampoco daban crédito a lo que oían. Esparta ofrecía un tratado de amistad, asumiendo incluso las protestas de sus actuales aliados. El argumento que ofrecía Esparta era que a Atenas le convenía conseguir la paz, ahora que habían tenido un golpe de suerte, pues ésta era cambiante. Esparta no estaba dispuesta a detener la guerra y sellar la paz. La Asamblea respiró tranquila, pues aquello ponía fin a una terrible guerra que duraba ya ocho años y que tenía un elevado coste personal y económico. Además, una alianza con Atenas los hubiera colocado al frente de toda Grecia. Atenas y Esparta serían imparables.
Entonces se levantó Cleón, del partido del pueblo, un verdadero demagogo. De Cleón podemos decir una cosa buena y otra mala: la mala es que era un estúpido. La buena es que era consciente de serlo. Promovió una postura dura en la Asamblea. Recurriendo a los argumentos más zafios y populistas, a los más demagogos, consiguió que Atenas exigiera no solo el tratado, sino la entrega de los hombres de Esfacteria, así como la devolución de diversos territorios cedidos por Atenas en virtud de otros tratados. Teniendo en cuenta que la oferta de Esparta tenía como fin que Atenas no capturara a los de Esfacteria, era clara la intención de Cleón. El sueño de paz se desvanecía. Los enviados espartanos se miraron en silencio, sopesando las palabras de Cleón. Pidieron seguir negociando en secreto con una comisión, pero Cleón se negó. Entonces se dieron cuenta de que Cleón realmente no perseguía ningún acuerdo. La postura ateniense tenía un fin: la humillación de Esparta mediante la captura y/o exterminio de los defensores de Esfacteria.
La embajada espartana se fue y se reiniciaron las hostilidades. Entonces, los atenienses empezaron a entender el embrollo en el que Cleón les había metido. Era imposible abastecer a la flota en aquel extremo de la península del Peloponeso. Además, los griegos desconocían el número exacto de guerreros espartanos atrapados en la isla. Como era muy boscosa, permanecían ocultos, y los atenienses no se decidían a atacar. Mientras, desde el continente, los espartanos enviaban a hilotas con la promesa de su liberación, a que navegaran o bucearan hacia la isla con provisiones. Aunque dos barcos atenienses daban vueltas como tiburones alrededor de la isla, con capturaban todos los envíos. La situación se estancó, y en Atenas, la gente comenzó a echarle la culpa a Cleón. Al pobre se le calentó la boca, y acusó a los estrategos de mentir, y a decir que con él al frente, tomaría Esfacteria en veinte días. Nicias, un estratego que encabezaría una misión de relevo en el bloqueo de Esfacteria, le cedió con sorna el mando a Cleón. Como ya he dicho, era estúpido pero sabía que lo era, así que, aunque lo tomó a regañadientes, tal y como llegó allí delegó todas las decisiones militares en Demóstenes, afortunadamente para los atenienses.
La fortuna no estaba con los espartanos. Un día de viento, el pequeño fuego del campamento pasó a los árboles, y la isla ardió durante dos días enteros. Los espartanos se salvaron, pero ahora Demóstenes sabía más o menos cuántos eran, y planeó el asalto final.
Hizo embarcar a arqueros, honderos y peltastas junto a los hoplitas, y en un amanecer, comenzó un desembarco masivo. El puesto de guardia al sur de la isla no advirtió la primera oleada, y fueron rápidamente eliminados. Luego, los atenienses fueron hacia el pozo, donde se encontraron con la falange espartana perfectamente formada. Aun cansados y hambrientos, cuatrocientos espartanos en formación no era un hueso fácil de roer. No se doblegarían en una situación tan desesperada. Pensaron que tendrían que matarlos a todos uno a uno, pues no se rendirían. Demóstenes dio órdenes a las tropas ligeras para que desplegaran a ambos flancos, y envió otro contingente por la costa para rodear a los espartanos. Los hoplitas atenienses se quedaron directamente frente a los espartanos. No podemos pensar que incluso con todo a su favor, no les recorrería un escalofrío por la espalda al ver los bruñidos escudos decorados con sencillas lambdas y las afiladas lanzas en perfecto orden de batalla. Por fin, cantaron el peán y los dos bandos se lanzaron al combate. Los peltastas y honderos de los atenienses corrieron por los flancos y pronto rodearon a los espartanos, al igual que las tropas que aparecieron por la retaguardia ateniense. Comenzó una infernal lluvia de proyectiles que detuvo el avance de los espartanos. Demóstenes, mientras, mantenía a su falange quieta. No estaba dispuesto a que una imprudencia innecesaria le arrebatara la victoria.
La interminable lluvia de flechas, piedras y jabalinas comenzó a costarles bajas a los de Epitadas, a pesar del compacto muro que formaban con los escudos. En un implacable y terrible orden, la batalla se fue convirtiendo en un fusilamiento. Por fin, comenzaron a retroceder, pero manteniendo la formación impecablemente, unos dos kilómetros ladera arriba, hacia el fuerte abandonado de la isla. La ceniza del reciente incendio comenzó a mezclarse con el aire y la atmósfera se fue volviendo más asfixiante. Casi la mitad de los espartanos cayó en la lenta retirada, de aproximadamente una hora. Poco a poco, baja a baja, las tropas ligeras se fueron envalentonando, acercándose cada vez más a los espartanos. Teniendo en cuenta el enorme número de proyectiles lanzados, el porcentaje de bajas no era nada espectacular, pero, encerrados en la fortaleza, lejos del único pozo, aunque salobre, de la isla, los espartanos harían frente todavía a lo peor. Los atenienses los cercaron y ya todos se lanzaron contra la fortificación. Aunque sin agua, heridos y con escudos y lanzas que empezaban a pesar, la posición defensiva era buena, así que Demóstenes envió otro grupo de tropas ligeras a rodear el peñón de la fortaleza, como en Las Termópilas. La visión de los arqueros a sus espaldas fue entonces demasiado para Epitadas y los suyos. Depusieron las armas y se rindieron. Más de doscientos guerreros yacían sobre la tierra quemada de Esfacteria. Esparta estaba humillada.

La captura de los soldados espartanos fue un duro golpe para la polis. Aunque la oportunidad de llegar a la paz se había perdido, el peso del deshonor y la preocupación por los prisioneros fue uno de los factores que más pesó en la paz que finalmente se firmó dos años más tarde entre Atenas y Esparta, dos años de guerra que podían haberse ahorrado los atenienses de no haber escuchado al demagogo de Cleón. Se iniciaría así un periodo que Tucídides denominó “la falsa paz”, en el que Atenas y Esparta recobrarían tiempo para luchar con otros enemigos antes de lanzarse de nuevo la una contra la otra. Pero eso, es otra historia.

La batalla de Esfacteria representa muy bien cómo fue la evolución de los ejércitos griegos desde la lista “Early Hoplite”, a la “Later Hoplite”. Los espartanos en Esfacteria sólo desplegaron hoplitas y sus hilotas, por lo que se parece más a una lista de Early. En cambio, los atenienses hicieron un uso excelente de las tropas ligeras y las nuevas tácticas que la expansión ateniense a otros territorios (Tracia, etc.) hizo que desarrollaran. No hay que olvidar que las primeras operaciones de Atenas en Tracia y la península Calcídica fueron desbaratadas por los feroces peltastas tracios y sus mortales jabalinas.

No obstante, la particularidad de que todas las tropas fueron desembarcadas, hace que esta batalla esté mejor representadas por las listas I52b para Esparta, con todo Sp, y la I52f, con las opciones de infantería y Ps.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena entrada. Saludos de Ignacio el argentino